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sábado, 1 de diciembre de 2012

El fantasma ofendido


Se había puesto de moda en los noventa jugar a la ouija. Lo hacían a menudo ella y sus amigas cuando su madre no estaba. Dibujaban el abecedario y unas cuantas cifras del cero al nueve en una hoja de cuaderno y comenzaban la partida. Entonces se manifestaban los espíritus de sus antepasados en medio de su cocina. Personas que habían pasado sin pena ni gloria por la vida que ahora ellas disfrutaban. A veces los fantasmas se pronunciaban con incoherencia, pero la mayoría de las veces lo hacían de forma reveladora.

El problema era que sus amigas se lo tomaban todo como si fuera una broma. Querían saberlo todo y no paraban de molestar hasta que su invocado desesperaba. Se notaba que habían visto demasiadas películas y siempre acababan preguntando las mismas tonterías.

-          ¿Estás condenado a ser errante y vagar eternamente por tus pecados?

-          ¿Eres el demonio que juega con nosotras?

-          ¿Hay alguien en la sala que te moleste?


Diantres. No soportaba que agobiaran tanto a los espíritus. Ellos no hacían nada excepto querer que los dejaran en paz. Cuando alguno se había manifestado, estaba segura que lo había hecho sin querer. El mundo de los vivos ya no les interesaba lo más mínimo.

Sobre todo porque eran los vivos los que se habían olvidado completamente de ellos.

Cuando por fin acabaron sus amigas de asediar al fantasma, se despidieron y esperaron su respuesta. Entonces el errante no dijo nada. Por lo visto se había enfadado y no se quería marchar  de la cocina. La cosa empezaba a torcerse y ni ella ni tampoco sus amigas sabían cómo reaccionar. Soltaron rápidamente la moneda y empezaron a mirarse sin hablar. El frigorífico emitía su típico zumbido multiplicado por siete. Los grillos entonaban macabras melodías en el jardín. Y un cotidiano parpadeo iluminaba la mesa blanca de la cocina. En cualquier otra circunstancia aquello les habría parecido algo normal pero entonces, lo atribuyeron todo al espíritu que acababan de invocar.

Nadie sabía qué decir ni tampoco qué hacer.

Optaron todas sus amigas por largarse pitando. Le dejaron sola en la cocina mirando una moneda roñosa en medio de un folio lleno de garabatos. Le dejaron a solas con el fantasma. Y estaba el errante ofendido de verdad. Su madre no llegaba hasta las doce así que decidió conservar la calma y no dejarse llevar por sus emociones. Se metió la moneda en el bolsillo, destruyó el folio y subió rápidamente por las escaleras directamente hasta su habitación. Allí dentro escuchaba mucho más alto que de costumbre a los gatos callejeros. Aleteos de murciélagos rozaban la persiana de plástico de su cuarto. Y el maldito  parpadeo de las bombillas era cada vez más frecuente. Pensó que quizás se había vuelto loca y que no existía ningún fantasma. Aquello al menos le consolaba durante un rato. Pero en seguida empezaba a sentir deambular al errante por su habitación. Escuchaba sus pasos en el desván y susurros cerca del cuarto de baño. De repente un golpe muy fuerte, un estrepitoso chirrido se produjo a su izquierda. Era la puerta que se abría de golpe y con violencia.

Era su madre que había llegado de cenar con sus amigas.

-          ¿Qué te pasa? – le preguntó su madre. – Parece como si hubieras visto un fantasma. ¿Qué haces aún despierta? En la cocina huele a tabaco. ¿Qué hacéis tú y tus amiguitas cuando yo no estoy?

La chica le contó a su madre todo lo que había pasado. Se lo contó entre sollozos más o menos intensos. Su madre consiguió consolarle. Le propuso una fórmula que había abandonado hacía unos años, el caso es que le funcionó de nuevo.

-          Cuando tengas miedo y no puedas dormir, invoca a tu ángel de la guarda con una breve oración. Ya sabes hija que funciona siempre. Tu ángel de la guarda siempre te protege y sabes muy bien que puedes contar con él cuando lo desees. Hazme caso. Buenas noches y dulces sueños.

La cosa es que dijo su breve oración y su ángel de la guarda hizo su intervención. Produjo una burbuja mágica alrededor de su cuerpo. Ya no escuchaba nada y en parte le fastidiaba tener que pasar tanto de aquel pobre y enojado fantasma. En realidad ella no había tenido nada que ver con aquello. Habían sido sus amigas por lo tanto, ella no tenía razones para darle más vueltas.

El caso es que lo hizo. No paró de darle vueltas al asunto hasta que halló una posible solución. Al día siguiente trataría de convencer a sus insolentes amigas para que invocaran de nuevo al fantasma y le pidieran perdón por las molestias ocasionadas. 

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lunes, 19 de noviembre de 2012

Primer amor a primera vista


Era muy extraño, pero aquel fin de semana de Junio sintió que su cuerpo se transformaba de repente. Se había introducido algo en su mente, algo nuevo y revelador, una especie de secreto que de pronto albergaba su corazón. La sensación era maravillosa pero al mismo tiempo le inquietaba. Sin embargo no luchaba, se dejaba llevar por la tremenda emoción que sentía entonces. Nadie debía conocer los cambios operantes que llevaban a cabo sus entrañas. Debía ser un secreto bien guardado y no podía permitir que nadie averiguara nada de lo que le estaba ocurriendo.

Sería mucho mejor así.


Bajó de casa y se montó en el coche de su hermana mayor. Un R5 gris clarito muy pequeño. Se puso el cinturón y se acurrucó en el asiento del copiloto como pudo. Le gustaba viajar con su hermana porque con ella nunca se mareaba. Aceleraba y reducía el motor de forma progresiva y casi no tocaba el freno. Circulaba de forma precisa y agradable. Siempre con la radio a tope le deleitaba con canciones de rock que se quejaban por todo. Cuando su hermana se lo permitía, le gustaba sacar la mano por la ventanilla para sentir el aire. Entonces ella le miraba de reojo y le vigilaba a través de sus gafas de sol oscuras.

Era una estupenda y responsable hermana mayor a pesar de todas las broncas y de todas las patadas.

