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martes, 30 de agosto de 2011

Partida de rol



Que cómo activaba el mecanismo de la imaginación en aquellos niños era todo un misterio. El caso es que lo hacía y de forma sorprendente. Llegaba con sus mapas cuidadosamente doblados dentro de un libro y se los enseñaba. Entonces ellos alucinaban con las ilustraciones. Una tarde de verano a eso de las cuatro y media se reunieron todos en la plaza. J. les mostró lo que se suponía que eran sus últimos proyectos de aventura. La proposición era muy simple. Solo tenían que dejarse llevar y adentrarse en un mundo que J. les prometía sin límites. Decidieron jugar después de merendar.

Quedaron a la sombra de un grupo de árboles plantados en un terreno de hierba cerca del río.

No necesitaban nada excepto la disposición de soñar despiertos inducidos por J. La imaginación de su amigo se encargaría del resto. Recorrerían extensas llanuras plagadas de cardos y de piedras. Visitarían cuevas y posadas. Lucharían por su propia vida y por la de sus compañeros. Trazarían mapas y proyectarían rutas alternativas para esquivar a sus enemigos.

De todo eso y de mucho más se encargarían ellos y su líder en aquella aventura.

Cuando aparecieron todos con la merienda comenzaron la partida. Podían ser elfos o humanos, enanos o magos. Cada cual tenía sus cualidades y defectos. Lo interesante de todo no eran los personajes ni tampoco lo eran sus poderes. Lo verdaderamente interesante era la descripción que J. hacía de su contexto. Imaginaba una llanura solitaria llena de criaturas extrañas o una situación incómoda dentro de una posada con sumo detalle y casi sin esfuerzo.

Los decorados estaban perfectamente descritos por J. que arrastraba a todos ellos hacia un mundo maravilloso de batallas y excursiones.

- Has decidido cruzar el bosque. El suelo está lleno de hojas secas que crujen bajo tus pies. De repente pisas una trampa y caes dentro de un agujero. Pierdes el conocimiento. Cuando lo recuperas te encuentras rodeado de cadáveres de trol. No hay nadie que pueda ayudarte. Tira el dado para saber cuántos días permanecerás encerrado en aquel agujero.


Arrojaban el dado sobre la cubierta brillante de su libro de aventuras.


- Veinte días. Existe un problema. Tienes una cantimplora llena de agua pero no tienes comida. Vas a tener que alimentarte de carne de trol para sobrevivir.


Proseguía diciendo J.

- Comer carne de trol ha provocado la parálisis de todos tus miembros. Has tenido suerte de que te encontrara un hada del bosque y te llevara hasta la posada más cercana. Dentro de cinco días te reunirás con tu hermana.

Mientras uno de ellos esperaba en la posada bebiendo extraños brebajes para su curación los demás luchaban contra sus enemigos y asaltaban castillos. Por la noche los árboles se agitaban por el viento que soplaba en la llanura. La luna llena iluminaba las piedras que lindaban los bosques. Sombras de animales cruzaban los caminos de hierba y barro. Por el día el sol implacable quemaba su piel en la cima de las montañas. Las nubes se rodeaban de toda clase de raros y ostentosos plumajes de colores. Los pájaros formaban parte del paisaje. Los pueblos pertenecían al valle y las casas formaban parte del pueblo.

Degustaban aquella naturaleza abstracta que tanto les revelaba. Gracias a su amigo transitaban los límites entre lo real y lo imaginado.

J. era un líder espiritual que guiaba fantasmas y que transportaba la mente de todos ellos hacia su mundo de fantasía.





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