El día que le robaron el
radiocasete del coche lo pasó realmente mal. Su vida giraba en torno a ese
maldito trasto. Giraba en torno al mismo que le acababan de robar por la
fuerza. Se lo contó primero a sus amigos. Mientras lo hacía lloraba sin poder contener
las lágrimas. Sentía la impotencia de un robo, pero mucho más que aquello,
sentía el pudor que se siente cuando unos desconocidos totales tocan y
revuelven los asuntos personales de uno. Se imaginaba a los ladrones sentados
en su coche manoseándolo todo.
Sentía repugnancia con solamente
pensarlo.
Sus amigos lograron calmarle y
consiguieron que durante rato se olvidara de todo aquello. Para eso estaban sus
amigos. Siempre eran ellos los que conseguían distraerle sobre las cosas
importantes de sí mismo. Sobre todo la presencia de uno de ellos que no dejaba
de llamar su atención hizo que se olvidara por completo de todo durante unas
pocas horas.
Al día siguiente se habían
enterado todos de su desgracia. Sus compañeros de clase y toda su familia. Y la
verdad es que aquel robo había supuesto para el chico un gran palo. Pasaba una
etapa tan preparatoria y superficial que su inconsistente mundo se había hecho
pedazos justo en el momento en el cual le habían arrebatado su radiocasete. Era
un radiocasete bastante normal pero sin embargo él lo adoraba. Se lo había
comprado a un amigo de su hermano por muy poco dinero. Tenía múltiples opciones
con las cuáles el chico jugaba sin parar. Tocaba los agudos y los graves.
Cambiaba los fader. Desactivaba y
activaba los twiter. Jugaba con las
múltiples opciones que ofrecía su radiocasete sin pensar un solo momento en su
futuro ni tampoco en el de nadie.
Y se lo habían robado. Le
habían arrebatado la posibilidad de ser feliz aunque fuera por unos pocos instantes.
Tampoco tenía muchas más razones por las cuáles sentirse feliz. Nadie le hacía
caso, ni siquiera se hacía caso él mismo. Pasaba una etapa horrible y encima no
era consciente de nada. Sentía que la vida era algo pesado e infinito.
Observaba dentro de las personas un universo inabarcable. Le superaban todas
ellas con su vida propia. Cuando tenía que reaccionar, el mundo se le tumbaba
encima. Ejercía la tierra todo su peso sobre su cuerpo de papel. Se sentía
enfermo cada vez que alguien le miraba sin hablar. No entendía los gestos ni
tampoco podía leer la mente de nadie.
Por eso mismo se agobiaba.
La cosa es que después de
todo aquello decidieron sus hermanos regalarle un radiocasete nuevo. Aportaron
sin rechistar cada uno su parte del dinero. Entre todos consiguieron reunir el
dinero suficiente para que caprichoso, el chico se comprara su radiocasete
nuevo.
Conducía el chico a partir de
entonces muy feliz con su nuevo radiocasete. Lo hacía en dirección a su pueblo.
Ascendió por una carretera de montaña y aparcó su coche cerca de un depósito de
aguas. Aislado y apartado de todos podía hacer lo que le daba la gana. Y hacer
lo que le daba la gana conllevaba el placer y el hecho de que podía subir el
volumen de su radiocasete a tope. Subía y bajaba el volumen de su radiocasete
mientras se fumaba un cigarro. Tanteaba las opciones y descubría nuevas
posibilidades de audio. Mientras tanto el tiempo pasaba volando y se hacía de
noche. Ahora el chico solamente veía el radiocasete. La luz de la pantalla era
verde fosforita aunque también se podía cambiar de color. Lo que más le gustaba
era cambiar de color la pantalla. Subir y bajar el volumen y echar el humo
sobre la pantalla de su nuevo radiocasete. Alrededor no existía nada. Solamente
oscuridad alrededor de su radiocasete nuevo.
No pensaba que afuera, un
poco más lejos dentro de bosque, cientos de animales nocturnos le acechaban. No
le amenazaban sino que expectantes esperaban a que se largara con su horrible
coche y con su insoportable música. Lo esperaban los sapos y las ratas. Lo esperaban
las ardillas y los corzos. Gruñían los jabalíes y se aburrían los murciélagos
esperando a que se largara el chico con su coche y su maldito radiocasete.
Sin embargo él no reparaba en
nada de todo aquello porque alrededor y solamente alrededor de su radiocasete no existía nada.
Simplemente oscuridad.
…
A los años, los mismos
agobios que sufría constantemente volvieron en forma de instantes concretos. Le
recordaban éstos a su etapa de adolescente. Entonces pensó que no le gustaría
volver a ese lugar. Se sentía feliz de haber escapado de aquel agujero negro
horrible que se supone que se cruza en la adolescencia.
…
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