Más o menos, cuando estaban a mitad de trayecto, su hermana giró a la izquierda y se detuvo en una gasolinera. Después de apagar el motor y la radio, salió del coche y se introdujo en una enorme tienda de revistas y comestibles. La gasolinera estaba llena de gente repostando y lavando sus coches. Se notaba en el ambiente que había llegado el verano. Empezaba el calor y todo el mundo se había echado a la calle. No quedaba nadie en sus casas y la gente tenía unas ganas horribles de estrenar sus trajes de baño y de dorarse al sol. Su hermana tardaba mucho en volver y parecía que la cosa iba para rato. Algunos coches le adelantaban y otros nuevos llegaban y se detenían a su derecha para llenar el depósito. De repente un flamante deportivo rojo se detuvo a su lado. Salió del coche un hombre muy alto y muy rubio con unos zapatos muy brillantes y un traje muy elegante. El hombre mascaba chicle de forma compulsiva y avanzaba con zancadas de antílope. Se dirigía al mismo sitio que su hermana mayor, por lo que dedujo que también él tardaría en volver.

Entonces se puso a observar el flamante deportivo rojo de aquel hombre.

Tenía unas ruedas gigantes como las de un coche de carreras. Los focos delanteros formaban parte de la silueta aerodinámica del conjunto. Las llantas del coche brillaban como espejos y las ventanillas lo hacían como pompas de jabón. De repente adivinó en su interior una pequeña silueta sentada en el asiento del copiloto. Era la silueta de un chico de su edad, rubio y con el pelo rizado. Sus ojos eran azules y sus dientes blancos como perlas. Lo que más llamó su atención no fueron todas aquellas minucias. Lo que más llamaba su atención era que él le miraba fijamente a los ojos y de forma extraña. Se comunicaba con ella y lo hacía con sus ojos azules. Nunca había sentido una mirada como aquella con tanta intensidad y encima a su vez, ella sentía que también se comunicaba con él a través de sus propios ojos. Se miraban fijamente y ninguno de los dos se movía ni un centímetro. Estaban ambos pegados al respaldo de su asiento. Mente y cuerpo dejaban de ser uno solo para transformarse en dos entidades complejas. Sentía que superaba aquella sensación todo lo maravilloso que había sentido ella hasta entonces. Su emoción era lo más parecida a todo aquello reunido en un solo instante. Un instante por el cual no pasaba el tiempo. Sospechaba que su hermana aparecería irremediablemente y que les separaría para siempre. Sentía a la vez el placer y la angustia de aquel encuentro. El chico no dejaba de mirarle e incluso le sonreía. No soportaba su sonrisa pero sin embargo no podía vivir sin ella. Miraba al chico y un cosquilleo extraño le trepaba desde los pies hasta la garganta. Implosionaba su mente con una especie de eco infinito y con ondas que afectaban incluso a su propio corazón. Necesitaba salir y abrazar a aquel chico. Necesitaba abrazarle mucho más que a su propio padre. No entendía por qué de repente un desconocido total había despertado en ella todas aquellas emociones. A su izquierda se acercaba su hermana y abría la puerta del conductor. Ni siquiera se había dado cuenta cuando su hermana había abierto el depósito, echado el carburante y cerrado el depósito. Se había quedado allí pegada en el asiento del copiloto con cara de boba. Pero con la cara de una boba reflexiva. Se trataba de un placer intelectual de tal intensidad que hasta había podido sentir los besos de aquel chico en su rostro.

Y con su mirada ella le había devuelto todos aquellos besos.

Sin más rodeos arrancó su hermana el coche, aceleró y se incorporaron ambas de nuevo a la carretera.

Sentía que necesitaba contarle a alguien lo que le había pasado hacía dos minutos. Allí estaba su hermana mayor pero le daba vergüenza contárselo a ella. Pensó en contárselo a su mejor amiga. No había nada que hacer. Tampoco ella entendería ni una palabra. Ni siquiera ella misma entendía nada de lo que le había ocurrido. De lo único que estaba segura era que había sentido la primera y maravillosa experiencia de un amor hacia lo desconocido. Y aquello le había provocado por primera vez una sensación de nostalgia.

Llegaba todo de golpe, su adolescencia y madurez avanzaban de forma descontrolada y sentía que abandonaba una etapa de su vida que jamás olvidaría del todo.


lunes, 12 de noviembre de 2012

Baño compartido

Pieza encargada por BERUTA para decorar el escaparate de su preciosa tienda/taller.

A continuación algunas fotos de mi proceso para el fondo y algunas otras del resultado final. Si queréis saber algo más sobre estas preciosas y enigmáticas muñecas, visitad la web

http://www.beruta.net/













domingo, 4 de noviembre de 2012

Cuento prenavideño


Una heladora y despejada mañana de Diciembre caminaban por la calle cogidos de la mano un niño pequeño y su madre. Miraban ambos los escaparates de las tiendas y de vez en cuando se observaban reflejados en los cristales.

También esquivaban los gigantescos árboles plantados en las aceras de su barrio.

Y se cruzaban con ancianos que atravesaban los pasos de peatones apoyados en sus bastones de madera. Caminaban a su lado señores solitarios fumando cigarrillos con la mirada perdida. También se cruzaban con hombres y mujeres paseando a sus mascotas.

Formaban todos ellos parte de un decorado prenavideño.

Entonces no llevaban ni cinco minutos haciendo recados cuando de repente, ambos lo vieron en medio de la acera. Era un castillo de juguete en perfecto estado. Solamente tenía una pega. El castillo original estaba lleno de trampas y de poleas y de pegatinas muy chulas. Éste no tenía nada en su interior, estaba hueco.

Se suponía que por eso lo habían abandonado en medio de la calle.

Miraba la madre hacia los lados mientras su hijo sobaba y elevaba el castillo por los aires. De repente dijo el niño arrugando su naricita.

-          Huele un poco a basura.

-          Es igual –contestó su madre. Nos lo llevamos a casa y lo limpiamos con agua y jabón.

