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martes, 30 de agosto de 2011

Partida de rol



Que cómo activaba el mecanismo de la imaginación en aquellos niños era todo un misterio. El caso es que lo hacía y de forma sorprendente. Llegaba con sus mapas cuidadosamente doblados dentro de un libro y se los enseñaba. Entonces ellos alucinaban con las ilustraciones. Una tarde de verano a eso de las cuatro y media se reunieron todos en la plaza. J. les mostró lo que se suponía que eran sus últimos proyectos de aventura. La proposición era muy simple. Solo tenían que dejarse llevar y adentrarse en un mundo que J. les prometía sin límites. Decidieron jugar después de merendar.

Quedaron a la sombra de un grupo de árboles plantados en un terreno de hierba cerca del río.

No necesitaban nada excepto la disposición de soñar despiertos inducidos por J. La imaginación de su amigo se encargaría del resto. Recorrerían extensas llanuras plagadas de cardos y de piedras. Visitarían cuevas y posadas. Lucharían por su propia vida y por la de sus compañeros. Trazarían mapas y proyectarían rutas alternativas para esquivar a sus enemigos.

De todo eso y de mucho más se encargarían ellos y su líder en aquella aventura.

Cuando aparecieron todos con la merienda comenzaron la partida. Podían ser elfos o humanos, enanos o magos. Cada cual tenía sus cualidades y defectos. Lo interesante de todo no eran los personajes ni tampoco lo eran sus poderes. Lo verdaderamente interesante era la descripción que J. hacía de su contexto. Imaginaba una llanura solitaria llena de criaturas extrañas o una situación incómoda dentro de una posada con sumo detalle y casi sin esfuerzo.

Los decorados estaban perfectamente descritos por J. que arrastraba a todos ellos hacia un mundo maravilloso de batallas y excursiones.

- Has decidido cruzar el bosque. El suelo está lleno de hojas secas que crujen bajo tus pies. De repente pisas una trampa y caes dentro de un agujero. Pierdes el conocimiento. Cuando lo recuperas te encuentras rodeado de cadáveres de trol. No hay nadie que pueda ayudarte. Tira el dado para saber cuántos días permanecerás encerrado en aquel agujero.


Arrojaban el dado sobre la cubierta brillante de su libro de aventuras.


- Veinte días. Existe un problema. Tienes una cantimplora llena de agua pero no tienes comida. Vas a tener que alimentarte de carne de trol para sobrevivir.


Proseguía diciendo J.

- Comer carne de trol ha provocado la parálisis de todos tus miembros. Has tenido suerte de que te encontrara un hada del bosque y te llevara hasta la posada más cercana. Dentro de cinco días te reunirás con tu hermana.

Mientras uno de ellos esperaba en la posada bebiendo extraños brebajes para su curación los demás luchaban contra sus enemigos y asaltaban castillos. Por la noche los árboles se agitaban por el viento que soplaba en la llanura. La luna llena iluminaba las piedras que lindaban los bosques. Sombras de animales cruzaban los caminos de hierba y barro. Por el día el sol implacable quemaba su piel en la cima de las montañas. Las nubes se rodeaban de toda clase de raros y ostentosos plumajes de colores. Los pájaros formaban parte del paisaje. Los pueblos pertenecían al valle y las casas formaban parte del pueblo.

Degustaban aquella naturaleza abstracta que tanto les revelaba. Gracias a su amigo transitaban los límites entre lo real y lo imaginado.

J. era un líder espiritual que guiaba fantasmas y que transportaba la mente de todos ellos hacia su mundo de fantasía.





sábado, 13 de agosto de 2011

Familia de madera



En una calle estrecha cerca de la carretera había una finca. La puerta de entrada era muy alta y de hierro oxidado. Sus habitantes nunca salían de casa. Se imaginaba dentro muñecos de madera pintada con traje y corbata leyendo el periódico. Muñecas también de madera con vestidos rosas y cocineras de postres. Niños de madera jugando en el jardín alrededor de una piscina de plástico.

Y todos ellos encerrados e incógnitos. Esperando no ser descubiertos por nada ni nadie.

Una calurosa tarde de verano se acercó a curiosear. Saltaba intentado ver algo por encima de la valla. Su corta estatura le permitía ver solamente el tejado y alguna que otra ventana cerrada. Se acercó un poco más y pegó su oído derecho contra el seto. De repente un silbido, un repentino chasquido se produjo a escasos centímetros. El chico se asustó y se alejó de la valla. Eran los aspersores que se habían conectado de pronto. Seguramente un programa de regado diario. Una especie de contador de segundos que activaba un mecanismo de motores. El caso es que tan repentino había sido el golpe que su corazón había saltado y producido alteraciones en el resto del cuerpo. Le temblaban las piernas y sentía un calor interior extraño recorriendo sus entrañas. Una emoción embargaba todo su ser porque justamente en aquel instante le invitaron a merendar.

Se lo había ganado por excepcional.

Conoció a todos y cada uno de sus miembros. Se enamoraron todos de él. Comprendieron que acababan de conocer a un chico muy especial y diferente del resto. Compartieron los niños sus juguetes y prepararon entre todos un estupendo pastel de chocolate y fresa. Acariciaron su cuerpo y besaron sus mejillas las niñas.

Por la noche recitaron maravillosos versos. Sus preciosas rimas destacaban por ser las más profundas e insondables de la tierra. El chico emocionado levantaba los brazos y gesticulaba sin control. En uno de sus aspavientos derribó la cabeza del padre que cayó de golpe contra el suelo.

Rodaba su cabeza de madera por el suelo del salón.

Un silencio insoportable se produjo entonces. Nadie comentaba nada ni tampoco nadie preparaba pasteles. La cabeza del padre sonreía a pesar de todo. Muy asustado salió corriendo de la finca y regresó con su familia.


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Media hora después observaba las estrellas desde la ventana de su cuarto. Sus reflexiones giraban en torno al hecho de conocer un poco mejor a sus nuevos amigos. Había decidido volver y mudarse definitivamente. Traspasar el umbral y observar el jardín lleno de flores. Balancearse en sus hamacas de forja pintadas de blanco. Entrar en la casa y tumbarse en la cama de todos los miembros de aquella familia de madera que tanto se ocultaba del resto. Jugar en su desván rodeado de objetos curiosos y llenos de polvo. Trabajar y restaurar los cuerpos de sus amigos con esmalte de colores. Reparar sus gestos y conseguir hacer felices a todos sin excepción.

Y poder compartir sus experiencias con ellos.

Reconocerían el sentido de sus reflexiones y escucharían embelesados sus palabras. Rodeado de su compañía y de sus abrazos de madera expulsaría al resto de los mortales lejos de la casa.

De la finca que no saldría jamás.

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lunes, 8 de agosto de 2011

Bolitas de tela sujetadas con alambre



Le gustaba observar diminutas arañas sobre el techo del baño. Sus movimientos y trompicones a través del yeso. Su vida giraba en torno al foco de plástico. Una luz desgastada por el paso del tiempo y que no dejaba de brillar a pesar de todo.

Y las patitas de las arañas se movían de vez en cuando. Insignificantes animales no valían menos que nadie. Los seres humanos se habían convertido en personas. Las arañas posiblemente nunca dejaron de ser ellas mismas.

Bolitas de tela sujetadas con alambre.

Se dedicaban a tejer sus tramas que eran preciosas. Cada brillo, cada fragmento de sus despensas ondulaba inmerso en el aire. Y sus cuerpecitos temblaban como pelusas.





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lunes, 1 de agosto de 2011

Un fantasma en el armario



A veces es necesario un voto de confianza y una receptividad total a la hora de tener que escuchar las historias, por muy disparatadas que sean, de alguien que con el semblante atónito nos describe con pelos y señales. La necesidad de creer y participar activamente en su historia consigue elevar a unos pocos a la altura de los niños receptivos, tan escasos hoy en día.

Niños receptivos que respetan los descabezados enigmas de la mente humana. Creativos y en alerta constante que se refugian en la fantasía y en la ficción.

La historia que viene a continuación está repleta de componentes metafísicos imposibles de describir con palabras. Por eso mismo la redacción se limitará al hecho en sí mismo sin entrar en pequeños detalles.

Los elementos que aparecen se relacionan perfectamente con la realidad cotidiana de un niño de doce años y con el mundo que le rodea.




Llevaban todo el día dando tumbos por el pueblo. Acababan de merendar y se reunían todos en la plaza.

Todos excepto J.

No sospechaban las razones por la cuales su amigo no salía de casa. El caso es que siempre lo hacía pero a partir de las ocho de la tarde. Extraño horario de verano para un niño de doce años pero perfectamente asequible para un chico como J. Le conocían lo suficiente como para creer que había pasado el día entero jugando a la videoconsola y pintando figuritas de plomo.

Cuando acabaron de merendar, o casi, apareció J. con un pequeño bocadillo de lomo. Era su cena. Siempre la cena a las ocho y media. Una hora después se largaban sus amigos a cenar y J. se quedaba solo esperando y sentado en un banco.

