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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Metros de gallardetes



Éstos infestaban la calle principal y la plaza del pueblo. La mayoría se enganchaban en el tendido eléctrico de las casas y en las farolas. Por la mañana todos los chavales jóvenes madrugaban para ayudar a colocarlos. Las calles estaban llenas de colores de plástico que significaban diversión futura. Todo estaba preparado para disfrutar de tres días inolvidables. El caso es que cuando acababan las fiestas nadie se ocupaba de retirarlos. Ya habían desaparecido las ganas de expansión.

Lo más divertido era cuando llegaban ciclistas y forasteros al pueblo. Casi todos preguntaban siempre lo mismo:

- ¿Son fiestas?

A lo que los chavales contestaban entre risas:

- No, lo que pasa es que no han quitado los gallardetes.


Lo que ocurrió entonces fue que acabaron degradándose por el frio del invierno y el viento. El plástico acabó por pudrirse y fundirse con la nieve. Seguramente los nidos de los pájaros y el suelo y las alcantarillas contuvieron pequeños fragmentos de plástico de colores durante años. Ya no se volvieron a colocar ni se compraron gallardetes nuevos. Las fiestas dejaron de ser lo que eran el año que desaparecieron.



Hace menos de un año, uno de los niños de aquel entonces decidió que ya era hora de volver a decorar las calles del pueblo con gallardetes. Sin pensarlo un instante, cogió el coche hasta llegar a P., aparcó y se dirigió hasta un antiguo bazar que conocía desde hacía años. Llevaba dinero y pensaba gastárselo todo en gallardetes. Dentro del bazar había un perro pequeño ladrando y detrás del mostrador su dueño fumaba un cigarrillo.

- Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?
- Buenos días, ¿No tendría por casualidad banderines de colores?
- ¿Banderines? Claro que si, ahora mismo se los saco.

Acto seguido el vendedor se introdujo en su pequeño almacén y volvió con un rollo enorme de banderas de plástico. Había banderas de Alemania, de España, de Inglaterra, de Francia…

- No, no, perdón, no me refería a esas banderas, lo que quiero son banderines triangulares de colores, no sé si me entiende…
- ¡Claro que sí! Pero eso no se llaman banderines, se llaman gallardetes.
- ¡Ah, sí, sí, claro! Pues si es tan amable quisiera cincuenta euros de gallardetes.
- Ahora mismo. ¿Quiere que le haga una factura?
- No es necesario gracias, me vale con el ticket de compra.



Por la tarde el chico entregó todos los gallardetes al alcalde. El hombre se sorprendió al ver tantas bolsas pero le dio las gracias y quiso devolverle el dinero. El chico dijo que no era necesario pero el alcalde insistió. Subió a su casa y le abonó la cantidad correspondiente al dinero que se había gastado.



Al día siguiente, el chico se levantó bastante tarde y cuando salió a la plaza no podía creer lo que veían sus ojos. No era consciente de la cantidad de metros de gallardetes que había comprado. El pueblo entero estaba otra vez lleno de colores. Colores vivos, flamantes, el pueblo entero olía a plástico nuevo. El alcalde y otro chico del pueblo habían madrugado y habían colocado hasta el último gallardete. No se habían dejado ni uno. Todo el pueblo parecía estar de acuerdo del hecho que significaban aquellos plásticos de colores. Su forma triangular, portadora de significado, anunciaba una celebración colectiva en donde cada cual participaba formando una masa homogénea y divertida. Sus cabezas daban vueltas en el interior de un circo de vivos colores, daban vueltas hasta marearse y perder el control de una estabilidad perecedera. Algunos lugareños aplaudieron su hazaña y otros ni siquiera se dieron cuenta pero sin embargo había algo festivo en su interior, una especie de felicidad acompañada de una tierna complacencia…

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