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sábado, 27 de octubre de 2012

Siete segundos


Su primera cita con B. fue maravillosa pero poco a poco todo fue degenerando. Ya se habían avisado ambos que la cosa no tenía futuro, sin embargo seguían conociéndose. La última vez que acabaron conociéndose ya del todo, se dejaron de ver. Esto no supuso ningún problema para ninguno de los dos. Su relación estaba muerta. Se habían dicho cosas bonitas que ninguno de los dos sentían. Se habían dado cariño sí, pero de alguna forma no se habían dado el suficiente.

Una tarde de Febrero se sentaron ambos sobre la cama de B. Se observaban y se besaban de forma muy rara. Se desnudaron y después observaron el techo. Se hablaban mirando al infinito y casi no se tocaban. El pelo grasiento de B. y sus hombros desnudos llenos de pecas rozaban la cama. No había nada en la silueta de B. que le sedujera. Era una silueta muerta y obligada por la fuerza de la gravedad a permanecer en silencio. Tampoco B. sentía nada por la persona que tenía a su lado. Era todo muy aburrido en aquella posición. Entonces B. se levantó de golpe y empezó a tocarse el pelo de forma descontrolada. Intentaba seducirle a toda costa.

Trataba B. de conseguir por lo menos una caricia en el hombro.

No había nada que hacer. Su cuerpo muerto tumbado y cubierto con su edredón no se movía ni tampoco reaccionaba.

No sentía nada.

Entonces B. saltó de la cama y posando sus pies desnudos contra el suelo de su habitación se puso a revolver entre los cajones de su armario. A los tres minutos volvió a la cama con un extraño y diminuto aparato entre las manos.

-          ¿Te apetece ver una peli? – dijo B.

Entonces se iluminaron sus ojos y descubrieron de pronto el cuerpo de B. Le sedujeron de nuevo sus hombros y le hicieron gracia sus pecas. Acarició su pelo grasiento y amó de nuevo aquella silueta.

Por lo menos lo hizo por unos instantes. Fueron breves e intensos aquellos instantes que por lo menos duraron una eternidad. B. no reparaba en ello, pero gracias a su diminuto reproductor dvd y a su decisión de recuperarlo en aquel preciso instante, había conseguido seducir de nuevo a su amante.

Había conseguido seducirle durante siete segundos.


Algunos materiales que utilizo para los papier collé

















gomas de borrar

















Tijeras con troquel






















Pegamento de barra

















Boli multicolor y goma de borrar especial

















Cuchilla

Cartel para las fiestas de CAMPAMENTO BASE


lunes, 22 de octubre de 2012

¡Yo soy escritor!


Le llamaron por teléfono para concertar una entrevista de trabajo. La cobertura no era muy buena y apenas podía entender la voz de su interlocutor. Finamente lograron concertar la entrevista. Colgó el teléfono y se tumbó en el sofá. El chico pensaba que ya le habían aceptado y que aquello solamente se trataba de una formalidad.

Lo que no sabía el chico era lo que le esperaba.

Al día siguiente cogió la bici y con mucho tiempo por delante se dirigió hasta el lugar de la cita. Mientras pedaleaba tranquilamente, pensaba en lo maravilloso de todas las cosas. Disfrutaba del clima otoñal y de la temperatura de la calle. Le gustaba sentir que se acercaba el invierno y que los días eran cada vez más cortos.

Aparcó y enganchó la bici en una señal de tráfico. Estaba contento porque había llegado puntual como un reloj. Nada más entrar en el local preguntó por su entrevistador. Le dijeron que tenía que esperar un poco. No le importaba. Se sentó en la barra del bar y pidió una cerveza mientras esperaba pacientemente.

A los quince minutos se acercó una chica que no conocía de nada y le invitó a pasar a una especie de despacho decorado con barriles de cerveza y pósters de propaganda. Sentado en una mesa le esperaba su entrevistador. Un hombre gordito con traje y con cara de buena persona. Acto seguido se presentaron y se dieron la mano.

-          Bueno F. A pesar de lo que pueda parecer quiero que sepas que puedes dirigirte a mí con toda naturalidad. Quiero que la entrevista sea lo más distendida posible, ¿Entendido?

-          Entendido. – Contestó el chico.

