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miércoles, 30 de mayo de 2012

Talvivaatteet





Kesä loppui ja syksy palasi. Uimalat suljettiin ja kyläjuhlat lakkasivat. Ihmiset palasivat koteihinsa väsyneinä ja hieman vanhempina. Päivät vaihtuivat lyhyempiin ja kylmempiin. Kesä oli ollut yksi hänen elämänsä tylsimmistä. Hän maisteli sen loputtomien päivien jokaista sekuntia ja mietti miten paljon ne hänelle merkitsivät. Oli selvää mitä nyt pitäisi tehdä.


Aloittaa alusta.


Koittaa elää jokainen päivä uutena ja antaa rakkaudelle mahdollisuus. Kävellä pitkin katuja katsellen ihmisten muuttumatonta vaellusta, kaikkien heidän joita rakasti. Ja tuntea väistämätöntä inhoa josta hänkin kantoi osaansa.


Hän oli hermostunut ja hänen sydämensä löi kovaa.


Kaverit olivat juuri jättäneet hänet kyydistä suojatielle lähelle kotia. Jalkakäytävän viereen istutetut lehmukset  olivat alkaneet pudottaa ikäloppuja lehtiään. Tuuli ravisteli niiden oksia ja keltaiset lehdet tärisivät. Ja osa niistä putosi autotielle, alttiina autojen ajaa yli.


Autojen, jotka ajoivat täyttä vauhtia.


Hän kaivoi esiin avaimet ja työnsi olkapäällään valtavan rautaisen alaoven auki. Hississä hän katsoi itseään peilistä, kohotti kulmiaan ja väänteli naamaansa. Hän tuli kolmanteen kerrokseen ja avasi kotioven.


Koti oli täysin pimeä. Rullaverhot alhaalla ja ikkunat kiinni.


Hän meni huoneeseensa, kaatui sängylle ja tuijotti kattoon. Hän oli väsynyt, eivätkä samoina toistuvat ajatukset jättäneet häntä rauhaan. Eräs näky esti unta tulemasta. Perverssi, mieletön näky, joka veti häntä kohti lastentarujen rotkoa.


Tunteita, jotka hänen oli jaettava jonkun kanssa.


Hän nousi ja avasi vaatekaapin. Perällä olivat kaikki hänen säästämänsä talvivaatteet yhdessä mytyssä. Hän ajatteli, että olisi viisainta ottaa ne taas esiin. Vaatteista lähtevä haju sekoittui ilmaan. Yhden villapaidan sisältä hän löysi pesän ja hetkessä koiperhoset parveilivat hänen ympärillään kuoleman pilvenä.


Valtava pilvi sokaisi hänet ja muistutti äkkiä kesästä.




Traducción del relato "Ropa de invierno" del castellano al finés entre Febrero y Marzo de 2012. Realizada la traducción en Pamplona por  Kielo Kärkkäinen en colaboración del autor Blonde Red.

martes, 22 de mayo de 2012

Los buscadores de cobre
















Estaba cansado y no le apetecía caminar. Le picaban los ojos y le pesaban las piernas. Sin pensarlo demasiado se acercó hasta la parada de bus más cercana y mecánicamente pagó un billete. Acto seguido introdujo los cambios en su bolsillo y se sentó muy cerca de la ventana.

Por lo menos desde allí podía observar el paisaje.

La gente andaba por la calle y volvían todos hacia sus casas. Algunos caminaban con la mirada perdida y pensando en sus cosas. Otros lo hacían acompañados. Había un montón de personas detenidas en medio de la acera que algunas otras aisladas esquivaban por la carretera.

En parte debido a que las aceras eran muy estrechas.

Atravesaron la zona universitaria y se detuvo el autobús muy cerca del barrio de T. Le gustaba aquel barrio porque lo habían construido en medio de la montaña. Y lo habían construido casa por casa, sin planos previos de urbanización. De repente, entre todas aquellas casitas, observó una espesa columna de humo. La columna se elevaba majestuosa entre las casas de ladrillo. Y se formaba en medio de aquella nube tóxica una especie de remolino. Daba la sensación de que sus partículas pudieran teñir el cielo de negro. Sin pensarlo demasiado se lanzó de un salto a la calle. Lo hizo justamente cuando el conductor cerraba las puertas. Pero consiguió salir sano y salvo y poder escaparse de aquel vehículo que de repente odiaba.

