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viernes, 19 de diciembre de 2014

¿Puedes levantarte?



Sospechaba que no iba a ser trabajo de mi vida y que tampoco ganaría mucho dinero con ello. Realmente me daban igual todas esas minucias. Quería probar, eso era todo. Podía elegir y eso me hacía considerarme un tipo con suerte. Estaba seguro de que si aceptaba el trabajo tenía todas las de perder. 

No era una cuestión de principios. Era simplemente que no valía para ello.

Podía ser un borracho, podía limpiar letrinas, podía bailar sin zapatos subido en un taburete y haciendo la pata coja, podía limpiar e incluso podía ensuciar, podía romperte el corazón y podía romperme el mío en mil pedazos y machacarlo… pero para lo que no servía, y de eso estaba seguro, era para ser un embaucador profesional.

Nunca se me había dado bien el papel de vendedor, aun así, acepté la prueba y entré muy decidido en aquellas oficinas.

- Hemos quedado mañana por la mañana en la plaza del vínculo. Allí te reunirás con varios de mis compañeros y ellos te explicarán lo que tienes que hacer. ¿De acuerdo?

- Muy bien. – Contesté.

Y quedamos en reunirnos al día siguiente. 

Las veinticuatro horas que transcurrieron después de aquella ridícula entrevista se me pasaron volando. Cuando me quise dar cuenta ya estaba estrechando la mano de un grotesco y aparente ser humano seguro de sí mismo con moreno de solárium.

- Buenos días T. ¡Buenos días a todos! ¡Nos espera un día de mucho trabajo así que a nuestros puestos! ¡A vender seguros!

Actuaba como un líder pero la verdad es que a mí no me infundía ningún respeto. Era más bien bajito y se notaba enseguida que fingía y que se ajustaba a un guion perfectamente trazado. Pero por lo visto, ése era el guion al que nos debíamos ajustar si queríamos prosperar en ése negocio. Aquel tipo conocía bien la técnica, eso estaba claro, pero a mí no me la pegaba. Lo que realmente me transmitía aquel tipejo era una infinita piedad, una especie de amor hacia lo menor. Una clase de rara complacencia que supuse le vendría bien proyectar en las personas para poder vender más seguros. Por algo estaba dirigiendo todo el equipo, por aquello, o porque simplemente era un capullo sin escrúpulos. 

Nunca lo pude averiguar. Nunca lo llegué a conocer a fondo. 

- Bueno, este es el plan. Hoy cada uno se encarga de un sector. Trabajaréis por parejas y lo haréis acompañando los nuevos a cada uno de nosotros, los veteranos. Probemos con un speech.

Y apuntó con su dedo firme hacia uno de nosotros, hacia uno de los nuevos. Aquel tipejo se jactaba humillando a los nuevos. La mayoría eran chavales que no sabían qué hacer con su vida, gente rechazada y mal tratada por una sociedad que no sabe delegar. Estaban allí de rebote y contratados por desaprensivos que solamente sabían mentir. Su nuevo trabajo les convertía en víctimas y verdugos de una sociedad aburrida y llena de prejuicios. En el fondo lo sabían y por eso estaban allí. 

Por eso y porque no les quedaba otra.

Una vez hubo humillado al nuevo con su ridículo speech, nos dirigimos todos por parejas hacia nuestros sectores. A mí me había tocado acompañar a una chica muy guapa que por lo visto era la mano derecha del eunuco de mi jefe. Llevaba un traje muy ajustado con minifalda y unas medias negras muy finas. No entendía como una chica como aquella, tan inteligente, tan brillante en sus gestos y sensual en su mirada, había podido acabar vendiendo seguros. Me la imaginaba como presidenta del gobierno o encima de un caballo de circo haciendo cabriolas, enfundada en un traje de lentejuelas muy sexi y rodeada de plumas.

Pero la realidad me demostraba que podía ser una profesional en lo suyo. Hablaba muy rápido y conseguía que la gente le abriera la puerta. Yo le miraba intentando aprender la mecánica, la manera de proceder, pero realmente no podía dejar de mirarle las piernas. Me aburría pensando en el trabajo y cualquier excusa era buena para dejar de hacerlo. 

Además a los cinco minutos ya había decidido no volver, sin embargo, preferí esperar un rato más, por si pasaba algo interesante. 

Yo seguía a mi compañera, hacía todo lo que ella me decía. Me llevaba ventaja y subía y bajaba las escaleras a toda velocidad, llamando a todos los timbres. De repente se apagó la luz y escuché un grito en el piso de arriba. Cuando llegué hasta donde estaba ella, me la encontré tirada en el suelo tocándose el tobillo con las manos y a punto de llorar.

- ¿Qué ha pasado?

