...

...

martes, 19 de abril de 2011

La despensa



El lector puede imaginarse qué clase de experiencias originan los castigos. A veces necesarios, lo que finalmente producen son indiferencia. Pueden ser terriblemente nocivos e impulsar a todo tipo de contradicciones. Su efecto inmediato seduce a quienes los practican y su aplicación sin reservas produce monstruos. Aquellos seres que tanto aterrorizaron al planeta con sus grotescas maneras de ser y de actuar según sus impulsos generados por el castigo. Miradas enfermas que pretendieron ocultar aquello por lo cual fueron castigados y que por ello se convirtieron en extraños y despiadados.

El camino que se recorre a partir de una supuesta y forzada acción que impulsa al desprecio no tiene límites. Su producción y deriva puede afectar de manera divergente y conseguir solamente que algunos afectados se revelen. En cambio, algunos clásicos, sustituidos por la terrible amenaza (mucho más nociva y aplicada sin descanso hoy en día) pasan a formar parte de mi elenco de primeras historias. Mis favoritas por el simple hecho de haberse convertido en universales y por lo tanto susceptibles de ser aceptadas por el gran público.




No tenía ni idea de cómo había conseguido enfadarla tanto y en tan poco tiempo. Le agarró del brazo y con fuerza le arrastró hasta la despensa. Cuando quiso decir algo y defenderse de alguna forma la puerta se cerró en sus narices. Se había quedado sólo y completamente a oscuras. No veía nada y empezaba a sentir pánico. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Cuánto tiempo podría soportar sin empezar a llorar y sin empezar a gritar como un loco?

Una terrible ausencia de luz le cortaba la respiración. Solamente habían pasado unos segundos y ya no soportaba el peso de su cuerpo. Empezaba a desfallecer y pequeños haces de luz se le aparecían rodeados de una profunda oscuridad. Microscópicos seres vivos se dibujaban a su alrededor proyectando sobre él rayos láser de color rojo. Las chinches devoraban su ropa y le amenazaban las arañas que rodeaban sus piernas.

De repente a sus espaldas, justo detrás de sus rodillas, sintió un golpe. Había topado con un pequeño banco de madera que reconocía y que ya nadie utilizaba. Se sentó y se puso a mirar fijamente una diminuta rendija de luz que se colaba por debajo de la puerta. Esa era toda la información que necesitaba por el momento. Había conseguido centrar su atención en aquel diminuto punto de luz y con eso le bastaba. Una fuente de maravillosa y blanquecina nieve le había salvado. Seguramente intercedidos por alguien, aquellos lúmenes se le aparecían milagrosos. Su corazón latía con normalidad y empezaba a respirar sin dificultad.

La despensa estaba infestada de ratas. Se lo habían dicho todos y sin embargo no las temía. Sabía de sobra que aquellas roedoras temían mucho más al hombre que a cualquier otro animal.

Le aterrorizaban otro tipo de cosas.

Tenía verdadero miedo a ser juzgado y no soportaba los reproches. Por suerte, allí dentro nadie le molestaría. Se empezaba a sentir mucho mejor y sus pupilas se iban adaptando a la oscuridad. Cada vez procesaba más información y podía reconocer más cosas. Ahora no solamente veía la rendija de luz, también reconocía la puerta y parte del suelo de tierra. Miró hacia atrás y se sorprendió al comprobar formas. En la pared había un montón de estanterías colocadas en paralelo soportando cajas de cartón. También había colgadas cazuelas y sartenes de hierro. A su izquierda había un cesto lleno de patatas y otro lleno de frutos secos. Sin pensarlo un instante cogió un montón de avellanas y se las metió en el bolsillo. Al fin y al cabo no había resultado tan malo el castigo. Empezaba a sentirse mucho más relajado y apoyó la espalda en la pared. Le gustaba mucho el olor a fruta y a tierra que flotaba en el aire. Decidió que su lugar estaba allí junto con las ratas y las arañas. La oscuridad inundaba su cuerpo y reconfortaba su mente. De repente escuchó el sonido de la cerradura.

- Venga, ya puedes salir. Espero que hayas aprendido la lección.

- ¡Claro! – respondió tranquilamente y ciego de luz.


No entendían como después de haberle dejado sólo y encerrado durante casi una hora seguía sin mostrar ningún signo de arrepentimiento. Pensaron que quizás se trataba de un caso perdido.

Lo mejor de todo es que había aprendido a ver en la oscuridad, pero eso era algo que ellos no sabían.


No hay comentarios:

Publicar un comentario