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martes, 23 de noviembre de 2010

Romerías



Las romerías tienen un significado religioso importante. Su razón se renueva cada vez que un individuo decide participar. La perspectiva religiosa abarca la conciencia de algunos. Otros, sin embargo, simplemente[i] lo transfieren a un sentido más cotidiano. El impulso y acción que requiere y el espacio de tiempo que supone esta actividad se convierte en algo irreductible a un solo término. El proceso encomendado se dirige hacia todos y cada uno de los participantes. La realidad de uno mismo en armonía con la concebida por otros se une con la realidad observada desde la propia naturaleza.

El camino es recomendable para aquellos que deseen llegar todos a la vez. La ermita es la excusa, el motivo y el templo. Las posibilidades son todas y cada una de ellas requiere sensibilidad y respeto hacia uno mismo y hacia los demás. En este contexto uno se convierte en el protagonista absoluto de un estado de las cosas ociosas. Su alegría se comparte con todos y su tristeza forma parte de la esencia de la romería.

Romería nº1


Girando a la izquierda y subiendo una pequeña pendiente se encontraba el camino hacia la borda de F. Conocía el atajo desde que era pequeño. No era la primera vez que subía por allí. Ese camino lo había recorrido un montón de veces con su padre y sus hermanos y se sentía capaz de hacerlo de nuevo y con distracción. La hierba del suelo del atajo estaba llena de piedras afiladas y de troncos muertos.

Cuando llegaron hasta la borda se detuvieron un momento para beber agua. El sol calentaba con fuerza sin llegar a ser desagradable. El viento soplaba fresco y transportaba fragancias de tierra y roble.

Llegaron al bosque y se sentaron en un tronco de árbol que formaba una barrera en medio del camino. Desde allí observaron cómo iba llegando la gente del pueblo. Casi todos cargaban con sus mochilas llenas de comida y garrafas llenas de agua y de vino. Todos los grupos contaban con su propio líder que dirigía y marcaba el ritmo. Los niños llevaban palos que utilizaban como bastón y corrían de arriba abajo como chuchos.

Abandonaron el bosque y llegaron por fin hasta la ermita de B. Todo estaba listo. Mientras unos escuchaban al cura otros preparaban la comida.

La misa transcurría con toda normalidad. Los cantos a coro recordaban una especie de ritual pagano. La naturaleza rodeaba la ermita de piedra y madera y la humedad del bosque penetraba por cada rendija. Las velas iluminaban de forma muy tenue y proyectaban extrañas sombras en las paredes. Todos rezaban de pie y de manera solemne.

Afuera se escuchaba un murmullo de celebración y alegría general.

Allí cada cual encendía su propia hoguera. El olor a cerdo asado y a caldero de patatas y pimientos flotaba en el aire. Los niños se entretenían jugando con palos y piedras. Los mayores disfrutaban de su tiempo de ocio. Todos estaban muy contentos y se juntaban con aquellos elementos a través de los cuales su felicidad aumentaba a cada instante. Cuando terminaban de comer los mayores se divertían jugando a las cartas y bebiendo licor mientras los niños se lanzaban al bosque a investigar.

Después de amontonar un montón de piedras y de cubrirlo entero con hojas secas descendieron hasta un riachuelo. Allí levantaron más piedras y encalaron un tronco seco de un lado a otro. Un perro desconocido les acompañaba y les seguía a todas partes. El olor a humo se acercaba hacia ellos y acababa por desaparecer en el agua. A lo lejos se escuchaba el sonido de motos y tractores. El valle entero estaba de celebración.

Y todo aquello acababa por fastidiarle. Sus amigos seguían amontonando piedras y lanzando palos al agua. La luz en el exterior dejaba de ofrecerle los reflejos necesarios y desaparecidos los matices, se transpuso directamente dentro de la ermita.

Allí dentro todo se componía de elementos reflectantes. Casi no había luz y los únicos bloques que destacaban entre las sombras eran un extraño retablo de madera, una pila de granito y una vela. El suelo estaba muy oscuro y de un tono rojizo casi negro. Las paredes de piedra parecían moverse paralelamente hacia él. Le entraron ganas de correr de un lado a otro. La luz del sol de mediodía traspasaba las rendijas de la puerta de madera y del techo. Dentro de la ermita todo era de una intensidad mucho más soportable. Poco a poco se iba acostumbrando a la oscuridad y procesaba más información. De repente descubrió un montón de repuestos de velas en una esquina del suelo. Estaban sin estrenar y sin pensarlo un instante cogió un par y se las metió en el bolsillo.

Tampoco soportaba el sol de mediodía.


Romería nº2

El viaje en coche le mareaba. Aparcaron encima de la hierba y empezaron a subir. A mitad de camino estaba la fuente. Una especie de abrevadero de cemento lleno de musgo. Descansaron un rato y llenaron sus cantimploras. Nada más llegar al bosque uno de los más torpes tropezó con una piedra y cayó de bruces contra el suelo. Era imposible detectar cualquier cosa peligrosa debajo de las hojas. Lo pies se hundían y las rodillas se cargaban con el peso de su cuerpo. Suspendida en el aire la temperatura en el bosque se hacía asfixiante. Cuando por fin llegaron a B. descansaron cinco minutos, bebieron agua y entraron en la ermita.

Todo estaba lleno de esculturas y de flores. La luz del sol se colaba a través de una pequeña ventana cuadrada y en las paredes se formaban enormes telas de araña. Para cuando quiso darse cuenta ya se habían ido todos de allí.

Se quedaba sólo siempre que podía. Era de una total estupidez sentirse diferente al resto. Seguramente su memoria le jugaba malas pasadas y lo que de verdad conseguía con todo ello eran experiencias nimias. Algo que jamás le serviría para nada recordar.

Los ramos de violetas destacaban sobre el dorado de la madera pintada y las esculturas parecían desplazarse por el aire. Las figuras sobre fondo negro giraban como en un sueño. No había en ello reflejos que le recordaran a nada ni a nadie. Atravesaba una especie de finca nocturna rodeada de muros de hielo y en medio de ese laberinto privado se formaba la niebla.

De pronto un hombre alto y delgado se acercó hacia él.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó.

- Tan sólo miraba. – respondió el chico.

El hombre alto y delgado era el encargado de abrir y cerrar la ermita. Su rostro era alargado como media barra de pan.

- Aquí solo se entra para rezar. ¡Fuera de aquí! –gritó.

No contestó. Ni siquiera le pudo mirar a los ojos cuando se fue. Sus amigos y hermanos le esperaban en el bosque recogiendo leña. El sol de mediodía calentaba su cabello pero sin embargo sus manos y pies estaban fríos. Cuando sus amigos le preguntaron qué demonios había estado haciendo contestó:

- Estaba rezando.

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