Todos los veranos le mandaban a los campamentos de verano
en inglés que organizaba su colegio. Eran muy aburridos y estrictos y casi no
dejaban espacio a la improvisación.
Cualquier movimiento en falso era censurado y penalizado
sin remedio.
A pesar de que le prohibieran hablar en castellano, él lo
hacía siempre a escondidas. No consideraba una falta tan grave expresarse en su
lengua materna cuando le obligaban a utilizar el inglés de forma sistemática.
Contara lo que contara siempre debía hacerlo en la lengua de Max Beerbohm,
Gregory Benford o cualquiera de otros tantos ingleses que desconocía y
detestaba. Eran sus padres, inducidos por sus profesores, los que le habían
mandado obligado y en pleno verano a sufrir aquellas interminables jornadas de clases
de inglés.
Eran los profesores los que habían decidido por todos y
cada uno de los niños que pululaban por aquel campamento.
La verdad era que a veces lo pasaba bien y que tampoco le
costaba gran esfuerzo hablar en inglés. Poco a poco lo había ido
interiorizando y casi sin pensarlo lo expresaba maravillosamente. El problema
era cuando contaba chistes. Eran imposibles de traducir aquellos juegos de
palabras.
Trasladados al inglés no tenían ningún sentido.
Una fresca y soleada mañana de Agosto, después de
desayunar, cuando estaban todos ordenando y haciendo las camas, él y sus amigos
se pusieron a contar chistes verdes a escondidas y en castellano. Las risas
locas de todos ellos llamaron la atención de los monitores. Entonces fue cuando
uno de aquellos esbirros mecánicos pegó la oreja en la puerta de su habitación.
Estuvo el monitor un rato escuchando como se jactaban sus alumnos y como lo
hacían en el idioma prohibido. De repente abrió el monitor la puerta de golpe.
Enmudecieron todos de repente. Y era lógico. Recibirían
su castigo personalizado los cuatro miembros de aquella habitación.
…
Después de una larga reunión entre monitores, decidieron
que dos de ellos limpiarían los retretes pero el resto, que eran él y uno de
sus mejores amigos, serían expulsados. Ya no soportaban los monitores su
presencia nociva en aquel campamento. No era la primera vez que les pillaban in fraganti. Eran unos inadaptados y los
organizadores estaban hasta el gorro de los dos. Decidieron que limpiar
retretes no era castigo suficiente y les comunicaron que estaban expulsados irremediablemente
de su campamento.
-
Preparad vuestras mochilas. Os vais hoy mismo. Iréis
andando hasta el pueblo más cercano y desde allí cogeréis un autobús que os llevará
hasta vuestras casas. No os queremos tener aquí. ¿Entendido?
-
Muy bien. – Contestaron los dos con cara de cordero
degollado.
Muy tristes y preocupados prepararon sus mochilas sin
hablar entre ellos. Estaban dispuestos para largarse y los monitores les
abrieron las puertas del albergue para que se marcharan de una vez por todas.
-
Ya sabéis dónde está la puerta.
Ni siquiera se despidieron. Mientras avanzaban él y su
amigo, los demás chicos del campamento les observaban. Algunos lo hacían con
cara de pena y otros lo hacían entre risitas. Se habían convertido de repente
en los apestados, los rechazados. Nadie quería tener nada que ver con aquellas
dos ovejas negras. Todo resultaría mucho mejor en el momento exacto de su
desaparición. Su presencia empezaba a resultar incómoda para todos los miembros
de aquel club.
Lo curioso de todo es que poco a poco ellos iban
aceptando su castigo. Iban aceptando su expulsión y de alguna forma se sentían
especiales. Cuando perdieron de vista a todos, compañeros y monitores,
respiraron con tranquilidad.
-
¿Cuántos kilómetros nos separan del pueblo más
cercano?- Le preguntó su amigo.
-
No estoy seguro. – contestó él. – Pero creo que
unos quince.