Bocadillo de tortilla francesa. Bocadillo de tortilla de tomate. Bocadillo de jamón. Bocadillo de salchichas. Todos aparecían poco a poco con su bocadillo y se sentaban en el banco que había elegido J. para esperarles. Aquel día algo extraño pasaba por la mente de su amigo. No decía nada y su mirada parecía la de un zombi. De repente alguien le dijo:

- Oye J. Deberías tomar un poco el sol. Estas blanco como la tiza.

J. le miraba sin decir nada y esbozaba una forzada sonrisa.

- ¿Qué te pasa?

Le asediaba su amigo.

- Nada, es que esta noche no he pegado ojo.

Su comentario dejó estupefactos a todos. No era propio que ninguno de ellos sufriera insomnio. Se pasaban la mañana entera subiendo y bajando del monte y por la tarde se bañaban en el río. Luego por la noche charlaban hasta las doce y caían como troncos en la cama.

- ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no puedes dormir?

- Aparece un fantasma en mi habitación.

Se produjo un silencio atronador. Lo curioso es que ninguno de ellos hizo ningún comentario de burla al respecto.

La historia era que por la noche, cuando J. se iba a dormir aparecía un fantasma de doce años dentro de su armario. Su rostro era azul y se ocultaba entre las sombras de aquel agujero. J. tenía montada una habitación en el ático de la casa. Por la noche la única luz que iluminaba la estancia era una mísera bombilla y cuando se apagaba, un pequeño resplandor se colaba por la ventana del tejado. El armario era un pequeño agujero cortado en una pared falsa de madera. La casa era nueva y prefabricada y los materiales eran ligeros como una pluma.

Rodeado de oscuridad y de posibles elementos reflectantes aparecía el fantasma.

- ¿Y cómo es? ¿Habla contigo?

- No dice nada. Se limita a observar con los ojos muy abiertos. Luego desaparece.

Mientras hablaba su tono de piel se tornaba mucho más blanco. Sus ojos brillaban y su voz temblaba con vibrato extraño.

- En serio. No me deja pegar ojo. Cuando desaparece del armario, entonces, aparece en mis pesadillas.

- ¿Y quién crees que puede ser?

- No tengo ni idea, yo sólo quiero que me deje en paz.

Esa noche todos ellos se fueron pensando en la historia de su amigo J. Estuvieron pendientes de él hasta que un día les dijo que había desaparecido para siempre. Que ya no le molestaba.


jueves, 28 de julio de 2011

Piojos



Todos se merecen un escarmiento. Seguro es que no sirva para nada. Sin embargo, la venganza es propia del ser humano. El enfrentamiento surge y a partir de entonces se produce algo inevitable que forma parte de la vida.

El movimiento necesario y acción que demandan los seres vivos del mundo se traduce en armonía y evolución.

Armonía que a continuación se precisa necesaria enumerar en los actos de unos adolescentes anónimos. Extraño movimiento que determina a los seres humanos y los muestra receptivos a su propia realidad.

Y como parásitos autónomos e inconscientes del mundo que sustentan se consideran los protagonistas de la historia que viene a continuación.




Llevaba despreciando su forma de ser todo el curso. Le miraba con desdén y por encima del hombro. No entendía cuáles eran sus razones pero por alguna de ellas no paraba de fastidiarle. Capitán y mediocre formaba parte de la masa homogénea del mundo.

Y se sentaba en clase delante de la mediocridad personificada.

Delante de una cabecita grasienta y de uniforme ajado. Similar a ella era la de él. No obstante albergaba su capitán una parte mecánica de defensa horrible. No tenía nada que ver con el resto y parecía estar en contra del mundo y a favor de la autoridad.

Giraba el cuello y le observaba ocultando sus preciosos apuntes. Al chico de pelo grasiento le daba lo mismo. Tampoco quería estudiar y lo que dijeran el profesor y su compañero le resbalaba. El colegio y las asignaturas le daban lo mismo. Estaba allí por alguna razón y sentido que desconocía. Se dedicaba a recuperar las asignaturas en verano con ayuda de sus padres y hermanas.

Y al final siempre acababa superando el curso.

El caso es que su compañero y capitán no dejaba de importunarle. Le aseguraba que por su culpa y por no haber hecho los deberes su equipo había perdido cinco barras.

Las barras eran puntos que se sumaban a cada equipo cada vez que el profesor consideraba por méritos oportuno entregar. Eran la baza necesaria para que si el profesor no ejercía suficiente presión sobre los alumnos, fuesen los propios alumnos los que la ejercieran contra ellos mismos.

Al chico de pelo grasiento las barras le traían sin cuidado. Y no se consideraba un pasota. La cosa era que no encajaba con un sistema tan obsoleto como aquel. Tampoco tenía conciencia de equipo. Un sórdido individualismo caracterizaba su forma de ser. Trasladaba su fantasía el resto de material fuera de su cerebro. Un impulso de supervivencia necesario era lo que le hacía comportarse así.

Y su compañero parecía tenerle envidia. No soportaba su parsimonia y belleza de movimientos. Hacía todo lo posible por fastidiarle y cuando se juntaba con su equipo le dejaba al margen. Acción que el chico de pelo grasiento paladeaba y aprovechaba para juntarse con algún que otro despistado de clase.

Y aquello reventaba a su pobre capitán.

Era su compañero una víctima inocente de aquel sistema de valoración. Lo eran todos incluido él, sin embargo, había algunos que se adaptaban tan preciosamente que daban asco.

Pensaba en todo aquello el chico de pelo grasiento mientras observaba la nuca de su compañero en clase. Llevaba un corte de pelo preciso y su cabello era muy fino y rubio. Su cabeza era redonda como una canica y parecía contener mucho peso.

Por una extraña razón que desconocía empezaba a deplorar a su compañero. Ya no sentía la menor lástima por él. Era otra cosa.

Puede que envidia.

Se rascaba la cabeza con fuerza. La grasa de su pelo lubricaba un montón de piojos que su madre había intentado erradicar sin éxito. De repente uno de ellos se precipitó pataleando sobre su libro de texto. Sin pensarlo un instante lo agarró y depositó en la cabeza de su compañero y capitán.

No conocía exactamente las razones de su conducta nociva. Un impulso irremediable había conseguido ser sustituido por una venganza injustificada. Acababa de comulgar con su compañero sin que éste fuera consciente.

Y le había contagiado piojos, o al menos eso le preocupaba.


viernes, 22 de julio de 2011

Viaje de ensueño



Cuando se acordaba compraba el billete con antelación. No le gustaba viajar en los asientos traseros del autobús por un hecho geométrico simple.

Se mareaba.

El caso es que por primera vez había conseguido el asiento perfecto. Seguramente había arrebatado la plaza de algún pobre anciano desvalido. Cargaba con esa horrible y ligera sensación en su maleta llena de horribles sensaciones. Tenía una ventana a su derecha y de frente la del conductor.

Desde allí lo controlaba todo.

Salieron de B. Con destino a P. Los pasajeros hablaban entre ellos muy animados y se acomodaban en sus asientos. El sol de mediodía iluminaba el interior del bus y calentaba las cortinas de tela.

Se desplazaban en línea recta y por autovía. Sonaba muy baja la radio del conductor y empezaba a declinar el sol. Cerró los ojos y apoyó su grasienta nuca en el respaldo de su asiento. Los sueños se repetían e interrumpían de improviso. Algunos le provocaban dolores de cabeza que solucionaba cambiando de postura.

De todas sus conciliaciones la tercera resultó ser la más larga y reparadora.

Tuvieron que pasar unos pocos segundos para que fuese consciente de su situación. Los colores amarillos del sol habían combinado y cargado de matices las sombras de la carretera. Bañaban de forma paralela sus rayos y reflejaban una pantalla plana de luz.

Moteados grises se repartían a lo largo y ancho de su campo de visión. Y reinaba el silencio. Un silencio maravilloso.

A lo lejos divisó un grupo de montañas. El detalle sumo y aterciopelado de las primeras se le antojaba transitable. La mezcla con el cielo de las más lejanas formaba parte del fondo. Y el decorado empezaba a fundirse en unos tonos de cambios sutiles e imprecisos.

Las nubes amarillas y naranjas iluminadas por el sol del atardecer se degradaban perfectamente con el cielo turquesa. Segundos más tarde nubes grises como cerebros se despedían con un desfile de colores violeta cada vez más oscuros.

Sus ojos reflejaban cansados su naturaleza insoportable. La forma de ser de todo cuanto desconocía. Y era por ello que cada día se desprendía más y más de su testigo de ser consciente. Ignorante y bruto no apreciaba lo verdaderamente privilegiado que era. Y acompañado de todos ellos, pobladores inmemoriales del mundo conocido, plantas y animales rodeaban su asiento.

Enmarcados de oscuridad y de color verde le dijeron:


Las jornadas sucedieron en la mente de algunos locos que llamados a ser cuerdos fueron iluminados por linternas. Focos que iluminaron un cielo plagado de estrellas buscando respuestas.

Las sensaciones se producen incontrolables pero no te preocupes. Suceden las jornadas a pesar de todo.

Piensa en ello.



Y a partir de entonces su presente más inmediato se le apareció revelador.



martes, 19 de julio de 2011

Txomin



Se sentaban todos en el suelo de la plaza del pueblo. El cemento estaba todavía caliente y sentía como pequeños puntos de gravilla se clavaban en las palmas de sus manos. Quedaban menos de veinticuatro horas para que comenzaran las fiestas. Y desbordaban de alegría todos y cada uno de ellos. Los chavales comían pipas de girasol y otros fumaban cigarrillos. Las chavalas se desgarraban los carrillos de ansiedad y torcían el gesto de forma horrible.

