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jueves, 23 de diciembre de 2010

Inauguración en el Palacete De Burlada el dia 23 de Diciembre a las 8 de la tarde




Blonde Red howard publica casi diariamente en su blog (http://blonderedhoward.blogspot.com/) cuentos e ilustraciones hechas en papier collé. Blonde Red Howard es en realidad el nombre artístico o alter ego de Txema Maraví Artieda, natural de Pamplona, técnico y licenciado en Artes por la Universidad de Bellas Artes de Cuenca.

La muestra se compone de la presentación de un libro de relatos de título “La rueda del contador no gira” y de una exposición de sus ilustraciones en papier collé.
El papier collé es una técnica que se asemeja al collage pero con la diferencia de que no se conjugan ni se descontextualizan otros lenguajes como puede ser la fotografía o la tipografía. El papier collé se trata simplemente del ensamblaje de cartulinas de colores en disposición de una forma o imagen. El lenguaje de planos de color se asemeja más a la pintura de colores planos y al dibujo que al tradicional collage.

La muestra recoge una selección del trabajo más reciente de este artista.

Autoedición de mi primer libro de relatos




Si quieres recibir un ejemplar mándame tu dirección de correo ordinario a:


blonderedhoward@gmail.com

jueves, 16 de diciembre de 2010

El efecto 2000





Se le congelaban los pies sentado al ordenador. Llevaba toda la tarde esperando a que su amigo le llamara por teléfono. Habían decidido coger el coche y tomarse algo en el bar de un pueblo cercano. Después de ducharse y cambiarse de ropa llamaron a la puerta.

- ¿Qué haces basurón, nos vamos?

- Claro que sí, espera un momento a que apague el ordenador.


Y se marcharon de C. con dirección hacia B.

Cuando llegaron al pueblo lo primero que hicieron fue preguntar por el restaurante. Su amigo lo conocía desde hacía años. Era también una especie de museo donde su dueño exhibía todas sus esculturas. Las siluetas de aquellas piedras y troncos poseían formas de personas y animales. La arquitectura del lugar era el espacio idóneo para mantener una estupenda conversación y echar a volar la imaginación.

Entraron en el bar y pidieron un par de cañas. Dentro estaban tres chicos jóvenes, uno de ellos tocaba la guitarra y los demás le observaban. Pagaron y salieron a la terraza con las dos cervezas.

Las conversaciones giraban en torno a la posibilidad de viajar en el tiempo. Y con esto no inventaban nada. No había maquinas de por medio. Viajar en el tiempo suponía el hecho de que podían hablar del pasado y del futuro cambiando las posibilidades. Su conciencia del presente les permitía cambiar la historia de los acontecimientos y trasladar su realidad de una forma creativa.

Recordaron el efecto 2000. Se acordaron de la campaña mediática que los informativos y la publicidad habían llevado a cabo a finales del siglo XX.

Y les hacía gracia todo aquello.

A pesar de lo ridículo que resultaba, pensaron que no sería mala idea escribir relatos acerca de aquel efecto. Existían un montón de posibles efectos en el caso de que algo importante hubiera pasado. Ellos sabían que tan solo había supuesto un pequeño asunto de unos y ceros. Sin embargo, no descartaron la posibilidad de un futuro hipotético. Conllevar el efecto 2000 en forma de relato corto era una posibilidad más de crear.

Y sus conversaciones giraban en torno a la posibilidad de marcharse de allí.




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Posible efecto 2000 nº1


Tras una evidencia remitida por la observación y una regla para ordenar la cadenas binarías de su ordenador se dio cuenta de que algo no iba bien. Los extraños símbolos que aparecían en la pantalla del ordenador no correspondían para nada a su programa de distribución. Solo podía atribuir el cambio a un enjambre de partículas libres de distintas posiciones y velocidades. Introdujo los datos precisos para comprobar si era cierto que aquellas partículas trasladaban las cadenas de lenguaje binario en la dirección equivocada. Era cierto, no había nada que hacer y su cuerpo temblaba como un flan.

Con los ojos cansados e inyectados en sangre llamó a su compañero. Acostumbraba a trabajar sólo pero aquella tarde había llamado al doctor F. para que le aconsejara y asesorara en su nuevo proyecto. Hasta entonces todo iba sobre ruedas. Nada podía salir mal. Presentaría su proyecto en el hospital y centro de investigación BAUD y podría tomarse unas largas vacaciones. Sus amigos le habían llamado para quedar con él por la noche pero había puesto una excusa. Al fin y al cabo la noche de fin de año se repetía siempre de la misma forma y resultaba aburrida. Y además odiaba las resacas de año nuevo.

Apagó el ordenador y revisó sus papeles. Entre sus bocetos había un pequeño apunte en rojo escrito una noche de borrachera. No se acordaba de casi nada. Aquella noche la había pillado buena y cuando llegó a casa no podía dormir así que se mantuvo en vela hasta el mediodía. Al lado del primer capítulo de su tesis estaba apuntada la palabra REM que era en realidad una abreviatura de remark (observación). Comprobó los datos obtenidos, se levantó de la silla y revisó los periféricos de salida. Ninguno de ellos aparentaba nada raro. Le dolían los brazos y el cuello. Se tumbó en el suelo y cerró los ojos.

De repente su amigo apareció gritando.

- ¡No vas a creer lo que acaba de ocurrir!

Se suponía que limpiaba los restos de la cena pero al comprobar que su amigo hablaba en serio se levantó asustado y le siguió hasta la cocina.

El olor a pollo frito destacaba en el aire como en un restaurante. El suelo de la cocina estaba lleno de una masa negra viscosa y los electrodomésticos estaban apagados. El fluorescente del techo parpadeaba y un montón de vasos y platos se estrellaban contra el suelo. Cuando el chico quiso parar aquel desfile su amigo le aconsejó.

- No lo hagas, yo lo he intentado y mira lo que me ha pasado.

Y le enseñó un corte en la palma de mano.

No era posible que nada de aquello estuviese ocurriendo. Se acercó hasta la encimera de la cocina y cuando dio el primer paso se resbaló con la masa negra del suelo. La masa viscosa helada le quemaba la piel y de repente se apagó la luz. Se levantó del suelo y buscó a tientas el interruptor. No lo encontraba y mientras lo buscaba desesperadamente empezó a sentir un sabor a óxido que le llenaba la garganta y la boca. Se metió la mano en la boca y sacó un mechero para poder ver algo. Sus dedos estaban manchados de sangre. No encontraba a su amigo. Gritaba desesperado y corría de un lado a otro de la casa. Cuando recuperó el control de si mismo decidió salir de allí. Abrió la puerta principal y corrió escaleras abajo. En la calle no había nadie y parecía como si la humanidad entera hubiese desaparecido.

El aire se hacía asfixiante y su cabeza daba vueltas en la oscuridad. De repente apareció su amigo. Estaba pálido y presentaba una herida en la cabeza. Le preguntó si sabía qué demonios estaba ocurriendo y no contestaba, sólo se limitaba a gritar. El mundo entero se había vuelto loco, su amigo se había vuelto loco y seguramente él también se estaba volviendo loco. Cuando quiso espabilar a su amigo éste se dio la vuelta y se marchó corriendo por la carretera. Se había quedado de nuevo sólo.

Su cuerpo empezaba a desfallecer y se tumbó en la acera. Cuando cerró los ojos se le aparecieron todas las fórmulas que había desarrollado y que formaban parte de su modelo oscilatorio.


2.º: k = 0

α≥ 0. G ( R ) es positivo, con un mínimo en R = (3C/2α).


El comportamiento general era muy similar salvo que aquí existía la solución explícita.

ds = ∑ ∑g (x)



Y suponiendo que su sistema elaborado para la suma de velocidades fuese válido no podía ser determinado por razonamientos a priori.

α = p = 0, R(t) ≤ exp ⌐ t (α/3)

Cuando se dio cuenta de que todo era inevitable y de que el mundo entero se desmoronaba abrió los ojos. Las nubes cruzaban el cielo a toda velocidad y las estrellas se fundían una por una. El color negro del cielo empezaba a palidecer y ya no sentía el peso de sus brazos. Ya casi ni sentía el peso de su propio cuerpo.

Y una luz blanca le dejaba ciego e intentaba pensar en ello. No podía pensar en nada. Era imposible pensar en nada.