- Me he tropezado. Es que de repente se ha ido la luz y no he visto bien el escalón.

- Déjame ver. – le cogí el tobillo con mi manos. - ¿Te duele?

- Un poco. Contestó ella mirándome directamente a los ojos.

Y de repente sentí un deseo irrefrenable de besarla. Allí sentados, en medio de las escaleras de aquel oscuro portal, tuve la tentación de abrazarla, pero no lo hice.

- ¿Puedes levantarte?

- Sí, creo que sí.

- Muy bien. Dije – oye, siento que no valgo para este trabajo. No me lo creo y tampoco siento que pueda hacerlo. No sé si lo entiendes…

- Sí claro, tú haz lo que quieras. Yo necesito este trabajo, además, llevo mucho tiempo formándome en esto como para dejarlo, pero si tú lo quieres dejar lo entiendo, estás a tiempo…

- Claro- contesté.

Y me fui de allí pitando. Mientras caminaba para casa dejé de pensar en ella. Dejé de pensar en las cosas que no entendía. Y sentí que hacía lo correcto. Las cosas estaban allí, en frente de mis narices y conseguir alcanzarlas dependía solamente de mí, o al menos eso creía entonces.






Demasiado torpes para volar



En medio de una cuidad había un parque y en el centro del parque, un estanque. Nadando en el agua y con muchas más especies convivían dos cisnes. Lo hacían felices y ajenos a una realidad que probablemente no eran capaces de concebir. Sus dueños les alimentaban por medio de unos tubos subacuáticos que suministraban comida triturada en el fondo. Para poder comer, los cisnes buceaban y separaban el alimento sedimentado del fango. También se alimentaban de los trozos de pan que lanzaba la gente que iba a observarlos. De vez en cuando los niños lanzaban comida, entonces los cisnes salían del estanque para picar rápidamente cualquier resto. Eso era lo único que podían hacer si querían seguir vivos. No podían salir del parque para buscar comida como lo hacían los patos y las palomas. Demasiado grandes para volar. Demasiado torpes para escapar.

El estanque era su elemento y su cárcel. Estaban condenados a vivir eternamente en ese estanque y dependían exclusivamente de las personas que los alimentaban.

Un buen día, no se sabe cómo ni por qué, aquellos tubos dejaron de funcionar. Pasaron semanas enteras pero los tubos seguían sin expulsar comida en el fondo del estanque. Los cisnes estaban nerviosos y buscaban desesperados entre el fango algo de alimento. Los patos y las palomas ya habían desistido y traspasado los muros de aquel parque para buscar comida. Sin embargo los cisnes eran incapaces.

El parque era su prisión. Estaban condenados a lucir sus plumas y morir de hambre en medio del estanque. Las familias y los niños que los visitaban admiraban a los cisnes. Su belleza no tenía parangón. Gráciles en sus deslices, bellos en sus movimientos. 

Delicados como la porcelana y sin embargo muertos de hambre.

Pasaron los meses y las cosas en el estanque no cambiaron. Los preciosos cisnes iban perdiendo sus plumas y nadaban en círculos mareados y exhaustos. Ya no buscaban alimento en el fondo del estanque. Tampoco saltaban y se pegaban al muro de su prisión. Cuando la gente lanzaba comida eran las gallinas y los pavos reales los primeros en alcanzar el preciado alimento. Se abrazaban los cisnes desesperados.

Se ofrecían calor y albergaban la posibilidad de morir unidos para siempre. Sin embargo su naturaleza y su instinto de supervivencia empezaron a hacer mella en su organismo.

Las posibilidades de sobrevivir eran remotas y ellos lo sabían. Su diminuto cerebro traspasaba unos límites que ni siquiera los científicos hubieran sospechado. Era la mentalidad de un poeta, la mentalidad de un loco la que adivinaba en el aire lo que iba a pasar.

Se separaron los cisnes y se volvieron ariscos. No dejaban acercarse a ninguna especie a un perímetro de medio metro. Observaban con cautela y gritaban con rabia. Toda la belleza y todos los versos del mundo habían desaparecido. Los patitos feos se habían convertido en grotescos cisnes desesperados y muertos de hambre.

La estampa se descompuso de tal manera que la gente de alrededor tuvo que llamar a la policía. Por lo visto, de repente, uno de los cisnes atacó a una familia de patitos. No pudo hacer nada la madre para defender a uno de sus polluelos cuando fue engullido de golpe y porrazo por uno de los hambrientos cisnes. Sin embargo la cosa no acabó ahí. Según describió una familia testigo de lo sucedido, instantes después, el cisne comenzó a sufrir espasmos y quedó flotando muerto en la superficie. 

