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lunes, 30 de mayo de 2011

Adolescentes unidos



Todas las ciudades del mundo cuentan con parques y plazas similares. Durante el día se infestan de niños escalando redes y pisando suelo de goma granate. Extraños volúmenes de platillo volante que giran en un ciclo infinito de líneas y elipses. Cada molde forma parte de un diseño determinado. Los castillos de madera pintada y elevados majestuosamente en medio de la plaza. Los puentes colgantes que se balancean sobre cuerdas de plástico y tela rasposa. Los colores plateados y rosas, color barniz y rojo laqueado que reflejan siluetas distorsionadas de coches aerodinámicos. Se respira sobreprotección y excesivos miedos a brechas. Los niños rodean el complejo de cuerdas y de formas preescolares para separarse de sus padres. Las miradas de ambos se cruzan y atraviesan los castillos de juguete. Las motos y saltamontes de muelle se balancean solitarios mientras todos los niños han desaparecido.

Es la hora de cenar.

Ahora el parque lo ocupan los adolescentes. Dentro del castillo se besan y fuman cigarros. Se dedican horas enteras a charlar. En su pequeño refugio celebran la gloriosa idea que llevó a aquel diseñador anónimo a construir semejante caseta. Les han vuelto a dejar a solas. Ella le mira a los ojos e intenta descubrir porque le gustan tanto. Su mirada perversa se estrella contra la mirada embobada del chico. Se acercan muy poco a poco y cuando sus labios se juntan ya no se separan. El primer beso se prolonga aproximadamente una hora. Las comisuras se llenan de babas y se resiente la punta de la nariz. Afuera está de noche y el cielo está nublado. Se escuchan pequeñas y finas gotas de lluvia estrellándose contra el tejado del castillo. Los adolescentes se abrazan y luego se marchan. Abandonan el suelo de goma roja para siempre.

Al día siguiente los niños vuelven con sus padres al complejo de la diversión obligada. Bajo la mirada que atenta contra su diversión real se constipan y contagian piojos. Los columpios de madera y suelo de goma salen por la televisión. Se derriten bajo el sol abrasador del verano y se congelan y se rompen en invierno. No se produce en ellos la posibilidad de que ocurra nada. Sólo queda exceptuar las noches y sus moradores nocturnos.

¡Adolescentes uníos! ¡Reivindicad vuestro espacio de ocio! ¡Dejad para los más pequeños los columpios de hierro!


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