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Posible efecto 2000 nº2


Hacía mucho frío y el cielo estaba totalmente despejado. Atravesaron un campo de hierba helada y se sentaron en lo alto de una pequeña colina. Desde allí se veían las montañas gigantes y llenas de nieve. Se juntaron unos contra otros y empezaron a hablar uno por uno. Mientras lo hacían una espesa nube de vaho se fundía con el aire y alentaba los alrededores del grupo. No sabían lo que ocurriría a partir de las doce. Seguramente nada especial. Todos los años se hacían ilusiones de que algo increíble iría a pasar. Y nunca fue así.

Pero por lo menos él y sus amigos podían disfrutar de una noche en compañía de sí mismos.

Sincronizaron sus relojes y empezaron a contar historias de ciencia ficción. Cuando se dieron cuenta de que ya habían pasado las doce se levantaron y se fueron de allí.

Se marcharon de allí y nunca volvieron. Desaparecieron sin dejar huella. Nunca jamás supo nadie nada de ellos. Se barajaron muchas hipótesis. Los periódicos más sensacionalistas hablaron de un posible secuestro alienígena. La policía hablaba de mafias extranjeras y traficantes de órganos. Los familiares y amigos nunca perdieron la esperanza de encontrarlos con vida deambulando perdidos por aquellos montes.

Y la verdad es que se siguieron escuchando historias de todo tipo durante años.



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Posible efecto 2000 nº3



En realidad llevaba una doble vida. Una durante el día y otra durante la noche. La gente le tomaba por una persona tranquila y afable pero por la noche se transformaba en una especie de loco. Cada vez que salía con sus amigos acababa cometiendo alguna fechoría. La gente normalmente cuando bebía hacía cosas de borracho, hablar más de la cuenta, estrellar vasos contra el suelo, bailar como si no existiese el mañana. Sin embargo él hacía todo eso y más. Sentía a veces que el mundo giraba a su alrededor y que el espacio vital de los demás era de su propiedad. También pensaba en la muerte como impulso de supervivencia. Su conciencia le redactaba extrañas acciones que su mente racional no reconocía. Esa misma noche habían decidido pasarlo bien. No era una noche especial a pesar de que se trataba de la última noche del año. De hecho todas las noches de fin de año eran una fotocopia de la anterior.

Cuando ya llevaban cinco horas bebiendo y bailando uno de sus mejores amigos le preguntó la hora. Miró a su reloj y empezó a gritar y a reír. Su reloj del móvil se había parado justamente a las 11 horas y 59 minutos. Se suponía que todavía no había cambiado de milenio y que por lo tanto podían hablar en otro siglo. Cogió el móvil con rabia y lo estrelló con fuerza. Los pedazos se dispersaron por el suelo lleno de priva y serrín. Mientras él se divertía, su amigo intentaba recuperar los trozos y volverlos a unir. Cuando ya se iba para casa se despidió y le devolvió el móvil entero. Estaba intacto. Su amigo había conseguido reunir todas las piezas.

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No era consciente de la hora que era cuando salió del bar. Por el camino se cruzó con un montón de gente paseando al perro. Llego casa, se bebió un litro de agua helada y vomito en el retrete. Se desnudó, se cambió de camiseta y se metió en la cama. Cuando ya empezaba a dormirse alguien le despertó.

-Hola imbécil, ¿qué haces tumbado en la cama?

- ¿Qué que hago tumbado en la cama? Pues dormir, ¿no lo ves?

- No me refiero a eso. Lo que digo es que no entiendo cómo puedes estar ahí tumbado mientras tu mejor amigo se preocupa por ti. – contestó la voz.

- ¿A qué te refieres? Mi mejor amigo está durmiendo en su cama igual que yo.

- En eso te equivocas imbécil. Ahora mismo está preparando café y tostadas.

- ¿café y tostadas? Pero, ¿Quién habla? – dijo el chico el chico mientras se incorporaba.

- Soy tu móvil, ¿O acaso no lo ves borracho de mierda?


La luz de su teléfono móvil parpadeaba como si se tratara de una llamada.


- ¿Qué broma es esta? ¿Quién anda ahí? – gritó asustado

- Te lo acabo de decir imbécil, ¡soy tu móvil! – dijo el móvil.


Se desperezó y encendió la luz de la habitación. El sol penetraba por las rendijas de la persiana con mucha fuerza. Cogió el móvil y lo observó. Seguía marcando las 11 horas y 59 minutos. La base estaba ardiendo y olía a plástico quemado. De repente empezó a emitir un insoportable pitido. Pensó en lanzarlo por la ventana. Levantó de golpe la persiana y cuando lo hizo, un golpe de luz blanca le tiró al suelo.

No existieron más versiones de la historia. Nunca jamás volvió a ocurrir nada. La conciencia del mundo desapareció. Parecía ser que ahora le tocaba al planeta tierra desaparecer.

La luz blanca lo devoraba todo y nadie podía frenarla. El fin del mundo acababa de empezar y nadie excepto una mota de polvo eléctrico pudo desvelar su efecto devastador.


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martes, 7 de diciembre de 2010

Palomas tontas



Cuando empezaba a prosperar y a sentirse mejor por todo, mecánicamente su cuerpo enfermaba y se reducía dentro de sus prendas. Siempre con la cara larga forzaba de vez en cuando una de esas sonrisas horribles que tanto gustaban. Su mejor amigo acababa de contarle todas sus miserias y no eran diferentes a las del resto de sus amigos, tampoco eran diferentes a las suyas.

El aire soplaba gélido y el frío se colaba en el cerebro. Todos los temas de conversación giraban en torno al hecho de que era invierno. Y caminaba con las manos metidas en los bolsillos del abrigo hacia su casa. De repente vio algo que le llamo la atención.

Encima de unos cuantos árboles plantados en la mediana de una estrecha carretera de barrio había un montón de palomas posadas. Las ramas eran muy finas y no soportaban el peso. El árbol estaba lleno de frutos de color oscuro. Apoyadas en las ramas las palomas intentaban picar el fruto del árbol girando el cuello de forma extraña. Sus maneras no eran para nada económicas. El hambre y la miseria habían empujado a aquellas palomas a comer de un árbol que era más propio de gorriones. Justamente cuando iban a picar el fruto se caían y volvían a engancharse en una rama.

Esto le provocaba risa y pena. Risa por lo torpes que resultaban aquellas palomas y pena por la situación a la que se habían visto empujadas aquellas aves.

-¡Qué estúpidos animales! – pensaba él.

El sol de mediodía traspasaba las nubes y le dejaba casi ciego. El cielo parecía un horrible folio en blanco y reflejaba intensos rayos de luz ultravioleta. Las palomas no dejaban de moverse alrededor de aquellos árboles plantados en fila. Y sus ideas acerca de las cosas no podían ser más nimias. Los colores eran mucho más intensos que de costumbre, tanto que empezaban a desaparecer sus perfiles. Sus ojos cansados dejaron de procesar información y siguió su camino.

De que genialidad hablaban. Cuantos ejemplos hacían falta para reconocer que uno formaba parte de todo y que todo estaba contenido dentro de cada uno. El mundo entero y su concepción, su juego y razón alcanzaban el mismo radio para todos. Cada vez que pensaba en ello se mareaba y no era el único. La gente se mareaba a menudo.

La genialidad no era nada más que una tomadura de pelo. Por muy inteligente que se creyera uno, nunca sería lo suficientemente brillante como para reconocerse hecho de la misma madera innoble que el resto. Una supuesta diferencia con los demás no suponía casi nada.

Y pensaba en las palomas y en su relación con todo lo acontecido en su mente hacía media hora. No existía interpretación posible acerca del comportamiento de aquellos animales. Su pensamiento era ocioso e insoportable y nadie debía conocerlo. La sociedad brillaba, sus amigos y su familia le necesitaban y él mismo se necesitaba. El mundo entero se necesitaba de carácter urgente. Cuantas cosas pensaban todos ellos y se equivocaban o no. Era un acontecer y una presencia inagotable y todo giraba en torno a ellos.

Y un puñado de palomas estúpidas no significaba nada.


collage rosa

martes, 30 de noviembre de 2010

Regalos de navidad




Caminaron un rato por el barro y llegaron hasta un pequeño muro de cemento. La puerta de aquella enorme industria estaba abierta y entraron sin problemas. Eran como dos pequeñas ratas curioseando, ratas de campo, de alcantarilla.

Y sus sentidos ya no agudizaban como antes pero conservaban el olfato.

Era domingo y dentro no había nadie. Los despachos estaban llenos de cuadernos y de papeles en desorden. Los pasillos eran muy oscuros y largos. Las salas grandes estaban llenas de máquinas grandes, botes de tinta y enormes rollos de papel continuo. Las mesas grises se alineaban en una especie de orden geométrico. Los ordenadores y sus pequeñas lucecitas verdes y rojas se reflejaban en los cristales de los despachos. La atmósfera respondía a un tipo de microcosmos diario y parecía contenida en una mezcla de pegamento y polvo de papel. Sus ojos rojos de rata brillaban y se movían de un lado a otro con rapidez.

Y se les acababa el tiempo.


- Vámonos de aquí, pueden llegar en cualquier momento. - dijo uno de ellos.

- Claro que sí, ahora mismo, espera un poco… - respondió su amigo.


Dicho esto desapareció. Se había esfumado y él ni siquiera se había dado cuenta. Muy asustado aceleró el paso y subió unas empinadas escaleras de aluminio. Su amigo seguía sin aparecer. La posibilidad de que alguien le hubiera pillado no dejaba de atormentarle. Atravesó un oscuro pasillo y su corazón empezó a latir con fuerza. A lo lejos se escuchaban sonidos de pasos y a través de la oscuridad se le aparecieron imágenes horribles. Imaginaba golpes en la cabeza y problemas para respirar. Su pequeño cuerpo no aguantaría las pisadas y se moriría allí mismo. Sus pies se clavaron en el suelo y su cabeza empezó a dar vueltas.

De repente vio a su amigo.


- No vas a creer lo que acabo de descubrir. –dijo gritando.


Estaba emocionado y caminaba muy deprisa. Entraron en un enorme despacho y detrás de una mesa descubrieron un montón de regalos de navidad. A su lado había una caja llena de botellas de licor de avellana y algo de turrón. Abrieron una botella y echaron un trago.

- Buagggg, ¡Que malo!

- Pues a mí me gusta, ¡salud! – dijo su amigo.


Y se largaron de allí como ratas con sombrero de papa Noel. Se llevaron los regalos del jefe y un par de botellas. Eran sus regalos. Ellos los habían encontrado.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Postal de Navidad 2010

Hace poco una amiga que quiero mucho me dijo que si había empezado a preparar la postal navideña. Le dije que no pensaba hacerlo. Me dijo que debía hacerlo. Le he hecho caso.

Quien la quiera recibir en su casa esta Navidad que me mande un mail con su dirección a (blonderedhoward@gmail.com) con el código postal y yo se la mando.


Un abrazo para todos.



Blonde Red

martes, 23 de noviembre de 2010

Alejandra

Romerías



Las romerías tienen un significado religioso importante. Su razón se renueva cada vez que un individuo decide participar. La perspectiva religiosa abarca la conciencia de algunos. Otros, sin embargo, simplemente[i] lo transfieren a un sentido más cotidiano. El impulso y acción que requiere y el espacio de tiempo que supone esta actividad se convierte en algo irreductible a un solo término. El proceso encomendado se dirige hacia todos y cada uno de los participantes. La realidad de uno mismo en armonía con la concebida por otros se une con la realidad observada desde la propia naturaleza.

El camino es recomendable para aquellos que deseen llegar todos a la vez. La ermita es la excusa, el motivo y el templo. Las posibilidades son todas y cada una de ellas requiere sensibilidad y respeto hacia uno mismo y hacia los demás. En este contexto uno se convierte en el protagonista absoluto de un estado de las cosas ociosas. Su alegría se comparte con todos y su tristeza forma parte de la esencia de la romería.

Romería nº1


Girando a la izquierda y subiendo una pequeña pendiente se encontraba el camino hacia la borda de F. Conocía el atajo desde que era pequeño. No era la primera vez que subía por allí. Ese camino lo había recorrido un montón de veces con su padre y sus hermanos y se sentía capaz de hacerlo de nuevo y con distracción. La hierba del suelo del atajo estaba llena de piedras afiladas y de troncos muertos.

Cuando llegaron hasta la borda se detuvieron un momento para beber agua. El sol calentaba con fuerza sin llegar a ser desagradable. El viento soplaba fresco y transportaba fragancias de tierra y roble.

Llegaron al bosque y se sentaron en un tronco de árbol que formaba una barrera en medio del camino. Desde allí observaron cómo iba llegando la gente del pueblo. Casi todos cargaban con sus mochilas llenas de comida y garrafas llenas de agua y de vino. Todos los grupos contaban con su propio líder que dirigía y marcaba el ritmo. Los niños llevaban palos que utilizaban como bastón y corrían de arriba abajo como chuchos.

Abandonaron el bosque y llegaron por fin hasta la ermita de B. Todo estaba listo. Mientras unos escuchaban al cura otros preparaban la comida.

La misa transcurría con toda normalidad. Los cantos a coro recordaban una especie de ritual pagano. La naturaleza rodeaba la ermita de piedra y madera y la humedad del bosque penetraba por cada rendija. Las velas iluminaban de forma muy tenue y proyectaban extrañas sombras en las paredes. Todos rezaban de pie y de manera solemne.

Afuera se escuchaba un murmullo de celebración y alegría general.

Allí cada cual encendía su propia hoguera. El olor a cerdo asado y a caldero de patatas y pimientos flotaba en el aire. Los niños se entretenían jugando con palos y piedras. Los mayores disfrutaban de su tiempo de ocio. Todos estaban muy contentos y se juntaban con aquellos elementos a través de los cuales su felicidad aumentaba a cada instante. Cuando terminaban de comer los mayores se divertían jugando a las cartas y bebiendo licor mientras los niños se lanzaban al bosque a investigar.

Después de amontonar un montón de piedras y de cubrirlo entero con hojas secas descendieron hasta un riachuelo. Allí levantaron más piedras y encalaron un tronco seco de un lado a otro. Un perro desconocido les acompañaba y les seguía a todas partes. El olor a humo se acercaba hacia ellos y acababa por desaparecer en el agua. A lo lejos se escuchaba el sonido de motos y tractores. El valle entero estaba de celebración.

Y todo aquello acababa por fastidiarle. Sus amigos seguían amontonando piedras y lanzando palos al agua. La luz en el exterior dejaba de ofrecerle los reflejos necesarios y desaparecidos los matices, se transpuso directamente dentro de la ermita.

Allí dentro todo se componía de elementos reflectantes. Casi no había luz y los únicos bloques que destacaban entre las sombras eran un extraño retablo de madera, una pila de granito y una vela. El suelo estaba muy oscuro y de un tono rojizo casi negro. Las paredes de piedra parecían moverse paralelamente hacia él. Le entraron ganas de correr de un lado a otro. La luz del sol de mediodía traspasaba las rendijas de la puerta de madera y del techo. Dentro de la ermita todo era de una intensidad mucho más soportable. Poco a poco se iba acostumbrando a la oscuridad y procesaba más información. De repente descubrió un montón de repuestos de velas en una esquina del suelo. Estaban sin estrenar y sin pensarlo un instante cogió un par y se las metió en el bolsillo.

Tampoco soportaba el sol de mediodía.


Romería nº2

El viaje en coche le mareaba. Aparcaron encima de la hierba y empezaron a subir. A mitad de camino estaba la fuente. Una especie de abrevadero de cemento lleno de musgo. Descansaron un rato y llenaron sus cantimploras. Nada más llegar al bosque uno de los más torpes tropezó con una piedra y cayó de bruces contra el suelo. Era imposible detectar cualquier cosa peligrosa debajo de las hojas. Lo pies se hundían y las rodillas se cargaban con el peso de su cuerpo. Suspendida en el aire la temperatura en el bosque se hacía asfixiante. Cuando por fin llegaron a B. descansaron cinco minutos, bebieron agua y entraron en la ermita.

Todo estaba lleno de esculturas y de flores. La luz del sol se colaba a través de una pequeña ventana cuadrada y en las paredes se formaban enormes telas de araña. Para cuando quiso darse cuenta ya se habían ido todos de allí.

Se quedaba sólo siempre que podía. Era de una total estupidez sentirse diferente al resto. Seguramente su memoria le jugaba malas pasadas y lo que de verdad conseguía con todo ello eran experiencias nimias. Algo que jamás le serviría para nada recordar.