Y empezaba a sentir nauseas.

Su estomago daba vueltas sin control y sus intestinos se encogían formando una bola diminuta pensando en los días venideros. Su pelo grasiento se pegaba en su cara blanca de pavo. Sus ojos, de la misma forma que sus pómulos, destacaban en protuberancia si lo mirabas de perfil. Su espalda encorvada y hombros caídos parecían los de un pollo asustado.

Y a pesar de todo ello su alma se regocijaba pensando en las fiestas. Y en los bailes nocturnos. Y en varias generaciones de chicos y chicas moviendo el cucu al ritmo de la música. Y en los vasos de tubo llenos de cerveza y los combinados oscuros como su propia mirada, oscura, pensando en todo ello.

De repente apareció Txomin.

Todo el mundo le conocía bajo el nombre de Txomin pero realmente ese no era su nombre. Nadie conocía su verdadero nombre. Era el encargado de la sociedad. Llevaba todo el día transportando cajas llenas de botellas y organizando la barra del bar. Parecía un tipo auténtico a pesar de todos sus defectos. Estaba sudado y su pelo sucio ondulaba alrededor de un cráneo acompañado de movimientos y espasmos del resto del cuerpo. Su cara era la de un loco. Sus pintas las de un colgado. Era inteligente y un adicto al café. Siempre llevaba camisetas de algodón blancas de propaganda.

Y en sus ojeras se adivinaban historias alucinantes y poderosas enemigas de la indiferencia.

Miraba esta vez a los chicos. Observaba con todo detalle la parsimonia de aquellos seres que habitaban el pueblo. Se llevaba bien con el chico de las nauseas. Si, se llevaba bastante bien con aquel pollo asustado. El caso es que les miraba frunciendo el ceño y tosiendo su desgastado cerebro.

- ¿Alguno de vosotros bebe ron?

Unos poco asintieron con un leve gesto de cabeza, incluido el pavo.

- ¿Queréis probar un ron de verdad? Es de importación. Jamaicano.

Antes de que ninguno de ellos dijera nada subió corriendo las escaleras y bajó de nuevo con una botella entre las manos.

- ¿Quién quiere echar un trago?

Se levantaron algunos y el pavo se acercó desconfiado hacia la botella. Txomin no dejaba que nadie le tocara. Se subió a un banco y desde allí, desde lo alto se puso a escanciar el ron sobre los gaznates de aquellos sedientos jóvenes. El sol, escondido detrás de las casas calentaba a pesar de todo. Era una de las últimas tardes de verano cálidas. Los gallardetes ondulaban de colores el cielo y en el aire se respiraban alegría y alboroto.

Y se sentía feliz rodeado de aquellos seres tan extraños y a la vez tan humanos.


domingo, 3 de julio de 2011

Detalles curiosos



Llevaba todo el día encerrado en casa. Su mente especialmente sensible le indicaba direcciones concretas y desorbitadas. Lo imaginaba todo mucho más que de costumbre. Tenía que subir al desván y bajar un par de maletas de viaje. Cuando ya no soportaba más la luz de su propia habitación salió de casa y llamó al ascensor. Estaba ocupado y no le apetecía esperar. Subió las escaleras muy despacio y encendió la luz.

Era curioso. El rellano del tercer piso estaba decorado de la misma forma.

Las paredes de cemento pintadas de color crema. Los felpudos de formas geométricas. Los rodapiés de mármol negro. Las dos puertas de madera barnizadas. Y en el centro una lámina enmarcada. El motivo del cuadro era el mismo. Un enorme barco de guerra surcando el mar. Estaba pintado en acuarela y con sumo detalle. El marco era de madera de pino también barnizado. Las puertas, aunque muy parecidas, se diferenciaban en pocos detalles. En la suya estaba insertada una imagen de la virgen y en ésta simplemente una placa con dos apellidos. El timbre era de plástico y llevaba impreso el dibujo de una campana. Sin embargo no era la misma campana. La suya era bastante más sencilla y esquemática. La bombilla que iluminaba la estancia era de un tono diferente. La del tercer piso era mucho más luminosa y helada. Los olores también eran de otro tipo y en el aire parecían respirarse unas especies completamente extrañas.

Llevaba tiempo observando su rellano y le parecía increíble que pudiera existir algo tan parecido y a la vez tan distinto. Sus ojos reconocían cada detalle y encontraba marcas que desconcertaban sus sentidos.

De repente escuchó el sonido de una cerradura. Rápidamente subió las escaleras y se ocultó entre las sombras. Alguien silbaba y entonaba una repetitiva canción. Era su vecino del tercero. Esperó a que se marchara en silencio y sentado. Un minuto más tarde se levantó y se dio la vuelta. Subió las escaleras muy despacio y encendió la luz.

Era curioso. El rellano del cuarto piso estaba decorado de la misma forma.


martes, 28 de junio de 2011

Ropa de invierno



Se terminaba el verano y empezaba de nuevo el otoño. Cerraban las piscinas públicas y se acababan las fiestas de los pueblos. Todos regresaban a sus casas cansados y un poco más viejos. Los días empezaban a ser más cortos y más fríos. Había sido uno de los veranos más aburridos de su vida. Paladeaba cada segundo de aquellas interminables jornadas y reflexionaba acerca de lo mucho que significaban para él. Ahora lo que tenía que hacer estaba claro.

Volver a empezar.

Intentar vivir cada día como si no existiera el mañana y poder brindar por el amor. Andar por la calle observando el trasiego inmutable de todos y cada uno de los seres que tanto amaba. Y sentir el odio inevitable del que también formaba parte sin excepción.

Estaba nervioso y su corazón latía con fuerza.

Acababan de abandonarle unos amigos en coche. Le habían dejado en un paso de peatones cerca de su casa. Los tilos plantados en la acera empezaban a perder sus hojas caducas. El viento agitaba sus ramas y vibraban sus hojas de color amarillo. Y algunas se posaban aisladas en medio de la carretera expuestas a ser arrolladas por los coches.

Coches que circulaban a toda velocidad.

Sacó las llaves y empujó con el hombro la puerta. Cogió el ascensor y se miró en el espejo. Levantaba las cejas y hacía muecas. Llegó al segundo piso y abrió la puerta de casa.

La casa estaba totalmente a oscuras.

Se tumbó en la cama mirando al techo. Estaba cansado y no podía dejar de pensar en lo mismo. Una imagen que no le dejaba dormir. Perversa, maravillosa imagen que le arrastraba hacía un abismo de cuentos infantiles.

Sentimientos puros que necesitaba compartir con alguien.

Se levantó y abrió su armario. En el fondo estaba toda la ropa de invierno que había guardado hecha una bola. Pensó que lo más prudente sería sacarla de nuevo. El olor que desprendían las prendas se mezclaba con el aire. En el interior de un jersey de lana descubrió un nido de polillas. De repente todas ellas revolotearon a su alrededor creando una nube de muerte.

Una nube inmensa que le dejaba ciego y le recordaba de pronto al verano.


viernes, 24 de junio de 2011

Unas piernas delgadas como palillos



Era verano por la tarde. Y se largaba porque ya no soportaba los cuchicheos de sus amigos.

Descendió a trompicones por un camino de piedras bastante grandes. Rodeó la iglesia y giró a la derecha hasta llegar al final del pueblo. Justo antes de la carretera general había un campo enorme lleno de malas hierbas y de tierra. Recordaba haber jugado al fútbol o corrido a lo largo y ancho de aquella extensión llena de cardos. No había nada que describiera mejor el aburrimiento que experimentaba en aquel preciso instante como ver brillar la hierba que crecía iluminada de forma oblicua entre la tierra y el barro.

Y el sonido de unos ladridos de perro a través del aire no ayudaba en absoluto.

De repente a lo lejos, en el azul celeste, observó un punto alargado atado a un hilo. Era una cometa surcando el cielo muy despacio, casi inmóvil. Se acercó corriendo y siguiendo el hilo que la sujetaba. Escondido entre la hierba y apoyado en un muro de hormigón estaba P.

- Hola P. ¡Vaya cometa más chula!

- Ya ves. Me la regaló mi tío.

- ¿Me dejas volarla un rato?

- No.

Por lo visto no había nada que hacer. Tampoco le importaba. Se sentó junto a él y se quedó mirando embobado la cometa.

Una cometa preciosa con forma y dibujo de un águila. Ascendería hasta llegar al espacio rodeada de estrellas. Entonces atrapada por el influjo de los astros tardaría en volver varios meses. Una capa protectora especial rodearía sus bordes de plástico transparente y la impulsaría hacia el abismo. Y entonces él, sujetado a un extremo del hilo se alejaría de todas y cada una de sus obligaciones de niño pequeño. La tierra no era nada más que una esfera llena de tierra. Empezaban los problemas físicos de la misma forma que empezaban las ganas de bajar de nuevo. Las manos se resentían por el peso del cuerpo de la cometa. Observaba el paisaje por última vez.

