Salieron de casa sin rumbo fijo. Su intención era
básicamente dar un paseo y tomar un poco el aire. Lo necesitaban después de
cuatro horas seguidas jugando a la videoconsola. Disponían de un tiempo precioso
e infinito. Empezaron caminando por la orilla del río y luego se desviaron por
un sendero que ascendía hasta una desconocida y atractiva cumbre amarilla
rodeada de bosques azules. Cruzaron un bosque y luego otros tres más. Muy
cansados llegaron hasta una llanura de color oro. Poco a poco el cielo se
cubría de nubes negras, entonces su amigo se detuvo preocupado.
-
¡Parece que se acerca una tormenta! ¡Mejor será que nos demos la vuelta!
Cada vez soplaba más viento y sus pelucas se volvían
locas en medio de la llanura.
-
¡Subamos un poquito más! ¡Lleguemos hasta la cumbre! ¡El aire me sienta
divinamente! ¡Me despeja la cabeza!
Y le sentaba muy bien a la chica que se retorcía y se
mezclaba con el viento. Su amigo desconfiaba pero acabó haciéndole caso. Subieron
un poco más y de pronto sintieron ambos aislados goterones de lluvia en su
rostro. Goterones helados que de repente se multiplicaban por siete.
-
¡Vámonos! – Dijo el chico. ¡Las tormentas de verano en la montaña son muy
peligrosas!
Sin embargo la chica bailaba dando vueltas sin
preocuparle siquiera el peligro. Disfrutaba de aquella ducha y de aquellas
fragancias que desprendían el suelo de barro y los bosques de pinos azules. Sin
previo aviso un relámpago iluminó lo que de repente se había convertido en una
tarde oscura, casi nocturna. Y crepitó un trueno que hizo temblar la montaña.
-
¡¡¡¡¡BRUUUUUUUUUUUM!!!!!....
Acto seguido se cogieron ambos de la mano y descendieron
a toda velocidad. La lluvia era cada vez más intensa y los rayos y los truenos
cada vez más numerosos. Se compaginaban ambos en sus zancadas que alcanzaban
medio metro en el aire. Cruzaron los cuatro bosques y se deslizaron por senderos
llenos de barro. Los rayos parecían querer alcanzarlos y separarlos para
siempre. No lo lograrían entonces aquellos fenómenos atmosféricos.
Habían conseguido juntos superar la zona de peligro.
Cuando llegaron hasta la orilla del río se detuvieron.
Jadeaban ambos de forma descontrolada pero lo habían conseguido. Se habían
librado de milagro. Conocían perfectamente la historia de aquel hombre que
había sido alcanzado tres veces seguidas por un mismo rayo. No había sido por
suerte su caso. Ya no tenían nada que temer. Había dejado de llover. Un hueco
de color azul turquesa apareció de repente en medio del cielo.
Justo encima de aquella cima de color amarillo.
…