Los ramos de violetas destacaban sobre el dorado de la madera pintada y las esculturas parecían desplazarse por el aire. Las figuras sobre fondo negro giraban como en un sueño. No había en ello reflejos que le recordaran a nada ni a nadie. Atravesaba una especie de finca nocturna rodeada de muros de hielo y en medio de ese laberinto privado se formaba la niebla.

De pronto un hombre alto y delgado se acercó hacia él.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó.

- Tan sólo miraba. – respondió el chico.

El hombre alto y delgado era el encargado de abrir y cerrar la ermita. Su rostro era alargado como media barra de pan.

- Aquí solo se entra para rezar. ¡Fuera de aquí! –gritó.

No contestó. Ni siquiera le pudo mirar a los ojos cuando se fue. Sus amigos y hermanos le esperaban en el bosque recogiendo leña. El sol de mediodía calentaba su cabello pero sin embargo sus manos y pies estaban fríos. Cuando sus amigos le preguntaron qué demonios había estado haciendo contestó:

- Estaba rezando.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Fernandito P.M.



Algunos rituales cargan de sentido la presencia de los seres humanos sobre la tierra. Su significado y necesidad han impulsado que hasta el presente se sigan celebrando fiestas por todo el mundo. La posibilidad de otorgar un sentido a la existencia ha sido ineludible y por lo tanto el ser humano siempre ha reservado una región de su tiempo para ello.



El día de todos los santos y difuntos era un día especial. En L. algunos lo celebraban de una manera muy peculiar y a la vez muy solemne. Por la mañana se celebraba una misa en la iglesia. Justamente después de que el cura pronunciase su esperado podéis ir en paz, los niños se lanzaban corriendo a la calle ondeando sus enormes bolsas de plástico. Cuando por fin llegaban a la primera casa del pueblo agitaban de nuevo sus bolsas y gritaban:

- ¡Arrebuche, arrebuche!

La cosa consistía en recoger todos los caramelos, frutos secos y monedas posibles que cada vecino lanzaba con fuerza desde su balcón. Los niños conocían bien cada casa y lo que podían esperar de cada una de ellas. La mayoría de las casas lanzaban caramelos, pero algunas lanzaban incluso monedas. Otras, como la casa de M., eran famosas porque en alguna ocasión habían lanzado manzanas podridas en vez de caramelos.

Cuando los niños llegaban hasta el final del pueblo, sus bolsas de plástico rebosaban caramelos y frutos secos que durante el día devoraban hasta la enfermedad.

Todos los años, un grupo de niños visitaba el cementerio del pueblo. Habían oído a los mayores decir que era posible hablar con los muertos. La idea les fascinaba y nunca olvidaban su visita. Ésta consistía en colocar unos pocos caramelos cerca de en una pequeña cruz de madera.

Aquella cruz era algo especial para ellos. El niño que estaba enterrado allí había muerto sin llegar a cumplir un año.

Se llamaba Fernandito P.M.

En una chapa metálica blanca bastante oxidada estaba escrito su epitafio y debajo había impresa una pequeña ilustración del rostro de un querubín. Ninguno de ellos se olvidaba de colocar su caramelito cerca de la cruz e incluso alguno reservaba el mejor caramelo para la ocasión, enterrándolo cuidadosamente entre la hierba.

Siempre que llegaban lo primero que comprobaban era si aún seguían allí los caramelos del año anterior. Al encontrar los envoltorios vacíos se imaginaban que aquel niño se los habría comido. Esto les hacía sentirse especiales e imprescindibles para él.




Le gustaba entretenerse y asustar a sus sobrinos con historias de terror. Algunas eran ciertas y otras se las inventaba. Consideraba un importante ejercicio para la imaginación de sus sobrinos el que conocieran aquellas historias. Mientras paseaban escuchaban fascinados con la sensibilidad a flor de piel y exigían a su tío nuevos e increíbles relatos. Después de que él les contara la historia de aquel niño decidieron ir a visitar su tumba. Hacía años que no había vuelto por allí y consideraba necesario demostrar a sus sobrinos que hablaba en serio.

Cuando llegaron al cementerio el viento ondeaba muy suavemente la hierba amarilla que inundaba el suelo. El silencio era tan intenso y terrorífico que decidió romperlo para tranquilizar a sus sobrinos.

- ¿a qué mola este lugar?

- ¡Siiiii!, - contestaron a coro sus dos sobrinos.


La hierba cubría las tumbas y apenas se podía distinguir una de otra. El chico buscó el lugar donde hacía años se encontraba la cruz del niño pero en su lugar no había nada. No podía creer que alguien la hubiese robado. Aturdido miró a sus sobrinos y les dijo:

- Os juro que estaba allí, alguien se la ha debido llevar.
- ¿Dónde? – Preguntaron ellos.

Acto seguido se agachó y señaló el lugar donde recordaba clavada la pequeña cruz de madera. Sin poder aceptar que la cruz había desaparecido excavó un poco entre la mala hierba y entre la humedad y descubrió en el fondo un listón de madera roída. Allí estaba la cruz. Sus sobrinos no daban crédito a lo que estaban viendo. Uno de ellos, con los ojos muy abiertos se alegraba mucho de haberla encontrado. Ello significaba que era verdad lo que contaba su tío. Hacía tan sólo una hora les había contado aquella increíble historia y ahora comprobaban asombrados que era cierta.

Todo se rodeaba de una magia indescriptible que él y sus sobrinos degustaban hasta el mínimo detalle.

Con mucho cuidado clavaron de nuevo la cruz y se sentaron a su lado. Cerca del suelo se podían respirar fragancias de hierba y tierra. El sol se ocultaba entre las montañas mientras de fondo se escuchaba el sonido de los coches. No quedaba tiempo para más historias. Se levantaron y observaron por última vez a su alrededor. Todo empezaba por adquirir un efecto nocturno que asustaba. En el interior, la tierra de sus antepasados cobraba vida. El sol totalmente oculto anunciaba la llegada de una especie de fúnebre evento privado. La pequeña cruz de madera se elevaba de nuevo majestuosa en el centro del cementerio.


A lo lejos un diminuto aguilucho cruzaba el cielo impasible y ajeno a todas estas historias.


Metros de gallardetes



Éstos infestaban la calle principal y la plaza del pueblo. La mayoría se enganchaban en el tendido eléctrico de las casas y en las farolas. Por la mañana todos los chavales jóvenes madrugaban para ayudar a colocarlos. Las calles estaban llenas de colores de plástico que significaban diversión futura. Todo estaba preparado para disfrutar de tres días inolvidables. El caso es que cuando acababan las fiestas nadie se ocupaba de retirarlos. Ya habían desaparecido las ganas de expansión.

Lo más divertido era cuando llegaban ciclistas y forasteros al pueblo. Casi todos preguntaban siempre lo mismo:

- ¿Son fiestas?

A lo que los chavales contestaban entre risas:

- No, lo que pasa es que no han quitado los gallardetes.


Lo que ocurrió entonces fue que acabaron degradándose por el frio del invierno y el viento. El plástico acabó por pudrirse y fundirse con la nieve. Seguramente los nidos de los pájaros y el suelo y las alcantarillas contuvieron pequeños fragmentos de plástico de colores durante años. Ya no se volvieron a colocar ni se compraron gallardetes nuevos. Las fiestas dejaron de ser lo que eran el año que desaparecieron.



Hace menos de un año, uno de los niños de aquel entonces decidió que ya era hora de volver a decorar las calles del pueblo con gallardetes. Sin pensarlo un instante, cogió el coche hasta llegar a P., aparcó y se dirigió hasta un antiguo bazar que conocía desde hacía años. Llevaba dinero y pensaba gastárselo todo en gallardetes. Dentro del bazar había un perro pequeño ladrando y detrás del mostrador su dueño fumaba un cigarrillo.

- Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?
- Buenos días, ¿No tendría por casualidad banderines de colores?
- ¿Banderines? Claro que si, ahora mismo se los saco.

Acto seguido el vendedor se introdujo en su pequeño almacén y volvió con un rollo enorme de banderas de plástico. Había banderas de Alemania, de España, de Inglaterra, de Francia…

- No, no, perdón, no me refería a esas banderas, lo que quiero son banderines triangulares de colores, no sé si me entiende…
- ¡Claro que sí! Pero eso no se llaman banderines, se llaman gallardetes.
- ¡Ah, sí, sí, claro! Pues si es tan amable quisiera cincuenta euros de gallardetes.
- Ahora mismo. ¿Quiere que le haga una factura?
- No es necesario gracias, me vale con el ticket de compra.



