...

...

lunes, 1 de octubre de 2012

Radiocasete


El día que le robaron el radiocasete del coche lo pasó realmente mal. Su vida giraba en torno a ese maldito trasto. Giraba en torno al mismo que le acababan de robar por la fuerza. Se lo contó primero a sus amigos. Mientras lo hacía lloraba sin poder contener las lágrimas. Sentía la impotencia de un robo, pero mucho más que aquello, sentía el pudor que se siente cuando unos desconocidos totales tocan y revuelven los asuntos personales de uno. Se imaginaba a los ladrones sentados en su coche manoseándolo todo.

Sentía repugnancia con solamente pensarlo.

Sus amigos lograron calmarle y consiguieron que durante rato se olvidara de todo aquello. Para eso estaban sus amigos. Siempre eran ellos los que conseguían distraerle sobre las cosas importantes de sí mismo. Sobre todo la presencia de uno de ellos que no dejaba de llamar su atención hizo que se olvidara por completo de todo durante unas pocas horas.

Al día siguiente se habían enterado todos de su desgracia. Sus compañeros de clase y toda su familia. Y la verdad es que aquel robo había supuesto para el chico un gran palo. Pasaba una etapa tan preparatoria y superficial que su inconsistente mundo se había hecho pedazos justo en el momento en el cual le habían arrebatado su radiocasete. Era un radiocasete bastante normal pero sin embargo él lo adoraba. Se lo había comprado a un amigo de su hermano por muy poco dinero. Tenía múltiples opciones con las cuáles el chico jugaba sin parar. Tocaba los agudos y los graves. Cambiaba los fader. Desactivaba y activaba los twiter. Jugaba con las múltiples opciones que ofrecía su radiocasete sin pensar un solo momento en su futuro ni tampoco en el de nadie.

Y se lo habían robado. Le habían arrebatado la posibilidad de ser feliz aunque fuera por unos pocos instantes. Tampoco tenía muchas más razones por las cuáles sentirse feliz. Nadie le hacía caso, ni siquiera se hacía caso él mismo. Pasaba una etapa horrible y encima no era consciente de nada. Sentía que la vida era algo pesado e infinito. Observaba dentro de las personas un universo inabarcable. Le superaban todas ellas con su vida propia. Cuando tenía que reaccionar, el mundo se le tumbaba encima. Ejercía la tierra todo su peso sobre su cuerpo de papel. Se sentía enfermo cada vez que alguien le miraba sin hablar. No entendía los gestos ni tampoco podía leer la mente de nadie.

Por eso mismo se agobiaba.

La cosa es que después de todo aquello decidieron sus hermanos regalarle un radiocasete nuevo. Aportaron sin rechistar cada uno su parte del dinero. Entre todos consiguieron reunir el dinero suficiente para que caprichoso, el chico se comprara su radiocasete nuevo.

Conducía el chico a partir de entonces muy feliz con su nuevo radiocasete. Lo hacía en dirección a su pueblo. Ascendió por una carretera de montaña y aparcó su coche cerca de un depósito de aguas. Aislado y apartado de todos podía hacer lo que le daba la gana. Y hacer lo que le daba la gana conllevaba el placer y el hecho de que podía subir el volumen de su radiocasete a tope. Subía y bajaba el volumen de su radiocasete mientras se fumaba un cigarro. Tanteaba las opciones y descubría nuevas posibilidades de audio. Mientras tanto el tiempo pasaba volando y se hacía de noche. Ahora el chico solamente veía el radiocasete. La luz de la pantalla era verde fosforita aunque también se podía cambiar de color. Lo que más le gustaba era cambiar de color la pantalla. Subir y bajar el volumen y echar el humo sobre la pantalla de su nuevo radiocasete. Alrededor no existía nada. Solamente oscuridad alrededor de su radiocasete nuevo.

No pensaba que afuera, un poco más lejos dentro de bosque, cientos de animales nocturnos le acechaban. No le amenazaban sino que expectantes esperaban a que se largara con su horrible coche y con su insoportable música. Lo esperaban los sapos y las ratas. Lo esperaban las ardillas y los corzos. Gruñían los jabalíes y se aburrían los murciélagos esperando a que se largara el chico con su coche y su maldito radiocasete.

Sin embargo él no reparaba en nada de todo aquello porque alrededor y solamente alrededor de su radiocasete no existía nada.

Simplemente oscuridad.




A los años, los mismos agobios que sufría constantemente volvieron en forma de instantes concretos. Le recordaban éstos a su etapa de adolescente. Entonces pensó que no le gustaría volver a ese lugar. Se sentía feliz de haber escapado de aquel agujero negro horrible que se supone que se cruza en la adolescencia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario