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martes, 19 de julio de 2011

Txomin



Se sentaban todos en el suelo de la plaza del pueblo. El cemento estaba todavía caliente y sentía como pequeños puntos de gravilla se clavaban en las palmas de sus manos. Quedaban menos de veinticuatro horas para que comenzaran las fiestas. Y desbordaban de alegría todos y cada uno de ellos. Los chavales comían pipas de girasol y otros fumaban cigarrillos. Las chavalas se desgarraban los carrillos de ansiedad y torcían el gesto de forma horrible.

Y empezaba a sentir nauseas.

Su estomago daba vueltas sin control y sus intestinos se encogían formando una bola diminuta pensando en los días venideros. Su pelo grasiento se pegaba en su cara blanca de pavo. Sus ojos, de la misma forma que sus pómulos, destacaban en protuberancia si lo mirabas de perfil. Su espalda encorvada y hombros caídos parecían los de un pollo asustado.

Y a pesar de todo ello su alma se regocijaba pensando en las fiestas. Y en los bailes nocturnos. Y en varias generaciones de chicos y chicas moviendo el cucu al ritmo de la música. Y en los vasos de tubo llenos de cerveza y los combinados oscuros como su propia mirada, oscura, pensando en todo ello.

De repente apareció Txomin.

Todo el mundo le conocía bajo el nombre de Txomin pero realmente ese no era su nombre. Nadie conocía su verdadero nombre. Era el encargado de la sociedad. Llevaba todo el día transportando cajas llenas de botellas y organizando la barra del bar. Parecía un tipo auténtico a pesar de todos sus defectos. Estaba sudado y su pelo sucio ondulaba alrededor de un cráneo acompañado de movimientos y espasmos del resto del cuerpo. Su cara era la de un loco. Sus pintas las de un colgado. Era inteligente y un adicto al café. Siempre llevaba camisetas de algodón blancas de propaganda.

Y en sus ojeras se adivinaban historias alucinantes y poderosas enemigas de la indiferencia.

Miraba esta vez a los chicos. Observaba con todo detalle la parsimonia de aquellos seres que habitaban el pueblo. Se llevaba bien con el chico de las nauseas. Si, se llevaba bastante bien con aquel pollo asustado. El caso es que les miraba frunciendo el ceño y tosiendo su desgastado cerebro.

- ¿Alguno de vosotros bebe ron?

Unos poco asintieron con un leve gesto de cabeza, incluido el pavo.

- ¿Queréis probar un ron de verdad? Es de importación. Jamaicano.

Antes de que ninguno de ellos dijera nada subió corriendo las escaleras y bajó de nuevo con una botella entre las manos.

- ¿Quién quiere echar un trago?

Se levantaron algunos y el pavo se acercó desconfiado hacia la botella. Txomin no dejaba que nadie le tocara. Se subió a un banco y desde allí, desde lo alto se puso a escanciar el ron sobre los gaznates de aquellos sedientos jóvenes. El sol, escondido detrás de las casas calentaba a pesar de todo. Era una de las últimas tardes de verano cálidas. Los gallardetes ondulaban de colores el cielo y en el aire se respiraban alegría y alboroto.

Y se sentía feliz rodeado de aquellos seres tan extraños y a la vez tan humanos.


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