Sus ojos, brillaban sus pupilas como dos estrellas. ^^

- ¡No te la pienso dejar por mucho que esperes!

Estaba claro que su presencia ya empezaba a incomodar a P.

Se levantó y se marchó.

A su derecha los coches cruzaban a toda velocidad la carretera general. Le habían prohibido terminantemente salir del pueblo y arriesgarse a ser arrollado por una de aquellas moles de hierro. Acabarían con su corta vida de muchacho estúpido e imprudente.

Sus piernas temblaban con el giro que sobre sí mismo su cuerpo realizaba para darse la vuelta y largarse a cenar a casa un bocadillo.

Miraba sus piernas delgadas como palillos.

Sus piernas llenas de vida y de mugre.

viernes, 17 de junio de 2011

Shadow of the beast



Sus amigos no entendían que demonios le ocurría. No quería salir a la calle ni tampoco estar con nadie. Deambulaba por su casa como un fantasma. Cuando por fin se fueron sus hermanos subió las escaleras a toda velocidad y conectó la videoconsola. A su izquierda había una torre de videojuegos casi tan alta como el techo. Le costaba decidirse por uno en concreto. Finalmente se decantó por el más complejo y raro. Le emocionaba la música de aquel videojuego. La banda sonora se impregnaba en su cerebro y le proporcionaba una maravillosa sensación de bienestar.

Y entonces podía marcar el ritmo y el transcurso de la partida sin que nadie le molestara.

El videojuego destacaba por ser uno de los primeros que incorporaba el scroll; la sensación de velocidad relativa que distingue los planos de fondo y los primeros planos. Las posibilidades eran todas y muy limitadas. Caminaba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Mataba murciélagos y esquivaba piedras. Cuando la cosa empezaba a complicarse y los enemigos se multiplicaban acababa perdiendo la vida.

Y empezaba de nuevo.

Aquella música oscura, preciosa y llena de sensibilidad le recordaba a su jardín en invierno. Se producía entonces la alquimia de los inspirados japoneses recorriendo su cuerpo. Las partidas no duraban más de cinco minutos y se quedaba atascado todo el rato en el mismo sitio. No sabía qué hacer y no tenía a nadie que le ayudara.

Echaba de menos a sus hermanos y amigos.

Su precioso plan no había salido como esperaba. Su intención era pasar la tarde encerrado y jugando a la videoconsola. El problema era que simplemente llevaba media hora y ya se había aburrido.

Empezó de nuevo correr, esta vez dando saltos hacia delante. Había conseguido superar los obstáculos y podía continuar. Que maravillosa sensación le empujaba a recorrer aquellos desiertos. Eran la música y el personaje. Eran los colores de la pantalla, las montañas de formas extrañas y el suelo de hierba.

Y los ojos venosos que aparecían y desaparecían aleatoriamente.

La persiana se reflejaba en la pantalla de aquel precioso mueble llamado televisión. La luz de la bombilla se proyectaba sobre las paredes blancas de yeso. La increíble música, mística, alucinante y llena de matices del videojuego flotaba en el aire. La media luna y las nubes del fondo de la pantalla se desplazaban a gran velocidad. Las piedras y vallas de madera le remitían a valles solitarios en medio de la nada.

Rodeado de tierra plana y repetitiva.

La monotonía reinaba sobre todo y empezaba a sentirse triste y cansado. Recordaría los gráficos y los colores de aquel videojuego toda la vida. Morado en el centro y solitario personaje. Extraterrestres y melodías llenas de magia sobre oscuras catacumbas. Dragones con los brazos en alto y afiladas bocas llenas de dientes con alas. Hitos de piedra que albergan elixires y un descontextualizado zepelín surcando el cielo.

Los videojuegos le transportaban en un bucle hacia un mundo de meriendas y chucherías.

Se había dado cuenta de la experiencia más increíble de toda su vida. Había recorrido mundos que ni siquiera el más inspirado recorrería jamás.

Y sin embargo echaba de menos a sus hermanos y amigos.


domingo, 12 de junio de 2011

En el baño



Hay una forma de entender y de poder dar sentido a las formas de ser concretas de cada uno. Una entretenida retórica de nuestros recuerdos y primeros pasos. El descubrimiento del ombligo y el maravilloso hallazgo de una pestaña en el lavabo. Todos los materiales que rodean y forman parte de la vida. Las habitaciones de corcho y el suelo de goma. Las puertas de madera pintada y el suelo de baldosa helada.

Los recuerdos impregnados de sentido y que forman parte de la personalidad.




Salió de su cuarto y se encerró en el baño. Llevaba toda la vida observando la crema de afeitar de su padre. Destapaba el bote y se llenaba las manos de espuma. La suavidad y frescura que se impregnaba en las palmas y en el dorso de cada mano acababa desapareciendo. Amor al placer lo llamaban algunos. Concupiscencia lo llamaban otros. Que importaba si lo que realmente le proporcionaba era vicio y lo que le supondría en el futuro fueran unos pocos y perversos azotes en su conciencia.

Se había enganchado a la sensación por la cual se hacía cada vez más humano.

Otra cosa que sus sentidos más primarios demandaban era el fuego. Maravilloso y posiblemente uno de los elementos menos controlable que conocía. Simbólicamente en el futuro aparecería en contra de sus decisiones más racionales. También impulsaría sus acciones más estúpidas y concretas.

El destino se jactaba entonces de la genialidad de sus efectos en aquel chico.

El fuego, comparable a la acción de su trasiego por el mundo, supondría un efecto devastador y creativo, necesario para ambos. La cosa es que le alucinaba volcar el contenido de un bote de colonia a través de un pequeño dosificador y dibujar delgadas líneas en el suelo. Acto seguido acercaba una llama. Escribía su nombre y rodeaba sus coches de juguete. A veces también impregnaba sus ruedas y estampaba rectas y equidistantes líneas de fuego al más puro estilo Delorean que vuela y que viaja en el tiempo.

Sus ojos brillaban como dos estrellas.

También brillaban como dos estrellas los ojos de su hermano mayor cuando le mostraba la lata de mejillones que acababa de robar. Entonces se encerraban en el baño con un palillo y se iban comiendo uno por uno todos los mejillones.

Miraban en silencio su palillo hasta que ya no quedaba ni uno.

Y finalmente la bañera. Le bañaban una vez por semana hasta que sus manos se arrugaban como una pasa. Mientras su madre hacía la cena, su hermana mayor se encargaba de secar con una enorme y rasposa toalla blanca todo su cuerpo. Poco después sentados en el borde de la bañera ella le peinaba. Su pelo de niño era fino y de color marrón oscuro. Su cuero cabelludo muy blanco y sensible. Le peinaban con mucho cuidado la raya a un lado. Su cabeza inflada como un balón se resentía y empezaba a sentir calor. Calor que se mezclaba con el vapor del agua del baño. Entonces su hermana le preguntaba si le quería más a ella o a su madre. No sabía que contestar.

Era feliz con las dos y también lo era dentro del baño.


sábado, 4 de junio de 2011

Parapente



A finales de noviembre, en un día soleado, a eso de las once de la mañana se montaron en el coche para dirigirse directamente hasta el fuerte de S.C. Su amigo no paraba de contarle chistes malos mientras se remangaba las mangas de su camisa, le apuntaba con su nariz de pájaro e iluminaba con su cara roja. Siempre muy atento a su reacción, le miraba a los ojos buscando algún signo de complicidad. Entonces ambos se reían sin parar.

También se producían momentos de maravilloso silencio. Mientras uno de ellos conducía y el otro miraba el paisaje a través de la ventanilla.

Aparcaron el coche sobre una enorme explanada de tierra, salieron y estiraron las piernas. El viento soplaba muy fuerte y sus pelucas se doblaban descubriendo el cuero cabelludo. Su amigo andaba encorvado como un gremlin y seguía contando chistes.

- ¿A que no sabes por qué los peces no van a la escuela?

- No lo sé. Dímelo tú.

- Porque se les mojan los cuadernos.

- ¡Qué rabia! Hace años se podía entrar. Ahora está cerrado y sólo se puede pasear por los alrededores.

- No pasa nada, vamos a dar un paseo – dijo su amigo.


Subieron hasta un pequeño y elevado montículo, tocaron una extraña y herrumbrosa cruz de hierro y se dieron la vuelta.

Mientras andaban su pelo fino se fundía con el aire que soplaba.

Observaron el coche a lo lejos. Plantado en medio de aquella llanura el coche parecía mucho más pequeño de lo que era. Realmente no conocían su verdadero tamaño ni tampoco las reglas por las cuales se medía el mundo.

Se consideraban hormigas en un mundo de gigantes.

De repente a lo lejos divisaron cuatro personitas. Uno de ellos, separado del resto, iba enganchado a un parapente. La tela era de color rojo, naranja, amarillo y verde. A pesar de su empeño y temeridad no parecía conseguir despegar del suelo y su parapente se inflaba y desinflaba continuamente.

Se marcharon y se quedaron sin poder comprobar si lo que había conseguido por fin era volar.

miércoles, 1 de junio de 2011

Los columpios de hierro



Maravilloso espacio de hierba que soportaba columpios de hierro. Barras huecas pintadas de colores brillantes. Sus manos llenas de mugre se deslizaban por aquellos columpios. El óxido mezclado con el sudor de las manos apestaba y se cargaban las rodillas. Seis modelos distintos pintados de colores distintos.