-          Lo primero que quiero que sepas es que la entrevista la vamos a grabar. No pienses que se trata de algo inusual. Siempre grabamos las entrevistas que concedemos a nuestros candidatos. Esto nos facilita tomar decisiones mucho más objetivas y nos ahorra trabajo administrativo.

-          Me parece perfecto.- contestó el chico mientras pensaba en lo raro y oscuro de todo aquello.

No entendía como de repente, lo que él consideraba una entrevista formal se había convertido en una especie de interrogatorio.

-          En primer lugar F., quiero que nos cuentes algo acerca de tu último puesto de trabajo.

El chico les contó todo le que deseaban saber. Les contó incluso más de lo que ellos esperaban averiguar. Enlazaba su discurso de forma coherente y parecía que incluso disfrutaba con ello. Siguieron a su respuesta un montón de preguntas más, una detrás de otra. El chico contestaba con naturalidad pero sentía que cada vez se vendía con más intensidad. El problema era que tampoco le interesaba tanto el puesto. Por lo menos no le interesaba lo suficiente como para no reconocer que realmente estaba allí por la pasta.

Cuando terminaron las preguntas acerca de su experiencia profesional empezaron las preguntas tipo trampa. Eran preguntas que desvelaban perfectamente el perfil del entrevistado. Estaban hechas perfectamente para juzgar psicológicamente cualquiera de las posibles respuestas del interrogado. No obstante, supo el chico esquivar sus impulsos y contestó con toda normalidad y de manera que pudo convencer a sus entrevistadores de que se merecía el puesto.

Fatalmente tuvo que llegar la última pregunta.

-          ¿Cuál es la verdadera razón por la cual quieres trabajar con nosotros?

Pensaba el chico en las verdaderas razones por las cuales la gente hacía las cosas. Era complicado. Él estaba allí por el dinero. Estaba claro que no podía decir aquello, el caso es que no supo disfrazar muy bien su respuesta. Habló de la importancia del trabajo y de la necesidad de un oficio pero poco a poco fue profundizando en el tema y acabó desvelando su verdadera identidad.

-          ¡Yo soy escritor! Y si queréis saber la verdadera razón por la cual quiero trabajar con vosotros no me andaré con rodeos. Necesito el dinero para seguir viviendo y poder seguir escribiendo. Pero lo que no queréis saber es que la verdadera razón por la cual escribo es para que algún día no necesite recurrir a gente de vuestra calaña. ¡Sí! Escribo para no tener que desperdiciar mi precioso tiempo con gente como vosotros. Y no me refiero concretamente a vosotros. Me refiero a cualquier persona que me obligue a desempeñar un oficio que detesto. La verdad es esa. Pero puedo decir más. No existe la inspiración en el modelo de sociedad en la cual vivimos. No creo que exista nada que no tenga que ver con la vida y con el dinero. La gente se mueve de manera egoísta y piensa que trasciende su condición de ser humano. Nada más lejos de la realidad. No existe la inspiración en los músicos ni tampoco en los escritores. Tampoco existe en los arquitectos ni tampoco en los cocineros. No existe ni en los curas ni en las monjas. Tampoco existe en los abogados. No existe en los emprendedores y mucho menos en los empresarios. Tampoco existe en los médicos ni en los misioneros. Puede ser que solamente exista en los borrachos y en los suicidas, pero me atrevo a decir que ni siquiera en ellos existe. Todo tiene su componente egoísta y puramente material. No existe la vocación ni tampoco la inspiración. Creo que saben a lo que me refiero.

Realmente no tenían ni idea de qué demonios estaba hablando. Ni siquiera él mismo se daba cuenta de lo que decía. Se había dejado llevar por los impulsos de un loco seguro de sí mismo. Impulsos que cuando salían a la superficie no tenían sentido para nadie. Lo había echado todo a perder. Entonces solamente pensaba en marcharse de allí para siempre. Desaparecer sin dejar huella. De repente, su entrevistador se levantó de una forma muy rara y con una gran sonrisa le dijo.

-          Chico, admiro tu sinceridad. ¡Estas contratado! Déjame que te ponga al día con las condiciones. Tu sueldo bruto asciende a mil doscientos euros. Eso quiere decir que…

Antes de que acabara de hablar el chico le cortó.

-          ¿Pero es que no ha entendido nada de lo que le he dicho? Después de mi sincero discurso, ¿cree realmente que voy a aceptar su oferta?