Cuando llegaron los empleados del estanque y la policía ya era demasiado tarde.



lunes, 1 de diciembre de 2014

EL TORERO DE FACUNDO

Y el toro dijo al morir:
Siento dejar este mundo
Siento dejar de comer
Pipas Facundo
Y dejó de comer pipas
Y dejó de sentir
Y no dijo nada
Porque ya no estaba
Y el torero
Altanero se jactaba
De su hazaña
Invitando a pipas
A toda la plaza

Llevaba un chubasquero beige



Supongo que soy rara. Me ocurre a veces que todo mí alrededor se torna blanco y entonces soy capaz de entablar una conversación a tiempo real. Pero no una conversación normal. Lo hago con la mente y lo hago muy bien.

Lo única pega es que necesito mucha gente para que todo funcione como es debido. Me explico. Para entablar mi conversación telepática necesito hacerlo rodeada de mucha gente. Es entonces, en ese mismo instante, cuando las personas se me revelan.

La primera vez que me ocurrió fue un fin de semana de agosto, en un festival de música. Había ido con mi novio de entonces y todo auguraba diversión y despiporre. Nada más llegar al camping nos duchamos y montamos la tienda. Después de cenar nos dirigimos rápidamente al recinto de los conciertos para coger un buen sitio. Era el primer día y todo el mundo estaba como loco. 

Lucía un sol de atardecer veraniego y eso a la gente le hacía feliz. 

Se hizo de noche y empezaron los primeros conciertos. Nada especial. Habíamos ido a ver una banda en concreto y a decir verdad, no nos interesaban lo más mínimo todas las demás. En el segundo concierto empezó a chispear. Los gallos de aquel histriónico británico produjeron la lluvia. Enfadados, nos levantamos del suelo y buscamos un refugio donde cobijarnos. No había ninguno y cuando intentábamos entrar en alguna zona reservada, nos echaban a patadas. Llovía a cántaros pero nos daba igual. Decidimos coger unos cuantos cartones como paraguas y nos acercamos al escenario. 

El tiempo se hacía eterno hasta que por fin salieron. 

Sonaban como mil demonios y eso nos gustaba. La gente se transformaba y corría en círculos extraños. Saltaban y coreaban las canciones, todos a la vez. Cuando el cantante levantaba los brazos o chupaba el micrófono, cuando la guitarrista enseñaba el pompis o guiñaba un ojo, entonces la locura se adueñaba del público.

El tiempo y el espacio daban lo mismo. Allí estábamos mi novio y yo bailando y dejándonos llevar por la demencia y el barro.

Entonces le vi.

Llevaba un chubasquero beige y una camiseta blanca. Estaba en primera fila como absorto, muy quieto en medio de todo el mundo. Miraba el concierto con la boca abierta con una expresión un poco boba. Tenía un pelo grasiento muy oscuro y de vez en cuando movía la cabeza al ritmo de la música. La gente le empujaba pero a él parecía darle igual. Cuando llevaba un rato mirando su cogote, de repente escuché su voz.

- ¡Hey! ¡Hola! ¿Qué tal estas?

- Bien… - respondí.

No me lo podía creer. Allí estaba él. Mirando el concierto muy concentrado y a la vez hablando conmigo

- ¿Menuda lluvia eh? ¿Crees que merece la pena?

- Claro que sí – contesté.

Mi novio me hablaba gritando pero casi no le oía, sin embargo a mi desconocido amigo le escuchaba sin problemas, muy claramente.

- Eres muy guapa y pareces muy rara ¿Lo sabes?

Todo era una locura. Ni siquiera me había mirado. Empecé a pensar que todo era fruto de mi imaginación, que me estaba volviendo loca. Hice la prueba.

- Si tanto te gusto, ¿Por qué no te das la vuelta y me miras de una puñetera vez?

- De acuerdo- contestó.

Sin embargo seguía mirando al frente. De repente mi novio me empujó y me dijo gritando.

- ¿Qué te pasa chica? No dices nada, estás como atontada… ¡Regresa!

Y me volvió a empujar hacia la gente. Acto seguido me vi en medio de una vorágine de chicas y chicos. Rebotaba entre ellos y me alejaban de todo. Mi novio permanecía a mi lado, me había seguido y se había puesto a empujar como todos los demás. Para cuando quise darme cuenta mi amigo imaginario ya se había esfumado. Le gritaba con fuerza pero nadie contestaba. 

Había desaparecido y lo había perdido para siempre.

Acabaron los conciertos y volvimos todos al camping. Tenía las zapatillas empapadas y las medias rotas y llenas de barro. Llegamos a la tienda y nos quitamos la ropa mojada. Cuando estábamos los dos tumbados dentro del saco mi novio me dijo.

- ¿Qué te pasa tía? No has dicho ni una sola palabra en todo el concierto… ¿Estas enfadada por algo?