Por la tarde el chico entregó todos los gallardetes al alcalde. El hombre se sorprendió al ver tantas bolsas pero le dio las gracias y quiso devolverle el dinero. El chico dijo que no era necesario pero el alcalde insistió. Subió a su casa y le abonó la cantidad correspondiente al dinero que se había gastado.



Al día siguiente, el chico se levantó bastante tarde y cuando salió a la plaza no podía creer lo que veían sus ojos. No era consciente de la cantidad de metros de gallardetes que había comprado. El pueblo entero estaba otra vez lleno de colores. Colores vivos, flamantes, el pueblo entero olía a plástico nuevo. El alcalde y otro chico del pueblo habían madrugado y habían colocado hasta el último gallardete. No se habían dejado ni uno. Todo el pueblo parecía estar de acuerdo del hecho que significaban aquellos plásticos de colores. Su forma triangular, portadora de significado, anunciaba una celebración colectiva en donde cada cual participaba formando una masa homogénea y divertida. Sus cabezas daban vueltas en el interior de un circo de vivos colores, daban vueltas hasta marearse y perder el control de una estabilidad perecedera. Algunos lugareños aplaudieron su hazaña y otros ni siquiera se dieron cuenta pero sin embargo había algo festivo en su interior, una especie de felicidad acompañada de una tierna complacencia…

viernes, 5 de noviembre de 2010

Simón “cinta de casette”



Todavía hoy es objeto de mofa el perro de sus antiguos vecinos.

Los de B. eran una familia muy corriente. Ocupaban el primer piso de un viejo edificio de nueve plantas. Todos los días, la hija menor de éstos sacaba a pasear a su mascota. Era un perro pequeño y de pelo negro rizado. Lo tronchante de toda esta historia era el hilo de voz sine nobilitate que su dueña entonaba a la hora de dirigirse al chucho. También era digno de burla el nombre que había elegido para él. No porque se tratara de un nombre ridículo. De hecho, era un nombre bíblico muy de moda en aquella época, sin embargo, no lo era tanto para un perro como aquel. Cada vez que ésta se dirigía al chucho, él y sus hermanos lloraban de la risa.

- Simooooooon, ven aquí Simoooon. Deja en paz a esos niños y ven aquiiiii.


El caso es que todos los días pasaba lo mismo y era el perro el que se acercaba a ellos meneando el rabo y era su vecina la que empezaba a gritar.


- Simoooooon, si no vienes ahora mismooo te quedas sin comeer. ¡Te he dicho mil veces que no molestes a tus vecinoos!


Por las noches, cuando su madre ya había bajado las persianas y apagado la luz, él y sus hermanos se seguían burlando de su vecina y de su ridículo perro.





Una triste y luminosa tarde de otoño, paseando por la carretera, encontraron cerca de un contenedor una cinta de casette abandonada. Era una cinta grabada y en la etiqueta estaba escrito un nombre desconocido a bolígrafo azul. Uno de ellos rompió su mecanismo separando en dos extremos la cinta grabada y empezó a estirar. Mientras arrastraba aquel plástico por uno de los extremos gritaba:

- Simoooooon, ven aquí Simoooooon. Nunca me haces caso Simoooooooooon.



Desarrollar esta parodia les entretuvo toda la tarde. Se turnaban entre ellos para sacar a pasear a Simón. Gritaban y daban vueltas con la cinta en la mano hasta que el casette se elevaba y empezaba a dar vueltas en el aire y a su alrededor.


- ¡Simooooooooooooooooooooooooooon!


A partir de entonces a cualquier objeto enganchado con una cuerda, ya fuese una piedra o un palo le llamaron… ¿A que no lo imaginan?


Arañas rojas



Siempre se arrastra la sombra de la conciencia. Su proyección puede iluminar hasta el cemento más oscuro. Todas las casas que reciban luz serán las elegidas para marcar el camino hacia otras casas de cemento oscuro que esperan ser iluminadas algún día. Por el camino se podrán encontrar fuentes, también de cemento, pedestales vacíos y muros donde la vida transcurra ajena a esa luz.




El olor de los manzanos que rodeaban su jardín le recordaba al otoño. Los días empezaban a ser más cortos y más fríos. Recogió un montón de ramas del suelo y las lanzó una por una hacia los manzanos. Media hora después salió por la puerta del patio en busca de sus amigos.

Habían quedado enfrente de la casa de I. El fin de semana anterior encontraron un montón de tiza en un contenedor de obra y habían decidido pintar en la carretera cerca de la entrada del pueblo, justamente en frente de la casa de I.

Una casa grande de cemento gris oscuro y blanco.

Cuando llegó hasta allí aun no había nadie. Se sentó en el muro que separaba la finca de la carretera, cruzó las piernas y se puso a observar.

El muro también era de cemento pero de un tono gris muy claro. No era totalmente liso. La superficie era un poco rugosa debido a una trama de pequeños agujeros simétricos. El cemento estaba un poco pulido y sucio y algunos de los agujeros habían desaparecido por el roce y por el paso del tiempo. De repente entre aquellos agujeritos vio algo que llamó especialmente su atención. Unos puntos rojos diminutos recorrían la superficie en línea recta cruzando la superficie del muro. Aquellas formas vivían en el cemento, ese era su lugar. Se acercó un poco más y adivinó unas pequeñas patas alrededor de los puntos. Se trataba de un nido de arañas que por alguna extraña razón vivía en aquel muro. Parecía como si hubieran surgido del propio cemento, como si aquel material innoble les hubiese dado la vida.

Sin embargo esta vez iba a ser la curiosidad y estupidez de aquel niño la que interrumpiera la existencia de algunos de aquellos diminutos seres.

Era algo muy fácil y divertido. Con un solo dedo, el chico podía segar la vida de cada puntito, aplastándolo y arrastrándolo, creando una pequeña línea roja en el cemento. Así se entretuvo durante casi media hora hasta que aparecieron sus amigos.

Sin decir nada cogieron las tizas y se pusieron a dibujar y a escribir chorradas en la carretera.

Una insignificante tira de plástico



Dejó atrás su pueblo, cruzó la carretera y recorrió el camino que le llevaba hasta el depósito de agua. La temperatura era agradable a pesar de que a mediodía habían llegado a los cuarenta grados. Le gustaba pasear cuando el sol iluminaba de una forma oblicua. No soportaba el calor excesivo del verano durante el día pero le encantaban las noches. Recorrió una pista de gravilla negra y llegó por fin hasta el depósito. No era la primera vez que iba. Todos los jóvenes del pueblo lo conocían y solían ir allí por las noches con sus coches a fumar porros, escuchar música y charlar. En ese preciso instante no había nadie y él lo sabía.

Hacía tiempo que ni siquiera los jóvenes del pueblo iban por allí.

Superó un pequeño montículo de tierra y escaló una pequeña plataforma de cemento para subir hasta el tejado del depósito. Se sentó en el borde más alto y se puso a contemplar el paisaje. Las nubes parecían quererle decir algo. No se estaba volviendo loco ni tampoco sufriendo una especie de revelación. Simplemente le hablaban de algo que ya conocía. Su movimiento era muy lento, casi imperceptible y poco a poco iban cambiando de color. Se encendió un cigarro y contempló de nuevo el paisaje. Las casas del pueblo se veían muy pequeñas desde allí. Las piscinas se dibujaban mucho más azules que de costumbre. Las montañas se iban oscureciendo adquiriendo un tono verde azulado. De repente el aburrimiento se le hizo insoportable y bajó hacia el pueblo. Había pensado compartir éstas experiencias con ella. Pensaba que el silencio de la materia no existía para nadie pero estaba equivocado. Miraba hacia el suelo y daba patadas a los guijarros de forma violenta. Entre la gravilla encontró algo que le llamó especialmente la atención.

Era una tira de plástico amarilla.

No podía adivinar su razón de ser y sin embargo se la guardó. Pensaba dársela a ella, quizás así podría compartir aquella experiencia con alguien. Los objetos reflejaban a través de él hacia ella y de nuevo hacia exterior. Sus reflexiones eran muy simples, casi tanto como aquella insignificante tira de plástico.

