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miércoles, 6 de octubre de 2010

Polillas revoloteando alrededor del fuego




Se despertó una hermosa mañana del mes de Junio de 198… con los ojos pegados a los párpados y entumecidos los músculos de la cara. Había pasado una noche llena de horribles pesadillas que ni siquiera recordaba. Cuando por fin pudo ser consciente de quién era y de donde estaba, ya se habían ido a desayunar todos sus hermanos. A través de las ventanas penetraba una luz blanca preciosa que iluminaba las sábanas revueltas y los armarios. En esta ocasión la realidad resultaba ser mucho más interesante que de costumbre. Se levantó y fue directo a la cocina. Todos estaban muy contentos porque esa noche se celebraban las hogueras de San Juan. Este día marcaba el comienzo de las vacaciones de verano y eso suponía casi tres meses de tiempo libre, de sol y de baños en el río. Por otro lado, la noche de San Juan era especialmente mágica. Después de cenar, se encendía una enorme hoguera en el atrio de la iglesia y allí los niños y los mayores lo pasaban en grande jugando con el fuego. No había allí ni música, ni comida ni bebida, nada, únicamente dos hogueras, una pequeña y otra grande.

La cosa consistía en saltarlas por encima muy rápido para no quemarse.




Los primeros en prender una hoguera fueron los pequeños. Les fascinaba comprobar cómo el fuego empezaba a quemar los troncos mezclados con hojas secas y paja. Aun no estaba de noche y la llama no iluminaba tanto como lo haría horas más tarde. El olor de las hojas secas era de una intensidad tal, que uno de los chicos las apartó con un palo.


- No dejan de echar humo, ¡las hojas la están ahogando!

- ¡No digas tonterías, está mucho mejor así!

- Lo que tú digas, pero luego no me eches la culpa a mí.

- ¡Calla!


Un poco más tarde llegaron los padres y los chicos mayores. Uno de ellos llevaba un bidón de gasolina y gritaba sin parar.

- ¡Apartad!


De repente una columna de fuego se levantó ante la mirada atónita de todo el pueblo. En seguida todos rodearon la hoguera. La gente reía y charlaba y miraba al fuego como si se tratase de la televisión. De vez en cuando alguien movía los troncos con un palo y cientos de chispas se elevaban hacia el cielo oscuro y lleno de estrellas. Una columna de humo gris se fundía con el aire fresco de la montaña.

Cruzar las llamas era algo increíble. Pasabas tan rápido que sólo podías sentir calor en las pestañas. Era una lucha en contra de los elementos, una especie de juego que consistía en saltar. Era muy divertido.

Las polillas revoloteaban alrededor del fuego.

Una vez que la hoguera se consumía la noche tocaba su fin. Los padres charlaban con las manos en los bolsillos y los jóvenes se alejaban a lugares oscuros para fumar cigarrillos.

La hierba del suelo estaba seca y llena de polvo. Tres niños meaban sobre la hoguera. Los chorros levantaban una fina nube de cenizas.


Con la ropa impregnada de olor a humo volvieron todos a sus casas.


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