- Qué va… Tranqui, no pasa nada. Simplemente estoy cansada. ¿Sabes una cosa?

- Dime. – contestó él.

- Mientras estábamos el concierto he mantenido una conversación telepática con un chico que había delante.

- ¿Qué dices? ¿Estás loca o qué? ¿Por qué no me lo has contado entonces?

- Se habría roto la magia, supongo…

- ¿Pero tú de qué vas? No quiero saber nada... Estás como una regadera. Hasta mañana.

Y se puso de espaldas mostrándome un bulto que supuse era su trasero dentro del saco. Se había enfadado y se había enfadado con razón. No pude controlarlo entonces y tampoco puedo controlarlo ahora. 

Supongo que soy rara.




lunes, 24 de noviembre de 2014

FASTIDIO

Cuando se pone a llorar
Camina con paso lento
Cruza la carretera y mira en sentido contrario
Y eso te fastidia
Patea las hojas secas
Con la cabeza gacha
En su propio mundo
Camina con paso lento
Patea las hojas secas
En su propio mundo
Y eso te fastidia

domingo, 23 de noviembre de 2014

Una estampa de amor y muerte



Nadie podía entender lo acontecido aquella noche de verano. Ni siquiera la policía barajaba muchos datos. Un chico y una chica habían sido atacados por un desconocido la madrugada del sábado al domingo. Volvían por la carretera de un pueblo vecino en fiestas y de repente alguien, sin apenas mediar palabra, les había agredido. Cuando me interrogaron, yo seguía temblando por los nervios y casi no podía ni hablar. El inspector de turno me hizo unas preguntas no sin antes invitarme a una taza de café.


- ¿Qué tal se encuentra?– Dijo el inspector.

- Mejor - respondí.

- Estupendo, mire usted… Según las declaraciones del novio de la víctima, el agresor les abordó en la propia carretera. Por lo declarado, un hombre les pidió tabaco y ellos contestaron que no tenían. Siguieron su camino y entonces el agresor arremetió por detrás con un arma blanca. Posteriormente se dio a la fuga, al parecer en un ciclomotor. ¿Vio usted a alguien más en la carretera?

- No. – contesté.


Por lo visto yo era la única testigo del suceso. Nadie más tenía pistas de lo ocurrido. Hacía frío y los pájaros empezaban a entonar sus melodías diurnas. El cielo se tornaba pálido. Yo rodeaba mi taza de café con las manos, intentando entrar en calor. El policía me miraba y esperaba muy paciente a que largara mi declaración.


- ¿Puede contarnos todo lo que vio exactamente?

- Claro. – Respondí.


Empezaba a recordar e intentaba construir mi relato lo más claro posible.


- Serían alrededor de las cinco y media de la madrugada. Yo volvía sola porque había discutido con mis amigas. Caminaba muy deprisa. Solamente quería llegar a casa y olvidarme de aquella noche. De repente a lo lejos me pareció ver algo, como una mancha blanca en medio de la calzada. Cuando estaba más cerca pude reconocer a dos personas tumbadas en la carretera. Me quedé paralizada sin saber muy bien cómo reaccionar. En un principio me asusté y pensé en retroceder. Parecía como si él le atacara a ella, pero en seguida me di cuenta de la verdad. El chico gritaba desconsolado y pedía ayuda de forma desesperada. Estaba fuera de sí y buscaba algo que no entendía. Al agarrarle el hombro para ayudarle comprobé que él también sangraba. Tenía como un agujero, pero ni siquiera se daba cuenta. Sólo intentaba taponar la herida de ella. ¿No le parece precioso?

- Por favor. Limítese a la declaración y evite dar su opinión al respecto. Hay una chica herida grave debatiéndose entre la vida y la muerte… Prosiga por favor.

- Está bien… Pues por suerte yo soy enfermera. Lo primero que hice fue intentar taponar la herida de ella con pañuelos y fulares. Mientras esperábamos la ambulancia intenté calmar al chico. Estaba nervioso y gemía constantemente. Se notaba que amaba locamente a aquella chica…

- Por favor…limítese a los hechos ¿Y usted no vio nada más? ¿No pudo ver cómo huía el agresor? ¿Ni rastro de la motocicleta?

- Ni rastro, ya se lo he dicho. No pude ver nada excepto a las víctimas. Esto es todo lo que puedo aportar…

- Estupendo, ya ha hecho bastante, muchas gracias por su declaración. Si necesito hacerle alguna otra pregunta le llamaré. ¿De acuerdo?

- De acuerdo- Contesté.


El sol se asomaba entre las montañas. La gente de los pueblos de alrededor se arremolinaba en la carretera.


- ¿Necesita que la lleve a su casa? – dijo el inspector.