Y se miraron ambos en silencio y brillaron sus ojos con un leve destello de amor profundo y verdadero. Les hacía ilusión haber encontrado ese castillo. El niño no paraba de repetir que lo iba a llenar de trampas fabricadas por él mismo y que no le importaba que estuviese hueco. Su madre le observaba y le sonreía mientras apretaba su mano con fuerza.  




sábado, 27 de octubre de 2012

Siete segundos


Su primera cita con B. fue maravillosa pero poco a poco todo fue degenerando. Ya se habían avisado ambos que la cosa no tenía futuro, sin embargo seguían conociéndose. La última vez que acabaron conociéndose ya del todo, se dejaron de ver. Esto no supuso ningún problema para ninguno de los dos. Su relación estaba muerta. Se habían dicho cosas bonitas que ninguno de los dos sentían. Se habían dado cariño sí, pero de alguna forma no se habían dado el suficiente.

Una tarde de Febrero se sentaron ambos sobre la cama de B. Se observaban y se besaban de forma muy rara. Se desnudaron y después observaron el techo. Se hablaban mirando al infinito y casi no se tocaban. El pelo grasiento de B. y sus hombros desnudos llenos de pecas rozaban la cama. No había nada en la silueta de B. que le sedujera. Era una silueta muerta y obligada por la fuerza de la gravedad a permanecer en silencio. Tampoco B. sentía nada por la persona que tenía a su lado. Era todo muy aburrido en aquella posición. Entonces B. se levantó de golpe y empezó a tocarse el pelo de forma descontrolada. Intentaba seducirle a toda costa.

Trataba B. de conseguir por lo menos una caricia en el hombro.

No había nada que hacer. Su cuerpo muerto tumbado y cubierto con su edredón no se movía ni tampoco reaccionaba.

No sentía nada.

Entonces B. saltó de la cama y posando sus pies desnudos contra el suelo de su habitación se puso a revolver entre los cajones de su armario. A los tres minutos volvió a la cama con un extraño y diminuto aparato entre las manos.

-          ¿Te apetece ver una peli? – dijo B.

Entonces se iluminaron sus ojos y descubrieron de pronto el cuerpo de B. Le sedujeron de nuevo sus hombros y le hicieron gracia sus pecas. Acarició su pelo grasiento y amó de nuevo aquella silueta.

Por lo menos lo hizo por unos instantes. Fueron breves e intensos aquellos instantes que por lo menos duraron una eternidad. B. no reparaba en ello, pero gracias a su diminuto reproductor dvd y a su decisión de recuperarlo en aquel preciso instante, había conseguido seducir de nuevo a su amante.

Había conseguido seducirle durante siete segundos.


Algunos materiales que utilizo para los papier collé

















gomas de borrar

















Tijeras con troquel






















Pegamento de barra

















Boli multicolor y goma de borrar especial

















Cuchilla

Cartel para las fiestas de CAMPAMENTO BASE


lunes, 22 de octubre de 2012

¡Yo soy escritor!


Le llamaron por teléfono para concertar una entrevista de trabajo. La cobertura no era muy buena y apenas podía entender la voz de su interlocutor. Finamente lograron concertar la entrevista. Colgó el teléfono y se tumbó en el sofá. El chico pensaba que ya le habían aceptado y que aquello solamente se trataba de una formalidad.

Lo que no sabía el chico era lo que le esperaba.

Al día siguiente cogió la bici y con mucho tiempo por delante se dirigió hasta el lugar de la cita. Mientras pedaleaba tranquilamente, pensaba en lo maravilloso de todas las cosas. Disfrutaba del clima otoñal y de la temperatura de la calle. Le gustaba sentir que se acercaba el invierno y que los días eran cada vez más cortos.

Aparcó y enganchó la bici en una señal de tráfico. Estaba contento porque había llegado puntual como un reloj. Nada más entrar en el local preguntó por su entrevistador. Le dijeron que tenía que esperar un poco. No le importaba. Se sentó en la barra del bar y pidió una cerveza mientras esperaba pacientemente.

A los quince minutos se acercó una chica que no conocía de nada y le invitó a pasar a una especie de despacho decorado con barriles de cerveza y pósters de propaganda. Sentado en una mesa le esperaba su entrevistador. Un hombre gordito con traje y con cara de buena persona. Acto seguido se presentaron y se dieron la mano.

-          Bueno F. A pesar de lo que pueda parecer quiero que sepas que puedes dirigirte a mí con toda naturalidad. Quiero que la entrevista sea lo más distendida posible, ¿Entendido?

-          Entendido. – Contestó el chico.

-          Lo primero que quiero que sepas es que la entrevista la vamos a grabar. No pienses que se trata de algo inusual. Siempre grabamos las entrevistas que concedemos a nuestros candidatos. Esto nos facilita tomar decisiones mucho más objetivas y nos ahorra trabajo administrativo.

-          Me parece perfecto.- contestó el chico mientras pensaba en lo raro y oscuro de todo aquello.

No entendía como de repente, lo que él consideraba una entrevista formal se había convertido en una especie de interrogatorio.

-          En primer lugar F., quiero que nos cuentes algo acerca de tu último puesto de trabajo.

El chico les contó todo le que deseaban saber. Les contó incluso más de lo que ellos esperaban averiguar. Enlazaba su discurso de forma coherente y parecía que incluso disfrutaba con ello. Siguieron a su respuesta un montón de preguntas más, una detrás de otra. El chico contestaba con naturalidad pero sentía que cada vez se vendía con más intensidad. El problema era que tampoco le interesaba tanto el puesto. Por lo menos no le interesaba lo suficiente como para no reconocer que realmente estaba allí por la pasta.

Cuando terminaron las preguntas acerca de su experiencia profesional empezaron las preguntas tipo trampa. Eran preguntas que desvelaban perfectamente el perfil del entrevistado. Estaban hechas perfectamente para juzgar psicológicamente cualquiera de las posibles respuestas del interrogado. No obstante, supo el chico esquivar sus impulsos y contestó con toda normalidad y de manera que pudo convencer a sus entrevistadores de que se merecía el puesto.

Fatalmente tuvo que llegar la última pregunta.

-          ¿Cuál es la verdadera razón por la cual quieres trabajar con nosotros?