-          Claro que sí. - Contestó su jefe.



 …


jueves, 11 de octubre de 2012

Su primer libro de bolsillo


Se coló por un agujero a través de una valla y empezó a deambular. La casa parecía deshabitada pero se notaba que no era el primero ni tampoco el último que había entrado a curiosear. Estaba toda llena de pintadas. Llena de todo tipo de frases inmortalizadas con tiza y spray.

Moñas
Viva yo          la farlopa
Okupa kopón
Vicente me debes 1000 pavos
Droms
David cabezón
gaztetxea

Dentro estaba todo podrido y no faltaba el típico colchón mugriento ni tampoco el típico armario sin puertas volcado en la entrada. En medio de lo que parecía ser el salón principal de la casa había un balón de plástico pinchado. Todas esas cosas ya las había visto en otras tantas casas en la cuáles se había colado cientos de veces. No se trataba de eso. La casa y sus alrededores debían contener algo especial y así lo sentía.

Y aquel sentimiento le empujaba a seguir investigando a pesar del miedo.

De repente salió disparado un murciélago de una de las habitaciones más oscuras. Pensó el chico que seguramente aquella habitación estaría plagada de muchos más murciélagos por lo que decidió salir de allí cuanto antes. Afuera se habían colado unos cuantos rayos entre las blancas y espesas nubes del cielo. Se habían colado unos pocos rayos y se notaba que no iban a durar mucho. Iluminaban la hierba seca que crecía aleatoria en el jardín de aquella casa. Iluminaban la hierba seca que crecía entre un montón de palés de color oscuro e iluminaban aquellos rayos incluso el interior de un pozo de piedra en ruinas. Lo iluminaban todo aquellos rayos efímeros y entonces le poseyeron al chico ganas de pasear por aquel jardín. Pasear simplemente por el hecho de hacerlo.

Caminaba como alelado entre los escombros y entre las montañas de palés.

Y parecía formar todo aquello una parte importante de su propia naturaleza.

Entonces se detuvo. Lo hizo porque de repente vio algo extraño. Entre todas las cosas que podían llamar su atención en aquel lugar, ésta era la que más lo hacía. ¿Que por qué? No lo sabía pero el caso es que lo hacía.

Entre un montón de periódicos usados y de revistas del corazón mojadas descubrió unos cuantos libros. Libros viejos de poesía y novela rosa. No reconocía nada e incluso sentía un poco de asco cuando tocaba todos aquellos tomos. Sin embargo había uno que destacaba entre todos ellos. Era un libro delgado y blanco de bolsillo. No tenía ninguna ilustración ni fotografía en la portada. Solamente impresos el título y el nombre de un autor desconocido. A pesar de no ser muy aficionado a la lectura lo abrió. Empezaba con una dedicatoria. La dedicatoria más bonita que había leído jamás.

Para Marie.

La poesía le aburría soberanamente pero ésta por alguna razón le enganchaba. Era extraño pero no podía dejar de leer aquellas frases tan poderosas y sugerentes. Palabras prohibidas de un escritor olvidado, pensó el chico. Poesía erótica de calidad. Poderosas rimas nada caprichosas. Palabras que se enlazaban perfectamente y que formaban imágenes tan nítidas que llegaban incluso a excitarle.

Descubro sus piernas de repente
Largas como remos
Tan suaves como su regazo
Enfermo y delicado abrazo
Que trastorna mi mente
Y devuelve a mi seno
Su poderoso manto

De cabellos son las cortinas
Que ocultan sus pechos
Que no tiene y que rayan los míos
Entre risas y llantos

Oh querida yo te adoro
Y  tú lo haces también
no te quejes si la luna
Te despierta entre mis brazos.


Allí, sentado entre los escombros devoró aquel libro desde la primera página hasta la última.
Cuando lo terminó de leer se lo metió en el bolsillo y salio de allí pitando.

lunes, 1 de octubre de 2012

Radiocasete


El día que le robaron el radiocasete del coche lo pasó realmente mal. Su vida giraba en torno a ese maldito trasto. Giraba en torno al mismo que le acababan de robar por la fuerza. Se lo contó primero a sus amigos. Mientras lo hacía lloraba sin poder contener las lágrimas. Sentía la impotencia de un robo, pero mucho más que aquello, sentía el pudor que se siente cuando unos desconocidos totales tocan y revuelven los asuntos personales de uno. Se imaginaba a los ladrones sentados en su coche manoseándolo todo.