- No, gracias. Vivo muy cerca. Me iré andando.

- Como quiera…


Y me largué hacia mi casa. Mientras caminaba por la carretera pensaba en la mala suerte de aquellos chicos. Unos minutos más tarde y yo podría haber sido la víctima de aquel tarado. En parte, ellos me habían salvado la vida y les debía algo por ello. Pensaba también en el chico y en su rostro desencajado intentado taponar la herida de su novia. En ese momento el chico no sentía nada a pesar de sus heridas. Cuanto amor desbordaban sus gemidos… Qué locura de amor desprendían aquellos aspavientos…

Me imaginaba tumbada en la carretera y herida de gravedad. Sola, en medio de la oscuridad y sin que nadie me salvara de una muerte segura. De repente me acordé de todas y cada una de las personas que amaba. Sentía que mi deber era cuidarlas y respetarlas a pesar de todo. Aquella pareja me había mostrado en un instante desesperado todo lo que importa en la vida.

Su estampa de amor y muerte se había grabado en mi espíritu y me producía un fuerte dolor de cabeza…




miércoles, 19 de noviembre de 2014

ASPITOS

No te conozco
Pero ya me imagino contigo
Dando un paseo 
Te idealizo
Con poco dinero en el bolsillo
No te conozco
Pero me hace ilusión
Imaginar a dos personas
Una tarde cualquiera
Paseando a la deriva
No te conozco
Pero supongo que ya sabes
De sobra
Que no existen aspitos
Bañados en chocolate
Ya no los fabrican
Pero me hace ilusión
Pensar que sí
Existen
...

lunes, 17 de noviembre de 2014

Una montaña de gelatina

A veces imagino cosas muy dulces
Tengo sueños empalagosos, tengo deseos
Si me preguntas qué me gustaría ser de mayor 
te digo que bombero
Si me preguntas si existen los duendes
te digo que no
a ver, imagina, una montaña de gelatina…
inventada para ser observada
desde lejos
existe para ser contemplada
desde lejos
y te sueltan en el centro, desde un helicóptero
y te hundes sin remedio y te ahogas
y tragas un montón de gelatina, se supone que de fresa
dejas de respirar, te mueres
y entonces ahora ya no existes
desde lejos te descompones…

A veces imagino cosas muy dulces
Sueño contigo
Pienso en ti, te imagino
en una montaña de gelatina…
(La poesía no es para ti, es contigo, la he hecho contigo…)

domingo, 16 de noviembre de 2014

¡Qué felices habríamos sido los dos!



Me levanté por la mañana a eso de las once. El despertador había sonado a las nueve pero no le había hecho ni puñetero caso. Después de ducharme, desayunar y fumarme un cigarro me puse el chubasquero y salí a dar un paseo.

Caminar despejaba mis ideas y me hacía sentirme viva.

Crucé un viejo puente de piedra y me adentré directamente en el monte. Mi plan era estirar un poco las piernas y volver en media hora dando un rodeo al pueblo. Cuando llevaba cinco minutos andando me puse a recordar. Caminé un poquito más y entonces le vi. Avanzaba conmigo y escuchaba todo lo que le decía. Se reía y me miraba directamente, como intentando desvelar el sentido de mis palabras.

- Mira el paisaje. Parece mentira que todo esto se encuentre a menos de media hora de casa. ¿No te parece increíble?

- Sí que me lo parece. Es una pasada. – Contestaba él.

Y me miraba de nuevo sonriendo. Como deseando abrazarme y besarme a la vez. Todo a la vez.

- Mira. Todavía quedan restos. Aquí pasábamos los veranos enteros construyendo cabañas. – Dije de pronto.

- No veo nada.

- Fíjate, mira entre la maleza. ¿No ves unos plásticos y unas maderas?

- Sí, es verdad.

- Pues eso es todo lo que queda de nuestras cabañas…

Y entonces me abrazó. Me detuvo de golpe y me agarró de la cintura con fuerza. Acto seguido me besó en los labios y luego me dijo.

- Creo que me gustas.

- Tú también me gustas un montón – respondí de forma mecánica.

Y sin mediar una palabra más continuamos andando. En medio del camino había una enorme cagada de vaca y justamente en el centro una pisada humana. Nos hacía gracia pensar en la persona que había tropezado con ella. Seguramente se había enfadado un montón al hacerlo.

Nos gustaba suponer y transformar la realidad. Así todo era mucho más divertido.

Caminamos un poquito más y llegamos a un claro del bosque. El sol brillaba y se reflejaba en las montañas. Los colores del otoño formaban una paleta rica en matices dorados. Y soplaba un viento helado que transportaba fragancias de hierba mezcladas con barro.

A los cinco minutos tomamos la carretera que nos llevaba de nuevo directos al pueblo.