Pensaba el chico en las verdaderas razones por las cuales la gente hacía las cosas. Era complicado. Él estaba allí por el dinero. Estaba claro que no podía decir aquello, el caso es que no supo disfrazar muy bien su respuesta. Habló de la importancia del trabajo y de la necesidad de un oficio pero poco a poco fue profundizando en el tema y acabó desvelando su verdadera identidad.

-          ¡Yo soy escritor! Y si queréis saber la verdadera razón por la cual quiero trabajar con vosotros no me andaré con rodeos. Necesito el dinero para seguir viviendo y poder seguir escribiendo. Pero lo que no queréis saber es que la verdadera razón por la cual escribo es para que algún día no necesite recurrir a gente de vuestra calaña. ¡Sí! Escribo para no tener que desperdiciar mi precioso tiempo con gente como vosotros. Y no me refiero concretamente a vosotros. Me refiero a cualquier persona que me obligue a desempeñar un oficio que detesto. La verdad es esa. Pero puedo decir más. No existe la inspiración en el modelo de sociedad en la cual vivimos. No creo que exista nada que no tenga que ver con la vida y con el dinero. La gente se mueve de manera egoísta y piensa que trasciende su condición de ser humano. Nada más lejos de la realidad. No existe la inspiración en los músicos ni tampoco en los escritores. Tampoco existe en los arquitectos ni tampoco en los cocineros. No existe ni en los curas ni en las monjas. Tampoco existe en los abogados. No existe en los emprendedores y mucho menos en los empresarios. Tampoco existe en los médicos ni en los misioneros. Puede ser que solamente exista en los borrachos y en los suicidas, pero me atrevo a decir que ni siquiera en ellos existe. Todo tiene su componente egoísta y puramente material. No existe la vocación ni tampoco la inspiración. Creo que saben a lo que me refiero.

Realmente no tenían ni idea de qué demonios estaba hablando. Ni siquiera él mismo se daba cuenta de lo que decía. Se había dejado llevar por los impulsos de un loco seguro de sí mismo. Impulsos que cuando salían a la superficie no tenían sentido para nadie. Lo había echado todo a perder. Entonces solamente pensaba en marcharse de allí para siempre. Desaparecer sin dejar huella. De repente, su entrevistador se levantó de una forma muy rara y con una gran sonrisa le dijo.

-          Chico, admiro tu sinceridad. ¡Estas contratado! Déjame que te ponga al día con las condiciones. Tu sueldo bruto asciende a mil doscientos euros. Eso quiere decir que…

Antes de que acabara de hablar el chico le cortó.

-          ¿Pero es que no ha entendido nada de lo que le he dicho? Después de mi sincero discurso, ¿cree realmente que voy a aceptar su oferta?

-          Claro que sí. - Contestó su jefe.



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jueves, 11 de octubre de 2012

Su primer libro de bolsillo


Se coló por un agujero a través de una valla y empezó a deambular. La casa parecía deshabitada pero se notaba que no era el primero ni tampoco el último que había entrado a curiosear. Estaba toda llena de pintadas. Llena de todo tipo de frases inmortalizadas con tiza y spray.

Moñas
Viva yo          la farlopa
Okupa kopón
Vicente me debes 1000 pavos
Droms
David cabezón
gaztetxea

Dentro estaba todo podrido y no faltaba el típico colchón mugriento ni tampoco el típico armario sin puertas volcado en la entrada. En medio de lo que parecía ser el salón principal de la casa había un balón de plástico pinchado. Todas esas cosas ya las había visto en otras tantas casas en la cuáles se había colado cientos de veces. No se trataba de eso. La casa y sus alrededores debían contener algo especial y así lo sentía.

Y aquel sentimiento le empujaba a seguir investigando a pesar del miedo.

De repente salió disparado un murciélago de una de las habitaciones más oscuras. Pensó el chico que seguramente aquella habitación estaría plagada de muchos más murciélagos por lo que decidió salir de allí cuanto antes. Afuera se habían colado unos cuantos rayos entre las blancas y espesas nubes del cielo. Se habían colado unos pocos rayos y se notaba que no iban a durar mucho. Iluminaban la hierba seca que crecía aleatoria en el jardín de aquella casa. Iluminaban la hierba seca que crecía entre un montón de palés de color oscuro e iluminaban aquellos rayos incluso el interior de un pozo de piedra en ruinas. Lo iluminaban todo aquellos rayos efímeros y entonces le poseyeron al chico ganas de pasear por aquel jardín. Pasear simplemente por el hecho de hacerlo.

Caminaba como alelado entre los escombros y entre las montañas de palés.

Y parecía formar todo aquello una parte importante de su propia naturaleza.

Entonces se detuvo. Lo hizo porque de repente vio algo extraño. Entre todas las cosas que podían llamar su atención en aquel lugar, ésta era la que más lo hacía. ¿Que por qué? No lo sabía pero el caso es que lo hacía.

Entre un montón de periódicos usados y de revistas del corazón mojadas descubrió unos cuantos libros. Libros viejos de poesía y novela rosa. No reconocía nada e incluso sentía un poco de asco cuando tocaba todos aquellos tomos. Sin embargo había uno que destacaba entre todos ellos. Era un libro delgado y blanco de bolsillo. No tenía ninguna ilustración ni fotografía en la portada. Solamente impresos el título y el nombre de un autor desconocido. A pesar de no ser muy aficionado a la lectura lo abrió. Empezaba con una dedicatoria. La dedicatoria más bonita que había leído jamás.

Para Marie.

La poesía le aburría soberanamente pero ésta por alguna razón le enganchaba. Era extraño pero no podía dejar de leer aquellas frases tan poderosas y sugerentes. Palabras prohibidas de un escritor olvidado, pensó el chico. Poesía erótica de calidad. Poderosas rimas nada caprichosas. Palabras que se enlazaban perfectamente y que formaban imágenes tan nítidas que llegaban incluso a excitarle.

Descubro sus piernas de repente
Largas como remos
Tan suaves como su regazo
Enfermo y delicado abrazo
Que trastorna mi mente
Y devuelve a mi seno
Su poderoso manto

De cabellos son las cortinas
Que ocultan sus pechos
Que no tiene y que rayan los míos
Entre risas y llantos

Oh querida yo te adoro
Y  tú lo haces también
no te quejes si la luna
Te despierta entre mis brazos.