Justo en el lugar donde había encontrado su precioso regalo, a la izquierda, había un camino de tierra. El sol reflejaba en los cardos que lindaban un camino lleno de luz. Muchas veces había tenido la tentación de tomar aquella dirección, sin embargo nunca lo había hecho. Lo haría por ella. En su delirio creía que algún día podría recorrer aquellos senderos con ella, juntos de la mano y casi sin hablar. La realidad era que su sensibilidad le trastornaba y le alejaba cada vez más de la vida. No podía seguir así. El aire soplaba muy suave y tibio y cada vez que lo hacía le recordaba de nuevo a ella. No era posible que en tan poco tiempo su imagen y su presencia hubieran ocupado tanto espacio en su mente. Casi no la conocía pero consideraba que todo el mundo era predecible y que seguramente ella también. Esto hacía las cosas mucho más fáciles.

El caso es que se aburría pensando en todo esto. Miró hacia el cielo y respiró una de aquellas agradables y cálidas ráfagas de aire. El camino subía de nuevo hacia el monte así que decidió volver.

Cuando llegó a casa ya se había mudado de todas sus reflexiones pasadas. Éstas ya no formaban parte de su realidad cotidiana. Su madre preparaba la cena y su padre estaba regando la huerta. La vida en el pueblo no estaba mal pero le aburría. No podía evitarlo. Le aburría casi todo. De repente recibió un mensaje. Metió su mano en el bolsillo derecho buscando el teléfono y sacó una extraña tira de plástico amarilla. La observó con detenimiento y pensó que quizás no significaba nada conservar aquel estúpido fetiche.

Resultaba algo demasiado serio y ganaba un merecido primer premio al aburrimiento.

Pompas de humo



Estaba triste y sufría una especie de carga que le hacía sentirse mucho más pequeño de lo habitual. Sus preocupaciones no le incumbían a nadie, ni siquiera a él mismo.

Entró en el salón y se tumbó en el suelo, encima de la alfombra. En la televisión aparecía una especie de mago vestido de negro que hacía pompas de jabón. El mago había aspirado humo y las pompas eran blancas. No podía creer lo que estaba viendo, las pompas flotaban en el aire sobre un fondo de color negro infinito. Todo se desarrollaba en absoluto silencio. La coreografía de aquel hombre armonizaba con el movimiento de las pompas de jabón y cuando explotaban su estirado cuerpo temblaba. Era una especie de mago payaso y bailarín.

La televisión reflejaba ondas azules sobre la alfombra llena de polvo. También reflejaban ondas azules la mesa de mármol negra y las paredes blancas de gotelé.

De pronto tuvo la misma sensación que había tenido hacía días cuando jugaba solo. Se levantó y miró por la ventana mientras se apoyaba en el sofá. Afuera estaba totalmente de noche y todas las farolas de la calle estaban encendidas. No eran más de las siete de la tarde y ya no quedaba ni rastro de luz natural. Sus hermanos miraban la televisión en silencio. Pensaba en el colegio. No le gustaba hacer los deberes y sus profesores seguramente le castigarían si no los hacía. Corrió la cortina y se tumbó de nuevo en la alfombra. El mago de la tele seguía haciendo pompas de jabón y de fondo sonaba una música muy rara. De vez en cuando se escuchaban los sonidos del público que aplaudía y gritaba. Lo que verdaderamente le fascinaba era ver cómo fumaba su cigarrillo y acto seguido soplaba por uno de aquellos extraños tubos. Los movimientos del mago eran como los de un chicle. Llegaba incluso a mantener en el aire cinco pompas a la vez.

Él y sus hermanos miraban el espectáculo embobados. Ninguno de ellos decía nada y sólo se limitaban a reír de vez en cuando. De repente apareció su madre y apagó la tele. La habitación se quedó completamente a oscuras y al fondo observaron la luz del pasillo.

CONCIERTO DE MORLANS EN EL KATOS

miércoles, 6 de octubre de 2010



nadie se preocupa


































una luz excesiva para pasear, se lo piensa mejor y no sale de casa



















La industria

Polillas revoloteando alrededor del fuego




Se despertó una hermosa mañana del mes de Junio de 198… con los ojos pegados a los párpados y entumecidos los músculos de la cara. Había pasado una noche llena de horribles pesadillas que ni siquiera recordaba. Cuando por fin pudo ser consciente de quién era y de donde estaba, ya se habían ido a desayunar todos sus hermanos. A través de las ventanas penetraba una luz blanca preciosa que iluminaba las sábanas revueltas y los armarios. En esta ocasión la realidad resultaba ser mucho más interesante que de costumbre. Se levantó y fue directo a la cocina. Todos estaban muy contentos porque esa noche se celebraban las hogueras de San Juan. Este día marcaba el comienzo de las vacaciones de verano y eso suponía casi tres meses de tiempo libre, de sol y de baños en el río. Por otro lado, la noche de San Juan era especialmente mágica. Después de cenar, se encendía una enorme hoguera en el atrio de la iglesia y allí los niños y los mayores lo pasaban en grande jugando con el fuego. No había allí ni música, ni comida ni bebida, nada, únicamente dos hogueras, una pequeña y otra grande.

La cosa consistía en saltarlas por encima muy rápido para no quemarse.




Los primeros en prender una hoguera fueron los pequeños. Les fascinaba comprobar cómo el fuego empezaba a quemar los troncos mezclados con hojas secas y paja. Aun no estaba de noche y la llama no iluminaba tanto como lo haría horas más tarde. El olor de las hojas secas era de una intensidad tal, que uno de los chicos las apartó con un palo.


- No dejan de echar humo, ¡las hojas la están ahogando!

- ¡No digas tonterías, está mucho mejor así!

- Lo que tú digas, pero luego no me eches la culpa a mí.

- ¡Calla!


Un poco más tarde llegaron los padres y los chicos mayores. Uno de ellos llevaba un bidón de gasolina y gritaba sin parar.

- ¡Apartad!


De repente una columna de fuego se levantó ante la mirada atónita de todo el pueblo. En seguida todos rodearon la hoguera. La gente reía y charlaba y miraba al fuego como si se tratase de la televisión. De vez en cuando alguien movía los troncos con un palo y cientos de chispas se elevaban hacia el cielo oscuro y lleno de estrellas. Una columna de humo gris se fundía con el aire fresco de la montaña.

Cruzar las llamas era algo increíble. Pasabas tan rápido que sólo podías sentir calor en las pestañas. Era una lucha en contra de los elementos, una especie de juego que consistía en saltar. Era muy divertido.

Las polillas revoloteaban alrededor del fuego.

Una vez que la hoguera se consumía la noche tocaba su fin. Los padres charlaban con las manos en los bolsillos y los jóvenes se alejaban a lugares oscuros para fumar cigarrillos.

La hierba del suelo estaba seca y llena de polvo. Tres niños meaban sobre la hoguera. Los chorros levantaban una fina nube de cenizas.


Con la ropa impregnada de olor a humo volvieron todos a sus casas.


viernes, 1 de octubre de 2010

Carcajadas




Fue por mediación de su hermana el que su padre no hubiera seguido pegándole. No lo hubiera hecho de todas formas. Poseía un corazón bondadoso y al contrario de lo que él creía, mucha paciencia. Sin embargo, esa vez no pudo contener su ira y le cruzó la cara en medio del hall, justamente cuando se disponía a salir por la puerta. Todo comenzaba a desmoronarse, las cosas estaban cambiando y ya no era un niño. Su padre no toleraba que él hiciese lo que le diese la gana y que le desobedeciera. En todo caso ya había resuelto quedar con uno de sus mejores amigos y confidente y eso era algo irrevocable. Su amigo vivía en el barrio de San J. y allí todo resultaba nuevo para él. Las calles eran mucho más anchas, acababan de inaugurar unas enormes salas de cine y sobre todo había en ese barrio algo que sólo conocía por las películas americanas; enormes cadenas de restaurantes de comida rápida.

Cogió el autobús y se rodeó de gente extraña. Un montón de chicos y chicas ocupaban los asientos traseros y no paraban de reír. Se preguntaba constantemente que demonios les hacía tanta gracia. Sólo ellos lo sabían y por eso los envidiaba.

