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sábado, 14 de mayo de 2011

Los sueños de un esqueleto



Tened muy presente que las cosas no ocurren sin más. El transcurso del universo desconocido por algunos y conocido sólo por unos pocos gira a gran velocidad. La tierra y los seres humanos, los astros y los fenómenos naturales se mueven y desencadenan preciosos bloques inmersos en un volumen infinito de cambios. El cerebro interpreta estos cambios y descubre en ellos cosas maravillosas. Los ojos son los receptores, los encargados de transmitir información al resto del cuerpo. Los globos aculares giran e intentan desprenderse de los cables y tendones que le abrazan.

Impulsos eléctricos cruzados de sangre y oxigeno que desprenden olores a microbio y gelatina.

La reacción del cuerpo es estar siempre alerta. Ondulaciones de carne y pequeños alientos de gigante representan el dibujo de éste fenómeno retórico.

Y cuando todo parece que vuelve a empezar ni siquiera ha terminado de ser jamás.

Es extraño que nunca se estudien los imanes y potencias que rodean los sentidos más primarios del ser humano. Debería ser obligatorio investigar en la escuela y desde el principio cuáles son las causas que prometen la sensación de movimiento. Y que sin más ocurren cuando no hay datos nuevos que aportar. Parece sentada la base de la ciencia, necesaria tabula rasa continua que produce resultados a nivel práctico. Sin embargo, es necesaria también una forma del cuerpo y explicación de lo aditivo que reflejan los colores sobre el fondo negro lateral del cerebro.

Es recomendable empezar por la investigación de un caso de epistemología ocular y trascendencia cotidiana conjunta cualquiera. Luego el mismo caso puede ser aplicable de universalidad a cualquier otro caso similar.




Sujeto nº1


Estaba cansado y le zumbaban los oídos. No hacía deporte ni tampoco se divertía. Se sentaba en su cuarto y cambiaba el mundo. Lo transformaba cada día sin importarle cuáles eran las consecuencias de sus actos. No hacía nada por los demás y esto lo único que generaba era un descuido total y absoluto de su persona. No parecía desaliñado. Su pelo brillante destilaba aceite y rechazaba cualquier idea formada fuera de las fronteras de su cerebro. Estaba obcecado y no podía hacer nada por cambiar, al menos rodeado de aquellas cuatro paredes de hormigón. Lo que debía hacer lo sabía muy bien.

Salir de allí.

Debería haber pasado el día fuera, en la calle y rodeado de sus seres queridos. Lo que debería haber hecho es mirar al sol de frente con los ojos bien abiertos y conseguir por fin olvidarse de sí mismo y de sus malditas recepciones. Pero no. Allí estaba, mirando con cara de idiota la pantalla de su ordenador personal y modificando su perfil. ¿Que importaba a nadie si se llamaba pan, molde hecho a tu medida o cualquier otra cosa por el estilo? ¿Su pelo era negro o marrón oscuro? ¿Que importaba si su pelo era fino o grueso?

Tenía las manos heladas y el cerebro se le hinchaba como una bolsa segundos antes de hacer el vacío. De repente apareció una polilla y al segundo desapareció. ¿Se estaba volviendo loco o es que por fin había entendido algo sobre las alucinaciones? Seguramente era su imaginación que siempre le jugaba malas pasadas.

Se lavó las manos y los dientes, apagó la luz de su cuarto y se metió en la cama.

De nuevo y de otra forma apareció la polilla. Esta vez estaba compuesta de luz. Una luz amarilla muy luminosa. Le había rodeado el cráneo y parecía haberse escondido detrás de su oreja derecha. Sentía un temblor en el resto del cuerpo mientras la polilla de luz desaparecía y se introducía en su carne. Cuando por fin se quedó dormido el anillo interior de su delgada silueta se empezó a elevar hacia el techo. Mientras, su corteza exterior respiraba y abrazaba su almohada. Ahora todo le preocupaba y apretaba los dientes como un esqueleto en plena batalla. Su espada se lanzaba hacia todos y cada uno de sus enemigos y su armadura le inmovilizaba hasta que se despertaba por la mañana.

Entonces se sentía de nuevo hecho de carne. Las polillas marrones bombilla no aparecerían hasta bien entrada la tarde. Las luminosas y amarillas cuando el fondo negro de su habitación lo permitía.

Y los sueños convertido en esqueleto… No sabía ni cuándo ni cómo hacerlos desparecer.


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