A nuestra derecha se levantaban majestuosas un montón de fincas de veraneo. Mientras caminábamos a grandes zancadas yo le contaba cómo antaño, solíamos hacer planes para colarnos dentro y bañarnos en sus piscinas. Él alucinaba con mis historias. Estaba claro que ahora me tocaba a mí. A él no le importaba escucharme. Sabía que a mí tampoco me importaría escuchar sus historias en el futuro.

Me miraba con supremo cariño y su expresión me hacía feliz.

Y entonces me abrazó de nuevo. No quería soltarme. Yo tampoco a él… No queríamos soltarnos hasta llegar al pueblo.

A lo lejos, sobrevolaba un grupo de patos salvajes en forma de uve. Seguramente se dirigían hacia zonas más cálidas.

- Me gustaría formar parte de una bandada de patos salvajes. Me gustaría emigrar como ellos hacia zonas más cálidas. ¿Te imaginas? – Dije mirando al cielo.

Nadie contestó ni tampoco nadie dijo nada. Hablaba sola y caminaba sola por la carretera.

Mi compañero había desaparecido. Y todo se tornaba gris oscuro.

Comenzó a llover con fuerza. Los coches circulaban a toda velocidad y parecían querer atropellarme. Soplaba un horrible viento que me hacía tiritar con violencia. Llegué a casa empapada y encendí la luz del salón. Las persianas estaban bajadas y la casa totalmente a oscuras.

Una maravillosa nostalgia paralizaba mi cuerpo…

¡Qué felices habríamos sido los dos caminando juntos por el bosque!




Aquella misma noche volví de nuevo al viejo puente de piedra. Necesitaba volver a verle y sentir una vez más su compañía. Confiaba en que aparecería de improviso como lo había hecho antes. De repente le vi. Caminaba inclinado y se acercaba despacio. El cielo azul oscuro recortaba una silueta negra que avanzaba lentamente y en silencio. Aparté la vista unos segundos y cuando quise volver a mirar ya estaba sentado junto a mí. No dijo nada. Me rodeó con el brazo y se dispuso a observar el cielo. Los murciélagos revoloteaban sobre nosotros. Las ranas entonaban macabras melodías desde una oscura charca cercana.

Y entre los matorrales los grillos murmuraban su cortejo nocturno.

El aire era cálido, agradable. Por alguna extraña razón había cambiado la temperatura de golpe. Me sentía en armonía mirando el cielo junto a él. Podía verlo todo reflejado en sus ojos. El viejo puente, las nubes, los árboles… todo. La luna llena iluminaba parte de su rostro. Su extrema palidez creaba un poderoso influjo que me volvía loca. No podía soportarlo. ¿Por qué no era real? Nos besamos y nos despedimos. Entonces aquella encorvada silueta desapareció para siempre, dejándome de nuevo sola en medio de la oscuridad.

Una maravillosa nostalgia paralizaba mi cuerpo…

¡Qué felices habríamos sido los dos observando juntos la luna en el cielo!


miércoles, 5 de noviembre de 2014

JUMPERS

puede ser que
no lo sé

alrededor
un muro de ojos
nos impida ver el exterior
y puede ser que te separen
del resto

entonces estaremos solos tú y yo
aburridos pero felices
comiendo sandwiches de nocilla
y devorando jumpers

puede ser que
no lo sé

aquellos ojos
que tanto asedian
nos lancen destellos
y hagan desaparecer
las monedas del fondo del sofá
los tesoros que tan celosamente guardabas

entonces estaremos solos tú y yo
aburridos pero felices
comiendo sandwiches de nocilla
y devorando jumpers

...

miércoles, 29 de octubre de 2014

La soprano y la vaca

A mis catorce años yo era un tipo gregario. No lo era como pueda serlo ahora mismo, era de otra calaña. Mis amigos me ofrecían todo lo necesario para sobrevivir, si alguno de ellos me fallaba, estaba perdido. Si transitaba entre tinieblas, ellos eran los únicos que podían ayudarme a salir y ver algo de luz. Eran mi vela  y compañía en aquellos años de incertidumbre. Nos unía una especie de destino y era éste el que decidía cuándo y cómo las cosas nos iban a ir bien o mal. Y formaban unidas nuestras acciones un elenco de aventura sin límites, sin reglas externas que determinaran una manera de ser concreta.

Al menos eso era lo que creía.

