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lunes, 19 de noviembre de 2012

Primer amor a primera vista


Era muy extraño, pero aquel fin de semana de Junio sintió que su cuerpo se transformaba de repente. Se había introducido algo en su mente, algo nuevo y revelador, una especie de secreto que de pronto albergaba su corazón. La sensación era maravillosa pero al mismo tiempo le inquietaba. Sin embargo no luchaba, se dejaba llevar por la tremenda emoción que sentía entonces. Nadie debía conocer los cambios operantes que llevaban a cabo sus entrañas. Debía ser un secreto bien guardado y no podía permitir que nadie averiguara nada de lo que le estaba ocurriendo.

Sería mucho mejor así.


Bajó de casa y se montó en el coche de su hermana mayor. Un R5 gris clarito muy pequeño. Se puso el cinturón y se acurrucó en el asiento del copiloto como pudo. Le gustaba viajar con su hermana porque con ella nunca se mareaba. Aceleraba y reducía el motor de forma progresiva y casi no tocaba el freno. Circulaba de forma precisa y agradable. Siempre con la radio a tope le deleitaba con canciones de rock que se quejaban por todo. Cuando su hermana se lo permitía, le gustaba sacar la mano por la ventanilla para sentir el aire. Entonces ella le miraba de reojo y le vigilaba a través de sus gafas de sol oscuras.

Era una estupenda y responsable hermana mayor a pesar de todas las broncas y de todas las patadas.

Más o menos, cuando estaban a mitad de trayecto, su hermana giró a la izquierda y se detuvo en una gasolinera. Después de apagar el motor y la radio, salió del coche y se introdujo en una enorme tienda de revistas y comestibles. La gasolinera estaba llena de gente repostando y lavando sus coches. Se notaba en el ambiente que había llegado el verano. Empezaba el calor y todo el mundo se había echado a la calle. No quedaba nadie en sus casas y la gente tenía unas ganas horribles de estrenar sus trajes de baño y de dorarse al sol. Su hermana tardaba mucho en volver y parecía que la cosa iba para rato. Algunos coches le adelantaban y otros nuevos llegaban y se detenían a su derecha para llenar el depósito. De repente un flamante deportivo rojo se detuvo a su lado. Salió del coche un hombre muy alto y muy rubio con unos zapatos muy brillantes y un traje muy elegante. El hombre mascaba chicle de forma compulsiva y avanzaba con zancadas de antílope. Se dirigía al mismo sitio que su hermana mayor, por lo que dedujo que también él tardaría en volver.

Entonces se puso a observar el flamante deportivo rojo de aquel hombre.

Tenía unas ruedas gigantes como las de un coche de carreras. Los focos delanteros formaban parte de la silueta aerodinámica del conjunto. Las llantas del coche brillaban como espejos y las ventanillas lo hacían como pompas de jabón. De repente adivinó en su interior una pequeña silueta sentada en el asiento del copiloto. Era la silueta de un chico de su edad, rubio y con el pelo rizado. Sus ojos eran azules y sus dientes blancos como perlas. Lo que más llamó su atención no fueron todas aquellas minucias. Lo que más llamaba su atención era que él le miraba fijamente a los ojos y de forma extraña. Se comunicaba con ella y lo hacía con sus ojos azules. Nunca había sentido una mirada como aquella con tanta intensidad y encima a su vez, ella sentía que también se comunicaba con él a través de sus propios ojos. Se miraban fijamente y ninguno de los dos se movía ni un centímetro. Estaban ambos pegados al respaldo de su asiento. Mente y cuerpo dejaban de ser uno solo para transformarse en dos entidades complejas. Sentía que superaba aquella sensación todo lo maravilloso que había sentido ella hasta entonces. Su emoción era lo más parecida a todo aquello reunido en un solo instante. Un instante por el cual no pasaba el tiempo. Sospechaba que su hermana aparecería irremediablemente y que les separaría para siempre. Sentía a la vez el placer y la angustia de aquel encuentro. El chico no dejaba de mirarle e incluso le sonreía. No soportaba su sonrisa pero sin embargo no podía vivir sin ella. Miraba al chico y un cosquilleo extraño le trepaba desde los pies hasta la garganta. Implosionaba su mente con una especie de eco infinito y con ondas que afectaban incluso a su propio corazón. Necesitaba salir y abrazar a aquel chico. Necesitaba abrazarle mucho más que a su propio padre. No entendía por qué de repente un desconocido total había despertado en ella todas aquellas emociones. A su izquierda se acercaba su hermana y abría la puerta del conductor. Ni siquiera se había dado cuenta cuando su hermana había abierto el depósito, echado el carburante y cerrado el depósito. Se había quedado allí pegada en el asiento del copiloto con cara de boba. Pero con la cara de una boba reflexiva. Se trataba de un placer intelectual de tal intensidad que hasta había podido sentir los besos de aquel chico en su rostro.

