...

...

sábado, 4 de junio de 2011

Parapente



A finales de noviembre, en un día soleado, a eso de las once de la mañana se montaron en el coche para dirigirse directamente hasta el fuerte de S.C. Su amigo no paraba de contarle chistes malos mientras se remangaba las mangas de su camisa, le apuntaba con su nariz de pájaro e iluminaba con su cara roja. Siempre muy atento a su reacción, le miraba a los ojos buscando algún signo de complicidad. Entonces ambos se reían sin parar.

También se producían momentos de maravilloso silencio. Mientras uno de ellos conducía y el otro miraba el paisaje a través de la ventanilla.

Aparcaron el coche sobre una enorme explanada de tierra, salieron y estiraron las piernas. El viento soplaba muy fuerte y sus pelucas se doblaban descubriendo el cuero cabelludo. Su amigo andaba encorvado como un gremlin y seguía contando chistes.

- ¿A que no sabes por qué los peces no van a la escuela?

- No lo sé. Dímelo tú.

- Porque se les mojan los cuadernos.

- ¡Qué rabia! Hace años se podía entrar. Ahora está cerrado y sólo se puede pasear por los alrededores.

- No pasa nada, vamos a dar un paseo – dijo su amigo.


Subieron hasta un pequeño y elevado montículo, tocaron una extraña y herrumbrosa cruz de hierro y se dieron la vuelta.

Mientras andaban su pelo fino se fundía con el aire que soplaba.

Observaron el coche a lo lejos. Plantado en medio de aquella llanura el coche parecía mucho más pequeño de lo que era. Realmente no conocían su verdadero tamaño ni tampoco las reglas por las cuales se medía el mundo.

Se consideraban hormigas en un mundo de gigantes.

De repente a lo lejos divisaron cuatro personitas. Uno de ellos, separado del resto, iba enganchado a un parapente. La tela era de color rojo, naranja, amarillo y verde. A pesar de su empeño y temeridad no parecía conseguir despegar del suelo y su parapente se inflaba y desinflaba continuamente.

Se marcharon y se quedaron sin poder comprobar si lo que había conseguido por fin era volar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario