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viernes, 5 de noviembre de 2010

Arañas rojas



Siempre se arrastra la sombra de la conciencia. Su proyección puede iluminar hasta el cemento más oscuro. Todas las casas que reciban luz serán las elegidas para marcar el camino hacia otras casas de cemento oscuro que esperan ser iluminadas algún día. Por el camino se podrán encontrar fuentes, también de cemento, pedestales vacíos y muros donde la vida transcurra ajena a esa luz.




El olor de los manzanos que rodeaban su jardín le recordaba al otoño. Los días empezaban a ser más cortos y más fríos. Recogió un montón de ramas del suelo y las lanzó una por una hacia los manzanos. Media hora después salió por la puerta del patio en busca de sus amigos.

Habían quedado enfrente de la casa de I. El fin de semana anterior encontraron un montón de tiza en un contenedor de obra y habían decidido pintar en la carretera cerca de la entrada del pueblo, justamente en frente de la casa de I.

Una casa grande de cemento gris oscuro y blanco.

Cuando llegó hasta allí aun no había nadie. Se sentó en el muro que separaba la finca de la carretera, cruzó las piernas y se puso a observar.

El muro también era de cemento pero de un tono gris muy claro. No era totalmente liso. La superficie era un poco rugosa debido a una trama de pequeños agujeros simétricos. El cemento estaba un poco pulido y sucio y algunos de los agujeros habían desaparecido por el roce y por el paso del tiempo. De repente entre aquellos agujeritos vio algo que llamó especialmente su atención. Unos puntos rojos diminutos recorrían la superficie en línea recta cruzando la superficie del muro. Aquellas formas vivían en el cemento, ese era su lugar. Se acercó un poco más y adivinó unas pequeñas patas alrededor de los puntos. Se trataba de un nido de arañas que por alguna extraña razón vivía en aquel muro. Parecía como si hubieran surgido del propio cemento, como si aquel material innoble les hubiese dado la vida.

Sin embargo esta vez iba a ser la curiosidad y estupidez de aquel niño la que interrumpiera la existencia de algunos de aquellos diminutos seres.

Era algo muy fácil y divertido. Con un solo dedo, el chico podía segar la vida de cada puntito, aplastándolo y arrastrándolo, creando una pequeña línea roja en el cemento. Así se entretuvo durante casi media hora hasta que aparecieron sus amigos.

Sin decir nada cogieron las tizas y se pusieron a dibujar y a escribir chorradas en la carretera.

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