Entonces nos llamaba mucho la atención la gente desconocida. No era corriente que llegaran nuevos inquilinos al pueblo. Si aparecía alguno actuábamos como gorriones rodeando su casa como si fuera una miga de pan. Si veíamos un coche aparcado en la puerta esperábamos hasta que alguien salía y nos quedábamos mirando embobados sus pintas. Resultó que de repente apareció en el pueblo una cantante de ópera, una importante soprano de la capital que supusimos buscaba un entorno paz y tranquilidad para sus ensayos. Solíamos permanecer sentados durante horas comiendo pipas y fumando pitillos cerca de su propiedad. Escuchábamos sus alaridos y nos entraba la risa imaginándonosla delante de una partitura poniendo cara de loca. A veces nos levantábamos intentando buscar de qué ventana salían aquellas escalas. Rodeábamos su casa hasta que por fin veíamos asomar a través del marco de alguna ventana un retazo del cuerpo de la cantora.

-          ¿Habéis visto que pintas? Parece una gallina clueca.

-          Ya te digo. ¿Creéis que nos habrá visto?

-          Lo dudo mucho. Parece muy concentrada en lo suyo la tía.

Y así nos pegábamos el día entero. El caso es que una mañana de otoño, vimos algo en el patio trasero de aquella casa que llamó nuestra atención. Era una figura blanca enorme con forma de vaca. Una especie de escultura gigante. No dábamos crédito a lo que veían nuestros ojos. ¿Por qué tenía una vaca enorme en el jardín? ¿Por qué no tenía plantados geranios como todo el mundo? ¿Y los árboles frutales dónde diablos estaban? Nada tenía pies ni cabeza, nada excepto aquella vaca con patas y cuernos de tamaño descomunal. Decidimos entrar a observarla de más cerca. Primero nos aseguramos que no hubiera nadie en la casa. Resultaba muy fácil averiguarlo. Si no había un coche en la entrada, eso significaba que no había nadie en el interior. Era gente de capital que venía como mucho a pasar el día y nunca se quedaban a dormir. Cuando comprobamos que la casa estaba vacía, dos de nosotros escalamos la valla del jardín trasero y de un salto penetramos sigilosos en la propiedad.

Lo primero que hicimos fue correr hacia la vaca. De cerca era mucho más alucinante que de lejos. Estaba hecha como de fibra de vidrio y cuando la empujamos para comprobar su peso alucinamos con su inestabilidad. Era hueca y apenas pesaba unos kilos. Entre los dos éramos capaces de levantar aquella mole y por lo tanto llevarla de paseo. Nuestro modus operandi fue un tanto aparatoso pero por fin conseguimos sacarla de allí.

-          ¡Atentos todos! ¡Soy la vaca Paquita y estoy muy enfadada! ¡Corred, corred u os aplastaré!

Muy contentos corrimos todos hacia la libertad, la que se suponía que existía solamente cuando estábamos haciendo lo que nos daba la gana, sin reparar en lo que pensaran los demás. Era una sensación de libertad egoísta que disfrutábamos muy a menudo. Luchábamos contra el aburrimiento y lo hacíamos muy bien, a nuestra manera.

No sabíamos hacerlo de otra forma. Éramos como una fuerza de la naturaleza contenida en un cuerpo de catorce años.

Después de haber jugado un rato con ella empezamos a dudar. ¿Y si algún vecino de la zona nos había visto? De repente un miedo atroz se apoderó de nuestras acciones. Quedamos como paralizados incapaces de dar un solo paso. Volver a dejarla era descabellado, pero mucho más descabellado era seguir paseando la vaca por todo el pueblo. Sin pensarlo demasiado nos dirigimos corriendo hacia un puente cercano y lanzamos la vaca al río. Lo hicimos con fuerza y tuvimos la suerte de que flotara y se la llevara la corriente. Nos quedamos mirándola hasta que por fin la perdimos de vista.

Al cabo de unos días nos enteramos que la cantora había puesto una denuncia por el robo. Lo había hecho alegando que la dichosa vaca era un regalo de valor incalculable, una especie de obra de arte. Por lo visto debía costar una millonada. Era arte y por entonces yo y mis amigos desconocíamos el significado de aquella palabra. Por suerte para nosotros la vaca sobrevivió. Perdió un cuerno y tuvo que ser operada de urgencia por una herida en el costado, pero nada que hiciera peligrar su vida de vaca de fibra de vidrio.

Nos libramos de una buena por los pelos.

Tanto la vaca como su dueña desaparecieron del pueblo. No les volvimos a ver ni tampoco volvimos a escuchar los alaridos de nuestra querida soprano. Han pasado muchos años desde que ocurrió todo aquello, sin embargo cuando paso cerca de su casa me parece seguir escuchando su maravillosa voz. Parece como si de aquella ventana siguieran saliendo despedidas deliciosas tonadas y siguieran todas y cada una de ellas resonando caprichosas por los alrededores del valle.

Pero lo más curioso de todo es que también parecen mezclarse intrusos, estrepitosos y desesperados mugidos procedentes del jardín.