Sentía repugnancia con solamente pensarlo.

Sus amigos lograron calmarle y consiguieron que durante rato se olvidara de todo aquello. Para eso estaban sus amigos. Siempre eran ellos los que conseguían distraerle sobre las cosas importantes de sí mismo. Sobre todo la presencia de uno de ellos que no dejaba de llamar su atención hizo que se olvidara por completo de todo durante unas pocas horas.

Al día siguiente se habían enterado todos de su desgracia. Sus compañeros de clase y toda su familia. Y la verdad es que aquel robo había supuesto para el chico un gran palo. Pasaba una etapa tan preparatoria y superficial que su inconsistente mundo se había hecho pedazos justo en el momento en el cual le habían arrebatado su radiocasete. Era un radiocasete bastante normal pero sin embargo él lo adoraba. Se lo había comprado a un amigo de su hermano por muy poco dinero. Tenía múltiples opciones con las cuáles el chico jugaba sin parar. Tocaba los agudos y los graves. Cambiaba los fader. Desactivaba y activaba los twiter. Jugaba con las múltiples opciones que ofrecía su radiocasete sin pensar un solo momento en su futuro ni tampoco en el de nadie.

Y se lo habían robado. Le habían arrebatado la posibilidad de ser feliz aunque fuera por unos pocos instantes. Tampoco tenía muchas más razones por las cuáles sentirse feliz. Nadie le hacía caso, ni siquiera se hacía caso él mismo. Pasaba una etapa horrible y encima no era consciente de nada. Sentía que la vida era algo pesado e infinito. Observaba dentro de las personas un universo inabarcable. Le superaban todas ellas con su vida propia. Cuando tenía que reaccionar, el mundo se le tumbaba encima. Ejercía la tierra todo su peso sobre su cuerpo de papel. Se sentía enfermo cada vez que alguien le miraba sin hablar. No entendía los gestos ni tampoco podía leer la mente de nadie.

Por eso mismo se agobiaba.

La cosa es que después de todo aquello decidieron sus hermanos regalarle un radiocasete nuevo. Aportaron sin rechistar cada uno su parte del dinero. Entre todos consiguieron reunir el dinero suficiente para que caprichoso, el chico se comprara su radiocasete nuevo.

Conducía el chico a partir de entonces muy feliz con su nuevo radiocasete. Lo hacía en dirección a su pueblo. Ascendió por una carretera de montaña y aparcó su coche cerca de un depósito de aguas. Aislado y apartado de todos podía hacer lo que le daba la gana. Y hacer lo que le daba la gana conllevaba el placer y el hecho de que podía subir el volumen de su radiocasete a tope. Subía y bajaba el volumen de su radiocasete mientras se fumaba un cigarro. Tanteaba las opciones y descubría nuevas posibilidades de audio. Mientras tanto el tiempo pasaba volando y se hacía de noche. Ahora el chico solamente veía el radiocasete. La luz de la pantalla era verde fosforita aunque también se podía cambiar de color. Lo que más le gustaba era cambiar de color la pantalla. Subir y bajar el volumen y echar el humo sobre la pantalla de su nuevo radiocasete. Alrededor no existía nada. Solamente oscuridad alrededor de su radiocasete nuevo.

No pensaba que afuera, un poco más lejos dentro de bosque, cientos de animales nocturnos le acechaban. No le amenazaban sino que expectantes esperaban a que se largara con su horrible coche y con su insoportable música. Lo esperaban los sapos y las ratas. Lo esperaban las ardillas y los corzos. Gruñían los jabalíes y se aburrían los murciélagos esperando a que se largara el chico con su coche y su maldito radiocasete.

Sin embargo él no reparaba en nada de todo aquello porque alrededor y solamente alrededor de su radiocasete no existía nada.

Simplemente oscuridad.




A los años, los mismos agobios que sufría constantemente volvieron en forma de instantes concretos. Le recordaban éstos a su etapa de adolescente. Entonces pensó que no le gustaría volver a ese lugar. Se sentía feliz de haber escapado de aquel agujero negro horrible que se supone que se cruza en la adolescencia.