Bajó del autobús y miró el reloj. Aún eran las cuatro de la tarde y su amigo le había dicho que no llamara antes de las cinco. Andaba por la calle muy despacio y despistado hasta que casi sin darse cuenta llegó hasta aquellos porches sobre los cuales se levantaban dos enormes edificios gemelos. En uno de ellos vivía su amigo. Sentado en el borde de un pequeño jardín se puso a esperar a que diese la hora. De repente cruzaron un chico y una chica y se sentaron a su lado. El chico sacó de su bolsillo una cajetilla de tabaco y le ofreció un pitillo a la chica. Ésta lo cogió y acto seguido se metió la mano en el bolsillo y sacó un mechero. Ambos se encendieron sus cigarrillos y comenzaron a fumar muy deprisa. Casi sin darse cuenta ya habían pasado más de treinta minutos y para él parecía que sólo habían pasado diez. Se levantó de un salto y llamó al portero automático de aquel enorme edificio. Una voz muy suave le invitó a entrar. Cogió el ascensor y subió hasta el noveno piso. Dentro le esperaban, o al menos eso creía él. Llamo al timbre y abrió la puerta la madre.


- Hola majo. ¿Qué tal estas?


- Muy bien. ¿Esta P.?


- Sí, claro, está durmiendo, ahora mismo le despierto. Entra.


Poco a poco iba sintiendo aquel olor tan característico que posee cada casa. Reinaba un silencio absoluto y sólo se podía escuchar el sonido de la nevera. De repente apareció su amigo con el pelo enredado y cara de dormido.

- ¿Sabes que si ofreces a una chica coca cola y aspirina se pone como una moto?

- No lo sabía. ¿Nos vamos?

- Vale, espera a que me lave los dientes.


Cinco minutos después ya estaban andando por la calle. No sabía que era, pero algo muy extraño le ocurría a su amigo. Justo antes de doblar la calle él le dijo:

- Vamos a buscar a un amigo mío y luego vamos al KFC.

- ¿A dónde?

- Un Kentucky Fried Chicken, es una cadena de restaurantes americana. Las alitas de pollo están buenísimas.

- Vale. ¿Es muy caro?

- No.


Subieron a casa de su amigo. Era un niño obeso con el pelo muy liso y muy bien peinado. Jugaba a la videoconsola rodeado de sus amigos. Él sólo se dedicaba a observar mientras su amigo hablaba con el chico obeso. Aquella casa no olía a nada.

Media hora después ya estaban sentados en aquel horrible restaurante que tanto les gustaba. El chico se pagó su menú de alitas de pollo sin embargo, no le llegaba para el helado. No le importaba. Aquel intenso sabor empapado en salsas significaba algo nuevo para él. Una sensación extraña le poseía en aquel lugar. Cuando acabaron la comida los tres amigos se separaron.

El chico volvió a su casa sólo y dando vueltas a su pequeña cabeza. Un montón de chicos y chicas reían a carcajadas en la parte trasera del autobús. Él se preguntaba que demonios les hacía tanta gracia, sin embargo, los envidiaba.


...

Carroña




A las ocho de la mañana del día siguiente habían decidido ir a recoger la red. Ya habían resuelto que aquella noche colocarían esa enorme red de pesca de un lado al otro del río. Con mucho esmero dedicaron parte de la tarde en desenredar los nudos de aquel enorme trasmallo. No resultaba una tarea fácil. Dentro de los nudos había enredados un montón de palitos y de hojas secas. Cuando por fin terminaron el trabajo, su amigo la recogió cuidadosamente, la envolvió en una toalla y la introdujo en su mochila. Quedaron en encontrarse después de cenar a orillas del río, cerca del pozo del médico.

Tres horas más tarde, él y su amigo caminaban por un sendero lleno de chopos. A pesar de ser de noche, la luna llena iluminaba con toda claridad el suelo. Una gran actividad nocturna se desarrollaba en aquel río oscuro y lleno de vida. Poco a poco y en silencio descendieron desde un árbol al agua y uno de ellos nadó hasta el borde opuesto del río con un extremo de la red en la mano. Mientras, el otro esperaba agachado sobre las raíces de un árbol. Desde allí observaba cómo su amigo enganchaba la red y acto seguido se acercaba nadando suavemente y con sigilo. Desde la orilla observaba su pericia. Aquella enorme trampa de pescadores ocupaba todo el ancho del río. Todos los peces que pasaran por allí esa noche quedarían atrapados en sus redes.

Los mosquitos infestaban los alrededores y una fina nube negra traspasaba la luna.



Al día siguiente comprobaron horrorizados su destreza.

Enganchados en la red había un montón de peces y algunas ratas de agua, también había culebras y hojas marchitas. El terrible aspecto de los peces muertos fue lo que realmente les asustó. No se trataba sólo del hecho de que estuvieran muertos. Lo que verdaderamente les produjo horror fue la rigidez extrema de aquellos animales. A diferencia de la mayoría de los peces capturados en el agua, éstos habían muerto dentro, atrapados en su propio elemento. Sus formas ya no se asemejaban a nada que pudiera tener que ver con ellos ni con su propia naturaleza.

Aprendida la lección arrojaron su captura al agua convirtiéndola en carroña y comida para los cangrejos.

martes, 28 de septiembre de 2010

El estertor




Las fiestas populares de L. marcaban el final del verano y por lo tanto el final de las vacaciones de los niños y la vuelta a la rutina de los mayores. En esas fechas todo el pueblo disfrutaba a lo grande de los eventos programados por la comisión de fiestas y por el alcalde. Después, todo se acabaría.

De los tres días que duraban las fiestas, el primero era el más emocionante. La gente se reunía en cuadrillas por la tarde para asistir al cohete inaugural y allí los mayores empezaban con la cerveza y el tabaco mientras los pequeños recogían caramelos del suelo. Una vez acabado el arrebuche se repartían chocolate caliente y bollos para todo el pueblo.

La temperatura durante el día era cálida pero por las noches ya comenzaba a hacer frío. En el ambiente se empezaba a sentir el otoño.

Una vez finalizado el primer baile, después de que todos, niños y mayores hubiesen vibrado con júbilo, se colocaban enormes mesas en medio de la plaza y se servía la cena. Mientras todo el pueblo lo hacía en la plaza, un grupo de amigos cenaba por su cuenta en la casa de los M.

Una enorme casa de tres pisos y de tejado gris, un poco menos rústica que las demás casas del pueblo y plantada allí hace cuarenta años.

Mientras todos comían en el salón, uno de ellos, muy nervioso, dejaba casi toda su comida en el plato. Tantos amigos y la promesa de una noche llena de emociones le habían cerrado por completo su pequeño estómago. Sin embargo, no dejó de beber cerveza en todo el rato y pasados los postres bebía ron mezclado con coca cola. Le embargaba una emoción injustificada debida a que él mismo sabía lo insulsas que le resultaban aquellas fiestas. Pero allí estaban todos sus amigos y hermanos y era esa noche cuando todo el pueblo se ponía de acuerdo para vivir el estertor. Unidos en el bar por la noche, todos los habitantes del pueblo parecían comulgar en una especie de ritual que consistía en beber hasta perder el control. Algo muy extraño se producía en aquel ambiente que sólo con respirarlo ya embriagaba.

Un intenso punto de luz se concentraba en esa sociedad, su presencia, componía lo más parecido a una estrella muy intensa. En esos días el pueblo se rodeaba de un valle dormido y en silencio. Afuera, los cangrejos y los peces del río no cambiaban su rutina nocturna. Dentro del bar, los habitantes brillaban con una luz propia generada desde su interior. La música significaba catarsis y movimiento de la pelvis. Las conversaciones nunca abandonaban su tono nostálgico y oscuro. Las cabezas se movían en medio del humo y pequeños puntos de luz advertían una lucidez extrema. Él era consciente de todo esto y por eso nunca faltaba a la cita.