Allí, sentado entre los escombros devoró aquel libro desde la primera página hasta la última.
Cuando lo terminó de leer se lo metió en el bolsillo y salio de allí pitando.

lunes, 1 de octubre de 2012

Radiocasete


El día que le robaron el radiocasete del coche lo pasó realmente mal. Su vida giraba en torno a ese maldito trasto. Giraba en torno al mismo que le acababan de robar por la fuerza. Se lo contó primero a sus amigos. Mientras lo hacía lloraba sin poder contener las lágrimas. Sentía la impotencia de un robo, pero mucho más que aquello, sentía el pudor que se siente cuando unos desconocidos totales tocan y revuelven los asuntos personales de uno. Se imaginaba a los ladrones sentados en su coche manoseándolo todo.

Sentía repugnancia con solamente pensarlo.

Sus amigos lograron calmarle y consiguieron que durante rato se olvidara de todo aquello. Para eso estaban sus amigos. Siempre eran ellos los que conseguían distraerle sobre las cosas importantes de sí mismo. Sobre todo la presencia de uno de ellos que no dejaba de llamar su atención hizo que se olvidara por completo de todo durante unas pocas horas.

Al día siguiente se habían enterado todos de su desgracia. Sus compañeros de clase y toda su familia. Y la verdad es que aquel robo había supuesto para el chico un gran palo. Pasaba una etapa tan preparatoria y superficial que su inconsistente mundo se había hecho pedazos justo en el momento en el cual le habían arrebatado su radiocasete. Era un radiocasete bastante normal pero sin embargo él lo adoraba. Se lo había comprado a un amigo de su hermano por muy poco dinero. Tenía múltiples opciones con las cuáles el chico jugaba sin parar. Tocaba los agudos y los graves. Cambiaba los fader. Desactivaba y activaba los twiter. Jugaba con las múltiples opciones que ofrecía su radiocasete sin pensar un solo momento en su futuro ni tampoco en el de nadie.

Y se lo habían robado. Le habían arrebatado la posibilidad de ser feliz aunque fuera por unos pocos instantes. Tampoco tenía muchas más razones por las cuáles sentirse feliz. Nadie le hacía caso, ni siquiera se hacía caso él mismo. Pasaba una etapa horrible y encima no era consciente de nada. Sentía que la vida era algo pesado e infinito. Observaba dentro de las personas un universo inabarcable. Le superaban todas ellas con su vida propia. Cuando tenía que reaccionar, el mundo se le tumbaba encima. Ejercía la tierra todo su peso sobre su cuerpo de papel. Se sentía enfermo cada vez que alguien le miraba sin hablar. No entendía los gestos ni tampoco podía leer la mente de nadie.

Por eso mismo se agobiaba.

La cosa es que después de todo aquello decidieron sus hermanos regalarle un radiocasete nuevo. Aportaron sin rechistar cada uno su parte del dinero. Entre todos consiguieron reunir el dinero suficiente para que caprichoso, el chico se comprara su radiocasete nuevo.

Conducía el chico a partir de entonces muy feliz con su nuevo radiocasete. Lo hacía en dirección a su pueblo. Ascendió por una carretera de montaña y aparcó su coche cerca de un depósito de aguas. Aislado y apartado de todos podía hacer lo que le daba la gana. Y hacer lo que le daba la gana conllevaba el placer y el hecho de que podía subir el volumen de su radiocasete a tope. Subía y bajaba el volumen de su radiocasete mientras se fumaba un cigarro. Tanteaba las opciones y descubría nuevas posibilidades de audio. Mientras tanto el tiempo pasaba volando y se hacía de noche. Ahora el chico solamente veía el radiocasete. La luz de la pantalla era verde fosforita aunque también se podía cambiar de color. Lo que más le gustaba era cambiar de color la pantalla. Subir y bajar el volumen y echar el humo sobre la pantalla de su nuevo radiocasete. Alrededor no existía nada. Solamente oscuridad alrededor de su radiocasete nuevo.

No pensaba que afuera, un poco más lejos dentro de bosque, cientos de animales nocturnos le acechaban. No le amenazaban sino que expectantes esperaban a que se largara con su horrible coche y con su insoportable música. Lo esperaban los sapos y las ratas. Lo esperaban las ardillas y los corzos. Gruñían los jabalíes y se aburrían los murciélagos esperando a que se largara el chico con su coche y su maldito radiocasete.

Sin embargo él no reparaba en nada de todo aquello porque alrededor y solamente alrededor de su radiocasete no existía nada.

Simplemente oscuridad.




A los años, los mismos agobios que sufría constantemente volvieron en forma de instantes concretos. Le recordaban éstos a su etapa de adolescente. Entonces pensó que no le gustaría volver a ese lugar. Se sentía feliz de haber escapado de aquel agujero negro horrible que se supone que se cruza en la adolescencia.



jueves, 27 de septiembre de 2012

Un segundo viaje al almacén


Aquel trabajo no le sentaba bien. A veces se le ponía cara de loco y su rostro no expresaba para nada su verdadero estado de ánimo. No significaba que por ello odiara a todo el mundo. Aquello también le incluía a él mismo.

De hecho, aquello mismo le redimía.

Llevaba toda la tarde agachando el lomo, siendo amable incluso con la gente que no se merecía su amabilidad. Y era su amabilidad algo especial. No tenía que ver con nada pactado ni tampoco con ningún estúpido protocolo. Era sus ojos cuando buscaban una complicidad que nunca era correspondida. Era sus gestos y movimientos. Pensaba entonces que no había nada que hacer. Lo había intentado todo pero nada. Algunas veces se topaba con algunos clientes que deseaba conocer pero estaba claro que aquel no era ni el momento ni el lugar de charlar. En cuanto lo intentaba, cruzaba una extraña e invisible línea y se encontraba de nuevo solo. Hablaba consigo mismo y se daba cuenta de lo que pensaba. El problema era que nadie más se daba cuenta.

Ni siquiera su rostro acompañaba tan dulces pensamientos. En su fuero interno quería salvarlos a todos, incluso a sí mismo. Pero la verdad y el trabajo físico le devolvían de nuevo a la realidad y le recordaban que no era posible, que no había nada que hacer.