Los botes. Balancines de hierro pintados de rojo. Asidero circular y pulido. Su base cilíndrica se clavaba en el barro mojado cada vez que éstos chocaban contra el suelo. Se producía un agujero cada vez más profundo. Servía para aplastar piedras, pétalos y lagartijas.

El caballito. Extraño chasis de hierro pintado de verde. Su balanceo constante surcaba el aire del verano. Peligroso e individualista, el caballito se llevaba consigo malos humos y los expulsaba hacia el exterior. Compañero de los balancines y enemigo del tobogán.

Balancines sin nombre. Los más solicitados del complejo. Gruesas cadenas que atrapaban trozos de palma e impregnaban olores. El suelo de tierra seca en verano a través del aire y en las suelas de sus cangrejeras azules. Briznas de hierba manchadas de polvo de color verde. Sin dejar de ser gemelos se diferenciaban en un pequeño detalle en forma de un par de aros de hierro muy pulido.

La barca. Jaula de hierro pintada de rojo. Comedor del colegio del campamento de ninguno de aquellos lugares. Espacio de libertad y deriva infantil. No se acordaban de casi nada. Allí se gestaban la conciencia y capacidad adulta para reflexionar.

El tobogán. Curvilíneo de hierro pintado de amarillo. Extraño plátano que servía de rampa y contrario a las leyes de la gravedad. Debajo de sus peldaños se contaban secretos. A diferencia del chasis, el tobogán, madre de todos ellos, no hacía distinciones. Amaba al caballito. Bajo su falda albergaba los secretos de todos ellos y ponía en funcionamiento artimañas de reconciliación. Protectora implacable.

Y finalmente el tren. Vehículo de hierro pintado de granate, verde y azul. Máquina del tiempo y tren de vapor gratuito. Se podían largar cuando quisieran. El maravilloso tren les llevaría a donde fuera. Sus campanadas se escuchaban a través de todo el valle. Niños de todo el mundo adornaban sus barreras con flores de colores pastel.

No se sentían atrapados rodeados aquellas formas tan nobles. Se quedaban allí toda la tarde hasta que se hacía de noche. A veces incluso volvían después de cenar y se sentaban sobre la hierba.

Entonces observaban las estrellas y la luna y los columpios.

Su forma de ser de hierro se comunicaba entonces. Eran muy conscientes de que acabarían convertidos en chatarra. Le dijeron esta redacción, las palabras justas que debía incluir.

Se despidieron con un beso frío, de hierro pero maravilloso.


lunes, 30 de mayo de 2011

Adolescentes unidos



Todas las ciudades del mundo cuentan con parques y plazas similares. Durante el día se infestan de niños escalando redes y pisando suelo de goma granate. Extraños volúmenes de platillo volante que giran en un ciclo infinito de líneas y elipses. Cada molde forma parte de un diseño determinado. Los castillos de madera pintada y elevados majestuosamente en medio de la plaza. Los puentes colgantes que se balancean sobre cuerdas de plástico y tela rasposa. Los colores plateados y rosas, color barniz y rojo laqueado que reflejan siluetas distorsionadas de coches aerodinámicos. Se respira sobreprotección y excesivos miedos a brechas. Los niños rodean el complejo de cuerdas y de formas preescolares para separarse de sus padres. Las miradas de ambos se cruzan y atraviesan los castillos de juguete. Las motos y saltamontes de muelle se balancean solitarios mientras todos los niños han desaparecido.

Es la hora de cenar.

Ahora el parque lo ocupan los adolescentes. Dentro del castillo se besan y fuman cigarros. Se dedican horas enteras a charlar. En su pequeño refugio celebran la gloriosa idea que llevó a aquel diseñador anónimo a construir semejante caseta. Les han vuelto a dejar a solas. Ella le mira a los ojos e intenta descubrir porque le gustan tanto. Su mirada perversa se estrella contra la mirada embobada del chico. Se acercan muy poco a poco y cuando sus labios se juntan ya no se separan. El primer beso se prolonga aproximadamente una hora. Las comisuras se llenan de babas y se resiente la punta de la nariz. Afuera está de noche y el cielo está nublado. Se escuchan pequeñas y finas gotas de lluvia estrellándose contra el tejado del castillo. Los adolescentes se abrazan y luego se marchan. Abandonan el suelo de goma roja para siempre.

Al día siguiente los niños vuelven con sus padres al complejo de la diversión obligada. Bajo la mirada que atenta contra su diversión real se constipan y contagian piojos. Los columpios de madera y suelo de goma salen por la televisión. Se derriten bajo el sol abrasador del verano y se congelan y se rompen en invierno. No se produce en ellos la posibilidad de que ocurra nada. Sólo queda exceptuar las noches y sus moradores nocturnos.

¡Adolescentes uníos! ¡Reivindicad vuestro espacio de ocio! ¡Dejad para los más pequeños los columpios de hierro!


martes, 24 de mayo de 2011

Revista porno



La portada les había hipnotizado. Reunieron unas cuantas monedas y se sortearon quién de ellos iba a entrar y comprar la revista. Lo único que hacía falta era un poco de naturalidad. Entró en la tienda con cara de cordero degollado y dijo en voz baja:

- Hola. ¿Me puedes dar esa revista?

- ¿Cuál?

- No, esa no. La de la derecha.

- ¡Ah! ¡Vale!


La tendera fijó sus ojos en los del chico y al comprobar la palidez de su rostro los apartó rápidamente. La transacción monetaria y entrega de la revista se completaron ambas en riguroso silencio. Afuera estaba su amigo mirando embobado las nubes mientras se estiraba la picha por encima del pantalón.

- ¿La has comprado?

- Sí. Vámonos.


Y se largaron muy contentos hacia el descampado más cercano.

sábado, 14 de mayo de 2011

Los sueños de un esqueleto



Tened muy presente que las cosas no ocurren sin más. El transcurso del universo desconocido por algunos y conocido sólo por unos pocos gira a gran velocidad. La tierra y los seres humanos, los astros y los fenómenos naturales se mueven y desencadenan preciosos bloques inmersos en un volumen infinito de cambios. El cerebro interpreta estos cambios y descubre en ellos cosas maravillosas. Los ojos son los receptores, los encargados de transmitir información al resto del cuerpo. Los globos aculares giran e intentan desprenderse de los cables y tendones que le abrazan.

Impulsos eléctricos cruzados de sangre y oxigeno que desprenden olores a microbio y gelatina.

La reacción del cuerpo es estar siempre alerta. Ondulaciones de carne y pequeños alientos de gigante representan el dibujo de éste fenómeno retórico.

Y cuando todo parece que vuelve a empezar ni siquiera ha terminado de ser jamás.

Es extraño que nunca se estudien los imanes y potencias que rodean los sentidos más primarios del ser humano. Debería ser obligatorio investigar en la escuela y desde el principio cuáles son las causas que prometen la sensación de movimiento. Y que sin más ocurren cuando no hay datos nuevos que aportar. Parece sentada la base de la ciencia, necesaria tabula rasa continua que produce resultados a nivel práctico. Sin embargo, es necesaria también una forma del cuerpo y explicación de lo aditivo que reflejan los colores sobre el fondo negro lateral del cerebro.

Es recomendable empezar por la investigación de un caso de epistemología ocular y trascendencia cotidiana conjunta cualquiera. Luego el mismo caso puede ser aplicable de universalidad a cualquier otro caso similar.




Sujeto nº1


Estaba cansado y le zumbaban los oídos. No hacía deporte ni tampoco se divertía. Se sentaba en su cuarto y cambiaba el mundo. Lo transformaba cada día sin importarle cuáles eran las consecuencias de sus actos. No hacía nada por los demás y esto lo único que generaba era un descuido total y absoluto de su persona. No parecía desaliñado. Su pelo brillante destilaba aceite y rechazaba cualquier idea formada fuera de las fronteras de su cerebro. Estaba obcecado y no podía hacer nada por cambiar, al menos rodeado de aquellas cuatro paredes de hormigón. Lo que debía hacer lo sabía muy bien.

Salir de allí.

Debería haber pasado el día fuera, en la calle y rodeado de sus seres queridos. Lo que debería haber hecho es mirar al sol de frente con los ojos bien abiertos y conseguir por fin olvidarse de sí mismo y de sus malditas recepciones. Pero no. Allí estaba, mirando con cara de idiota la pantalla de su ordenador personal y modificando su perfil. ¿Que importaba a nadie si se llamaba pan, molde hecho a tu medida o cualquier otra cosa por el estilo? ¿Su pelo era negro o marrón oscuro? ¿Que importaba si su pelo era fino o grueso?

Tenía las manos heladas y el cerebro se le hinchaba como una bolsa segundos antes de hacer el vacío. De repente apareció una polilla y al segundo desapareció. ¿Se estaba volviendo loco o es que por fin había entendido algo sobre las alucinaciones? Seguramente era su imaginación que siempre le jugaba malas pasadas.

Se lavó las manos y los dientes, apagó la luz de su cuarto y se metió en la cama.

