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martes, 3 de mayo de 2011

¿Tienes un cleenex?



Se acababa de sacar el carnet de conducir. Sus padres le habían dejado el coche y planearon un par de días lejos y perdidos en el monte. No sabían adonde ir. Tampoco les importaba. Introdujeron todo lo necesario en el maletero, comida, bebida y una ridícula tienda de campaña. Se marcharon de casa a mediodía. Cuando llevaban casi tres horas de viaje decidieron que aquel era el lugar donde pasarían la noche. Bajaron del coche y se pusieron a andar por el monte. Lucía el sol y de vez en cuando pequeñas nubes grises cruzaban el cielo descargando finas gotas de lluvia. Esperaban que la cosa no se complicara y poder disfrutar del buen tiempo. A cada paso el cielo se cubría de más nubes negras y plomizas. Se asustaron y pensaron en volver. No les quedaba otra. Habían decidido continuar y disfrutar de su excursión a toda costa. De vez en cuando el sol aparecía entre las nubes y les brindaba con nuevas y esperanzadoras promesas. Estaban cansados y se hacía tarde. Dejaron sus mochilas en el suelo y empezaron a investigar por los alrededores.

- ¿Acampamos aquí mismo? –dijo ella.

- Vale. –contestó él.


Discutieron y por fin terminaron de montar la tienda.


- Seguro que llueve por la noche. –dijo él.

- No lo creo. –contestó ella.


Cerca del espacio de hierba que habían elegido para montar su tienda había una casa. Era toda de madera y estaba rodeada por una valla pintada de blanco. No parecía haber nadie en su interior y las persianas estaban todas bajadas.


- Una casa muy bonita ¿No crees? –dijo ella.

- Está bien. – contestó él.


Las repisas estaban repletas de macetas con flores. Alrededor había toda clase de árboles frutales. Se imaginaban una pareja feliz en su interior. Hombre con barba y mujer voluptuosa. Ambos fuertes y seguros de sí mismos. El hombre de barbas había construido la cabaña para su amorcito. Amor a primera vista. Se conocieron en su pueblo cuando los dos eran niños. Siempre la había amado y cuando cumplieron la mayoría de edad se casaron. Entonces fue cuando construyó su nidito de amor. Hijos no tenían. Habían decidido expresar su amor sin reservas el uno con el otro. Al atardecer el hombre de barbas cortaba la leña recogida en los alrededores mientras su amada y adorada preparaba la cena. Las noches de invierno encendían la chimenea. Después de cenar se quedaban dormidos y abrazados junto al fuego. Por la mañana madrugaban y ambos se dedicaban a sus tareas. Entonces no se hablaban. Se respetaban mutuamente y no influían durante tres horas más o menos el uno sobre el otro. Así el hombre se podía dedicar a tareas más elevadas mientras su mujer se embellecía cada vez más, peinándose y perfumando sus vestidos de tela y seda. Aquellas barbas unidas a las caderas de aquel cuerpo se paseaban como fantasmas por aquella casa de madera formando una bola de caramelo de fresa y nata.

La felicidad y dulzura de aquella casa les importaba un pimiento y juntos se pusieron a buscar leña para preparar su propia hoguera. No había nada que hacer. La leña estaba húmeda y no consiguieron generar ni una pequeña llama. Necesitaban tiempo para que la leña se secara pero ya se había hecho de noche. Exhaustos y frustrados abandonaron su empresa y se recogieron dentro de la tienda de campaña.

Extendieron los sacos de dormir y encendieron sus linternas.

- ¿Qué te pasa? Pareces enfadada. –dijo él

- No me pasa nada, simplemente estoy cansada. –contestó ella.


El chico la besó. Sus besos eran fríos como el hielo. Los ojos de ambos miraban a un punto fijo iluminado por la linterna que empezaba a parpadear y a perder intensidad. Se abrazaron y acariciaron durante un rato. Muy poco a poco se generaban momentos tiernos que se esfumaban de repente. Estaban incómodos. Hacían lo posible por mantener aquella posición. No había nada que hacer.

- ¿Tienes un cleenex? –dijo ella.

- Creo que hay un paquete en la mochila. –contestó él.


Se dieron la espalda y se quedaron dormidos. Por la mañana plegaron la tienda de campaña y se largaron de allí pitando. El viaje de vuelta lo pasaron sin hablar en todo el trayecto. Cuando llegaron a casa se despidieron sin decir nada. Al rato el chico recibió una llamada.

- Hola, ¿pasa algo? – dijo él.

- Nada, simplemente quería hablar. –contestó ella.

- ¿De qué quieres hablar? – Dijo él.

- De nada. –Contestó ella.



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