Cuando acabaron de cenar decidieron entrar allí dentro para no salir en toda la noche. Sus amigos se desplazaban de un lugar a otro mientras él hacía lo propio en armonía con los demás. Era evidente que todo giraba en torno a su propio eje y que la realidad empezaba a resultarle interesante. La primera ronda de combinados estuvo a cargo de su hermano, que también era su amigo y que lo observaba todo con felicidad. Sus labios se posaron sobre un montón de vasos que le daban en ofrenda. Risas y abrazos completaban la coreografía que algunos torpes seguían al ritmo de la música. Los humos de los cigarros amarilleaban las paredes que en otros tiempos fueron blancas. Sin embargo allí no había luz. Sólo algunas sombras destacaban entre todas aquellas siluetas borrachas. El chico ya no sentía dolor ni angustia, sentía algo parecido al éxtasis, pero sin embargo, se aburría. Sus fechorías en contra del aburrimiento formaban lo que él consideraba su juego nocturno. Sus conversaciones y apretones fascinaban a algunos y molestaban a otros. De repente pudo ver algo. En medio de la pista, rodeada de solteros, estaba aquella mujer. Parecía poseer otro eje y a su alrededor flotaban comentarios lascivos. Bailaba con todos ellos sin importarle el mañana. Moviendo su cintura cambiaba de pareja como de copa. Fumaba y sonreía de una manera extraña. Obviamente era bella y sus pretendientes no dejaban de acosarla. Saltaba como una niña a pesar de superar la cuarentena. Sus ojos brillaban como estrellas y su cuerpo le acompañaba. Observaba a sus solteros con una mueca de felicidad inocente. De repente se puso sola en medio de la pista, flexionando las piernas de arriba a abajo y girando la cintura. Sus manos estaban ocupadas, una de ellas en sujetar la copa y la otra en colocarse el pelo detrás las orejas. Sus movimientos eran cada vez más lentos y su mirada más brillante. Su sonrisa permanecía en su mueca más simple, sin embargo, acto seguido, unas lágrimas brotaron de sus ojos. Él no podía creer lo que estaba viendo. Era cierto todo lo que significaba en ese preciso instante el estertor. Aquellas lágrimas producían en ella algo muy bueno y verdadero. Tanto él como ella y como todo el pueblo necesitaban aquella noche de desenfreno. La cosa no era tan simple. Ésta era una noche especial y se alegraba de formar parte de ella. Una lejana sensación se acercaba con el ritmo de la oscuridad mezclada con el alcohol. Sin dudarlo un instante se acerco a ella, apoyo la mano en su hombro y le preguntó:


- ¿Por qué lloras?


A lo que ella contestó:


- Lloro de emoción.


Nada más escuchar su respuesta el chico sonrió y se dio la vuelta.

...

Al día siguiente nadie de nosotros hablaba de lo que verdaderamente había ocurrido. Únicamente nos referimos a las cosas más insignificantes.

El viento despejaba las nubes del cielo y el sol calentaba sin fuerza. Los padres acudían al frontón para entretener a sus hijos en los castillos hinchables. Poco a poco el pueblo iba despertando de una gran resaca mientras el alcalde y sus colegas lanzaban cohetes. Juntos y a coro nos despedimos hasta el verano próximo sin el peso de nuestras almas.


...

martes, 15 de junio de 2010

El entierro de la comida (Guiño a Leopoldo Alas "Clarín")



No se si alguna vez habéis probado comida recalentada en una fiambrera de dos pisos. La verdad es que no os lo aconsejo. Sobre todo si ha sido recalentada junto a otras setenta fiambreras, también de dos pisos y de olores y sabores extraños. La mezcla que se crea es algo homogénea e insoportable. Automáticamente se te quitan las ganas de comer y cualquier cosa te parece mucho más apetitosa, incluso una ensalada de lechuga con tomate. Recuerdo una historia relacionada y repugnante que me ocurrió más o menos cuando estudiaba sexto de primaria.

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Antes de nada lo que debía hacer era reconocer su fiambrera entre todas las demás. Ésta, sólo se diferenciaba de las demás por una pequeña marca inscrita en la parte superior. Dentro estaba su comida y toda clase de sabores y olores mezclados. Esta sensación normalmente le hacía perder el apetito y acto seguido se levantaba de la mesa, volvía a introducir su fiambrera en una bolsa de plástico grasienta y birlaba unos trozos de pan del comedor. Se hinchaba a pan. Por lo menos éste estaba tierno y le mataba el hambre.

Ese mismo día iba especialmente cargado de mochilas y cuando salió de clase abandonó su bolso de deporte en la sala de ordenadores e introdujo dentro la fiambrera. Pensaba recogerlo todo al día siguiente.

Pasaron un montón de semanas hasta que volvió a ver su bolso.

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Sabía perfectamente donde estaba, sin embargo, cada día le costaba mayor esfuerzo ir a por él. Cuando ya por fin lo daba por perdido, uno de los alumnos encargado y ayudante del portero se lo devolvió. Llevaba su nombre escrito en un bolsillo. Todo llevaba su maldito nombre escrito y en seguida le reconocieron. No se lo podía creer. Era su bolso. Era el mismo bolso que llevaba más de un mes abandonado en aquella sala y del que no quería saber nada.

Cuando lo abrió recibió un golpe de olor a humedad que le hizo echarse hacia atrás. Dentro olía a champiñón pero eso no era lo peor. Junto a su ropa de deporte estaba aquella grasienta bolsa amarilla. Dentro estaba la fiambrera y en su interior comida podrida. Se pudo imaginar su estado y descomposición. Ni siquiera necesitaba abrirla. Acto seguido se dirigió hacia las pistas deportivas. Al fondo estaba el salto de longitud y casi nunca había gente por allí. Rápidamente cavó un enorme agujero en la arena, arrojó su fiambrera dentro y se olvidó del problema. No era posible que nadie le descubriese. Además su madre hacía meses que había comprado una fiambrera nueva. La cosa estaba resuelta.

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El pitido



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No puedo determinar con exactitud cuáles fueron las causas y el origen de tan extraño fenómeno. Lo verdaderamente interesante a veces se encuentra en el enigma y no tanto en las respuestas que se puedan desarrollar. Cuando llegas a sentir algo parecido luego ya no vuelves a ser el mismo y tampoco puedes recordar nada fuera de lo descriptible. El cuerpo se carga de una especie de luz que que revela y que consuela. La noción de espacio se altera y se recorren regiones en las cuáles el individuo se hace consciente, a través de lo irreconocible, de su propia conciencia. A partir de entonces se inventan nuevas formas que luego se destruyen para completar otras. Los dibujos de colores ayudan a recordar las líneas de aquellos lugares tan encantadores que existieron alguna vez y su espectro visible compone lo que luego jamás se puede ver pero que sin embargo, se recuerda. El inconsciente refleja mucho mejor en los objetos que no reciben luz.

El caso es que después de aquello decidió que jamás volvería a tener miedo a la oscuridad.

Una cálida noche de Agosto justo antes de volver a casa escuchó un sonido que recordaría toda su vida. Uno de sus escondites favoritos era éste. Detrás de un bar había un patio trasero que utilizaban como almacén. El suelo estaba lleno de cajas de coca cola vacías, cristales rotos y un montón de botellas llenas de polvo. Allí, debajo de un cubierto y cerca de una pequeña puerta de madera cerrada con candado, se encontraba agazapado y oculto aquel chico. No era una noche especialmente luminosa. A pesar de haberse acostumbrado a la oscuridad era incapaz de reconocer muchas de las formas que le rodeaban. De vez en cuando escuchaba golpes y ruidos de botellas entre las cajas de plástico. De repente escuchó un pitido. Era algo continuo y poco corriente. Conforme se iba moviendo, el pitido se volvía más intenso e insoportable. Por un momento pensó que podría tratarse de una bomba y se asustó un poco. En seguida desechó esa posibilidad, ya que no encontraba ninguna razón para que alguien colocara una bomba allí. Pensó que sin embargo podría tratarse de algún tipo de sonido o mensaje extraterrestre. Se acercó hasta una pequeña luz roja que se ocultaba al fondo de aquel patio, pero se desencantó en el momento que pudo comprobar que aquella luz tan sólo se trataba de una pequeña bombilla que indicaba el funcionamiento y conexión de una de las cámaras frigoríficas. La oscuridad lo ocultaba todo de una manera sorprendente y su fondo negro e infinito acababa por reflejar destellos de colores que alucinaban. El espacio era idóneo y la temperatura del exterior agradable. Las estrellas aparecían brillantes y le hicieron pensar en lo extraordinario de todo. La sensación era tan buena que sus pies consiguieron despegarse unos centímetros del suelo. Jamás había escuchado algo parecido en la naturaleza y decidió quedarse hasta averiguar de donde provenía aquel maravilloso pitido ¿por qué nunca pudo volver a sentir nada similar? La posibilidad de que fuera algo extraterrestre había quedado desechada. Entonces, ¿de qué se trataba?

Años más tarde lo descubriría.

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