De nuevo y de otra forma apareció la polilla. Esta vez estaba compuesta de luz. Una luz amarilla muy luminosa. Le había rodeado el cráneo y parecía haberse escondido detrás de su oreja derecha. Sentía un temblor en el resto del cuerpo mientras la polilla de luz desaparecía y se introducía en su carne. Cuando por fin se quedó dormido el anillo interior de su delgada silueta se empezó a elevar hacia el techo. Mientras, su corteza exterior respiraba y abrazaba su almohada. Ahora todo le preocupaba y apretaba los dientes como un esqueleto en plena batalla. Su espada se lanzaba hacia todos y cada uno de sus enemigos y su armadura le inmovilizaba hasta que se despertaba por la mañana.

Entonces se sentía de nuevo hecho de carne. Las polillas marrones bombilla no aparecerían hasta bien entrada la tarde. Las luminosas y amarillas cuando el fondo negro de su habitación lo permitía.

Y los sueños convertido en esqueleto… No sabía ni cuándo ni cómo hacerlos desparecer.


martes, 3 de mayo de 2011

¿Tienes un cleenex?



Se acababa de sacar el carnet de conducir. Sus padres le habían dejado el coche y planearon un par de días lejos y perdidos en el monte. No sabían adonde ir. Tampoco les importaba. Introdujeron todo lo necesario en el maletero, comida, bebida y una ridícula tienda de campaña. Se marcharon de casa a mediodía. Cuando llevaban casi tres horas de viaje decidieron que aquel era el lugar donde pasarían la noche. Bajaron del coche y se pusieron a andar por el monte. Lucía el sol y de vez en cuando pequeñas nubes grises cruzaban el cielo descargando finas gotas de lluvia. Esperaban que la cosa no se complicara y poder disfrutar del buen tiempo. A cada paso el cielo se cubría de más nubes negras y plomizas. Se asustaron y pensaron en volver. No les quedaba otra. Habían decidido continuar y disfrutar de su excursión a toda costa. De vez en cuando el sol aparecía entre las nubes y les brindaba con nuevas y esperanzadoras promesas. Estaban cansados y se hacía tarde. Dejaron sus mochilas en el suelo y empezaron a investigar por los alrededores.

- ¿Acampamos aquí mismo? –dijo ella.

- Vale. –contestó él.


Discutieron y por fin terminaron de montar la tienda.


- Seguro que llueve por la noche. –dijo él.

- No lo creo. –contestó ella.


Cerca del espacio de hierba que habían elegido para montar su tienda había una casa. Era toda de madera y estaba rodeada por una valla pintada de blanco. No parecía haber nadie en su interior y las persianas estaban todas bajadas.


- Una casa muy bonita ¿No crees? –dijo ella.

- Está bien. – contestó él.


Las repisas estaban repletas de macetas con flores. Alrededor había toda clase de árboles frutales. Se imaginaban una pareja feliz en su interior. Hombre con barba y mujer voluptuosa. Ambos fuertes y seguros de sí mismos. El hombre de barbas había construido la cabaña para su amorcito. Amor a primera vista. Se conocieron en su pueblo cuando los dos eran niños. Siempre la había amado y cuando cumplieron la mayoría de edad se casaron. Entonces fue cuando construyó su nidito de amor. Hijos no tenían. Habían decidido expresar su amor sin reservas el uno con el otro. Al atardecer el hombre de barbas cortaba la leña recogida en los alrededores mientras su amada y adorada preparaba la cena. Las noches de invierno encendían la chimenea. Después de cenar se quedaban dormidos y abrazados junto al fuego. Por la mañana madrugaban y ambos se dedicaban a sus tareas. Entonces no se hablaban. Se respetaban mutuamente y no influían durante tres horas más o menos el uno sobre el otro. Así el hombre se podía dedicar a tareas más elevadas mientras su mujer se embellecía cada vez más, peinándose y perfumando sus vestidos de tela y seda. Aquellas barbas unidas a las caderas de aquel cuerpo se paseaban como fantasmas por aquella casa de madera formando una bola de caramelo de fresa y nata.

La felicidad y dulzura de aquella casa les importaba un pimiento y juntos se pusieron a buscar leña para preparar su propia hoguera. No había nada que hacer. La leña estaba húmeda y no consiguieron generar ni una pequeña llama. Necesitaban tiempo para que la leña se secara pero ya se había hecho de noche. Exhaustos y frustrados abandonaron su empresa y se recogieron dentro de la tienda de campaña.

Extendieron los sacos de dormir y encendieron sus linternas.

- ¿Qué te pasa? Pareces enfadada. –dijo él

- No me pasa nada, simplemente estoy cansada. –contestó ella.


El chico la besó. Sus besos eran fríos como el hielo. Los ojos de ambos miraban a un punto fijo iluminado por la linterna que empezaba a parpadear y a perder intensidad. Se abrazaron y acariciaron durante un rato. Muy poco a poco se generaban momentos tiernos que se esfumaban de repente. Estaban incómodos. Hacían lo posible por mantener aquella posición. No había nada que hacer.

- ¿Tienes un cleenex? –dijo ella.

- Creo que hay un paquete en la mochila. –contestó él.


Se dieron la espalda y se quedaron dormidos. Por la mañana plegaron la tienda de campaña y se largaron de allí pitando. El viaje de vuelta lo pasaron sin hablar en todo el trayecto. Cuando llegaron a casa se despidieron sin decir nada. Al rato el chico recibió una llamada.

- Hola, ¿pasa algo? – dijo él.

- Nada, simplemente quería hablar. –contestó ella.

- ¿De qué quieres hablar? – Dijo él.

- De nada. –Contestó ella.



miércoles, 27 de abril de 2011

Momentos de sumo placer y cariño



Habían decidido ir a la playa. No le gustaba especialmente tomar el sol ni tampoco tumbarse en la arena. Tampoco tenía nada mejor que hacer y aceptó. Sus amigos disfrutaban bajo el sol de verano y parecían sentirse protegidos. Sin embargo su piel era fina y muy blanca. Tenía complejos muy serios acerca de lo que pudiera pensar la gente de él. Parecía débil y cansado y sus piernas eran como dos palillos sujetando el resto de un cuerpo hecho de madera de balsa. Tampoco contaba con unas flamantes gafas de sol. Frunciendo el ceño su mirada se dirigía cansada a la de los demás y daba la sensación de estar siempre enfadado. Cuantas cosas odiaba del verano y de la playa pero ya no podía echarse atrás.

Se dirigían irremediablemente hacia la costa de H.

Cuando llegaron lo primero que hicieron fue reservar un espacio para colocar su tienda de campaña. Los franceses de aquella zona le caían bien. Eran muy discretos y silenciosos y se dedicaban exclusivamente a lo suyo. Aparcaron su coche en el espacio indicado y montaron su tienda de campaña. Cuando terminaron de instalarse hicieron la comida y se fueron directamente a la playa.

La arena crujía bajo sus pies y el sol atacaba implacablemente su piel. El viento le degradaba poco a poco y apretaba sus costillas. Nada más extender la toalla el chico empezó a embadurnarse de crema. Se extendía litros y aparentaba ser mucho más blanco de lo que realmente era. Parecía una especie de cadáver fluorescente. Los barcos en la lejanía le indicaban posibles direcciones y todo parecía formar parte de un decorado. Sus amigos se adaptaban perfectamente al entorno. El chico les acompañaba y arrastraba los pies como un muerto. Se bañaba en el mar y se tumbaba en la arena. Luego hacía lo mismo pero al revés. Llevaba un libro de bolsillo que había comprado de segunda mano. Le encantaba la novela decimonónica y había decidido llevar un ejemplar para leer en sus ratos libres. Pero aquel insistente sol y la sensación de ahogo que le producían los espacios abiertos se lo impedían.

No podía leer ni una sola línea.

Cuando el sol hubo descendido lo suficiente como para poder pensar con claridad, se levantaron y pasearon un rato por la orilla. Cuando regresaron a sus toallas se sentaron y esperaron a que llegara el momento de largarse de nuevo al camping.



Después de cenar una ensalada y un plato de arroz con verduras se pusieron a charlar. Habían decidido volver a la playa de noche. Ésta idea le convencía mucho más que cualquier otra. Le encantaban las noches de verano breves y cálidas.

Sin pensarlo un instante se dirigieron de nuevo a la playa.

La luna llena presidía el entorno que iluminado por una luz blanca alucinaba. La luminosidad era tal que proyectaba sombras sobre la arena. Se sentaron y observaron a su alrededor. La gente se reunía por las noches en la playa y era obvio. El reflejo atractivo de una esfera que trastorna la voluntad de los locos no tiene comparación con el astro que revela excesiva información. Nadie necesitaba que le recordaran las medidas por las cuales se rige su existencia. Preferían olvidarse de todo aquello por unos instantes de placer. Los astros acompañaban la coreografía de chispas aleatorias reflejadas en el mar. Empezaban a sentirse bien los unos con los otros. Se gestaba una amistad efímera compuesta de instantes de suma bondad. Sólo les hacía falta elevarse unos cuantos milímetros por encima de la arena. Sin dejar huella se levantaron y empezaron a saltar su reconocida sombra torcida. Las siluetas de todos ellos destacaban sobre las estrellas que se fundían a lo lejos en luminosas hogueras.