Y con su mirada ella le había devuelto todos aquellos besos.

Sin más rodeos arrancó su hermana el coche, aceleró y se incorporaron ambas de nuevo a la carretera.

Sentía que necesitaba contarle a alguien lo que le había pasado hacía dos minutos. Allí estaba su hermana mayor pero le daba vergüenza contárselo a ella. Pensó en contárselo a su mejor amiga. No había nada que hacer. Tampoco ella entendería ni una palabra. Ni siquiera ella misma entendía nada de lo que le había ocurrido. De lo único que estaba segura era que había sentido la primera y maravillosa experiencia de un amor hacia lo desconocido. Y aquello le había provocado por primera vez una sensación de nostalgia.

Llegaba todo de golpe, su adolescencia y madurez avanzaban de forma descontrolada y sentía que abandonaba una etapa de su vida que jamás olvidaría del todo.


lunes, 12 de noviembre de 2012

Baño compartido

Pieza encargada por BERUTA para decorar el escaparate de su preciosa tienda/taller.

A continuación algunas fotos de mi proceso para el fondo y algunas otras del resultado final. Si queréis saber algo más sobre estas preciosas y enigmáticas muñecas, visitad la web

http://www.beruta.net/













domingo, 4 de noviembre de 2012

Cuento prenavideño


Una heladora y despejada mañana de Diciembre caminaban por la calle cogidos de la mano un niño pequeño y su madre. Miraban ambos los escaparates de las tiendas y de vez en cuando se observaban reflejados en los cristales.

También esquivaban los gigantescos árboles plantados en las aceras de su barrio.

Y se cruzaban con ancianos que atravesaban los pasos de peatones apoyados en sus bastones de madera. Caminaban a su lado señores solitarios fumando cigarrillos con la mirada perdida. También se cruzaban con hombres y mujeres paseando a sus mascotas.

Formaban todos ellos parte de un decorado prenavideño.

Entonces no llevaban ni cinco minutos haciendo recados cuando de repente, ambos lo vieron en medio de la acera. Era un castillo de juguete en perfecto estado. Solamente tenía una pega. El castillo original estaba lleno de trampas y de poleas y de pegatinas muy chulas. Éste no tenía nada en su interior, estaba hueco.

Se suponía que por eso lo habían abandonado en medio de la calle.

Miraba la madre hacia los lados mientras su hijo sobaba y elevaba el castillo por los aires. De repente dijo el niño arrugando su naricita.

-          Huele un poco a basura.

-          Es igual –contestó su madre. Nos lo llevamos a casa y lo limpiamos con agua y jabón.

Y se miraron ambos en silencio y brillaron sus ojos con un leve destello de amor profundo y verdadero. Les hacía ilusión haber encontrado ese castillo. El niño no paraba de repetir que lo iba a llenar de trampas fabricadas por él mismo y que no le importaba que estuviese hueco. Su madre le observaba y le sonreía mientras apretaba su mano con fuerza.