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viernes, 1 de octubre de 2010

Carcajadas




Fue por mediación de su hermana el que su padre no hubiera seguido pegándole. No lo hubiera hecho de todas formas. Poseía un corazón bondadoso y al contrario de lo que él creía, mucha paciencia. Sin embargo, esa vez no pudo contener su ira y le cruzó la cara en medio del hall, justamente cuando se disponía a salir por la puerta. Todo comenzaba a desmoronarse, las cosas estaban cambiando y ya no era un niño. Su padre no toleraba que él hiciese lo que le diese la gana y que le desobedeciera. En todo caso ya había resuelto quedar con uno de sus mejores amigos y confidente y eso era algo irrevocable. Su amigo vivía en el barrio de San J. y allí todo resultaba nuevo para él. Las calles eran mucho más anchas, acababan de inaugurar unas enormes salas de cine y sobre todo había en ese barrio algo que sólo conocía por las películas americanas; enormes cadenas de restaurantes de comida rápida.

Cogió el autobús y se rodeó de gente extraña. Un montón de chicos y chicas ocupaban los asientos traseros y no paraban de reír. Se preguntaba constantemente que demonios les hacía tanta gracia. Sólo ellos lo sabían y por eso los envidiaba.

Bajó del autobús y miró el reloj. Aún eran las cuatro de la tarde y su amigo le había dicho que no llamara antes de las cinco. Andaba por la calle muy despacio y despistado hasta que casi sin darse cuenta llegó hasta aquellos porches sobre los cuales se levantaban dos enormes edificios gemelos. En uno de ellos vivía su amigo. Sentado en el borde de un pequeño jardín se puso a esperar a que diese la hora. De repente cruzaron un chico y una chica y se sentaron a su lado. El chico sacó de su bolsillo una cajetilla de tabaco y le ofreció un pitillo a la chica. Ésta lo cogió y acto seguido se metió la mano en el bolsillo y sacó un mechero. Ambos se encendieron sus cigarrillos y comenzaron a fumar muy deprisa. Casi sin darse cuenta ya habían pasado más de treinta minutos y para él parecía que sólo habían pasado diez. Se levantó de un salto y llamó al portero automático de aquel enorme edificio. Una voz muy suave le invitó a entrar. Cogió el ascensor y subió hasta el noveno piso. Dentro le esperaban, o al menos eso creía él. Llamo al timbre y abrió la puerta la madre.


- Hola majo. ¿Qué tal estas?


- Muy bien. ¿Esta P.?


- Sí, claro, está durmiendo, ahora mismo le despierto. Entra.


Poco a poco iba sintiendo aquel olor tan característico que posee cada casa. Reinaba un silencio absoluto y sólo se podía escuchar el sonido de la nevera. De repente apareció su amigo con el pelo enredado y cara de dormido.

- ¿Sabes que si ofreces a una chica coca cola y aspirina se pone como una moto?

- No lo sabía. ¿Nos vamos?

- Vale, espera a que me lave los dientes.


Cinco minutos después ya estaban andando por la calle. No sabía que era, pero algo muy extraño le ocurría a su amigo. Justo antes de doblar la calle él le dijo:

- Vamos a buscar a un amigo mío y luego vamos al KFC.

- ¿A dónde?

- Un Kentucky Fried Chicken, es una cadena de restaurantes americana. Las alitas de pollo están buenísimas.

- Vale. ¿Es muy caro?

- No.


Subieron a casa de su amigo. Era un niño obeso con el pelo muy liso y muy bien peinado. Jugaba a la videoconsola rodeado de sus amigos. Él sólo se dedicaba a observar mientras su amigo hablaba con el chico obeso. Aquella casa no olía a nada.

Media hora después ya estaban sentados en aquel horrible restaurante que tanto les gustaba. El chico se pagó su menú de alitas de pollo sin embargo, no le llegaba para el helado. No le importaba. Aquel intenso sabor empapado en salsas significaba algo nuevo para él. Una sensación extraña le poseía en aquel lugar. Cuando acabaron la comida los tres amigos se separaron.

El chico volvió a su casa sólo y dando vueltas a su pequeña cabeza. Un montón de chicos y chicas reían a carcajadas en la parte trasera del autobús. Él se preguntaba que demonios les hacía tanta gracia, sin embargo, los envidiaba.


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