Y la columna de humo negro seguía contaminando el aire. El olor a plástico quemado era insoportable. Lo más curioso de todo era que daba la sensación de que a nadie le importaba. La gente seguía con la mirada perdida volviendo hacia sus casas.

Un sol de primavera rozaba la silueta de las montañas. Y en el cielo aparecían sin remedio una luna clara y alguna estrella muy luminosa. Cargadas y calurosas ráfagas de aire circulaban aleatorias por un cielo de color turquesa. Diminutos murciélagos revoloteaban entre los tejados de uralita de algunas cabañas.

Y en las fachadas de la casas se tendía la ropa mojada de todos los vecinos de aquel barrio.

A grandes zancadas se dispuso a buscar el foco del humo. Le poseían unas ganas locas de descubrir de dónde salía aquella espesa columna. Y sobre todo quería conocer la identidad de las personas que la estaban provocando.

Solamente por curiosidad avanzaba como un loco.

Con mucho esfuerzo y recorriendo intuitivamente el laberinto que formaban las casas, logró por fin alcanzar la columna. Sin embargo una valla le separaba de la casa que ocultaba el fuego. Rodeó la valla y cuando doblaba la esquina un perro pequeño se lanzó contra él. El susto fue tremendo pero logró avanzar asustando él mismo al chucho. En realidad era muy poca cosa y con paso firme lo apartó de golpe.

Justo entonces pudo comprobar de dónde demonios salía el humo.

Allí estaban los causantes de todo. Eran chavales jóvenes, seguramente de su misma edad pero parecían mucho más viejos. Sentados en un banco de piedra miraban una hoguera azul muy potente. En ocasiones la crepitante hoguera desprendía rayos de color verde y emitía pitidos extraños.

Liberaba el núcleo de la hoguera tremendos fogonazos de oxígeno.

Y se alargaban entonces las puntas de las llamas de color azul de aquella fosca lumbre como si saliesen de un soplete.

La verdad es que nunca había visto una hoguera de aquellas características. El fuego no era lento y apacible, amarillo cálido y de olor a madera. No tenía nada que ver con el típico fuego hogareño de una casa de campo con chimenea. Allí nadie se acercaba al fuego para calentarse. Simplemente lo observaban desde lejos los chavales con la mirada perdida y esperando a que se extinguiera de una vez por todas. Sus ojos brillaban y vibraban las luces de colores verdes y azules reflejadas en sus pupilas. La silueta de uno de ellos se proyectaba tremulosa en la fachada de piedra de una casa vieja cercana. Se hacía de noche y vigilaban todos muy concentrados la hoguera sin hablar entre ellos. No tenía nada de acogedora la escena. Casi sin pensarlo se armó de valor y preguntó a uno de los chavales.


-          ¿Qué se quema? ¿Por qué habéis hecho una hoguera?


A lo que uno de ellos respondió lentamente.


-          Estamos quemando restos de cables y escombro para quedarnos solamente con el cobre.


La conversación no daba para más. Ya estaba todo dicho. El fuego tóxico poco a poco se iba extinguiendo y la columna de humo era cada vez más fina. Entonces se despidió. Se dio la vuelta y se largó. Cuando ya se disponía a doblar la esquina de la casa que ocultaba la hoguera, uno de los chavales le gritó.

-          Oye chavalote, ¿no tendrás un cigarrillo?

-          Claro. – Respondió el chico.


De nuevo se dio la vuelta y con su paquete de tabaco entre las manos se acercó hasta uno de aquellos chavales. Con sumo cuidado pellizcó una cantidad de tabaco suficiente para dos pitillos y sacó un par de papeles de liar de su bolsillo trasero. El chaval esperaba con la mano extendida y sentado en su banco de piedra sin moverse siquiera. Le miraba fijamente a los ojos como si quisiera decirle algo. Extendió el chico la mano y depositó el tabaco y los papeles en su mano rugosa. Entonces éste, con los ojos muy abiertos y con una sonrisa desdentada le dijo:

-          Muchas gracias chavalote. Que Dios te lo pague.

-          De nada- contestó él.


Y se largó de nuevo a grandes zancadas. El peso de su cuerpo le arrastraba inevitablemente pendiente abajo. Le pesaban los brazos y las piernas. Y le daba todo el rato vueltas a su diminuta cabeza. La curiosidad le había proporcionado de nuevo la experiencia que tanto buscaba. Realmente no sabía por qué lo hacía, pero se suponía que lo hacía todo por aburrimiento. A veces incluso tampoco sabía lo que buscaba.