Cuando la jornada tocó su fin se largaron todos a sus casas. Todos menos él y dos de sus compañeras de trabajo. Todavía les quedaba limpiar el bar y hacer un par de viajes al almacén para reponer lo gastado. Salió del bar y se puso a observar la fachada de la catedral. Brillaba intensamente iluminada con los últimos rayos del sol. Entonces se puso a pensar en cosas muy dulces pero de repente se le colaron intrusas tareas pendientes entre toda la poesía del mundo. Ese día le tocaba a él ir al almacén. Bueno, realmente se había ofrecido. Se ofrecía constantemente sin pedir nada a cambio y no intentaba demostrar nada. Aquello le hacía especial o ni siquiera eso. Como todos, sabía que sus buenas acciones tarde o temprano le serían devueltas. Eso era egoísmo del bueno. Era tan humano y precioso a la vez que pensaba que no había nada de malo en desear cosas buenas para uno mismo.

No consideraba malo ser humano y eso era un alivio para él y para el resto.

Hizo dos viajes al almacén. En el segundo viaje se quedó un rato largo intentando recordar si olvidaba algo. De repente escuchó unos pasos. Eran los pasos de un transeúnte que caminaba lento por la acera de enfrente. Miraba para todos los lados y parecía perdido. Se acercó el hombre hasta una verja que lindaba con el patio interior de la catedral. Levantaba los brazos y gritaba como un loco a través de los barrotes. Parecía desesperado. Acto seguido, el chico vio como se acercaba una silueta a lo lejos desde el interior de la catedral. Parecía la silueta encorvada de un cura. El transeúnte le preguntó algo, no sabía el qué, pero parecía que demandara información. Era de noche y tampoco se adivinaban con claridad sus gestos.

La silueta negra de la catedral recortaba perfectamente el gris oscuro del cielo nublado y nocturno. La estampa era maravillosa con las farolas iluminando las aceras.

De repente sonó un disparo.

Tardó en reaccionar pero tardó muy poco en darse cuenta de que delante de sus narices se acaba de cometer un asesinato. Se quedó embobado mirando la espalda del agresor. Llevaba una preciosa gabardina beige. Pensó que le gustaría ver su rostro. Comprobar sus facciones y poder demostrar que los locos no tienen cara de locos. Que los asesinos no tienen cara de locos y que tampoco los locos tienen cara de locos. Demostrar que ni siquiera las personas tienen cara de locos. Mientras imaginaba todo aquello la silueta se giró lentamente. Pensó que lo más prudente sería esconderse por si las moscas. Ni siquiera lo pensó, lo hizo. Rápidamente se ocultó dentro del almacén muerto de miedo. Entonces sí que pensó en llamar a la policía. El caso es que no llevaba el móvil encima. Acurrucado como una cucaracha esperó a que aquel tipo se largara. Sin embargo no se iba. Los pasos de aquel hombre sonaban cada vez más cercanos. Entonces la sombra del asesino se deslizó por debajo del marco de la desvencijada puerta de madera del almacén y se detuvo. Temblaba el chico como gelatina de menta mientras su asesino se lo pensaba. Entonces para olvidarse de todo cerró los ojos con fuerza.

Millones de luces de colores se formaron sobre un fondo granate oscuro. La imagen del cura y de su agresor se mezclaron ambas con sus pensamientos más profundos No podía determinar con exactitud qué pasaba pero el caso es que ya no sentía su cuerpo.

Ya no sentía nada.

Abrió los ojos. La sombra de la entrada había desparecido. Salió a la calle pero no vio nada. Ni siquiera el cuerpo inerte del cura. Se lo había inventado todo por aburrimiento. Se lo había imaginado todo. Se suponía que imaginaba historias que no tenían nada que ver con la realidad cotidiana. En el fondo tampoco podía imaginar de qué trataba su vida cotidiana ni la de nadie y por eso inventaba historias descabelladas. Pensaba que la vida era un misterio demasiado simple.  

Y su cabeza no dejaba de dar vueltas. No dejaba de pensar y de intentar acordarse para qué demonios había hecho ese segundo viaje al almacén.


viernes, 7 de septiembre de 2012

Salir del barrio

Sus tres amigos estaban esperando en una furgoneta roja cuando salió de casa. Los tres llevaban los mismos plumíferos pero de colores distintos. A él no le llegaba para uno pero no le importaba. Le parecían un poco ridículas todas aquellas prendas de montaña con sus marcas bordadas siempre visibles en el pecho. Prefería forrarse de muchas capas de lana y parecer una cebolla humana. Se preocupaba por lo menos de no parecer un pavo en medio de la nieve.




Y eso sus amigos lo entendían a medias.



Cuando llevaban casi tres horas de trayecto por carretera, llegaron por fin a la estación. Estaba plagada de señores y señoras y de niños y niñas con sus esquíes a cuestas. El sol brillaba en el cielo y se reflejaba en la nieve de forma intensa. Una vez más se preguntó el chico qué demonios hacía él en medio de la naturaleza. Se sentía mucho mejor en casa o dando un paseo por su barrio. En la montaña se cansaba con solamente mirar al suelo y dar tres pasos. Y la verdad era que ya no tenía escapatoria. Estaba con sus amigos allí mismo y no le quedaba otra que alquilar unos malditos esquíes y pasarse el día entero deslizándose por aquellas pistas con ellos.



Aparcaron la furgoneta y salieron los cuatro a la carretera. Soplaba un viento helador y el frío se le colaba entre las costillas. Sus amigos enfundados en sus plumíferos se reían de él. No le importaba. Parecían profesionales pero en fondo no lo eran en absoluto. Solamente esquiaban por afición. Y realmente tampoco lo hacían tan bien. El caso es que estaban contentos y bromeaban todo el rato a su costa. Lo que en el fondo les fastidiaba era tener que perder el tiempo y tener que acompañarle a él para que alquilara sus propios esquíes. Cuando salieron de la tienda de alquiler con las tablas en los pies parecían todos ellos patos mareados. Con aquellos horribles esquíes no había persona humana que anduviera con normalidad.



