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lunes, 22 de octubre de 2012

¡Yo soy escritor!


Le llamaron por teléfono para concertar una entrevista de trabajo. La cobertura no era muy buena y apenas podía entender la voz de su interlocutor. Finamente lograron concertar la entrevista. Colgó el teléfono y se tumbó en el sofá. El chico pensaba que ya le habían aceptado y que aquello solamente se trataba de una formalidad.

Lo que no sabía el chico era lo que le esperaba.

Al día siguiente cogió la bici y con mucho tiempo por delante se dirigió hasta el lugar de la cita. Mientras pedaleaba tranquilamente, pensaba en lo maravilloso de todas las cosas. Disfrutaba del clima otoñal y de la temperatura de la calle. Le gustaba sentir que se acercaba el invierno y que los días eran cada vez más cortos.

Aparcó y enganchó la bici en una señal de tráfico. Estaba contento porque había llegado puntual como un reloj. Nada más entrar en el local preguntó por su entrevistador. Le dijeron que tenía que esperar un poco. No le importaba. Se sentó en la barra del bar y pidió una cerveza mientras esperaba pacientemente.

A los quince minutos se acercó una chica que no conocía de nada y le invitó a pasar a una especie de despacho decorado con barriles de cerveza y pósters de propaganda. Sentado en una mesa le esperaba su entrevistador. Un hombre gordito con traje y con cara de buena persona. Acto seguido se presentaron y se dieron la mano.

-          Bueno F. A pesar de lo que pueda parecer quiero que sepas que puedes dirigirte a mí con toda naturalidad. Quiero que la entrevista sea lo más distendida posible, ¿Entendido?

-          Entendido. – Contestó el chico.

-          Lo primero que quiero que sepas es que la entrevista la vamos a grabar. No pienses que se trata de algo inusual. Siempre grabamos las entrevistas que concedemos a nuestros candidatos. Esto nos facilita tomar decisiones mucho más objetivas y nos ahorra trabajo administrativo.

-          Me parece perfecto.- contestó el chico mientras pensaba en lo raro y oscuro de todo aquello.

No entendía como de repente, lo que él consideraba una entrevista formal se había convertido en una especie de interrogatorio.

-          En primer lugar F., quiero que nos cuentes algo acerca de tu último puesto de trabajo.

El chico les contó todo le que deseaban saber. Les contó incluso más de lo que ellos esperaban averiguar. Enlazaba su discurso de forma coherente y parecía que incluso disfrutaba con ello. Siguieron a su respuesta un montón de preguntas más, una detrás de otra. El chico contestaba con naturalidad pero sentía que cada vez se vendía con más intensidad. El problema era que tampoco le interesaba tanto el puesto. Por lo menos no le interesaba lo suficiente como para no reconocer que realmente estaba allí por la pasta.

Cuando terminaron las preguntas acerca de su experiencia profesional empezaron las preguntas tipo trampa. Eran preguntas que desvelaban perfectamente el perfil del entrevistado. Estaban hechas perfectamente para juzgar psicológicamente cualquiera de las posibles respuestas del interrogado. No obstante, supo el chico esquivar sus impulsos y contestó con toda normalidad y de manera que pudo convencer a sus entrevistadores de que se merecía el puesto.

Fatalmente tuvo que llegar la última pregunta.

-          ¿Cuál es la verdadera razón por la cual quieres trabajar con nosotros?

Pensaba el chico en las verdaderas razones por las cuales la gente hacía las cosas. Era complicado. Él estaba allí por el dinero. Estaba claro que no podía decir aquello, el caso es que no supo disfrazar muy bien su respuesta. Habló de la importancia del trabajo y de la necesidad de un oficio pero poco a poco fue profundizando en el tema y acabó desvelando su verdadera identidad.

-          ¡Yo soy escritor! Y si queréis saber la verdadera razón por la cual quiero trabajar con vosotros no me andaré con rodeos. Necesito el dinero para seguir viviendo y poder seguir escribiendo. Pero lo que no queréis saber es que la verdadera razón por la cual escribo es para que algún día no necesite recurrir a gente de vuestra calaña. ¡Sí! Escribo para no tener que desperdiciar mi precioso tiempo con gente como vosotros. Y no me refiero concretamente a vosotros. Me refiero a cualquier persona que me obligue a desempeñar un oficio que detesto. La verdad es esa. Pero puedo decir más. No existe la inspiración en el modelo de sociedad en la cual vivimos. No creo que exista nada que no tenga que ver con la vida y con el dinero. La gente se mueve de manera egoísta y piensa que trasciende su condición de ser humano. Nada más lejos de la realidad. No existe la inspiración en los músicos ni tampoco en los escritores. Tampoco existe en los arquitectos ni tampoco en los cocineros. No existe ni en los curas ni en las monjas. Tampoco existe en los abogados. No existe en los emprendedores y mucho menos en los empresarios. Tampoco existe en los médicos ni en los misioneros. Puede ser que solamente exista en los borrachos y en los suicidas, pero me atrevo a decir que ni siquiera en ellos existe. Todo tiene su componente egoísta y puramente material. No existe la vocación ni tampoco la inspiración. Creo que saben a lo que me refiero.

Realmente no tenían ni idea de qué demonios estaba hablando. Ni siquiera él mismo se daba cuenta de lo que decía. Se había dejado llevar por los impulsos de un loco seguro de sí mismo. Impulsos que cuando salían a la superficie no tenían sentido para nadie. Lo había echado todo a perder. Entonces solamente pensaba en marcharse de allí para siempre. Desaparecer sin dejar huella. De repente, su entrevistador se levantó de una forma muy rara y con una gran sonrisa le dijo.

-          Chico, admiro tu sinceridad. ¡Estas contratado! Déjame que te ponga al día con las condiciones. Tu sueldo bruto asciende a mil doscientos euros. Eso quiere decir que…

Antes de que acabara de hablar el chico le cortó.

-          ¿Pero es que no ha entendido nada de lo que le he dicho? Después de mi sincero discurso, ¿cree realmente que voy a aceptar su oferta?

-          Claro que sí. - Contestó su jefe.



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