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domingo, 12 de junio de 2011

En el baño



Hay una forma de entender y de poder dar sentido a las formas de ser concretas de cada uno. Una entretenida retórica de nuestros recuerdos y primeros pasos. El descubrimiento del ombligo y el maravilloso hallazgo de una pestaña en el lavabo. Todos los materiales que rodean y forman parte de la vida. Las habitaciones de corcho y el suelo de goma. Las puertas de madera pintada y el suelo de baldosa helada.

Los recuerdos impregnados de sentido y que forman parte de la personalidad.




Salió de su cuarto y se encerró en el baño. Llevaba toda la vida observando la crema de afeitar de su padre. Destapaba el bote y se llenaba las manos de espuma. La suavidad y frescura que se impregnaba en las palmas y en el dorso de cada mano acababa desapareciendo. Amor al placer lo llamaban algunos. Concupiscencia lo llamaban otros. Que importaba si lo que realmente le proporcionaba era vicio y lo que le supondría en el futuro fueran unos pocos y perversos azotes en su conciencia.

Se había enganchado a la sensación por la cual se hacía cada vez más humano.

Otra cosa que sus sentidos más primarios demandaban era el fuego. Maravilloso y posiblemente uno de los elementos menos controlable que conocía. Simbólicamente en el futuro aparecería en contra de sus decisiones más racionales. También impulsaría sus acciones más estúpidas y concretas.

El destino se jactaba entonces de la genialidad de sus efectos en aquel chico.

El fuego, comparable a la acción de su trasiego por el mundo, supondría un efecto devastador y creativo, necesario para ambos. La cosa es que le alucinaba volcar el contenido de un bote de colonia a través de un pequeño dosificador y dibujar delgadas líneas en el suelo. Acto seguido acercaba una llama. Escribía su nombre y rodeaba sus coches de juguete. A veces también impregnaba sus ruedas y estampaba rectas y equidistantes líneas de fuego al más puro estilo Delorean que vuela y que viaja en el tiempo.

Sus ojos brillaban como dos estrellas.

También brillaban como dos estrellas los ojos de su hermano mayor cuando le mostraba la lata de mejillones que acababa de robar. Entonces se encerraban en el baño con un palillo y se iban comiendo uno por uno todos los mejillones.

Miraban en silencio su palillo hasta que ya no quedaba ni uno.

Y finalmente la bañera. Le bañaban una vez por semana hasta que sus manos se arrugaban como una pasa. Mientras su madre hacía la cena, su hermana mayor se encargaba de secar con una enorme y rasposa toalla blanca todo su cuerpo. Poco después sentados en el borde de la bañera ella le peinaba. Su pelo de niño era fino y de color marrón oscuro. Su cuero cabelludo muy blanco y sensible. Le peinaban con mucho cuidado la raya a un lado. Su cabeza inflada como un balón se resentía y empezaba a sentir calor. Calor que se mezclaba con el vapor del agua del baño. Entonces su hermana le preguntaba si le quería más a ella o a su madre. No sabía que contestar.

Era feliz con las dos y también lo era dentro del baño.


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