Se pensaban sus amigos que así, con esas pintas, eran lo más. Y realmente solo eran unos pringaos.



Ahora lo que tenían que hacer era ponerse a la cola. Una cola de patosos mudos esperando su turno. Cuando éste llegaba, enganchaban su entrepierna en un arrastre frío como el hielo y se dejaban llevar como carros.



¿Qué diantres empujaba a todos ellos a divertirse de una forma tan incómoda? ¿Qué fuerza les empujaba a seguir allí con todo su cuerpo en tensión y helándose la nariz? Y otra cosa. ¿Por qué la gente fumaba y hacía ejercicio a la vez? Menuda estupidez. Era como curarse una herida reciente con yodo y acto seguido rociarla con raticida. Él fumaba como un carretero sí, pero no hacía ejercicio, o al menos lo evitaba a toda costa.



La verdad, no entendía casi nada.



Cuando llegaron hasta la cima de la montaña, sus amigos se colocaron en posición de descenso. A él todo aquello le importaba un pimiento. Prefería quedarse mirando el paisaje y ver como la niebla iba cubriendo las cimas de las montañas. Los esquiadores eran puntitos y soñaba con descubrir entre todos aquellos seres humanos algo extraordinario. Se imaginaba una especie de yeti entre los pinos que de repente se colaba entre todos aquellos domingueros y los hacía pedazos. Entonces sí que hubiera merecido la pena el viaje. Poder presenciar como aquel horrible ser mutilaba todo a su paso. Entonces la nieve se teñiría de rojo y toda la estación se convertiría en granizado de fresa. Se imaginaba todo aquello con deleite cuando de repente, uno de sus amigos le dijo:



- ¿Qué te pasa? ¿No te atreves a lanzarte? En el fondo no es tan difícil.



Y claro que lo sabía. Sabía que no era complicado esquiar. Solo hacía falta una buena constitución y una pizca de cerebro. El problema era que naturalmente él no contaba con ninguna de aquellas dos insignificancias.



- Lanzaos vosotros primero. – Dijo el chico. – Luego os alcanzo.



- Tu mismo - contestó su amigo.



Y se largaron de allí como flechas. Lo mejor de todo es que no los volvió a ver en todo el día.



Después de bajar aquella pendiente dándose mil trompazos, se detuvo sentado en el porche de un refugio para descansar. Le dolían los pies y con aquellas botas de plástico se sentía un estúpido robot. A la media hora volvió a la tienda de alquiler y recuperó su calzado. Entonces se pasó deambulando por los alrededores de la estación unas cuatro horas más o menos. Se hizo amigo de un perro lleno de nudos y luego se comió un bocata bastante rico y se tomó un café. El resto del tiempo se lo pasó mirando postales en una tienda de souvenirs.



A las cinco horas llegaron sus amigos. Estaban muy cansados y negativos. Se pasaron el viaje de vuelta sin decir casi nada. Sin embargo él, por alguna extraña razón, estaba muy animado.



En el fondo le gustaba salir de su barrio para darse cuenta de que su lugar no estaba muy lejos de su barrio.







martes, 4 de septiembre de 2012

Los zapatos rojos

Estaban demasiado cansados como para querer hacer nada mejor. Se lo pasaban en grande tumbados en el suelo de su habitación observando el techo. De repente apareció su madre y les dijo:

-          ¡Mirad como tenéis vuestra habitación! ¡Parece una leonera!

Su madre les amenazaba.

-          Ya podéis limpiarlo todo en seguida. Si en cinco minutos vuelvo y todo sigue desordenado, ninguno de los dos cena hoy. ¡He dicho!

Y se largó de un portazo. Acto seguido se miraron ambos a los ojos y se pusieron manos a la obra. Empezaron a ordenar sus juguetes y toda la ropa que habían ido acumulando desde hacía una semana. Entre todas aquellas prendas había un par de zapatos rojos que despertaron la curiosidad de su gato. Entonces éste le preguntó.

-          ¿De dónde han salido este par de zapatos rojos? Son muy bonitos. ¿De dónde los has sacado?

Su dueño y compañero se hacía el despistado pero finalmente le contó la historia.

-          Estos zapatos eran de una chica que vivía muy cerca de mi casa. Los veranos solíamos pasar mucho tiempo los dos juntos jugando en su jardín. Pasábamos horas enteras jugando en el porche de su casa hasta que se hacía de noche. De todos los juegos que compartíamos, nuestro preferido era el de la hora del té. Acompañábamos nuestros brebajes caseros fabricados con agua del grifo con briznas de hierba y montones de tierra que simulaban ser comida. Ella colocaba perfectamente su vajilla de juguete sobre una pequeña mesa de camping y luego me ofrecía con afecto probar de cada plato. Lo hacía con una voz muy suave mientras me miraba a los ojos. Recuerdo que yo simulaba comer y beber de aquella comida como si se tratase de comida real. Aquello me hacía tan feliz que no soportaba cuando de repente, llegaba la hora de volver a casa. Un día que yo salía de su jardín y me disponía a volver a mi casa, me crucé con un par de chicos del barrio. Éstos se dedicaban a deambular por la calle sin nada mejor que hacer. Por lo visto habían estado fisgando a través de la valla y habían observado con regocijo cómo jugaba con ella. Aquello les hacía mucha gracia y entonces empezaron a burlarse de mí. La verdad es que no soportaba que se burlasen de la gente. Me daba mucha rabia cuando lo hacían y sobre todo no soportaba que lo hiciesen a mi costa. Me entraron ganas de ponerme a llorar pero me contuve. Ellos me acusaban de estar locamente enamorado y se pitorreaban de mí. Para demostrar que no era cierto me retaron a dejar llorando a mi vecina. Decían ellos que así demostraría que no estaba enamorado. Al día siguiente fui a su casa. Ella me esperaba con la mesa bien dispuesta como todos los días. Sin decir una palabra me acerqué hasta mi amiga y de un manotazo derribé  todos los vasos y los platos que había sobre la mesa. Acto seguido ella se puso a llorar. Entonces sentí el dolor más intenso que había experimentado jamás y me largué de allí corriendo. Mis vecinos lo habían visto todo desde fuera y seguían mofándose de mí. No había servido para nada mi demostración. Pasé de ellos y me aislé durante cuatro días encerrado en mi habitación. A la semana siguiente mi madre me dijo que mi vecina y toda su familia se habían mudado de barrio. Jamás la volví a ver y nunca pude disculparme ni tampoco decirle lo mucho que la quería. Solamente conservo estos zapatos rojos que un día ella me regaló.