Se suponía que nada concreto.

martes, 1 de mayo de 2012

La bocca della verità


Siempre a principios de Julio se instalaba la feria cerca de su casa. Llegaban los feriantes con sus camiones y caravanas y montaban todo el tinglado. Entonces él y sus amigos se dejaban caer por allí con todo su dinero. Sabían que se llenaba la feria de gente joven y en general de gente con ganas de pasarlo bien.

Aquel día recibió una llamada telefónica. Era su mejor amigo que le llamaba para quedar con él.

-          Ayer acabaron de montarlo todo y hoy funcionan la mayoría de las atracciones. ¿Quedamos allí hacia las seis?

-          Vale. Creo que tengo algo de dinero ahorrado. Nos vemos justo en la entrada. ¿Avisas tú a los demás?

-          Está bien. Yo les aviso. ¡Hasta luego!


Y colgó el teléfono. Lo primero que hizo fue vaciar su caja de caudales. Tenía dinero suficiente para entretenerse  por lo menos durante dos horas. No obstante mendigó un poco más de dinero a sus padres y éstos se lo dieron a regañadientes. No consideraban que tanto dinero gastado en la feria fuese dinero bien invertido. Una hora después salió de su casa directamente hacia donde había quedado con sus amigos.


Entre toda la emoción había olvidado mirar el reloj y llegó media hora antes. No le importaba esperar. Se apoyó en un árbol y se puso a observar a la gente. Un montón de niños acompañados de sus padres accedían al recinto de la feria. Lo hacían siempre con algo entre las manos. Un globo de helio, una manzana de caramelo o un empalagoso algodón de azúcar. Sonaban estrepitosas las sirenas de los autos de choque y bufaban los émbolos de la noria gigante. Crujían los hierros de aquellas oxidadas estructuras de acero.

Y decoraban el cielo cientos de metros de gallardetes de colores.

Sus amigos no llegaban. No sabía si quizás se habían olvidado de él. A unos pocos metros, en medio de la nada, estaba instalada la bocca della verità. Aquella horrible réplica de cartón piedra le ponía los pelos de punta. Escuchaba todo el rato una especie de susurro que salía de un pequeño altavoz, cerca de la boca de aquel horrible ser.

De repente, una ráfaga de viento hizo que un montón de papelitos rodearan la maquina en forma de remolino. Levantó aquella ráfaga un montón de hojas secas y de tierra. Un pequeño trocito de hoja se introdujo en su ojo derecho. Con mucho cuidado intentó sacarse el trocito. No podía hacerlo y su ojo lloraba cada vez más. Emborronaban sus lagrimas su visión y se distorsionaban todas las formas de su alrededor. Cuando por fin logró desprenderse de aquella incómoda partícula, se dio cuenta de que estaba justo en frente de la bocca della verità. Casi la podía tocar. Los ojos rojos de aquel rostro plano le observaban. Le observaba un rostro severo con cara de pocos amigos.

Y una voz susurraba irreconocibles frases de reclamo.

Los gallardetes se agitaban con fuerza en el cielo. Emitían un sonido insoportable mezclado con truenos. Un sonido que anunciaba una especie de tormenta de verano. Todo el mundo se largaba de nuevo hacia sus casas.

Y empezaban a precipitarse heladas gotas de lluvia sobre su rostro.

Sus amigos no llegaban y decidió que lo más prudente sería volver a su casa también, no sin antes haber gastado algo de dinero. Un montón de monedas le pesaban en los bolsillos. Sin pensarlo demasiado introdujo una moneda en la maquina. En una pantalla de ordenador se podían leer las siguientes palabras.

 Introduce tu mano en la bocca della verità y conocerás tu futuro.

Conocía todas las historias acerca de aquella escultura. Sabía que no aceptaba los mentirosos y que si algún embustero se atrevía a introducir la mano dentro se quedaría atrapado. No obstante la introdujo. Pero en cuanto apoyó la palma en la base de la boca sintió algo viscoso. No sabía lo que era pero estaba claro que daba asco. Por lo sentido supuso que algún gracioso había escupido allí dentro. Algún escéptico y saboteador que no tenía nada mejor que hacer que mancillarlo todo. Sacó rápidamente la mano del agujero y se limpió como pudo con un pañuelo de papel que llevaba en el bolsillo.

Lo peor de todo es que no sabía si aquel castigo se lo merecía él por embustero.


…