Así pasaron las horas, observando diminutos e intensos puntos de luz reflejados en sus ojos. Cada vez más agudos lo influjos de la luna se clavaban en sus brazos y en sus piernas a través de la carne. Su alma se escondía bajo los sobacos y desde su refugio gritaba exultantes palabras sin forma.

Se saludaron y se despidieron aquellos instantes. Caminaban por la orilla muy despacio. Se quitaron la ropa y se bañaron en el mar. El reflejo de la luna en la superficie del agua bailaba y se jactaba de ello. Acompañaban su teatro de movimientos alargados pequeñas gotas de agua que acariciaban sus cuerpos. Brillantes y serios como dos pescados se cogieron de la mano y corrieron en dirección contraria a la luna.

Eran momentos de sumo placer y cariño.

Nunca se habían visto desnudos y mucho menos en aquella situación. No les importaba y no había nada de lo que avergonzarse. Se secaron y se vistieron y volvieron de nuevo al camping.

Desagradecidos les consideraba la luna por largarse sin despedir.


martes, 19 de abril de 2011

La despensa



El lector puede imaginarse qué clase de experiencias originan los castigos. A veces necesarios, lo que finalmente producen son indiferencia. Pueden ser terriblemente nocivos e impulsar a todo tipo de contradicciones. Su efecto inmediato seduce a quienes los practican y su aplicación sin reservas produce monstruos. Aquellos seres que tanto aterrorizaron al planeta con sus grotescas maneras de ser y de actuar según sus impulsos generados por el castigo. Miradas enfermas que pretendieron ocultar aquello por lo cual fueron castigados y que por ello se convirtieron en extraños y despiadados.

El camino que se recorre a partir de una supuesta y forzada acción que impulsa al desprecio no tiene límites. Su producción y deriva puede afectar de manera divergente y conseguir solamente que algunos afectados se revelen. En cambio, algunos clásicos, sustituidos por la terrible amenaza (mucho más nociva y aplicada sin descanso hoy en día) pasan a formar parte de mi elenco de primeras historias. Mis favoritas por el simple hecho de haberse convertido en universales y por lo tanto susceptibles de ser aceptadas por el gran público.




No tenía ni idea de cómo había conseguido enfadarla tanto y en tan poco tiempo. Le agarró del brazo y con fuerza le arrastró hasta la despensa. Cuando quiso decir algo y defenderse de alguna forma la puerta se cerró en sus narices. Se había quedado sólo y completamente a oscuras. No veía nada y empezaba a sentir pánico. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Cuánto tiempo podría soportar sin empezar a llorar y sin empezar a gritar como un loco?

Una terrible ausencia de luz le cortaba la respiración. Solamente habían pasado unos segundos y ya no soportaba el peso de su cuerpo. Empezaba a desfallecer y pequeños haces de luz se le aparecían rodeados de una profunda oscuridad. Microscópicos seres vivos se dibujaban a su alrededor proyectando sobre él rayos láser de color rojo. Las chinches devoraban su ropa y le amenazaban las arañas que rodeaban sus piernas.

De repente a sus espaldas, justo detrás de sus rodillas, sintió un golpe. Había topado con un pequeño banco de madera que reconocía y que ya nadie utilizaba. Se sentó y se puso a mirar fijamente una diminuta rendija de luz que se colaba por debajo de la puerta. Esa era toda la información que necesitaba por el momento. Había conseguido centrar su atención en aquel diminuto punto de luz y con eso le bastaba. Una fuente de maravillosa y blanquecina nieve le había salvado. Seguramente intercedidos por alguien, aquellos lúmenes se le aparecían milagrosos. Su corazón latía con normalidad y empezaba a respirar sin dificultad.

La despensa estaba infestada de ratas. Se lo habían dicho todos y sin embargo no las temía. Sabía de sobra que aquellas roedoras temían mucho más al hombre que a cualquier otro animal.

Le aterrorizaban otro tipo de cosas.

Tenía verdadero miedo a ser juzgado y no soportaba los reproches. Por suerte, allí dentro nadie le molestaría. Se empezaba a sentir mucho mejor y sus pupilas se iban adaptando a la oscuridad. Cada vez procesaba más información y podía reconocer más cosas. Ahora no solamente veía la rendija de luz, también reconocía la puerta y parte del suelo de tierra. Miró hacia atrás y se sorprendió al comprobar formas. En la pared había un montón de estanterías colocadas en paralelo soportando cajas de cartón. También había colgadas cazuelas y sartenes de hierro. A su izquierda había un cesto lleno de patatas y otro lleno de frutos secos. Sin pensarlo un instante cogió un montón de avellanas y se las metió en el bolsillo. Al fin y al cabo no había resultado tan malo el castigo. Empezaba a sentirse mucho más relajado y apoyó la espalda en la pared. Le gustaba mucho el olor a fruta y a tierra que flotaba en el aire. Decidió que su lugar estaba allí junto con las ratas y las arañas. La oscuridad inundaba su cuerpo y reconfortaba su mente. De repente escuchó el sonido de la cerradura.

- Venga, ya puedes salir. Espero que hayas aprendido la lección.

- ¡Claro! – respondió tranquilamente y ciego de luz.


No entendían como después de haberle dejado sólo y encerrado durante casi una hora seguía sin mostrar ningún signo de arrepentimiento. Pensaron que quizás se trataba de un caso perdido.

Lo mejor de todo es que había aprendido a ver en la oscuridad, pero eso era algo que ellos no sabían.


miércoles, 13 de abril de 2011

Todas las frutas que había decidido recoger por amor



Aquí se cuenta la historia de un chico que hacía algunas cosas por impulsos. Su rostro enfermizo le dictaba acciones delante del espejo, le invitaba a trascender y le elevaba unos cuantos centímetros del suelo. Las personas que le rodeaban conocían perfectamente su punto débil. Era predecible como el resto, no se consideraba especial. Cuando sus ojos observaban su reflejo pretendían ser insondables. No había nada de eso en ellos. Eran ojos planos e inexpresivos. Tampoco había nada que hacer con su frente. Era protuberante y estúpida. El espejo ovalado y sucio de su cuarto de baño sólo hablaba de lo que veía, de nada más. Sus pasos eran los pasos de un muerto. No se desplazaba ni siquiera unos metros. Había aprendido a echar a volar su imaginación todos los días. Sus conocimientos acerca de su realidad más inmediata pasaban una crisis horrible. Cuando ya no podía más se dedicaba a pasear. Esto le ayudaba a olvidar sus pequeños defectos.

Entró en la cocina y cogió una bolsa de plástico blanca. Había decidido emplear su tiempo en algo bueno. Su decisión no tenía nada que ver con nada concreto. Se empeñaba constantemente en decidir sobre las cosas del amor. No tenía nada que decir. Sus labios balbuceaban como dos flanes y sus ojos mate no reflejaban nada. Se puso a caminar en dirección al monte a pesar de que casi no había luz. Siempre la imprudencia, la temeridad era la causa que empujaba al estúpido sin embargo, no llegaba ni a eso. Su pelo grasiento dejaba escurrir cualquier idea lúcida que se le pasara por la mente. Su nariz tan delgada como la de un topo ciego se estrellaba contra sus piernas y se tropezaba con la cara. Caminaba en silencio y entonces deseaba desaparecer. Aspiraba a mucho más que a unos cuantos árboles plantados en fila rodeando una bonita casa y un coche aparcado en su puerta. Anhelaba otra vida sin gravedad, sin obstáculos que le impidieran llegar a flotar. Pateaba los guijarros de forma violenta mientras rechinaban sus dientes. De repente se tranquilizó. Una suave ráfaga de aire le acarició el rostro. Al fondo había caballos de colores oscuros que se movían de un lado a otro hacia el cielo. Un cielo despejado, unas montañas unidas a la tierra y separadas del resto eran el decorado. A los lados del camino se alumbraban pequeños espacios que le hacían sentirse mejor y mucho más relajado. Un tramo sin desnivel había conseguido bajarle los humos. Cruzó un pequeño puente de cemento violento y atravesó un pequeño pueblo. Era muy tarde. La gente bajaba del monte hacia sus casas. Los animales diurnos empezaban a esconderse de los nocturnos y del frío. Recorrió una carretera y salto una pequeña valla de madera con alambres de espino clavados.

Y allí estaban todas. Todas las frutas que había decidido recoger por amor. Moradas, rojas y verdes. Negras, violetas y naranjas. Las mejores eran negras y brillantes. Llenaba la bolsa y se arañaba los brazos. Cada vez había menos luz y las frutas se empezaban a fundir con la zarza. Tenía un poco de miedo sin embargo, le atraía todo aquello de una manera sorprendente. Como era tan estúpido de seguir andando, primario y humano dentro del mundo, seguía subiendo. Cuando ya hubo llenado del todo su bolsa y pensado en su gloria se detuvo.

A su alrededor revoloteaban pequeños murciélagos en silencio. Un silencio que alucinaba y que despertaba en él sentimientos muy puros. Gritaban y reivindicaban su espacio nocturno. Empezaban a cazar insectos muertos de frío. Se acercaban al suelo y rozaban su pelo fino. Lo que tenía que hacer estaba claro. Miró hacia el cielo por última vez.