...

miércoles, 22 de octubre de 2014

Extrañas consignas

La verdad es que no supieron encajarlo ni de cerca. Nunca llegaron a entender cuáles fueron las verdaderas razones de su conducta y por qué aquella gélida noche de Diciembre acabaron de golpe y porrazo con su relación.

El caso es que recordarían aquella noche toda su vida.

Salieron ambos de la discoteca a eso de las seis de la mañana. Estaban borrachos y cansados de sí mismos. El chico vivía muy cerca sin embargo, a ella le tocaba andar unos tres cuartos de hora si quería dormir en su casa. Decidió el chico que iba a acompañarle un rato. Entre los dos habían calculado y localizado el punto equidistante perfecto que les separaba de sus respectivas camas y era en ese punto donde a menudo solían despedirse. Cuando llegaron a ese lugar, que no era otra cosa que un portalón viejo de hierro, se derrumbaron exhaustos en la repisa de mármol de la entrada y se acurrucaron el uno junto al otro.

-          ¿Tienes frío? – Dijo él.

-          Un poco. – Contestó ella.

Y allí siguieron hablando de su relación, de sus miserias y haciendo bromas al respecto. Estaban borrachos y no decían nada que no se hubieran dicho antes, pero esta vez las palabras del chico sonaban distintas.

-          Ya sabes que te quiero un montón pero creo que necesito dejarlo por un tiempo, no sé si lo entiendes...

¿De qué tiempo hablaba? ¿Tan borracho estaba? ¿O quizás se había enamorado de otra? No merecía la pena pensarlo. Era su nuevo tono de voz, seco y helado como el de una piedra el que golpeaba a la chica sin remedio. Eran sus frases como estacas llenas de astillas las que iban directas al corazón. Los cigarrillos sucedían a nuevos cigarrillos que secaban la boca y el alma. El humo se mezclaba con el vaho que desprendía su discurso vacío y lleno de orgullo.

-          No soporto más esta situación. Creo que me voy a volver loco.

-          Tranquilo – Dijo ella mirándole a los ojos. - No le des más vueltas.

Pero ella era consciente. Sabía que la estupidez de su novio era mucho más enérgica y decidida de lo que podía ser su diminuto corazón lleno de miedo. Aquel hombrecillo, racionalmente pintaba ser poderoso pero su corazón temblaba con la idea de amar sin reservas. Era incapaz siquiera de asumir un esbozo de lo que su novia sentía por él. Estaban acabados y ella lo sabía y por eso mismo no hizo ni tampoco dijo nada. El chico estaba confuso y lloraba de repente, sus lagrimas no eran de hielo como sus palabras.

Entonces se abrazaron. Permanecieron así un buen rato hasta que de pronto, doblando la esquina de la calle, apareció un coche de policía. Circulaba muy lento y emitía por su megáfono horribles gritos distorsionados.

-          ¡Feliiiiiz navidaaaaad! ¡Feliiiiz año nuevooo!

No quisieron reparar en las razones por las cuales aquellos policías gritaban aquellas extrañas consignas. Se levantaron y se fueron de allí en direcciones opuestas, intentando olvidar todo lo que cada uno había visto y oído aquella noche.



...

jueves, 2 de octubre de 2014

Pruebas para la portada de la Novela "LOS NUEVOS" del escritor Iñigo Maraví Artieda








Mi reseña:

"Si te gustan Bukowski, Henri Miller, John Fante, Leopoldo María Panero, Dostoievski, Raymond Carver, Jack London, Jean Genet, Rimbaud, J.D Salinger, Jack Kerouak y John Cheever... Si te gusta tumbarte y fumar mil pitillos... si te gustan Eliott Smith, Nick Drake, The troggs, The Byrds, Small Faces, Easybeats y Bob Dylan...si te gusta pasear a la deriva, ir al supermercado, salir de juerga con tus amigos y los chupitos.. si te gustan la medias individuales, las piernas, las barbas y las camisas de segunda mano...si te gusta vivir en el subsuelo y que te dejen en paz y te cuesta adaptarte... si odias a Juan Manuel de Prada y a Perez reverte... si estás buscando curro...si te gusta trabajar para vivir... si vives con el dinero justo...si te gusta escribir de vez en cuando pero te cuesta horrores.. si te gusta zamparte un buen libro de tirón... si disfrutas corriendo hasta vomitar y te sientes un urbanita... si eres un experto cazador de alimañas... entonces... ¡estás preparado para ser un NUEVO y ésta es tu novela!"

Se puede comprar en la casa del libro, corte inglés y tiendas de tu ciudad

también se lo podéis comprar aquí:

http://www.edicionesatlantis.com/catalogo/12/los-nuevos/957/

saludos de blonde red