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lunes, 21 de noviembre de 2011

Gorriones



El mundo se destruye a imagen y semejanza del hombre. Se construyen refugios y elevan edificios para que todos se sientan protegidos y libres. Se proyectan caminos y carreteras de acceso a remotos lugares. Se inventan medios de transporte cada vez más rápidos y cómodos. Se diseñan sillas y butacas ergonómicas. Se proponen materiales que aíslan del frío. Elementos químicos que producen resultados a corto plazo. La medida del hombre parece ser la que decide sobre todas las cosas. Todo parece formar parte de una especie de corpus material que propone una vida mucho más cómoda. Sin embargo, la supuesta evolución del ser humano ha conseguido mediante la razón y su terrible metafísica destruir todas las formas de construcción posibles.

No se ha sabido trazar una línea de separación entre la superficie que define al ser humano y su condición irreversible.

La tierra gira sobre su propio eje y arrastra a todos y cada uno de sus seres inevitablemente. Solo las aves del cielo se mueven libremente y ajenas a su rotación. Se producen en la tierra cosas maravillosas y el hombre siempre las destruye.

Considerando que la destrucción sea necesaria quizás sería mejor dejar de crear.

Los seres humanos olvidan que valen lo mismo que una brizna de hierba. Forman parte de todo y como todo lo que forma parte de la tierra son indispensables. Pero esto no los hace superiores. Parece ser que la naturaleza no tenga nada que decir. No es fácil de admitir que sea ella la que tiene la última palabra.

Y que por lo tanto la tierra gira a pesar de todo.


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Era verano. Los días eran muy largos y aburridos. Sabían que los chicos mayores del pueblo torturaban a los animales. Esto les atraía inevitablemente. Hasta entonces nadie les había demostrado un verdadero respeto por los animales. Ni siquiera un respeto hacia ellos mismos. Allí todo se regía por impulsos de superioridad hacia el resto de la comunidad. Lo más normal era transgredir las formas de la naturaleza. Y no de una manera sutil sino con los azotes del paleto y del rudo. Lo peor de todo era que subestimaban el resto de formas que no fueran las suyas propias.

Por la tarde, después de merendar se colaron en la granja de G. Necesitaban la experiencia y aquella granja se la proporcionaba a raudales. Allí se elevaban construidas con cemento y pladour dos naves gigantes llenas de motivos para investigar. Una de las naves estaba totalmente vacía y su dueño la utilizaba para guardar sacos de pienso. Por la tarde se llenaba de pájaros. Dentro se reunían familias enteras de pequeños gorriones para cenar antes de volver a sus nidos.

Los chicos muy sigilosos cerraron la puerta de entrada y entonces empezaron a golpear unos cubos de metal con palos haciendo mucho ruido. Lo hacían de la misma forma que habían visto y aprendido de sus mayores. Sabían que un golpe seco recibido directamente en los corazones de aquellos pobres gorriones no podía ser más certero. Todos empezaban a volar e intentaban escaparse a toda costa por las ventanas. Sin embargo las ventanas estaban cubiertas por una reja muy fina de alambre con agujeros muy pequeños. Entonces los pobres animales se quedaban atrapados en la reja. No podían hacer nada. Los chicos muy orgullosos de su hazaña y de su alarde de supuesta inteligencia se dedicaban a recoger los gorriones uno por uno de las ventanas. Los recogían y se consideraban superiores a ellos.

Nada más lejos de la realidad.

No había seres superiores. Se dieron cuenta cuando miraron los ojos de aquellos animales impotentes y asustados. El caso es que los pájaros parecían comunicarse con ellos entonces. Reivindicaban su derecho a ser libres y aceptaban que por una vez los seres humanos habían ganado en inteligencia. Pero en aquel juego el ganador no podía saltarse las reglas. Las reglas del juego no decían nada de la tortura ni del abuso de poder. No mencionaban nada de su falta de responsabilidad. Si que hablaban de confianza y de una forma de respeto que superaba todas las concepciones que los seres humanos se podían haber formado hasta entonces. No había palabras de por medio que limitaran el sentido de sus reflexiones. De forma terrible e implacable sus gestos lo decían todo. Los seres humanos no eran dignos de tanto respeto ni de tanta confianza. Sabían que algo oscuro albergaban sus acciones.

Y no se equivocaban a pesar de que por una vez habían escapado de las garras de una supuesta y exclusiva inteligencia superior. De alguna manera sus gestos habían logrado convencer a los chicos. Uno de ellos abrió la puerta de la nave y salieron todos los gorriones volando.

Los animales habían hablado y por alguna extraña razón habían sido escuchados.


viernes, 11 de noviembre de 2011

Exposición de la ilustraciones para "El castillo de Albanza" en el Teatro de Ansoain.

Se puede visitar desde hoy dia 11 de Noviembre hasta el día de la inauguración del libro de María Blasco Gamarra "El castillo de Albanza" el día 21 de Noviembre a las 20 horas.