-
Cuando se haga de noche y empiece a hacer frío, ¿Que vamos a hacer?
-
No lo sé. Quizás debamos construir una cabaña en
el bosque con troncos y ramas de árbol. Algo improvisado.
-
¡Claro! También tendremos que preparar un fuego
para calentarnos y cocinar algo entre las brasas. Podíamos pescar un par de
peces en el río y luego asarlos en la hoguera. ¿Qué dices?
-
Me parece una buena idea.
-
¡Estupendo! - Expresó emocionado su amigo. - ¡Tengo
ganas de que se haga de noche!
Entonces empezaron ambos a reír a carcajadas. Y con la mirada
de frente observaron el horizonte.
Las ramas secas de los árboles esparcidas por la hierba
rodaban y se chocaban entre sí. Al fondo,
unos chopos agitaban sus copas movidas por el viento. Viajaban aquellas ráfagas
desde los picos más lejanos y helados hasta el centro del valle. Las nubes rozaban
las montañas y aparecían por primera vez rosas, violetas y azules. El aire puro
acariciaba sus rostros y les embargaba una emoción inusitada. Andaban por la
carretera con sus mochilas llenas de ropa y no tenían nada que temer.
Se hacían ambos compañía inseparable.
Avanzaban con paso firme y con la cabeza bien alta. De
repente les unía algo especial y maravilloso. Allí estaban ellos dos solos y sin
que nadie les dijera lo que tenían que hacer. No había actividades organizadas
ni tampoco deportes obligatorios. Se habían acabado las clases y los rezos de
par de mañana.
Eran libres y por arte de magia su castigo se había
convertido en una bendición.
De repente, a sus espaldas, escucharon el rugido suave y
continuo de un motor. Un coche circulaba a su altura mientras ellos seguían
andando. Acto seguido se bajó una de las ventanillas y se asomó de pronto uno
de sus monitores.
-
Chicos, que lo hemos pensado mejor y hemos
decidido no expulsaros. Limpiareis los retretes como el resto de vuestros
compañeros.
Estaba claro que todo había sido una especie de broma. Sin
embargo ellos ya se habían hecho a la idea de seguir con aquello. No aceptaban
limpiar retretes y tampoco aceptaban que de golpe y porrazo les arrebataran la
posibilidad de vivir una aventura juntos y lejos de todos ellos.
-
No hace falta. Aceptamos nuestro castigo. Creo
que nos lo merecemos. Somos un mal ejemplo para el resto de nuestros compañeros.
Aceptamos nuestra expulsión.
Con el gesto torcido y un poco confuso su monitor
contestó.
-
Bueno, que lo hemos discutido y creemos que
puede que nos hayamos pasado con el castigo. Pensamos que ha sido excesivo. Os
perdonamos si vosotros nos prometéis que no volveréis a desobedecer las reglas
del campamento.
-
¡No! ¡Aceptamos el primer castigo impuesto! ¡Nos
largamos! –Respondieron ambos acelerando el paso.
No estaban dispuestos a que sus monitores les cortaran
las alas. Sin embargo aquellos cuatro engendros motorizados eran los
responsables de todos los miembros del campamento y no podían abandonarles en
ningún momento. Todo había sido un montaje cutre, una especie de lección.
-
¡Entrad al coche ahora mismo si no queréis que
llamemos a vuestros padres!
Estaba clarísimo. Menuda lección habían recibido. Nada
que ver con la lección que sus monitores pensaban haberles dado. Por un momento
habían soñado que eran libres, que disponían de su tiempo y de su propio
espacio privilegiado. Por un momento, ellos dos, habían recibido una lección de
solidaridad y de compañerismo impuesta por ellos mismos. Habían sentido que
ambos se protegerían y que pasara lo que pasara y acechara el peligro que
acechara, estaban juntos en todo.
Volver al campamento les suponía la muerte de todo
aquello. De nuevo las clases y los deportes, las reglas y las competiciones.
Eso sí que lo consideraban un castigo.
…