La luna se asomaba entre los árboles. Su color era rosa pálido. Por primera vez en los libros de ciencias naturales aparecía ella:

La luna que produce calor. Se parece al sol pero no quema. Calienta de forma sutil, poco a poco y muy suave. Ilumina a su alrededor con colores pastel. Los murciélagos la cruzan y producen una mezcla maravillosa. Marrón oscuro y rosa eléctrico. La temperatura ya no se eleva sino que desciende paulatinamente. Se dedica a susurrar al oído de quien la observa maravillosas estrofas llenas de magia y de música. Atracción es lo que producen sus rayos. Detiene el tiempo y atraviesa enormes valles cogida de tu mano. Te acompaña y te escucha. Su poder de transmisión real ahonda en cada cuerpo que se dedica a elevar horas enteras e incluso noches. Abrazos romos y miradas brillantes es lo que te corresponde si la miras. Su gradación impregna todo tu ser y se despide con un beso.

miércoles, 6 de abril de 2011

Superboy



Todos los años terminaba el curso con un montón de tareas pendientes para septiembre. Por esta sencilla razón se pasaba las horas muertas sentado en la mesa del salón mirando el libro embobado. Cuando ya no podía más, encendía la tele para ver los dibujos animados. Su madre le reprendía continuamente y le amenazaba con castigarle si no terminaba sus deberes. Él siempre contestaba lo mismo:

- Los terminaré después de comer.

Y eso es lo que hacía. Justamente después de comer, cuando el sol abrasaba el cemento del suelo de la calle, él se sentaba de nuevo en la mesa del salón mirando embobado sus apuntes. No había nada que hacer. Aquello no le interesaba lo más mínimo. Lo que realmente le importaba era disfrutar la tarde rodeado de sus amigos. Cuando ya llevaba media hora mirando el libro dijo a su madre:

- Ya he terminado. Voy a ir a buscar a E.

Su madre le preguntaba con desconfianza.

- ¿Seguro que ya has terminado? Recuerda que queda menos de un mes para el comienzo de las clases…

Pensar en volver al colegio le revolvía el estómago. Recogió sus apuntes, cerró el libro y lo colocó todo encima de la estantería más oscura de la casa. Abrió la puerta y se lanzó de lleno a la calle.

Su amigo vivía justo en frente de su casa. Entró en su portal y llamó al timbre. Pasó un minuto sin que contestara nadie. De repente se oyó una puerta al fondo de las escaleras.

- ¿Quién es?

- Hola, ¿Esta E.?

- ¡Sí! –contestó una voz de mujer. – ¡Me ha dicho que vuelvas más tarde, ahora está viendo las olimpiadas de atletismo!

- ¡Está bien! – contestó él.


No soportaba los deportes en la tele. Decidió que lo más prudente sería esperar en su casa hasta que acabaran.

Se pasó dos horas enteras dando vueltas por la casa inspeccionando cada habitación. Se dedicaba exclusivamente a ello sin importarle nada en concreto. A las seis de la tarde ya no podía más. Se preparó un bocadillo y salió de casa.

Llamo de nuevo al timbre y esta vez salió su amigo y dijo.

- ¡Sube, estamos todos aquí! ¡Vamos a ver Superboy!

La verdad es que lo que realmente le apetecía era ir a dar una vuelta por el monte sin embargo no se lo pensó un instante y subió corriendo las escaleras.

Cuando llegó hasta el salón de la casa observó a todos sus amigos mirando la tele y gritando. Su amigo se zampaba un pequeño bocadillo de chocolate. Siempre merendaba lo mismo.

En la tele aparecían anuncios de detergentes y de cosméticos. De vez en cuando se anunciaban también coches de lujo, brillantes y flamantes como perlas. De repente su amigo se puso a dar vueltas sin control a través del salón hasta derrumbarse en el suelo. Sus amigos empezaron a gritarle:

- ¡Venga E.! Presenta la serie ¡Superboy!

El chico empezaba a no entender nada. De repente su amigo se puso en medio de la pantalla. Un pequeño resplandor azul le iluminaba la espalda. Los chicos se reían y las chicas se tapaban los ojos. Cuando empezó a sonar la música de su serie favorita, justamente cuando acabaron los títulos de crédito, su amigo se bajó el traje de baño y con la picha recta como un palo de escoba gritó:

- ¡Superboy!


Todos los niños de aquella enorme sala, incluido él, se tiraron por los suelos partiéndose de risa. Mientras, las chicas cuchicheaban entre ellas y miraban de reojo a E.

Todos lloraron de la risa y celebraron su tiempo libre con gritos y empujones. Y era obvio. Les quedaban un montón de horas de luz y de juegos nocturnos hasta tener que volver a casa.


miércoles, 30 de marzo de 2011

El cuadro naranja



Pasaba uno de esos veranos ociosos en los cuales hacer algo significaba ayudar a los demás. También se hacía cargo de sí mismo pero solamente cuando no había nada mejor que hacer. Llevaba casi todo el día durmiendo. Su rostro estaba pálido y su piel muy fina y transparente. Sus ojos grandes y venosos se rodeaban de una noche tan oscura que parecía que nunca hubieran visto la luz del sol. Realmente nunca había sido aceptado al aire libre. Allí se sentía atrapado, indefenso y mucho menor. Se sentía mucho mejor encerrado en su cuarto y pasando las horas muertas deambulando por la casa. Le gustaba pasear al atardecer y fumarse mil pitillos. Consideraba su forma de vida inútil. Empezaba a pensar que debía dejar de preocuparse tanto por sus problemas de pacotilla.

Su hermana le había encomendado cuidar de su sobrina un par de horas. No tenía nada mejor que hacer y aceptó. Afuera estaban también sus amigos y amigas jugando. Cerró la puerta de golpe y se acercó hacia ella.

- No te vayas muy lejos. Tu madre me ha dicho que cuide de ti y no quiero problemas.

- ¡Vale! ¡Está bien cabeza de chorlito! –contestó su sobrina mientras se colocaba unos patines de plástico.

Media hora después su sobrina se acercó con su mejor amiga. Los ojos de aquella niña parecían alucinados y en su rostro destacaban unos dientes muy torcidos y blancos.

- ¿Podemos entrar en casa para beber agua y quitarnos los patines? – dijo su sobrina mientras guiñaba un ojo y torcía el gesto en una especie de tic.

- Venga vamos – respondió él.





Ya sólo quedaban unos veinte minutos para que su hermana llegara. Su sobrina se entretenía en el suelo dibujando mientras su amiga patinaba por el suelo del salón.

- ¿Me ayudas a quitarme los patines? – le dijo la amiga de su sobrina mientras le agarraba la mano con fuerza.

- Está bien – contestó él.


El caso es que aquella niña no dejaba de mirarle con cara de loca. Parecía como si él le resultara raro. Una línea de separación extraña entre ellos había conseguido llamar su atención. Su sonrisa era cada vez más intensa y soltaba pequeñas risitas cada vez que éste, el tío de su mejor amiga, estiraba de aquella horrible bota llena de ruedas.

- ¡Te huelen un poco los pies! – dijo él.

La niña se puso colorada y empezó a reír. Cuando por fin se hubo liberado de sus patines le dijo:

- El otro día vimos un dibujo que habías hecho. Un dibujo naranja con un marco de madera.

- No sé a qué te refieres. – contestó el chico.

- ¡Que si! ¡Un dibujo naranja con un marco!

- No sé de qué me hablas – contestaba él mientras miraba el reloj.


De repente la niña subió corriendo las escaleras de madera hasta el primer piso y entró en la habitación del chico. Una vez arriba empezó a gritar.

- ¡Mira, aquí está! ¡Aquí está el cuadro!

El chico subió hasta el primer piso y observó a la niña en frente de una serigrafía que él mismo había enmarcado hacía tiempo.

- Ah! Te refieres a éste dibujo... No se trata de un dibujo, es una serigrafía.

- Es el dibujo que vimos el otro día.

- Vale, muy bien. Ahora tienes que bajar e irte a tu casa.


La niña le observaba con una sonrisa de oreja a oreja mostrando todos sus dientes torcidos como chicles. De repente le agarró las muñecas y apretó con fuerza. El chico en vez de liberarse simuló una especie de paso de baile y le dio una vuelta entera para liberarse. Sin embargo ella no se soltaba y seguía riendo sin parar. Se estaba aprovechando de aquel momento de intimidad para jugar con él a solas. Le consideraba un amigo. Seguramente había reconocido hacia ella la misma relación extraña que aquel chico siempre había mantenido con los demás.

El caso es que la niña se divertía pellizcando sus muñecas como si se tratara de un juego. Cuando por fin logro liberarse y bajar al salón apareció su hermana.

- ¿Qué tal se han portado? – dijo.

- Muy bien. – contestó él

- Muchas gracias por hacerte cargo. La verdad, no sé que hubiese hecho sin ti. – dijo su hermana mientras recogía todas las pinturas del suelo.

- Tranqui, no tengo nada mejor que hacer.


Y se marcharon a sus casas. Se había quedado de nuevo sólo mirando las paredes de su cuarto aburrido y fumando.

Miró entre las rendijas de la persiana y decidió salir a dar un paseo. Por fin había concluido aquel largo y aburrido día de verano.