-          Vaya. – Dijo su gato y mascota. Que historia tan triste. ¿Sabes que tiene solución no?

-          No, contestó el niño. ¿Cuál?

-          Tenemos la máquina del tiempo. ¿O es que ya no te acuerdas?

-          ¡Es verdad! ¡Vamos! ¡No perdamos un segundo!


Entonces viajaron ambos al pasado. Entraron en el jardín de la chica y escalaron un árbol hasta llegar a la altura de su ventana. Desde allí observaron a la chica llorando y sentada en su cama. De repente su madre entró y le dijo que preparara sus maletas. Se mudaban aquel mismo día. Ella intentaba disuadir a su madre con la intención de poder despedirse de su vecino y amigo, pero estaba claro que no le hacía ni caso. Cuando la madre se fue, entraron el chico y el gato por la ventana. La niña se asustó y se puso a gritar. No les reconocía después de tantos años. Salieron rápidamente de su cuarto y pensaron en un plan B. De repente el gato se acordó que tenía guardada en el bolsillo su manta mágica del tiempo. Cubrió al chico con ella y de repente lo convirtió en el niño que había sido antes. Entonces sí que al entrar la niña le reconoció y acto seguido ambos se abrazaron. Mientras se abrazaban el chico se disculpó. Le dijo con lágrimas en los ojos que sentía haberse portado tan mal con ella y que la iba a echar un montón de menos. Ella sonrió y rápidamente abrió su armario y sacó una maleta llena de trastos de cocina de juguete.

-          Toma.-  Le dijo la niña. - Un obsequio. Te lo regalo para que nunca te olvides de mí y para que siempre me recuerdes. Yo tampoco me olvidaré nunca de ti porque te quiero.

Y se despidieron con un beso mágico.

Cuando regresaron él y su gato a casa no cabían en su cuarto de lo contentos que estaban. De repente entró su madre y observó que todo seguía patas arriba y que además había un objeto añadido al desorden de aquella habitación. Una maleta llena de trastos.

-          Pero, - dijo su madre -¿Cómo es posible que en todo este tiempo no hayáis sido capaces de recoger nada sino que además hayáis añadido más trastos a todo este desorden? Hoy muchachitos os habéis quedado sin cenar los dos.




domingo, 12 de agosto de 2012

Rajar un delfín


A veces pensaba que le gustaría rajar un delfín con un bisturí bien afilado.

-          Ccccccciiiiuu…

Rajar su cabeza brillante recién salida del agua de una piscina.




martes, 7 de agosto de 2012

Suela de barro


Se puso las botas y el chubasquero. Llevaba casi todo el mes de noviembre lloviendo y aquella mañana no había sido una excepción. Se montó en el coche y se dirigieron él y su familia hacia el valle de C. Su padre conducía muy lento y sonaba de fondo una ópera muy rara. Mientras tanto sus hermanos discutían por una botella de agua. Sin saber qué hacer ni qué decir se puso a mirar por la ventana. Y se aislaba porque no soportaba discutir con ellos a pesar de que lo hiciera casi todos los días. Observaba las nubes, los árboles, la carretera y las señales de tráfico. Llamaba casi todo su atención y la de sus hermanos que discutían esta vez por su ventanilla.

Cuando por fin llegaron a su destino terminaron las discusiones. Salieron todos del coche y acabaron con las disputas. Lo primero que hizo fue buscar un palo que le sirviera de bastón. Lo encontró en seguida y lo adoptó como su muleta.

Le acompañaría todo el camino su varita mágica. La que producía nuevas y maravillosas estelas en el aire. La que cambiaba de color los setos. Divertida raqueta y bate de béisbol. El arma y poderosa espada que le protegería en caso de peligro. Era necesario un palo y lo sabían muy bien él y sus hermanos. Cuando se hicieron cada cual con el suyo, empezaron a subir el monte.

Caminaron sin descanso a través de oscuros senderos. El suelo estaba lleno de barro y de hojas muertas. Su padre iba por delante y les indicaba el camino. Cuando llevaban una hora de ascenso, de repente, se habían esfumado todos.

Se había quedado solo. 

Entonces, una sensación de horrible angustia recorrió su cuerpo. Una nube de mosquitos le asediaba desde hacía cuatro minutos. Soplaba un viento helado que azotaba su sofocado rostro. La sensación era incómoda y contradictoria. A cada paso le arañaban muchos más árboles. Le atrapaban con sus garras de madera y le obligaban a retroceder.  Sus piernas le fallaban y estaba a punto de desfallecer cuando de pronto, escuchó un alarido.

-          ¡Eureka!

Estaba claro. Su padre había llegado a la cumbre y su voz la escuchaba a muy poca distancia. No se había perdido, simplemente se había desorientado un poco. Aceleró el paso y encontró de nuevo el camino entre unos matorrales. Al fondo del camino había una esperanzadora curva llena de luz. Con paso firme y decidido llegó hasta la curva. Se introdujo en la pantalla de luz blanca que formaban las nubes del cielo y al otro lado aparecieron sus hermanos y su padre. Habían dejado sus mochilas entre las rocas. Tocaban la cruz de hierro de una cima escarpada y el viento hacía vibrar sus ropas y su pelo.

Escribieron una nota y la introdujeron en el buzón de aquella cima. Almorzaron y se largaron por donde habían llegado. El camino de descenso lo hizo el chico sin despegarse de su familia. El suelo estaba lleno de barro y sus zancadas se clavaban cada vez más superficialmente. Y superficialmente se iba elevando cada vez más. Se había formado una plataforma de barro en sus botas. Le pesaban los pies cuatro kilos por  lo menos. Sus hermanos y su padre también cargaban con barro en sus botas.

Con una suela de barro de unos siete centímetros de grosor.


…