...

...

viernes, 16 de enero de 2015

Carretera propia

Mi pueblecito presumía de ser uno de los pocos pueblos del valle con carretera propia. Lo que quiero decir con esto es que la carretera principal no pasaba por el centro. Esta ventaja nos permitía jugar con libertad y sin preocupaciones. Nuestros padres respiraban tranquilos pensando que no había peligro. Sin embargo, a nosotros nos encantaba desafiar nuestra suerte jugando por allí. Nos encantaba cruzarla y andar por el arcén viendo pasar los coches a toda velocidad. Era verano y teníamos mucho espacio y mucho tiempo libre que malgastar.

Una deliciosa tarde de Agosto, después de merendar, me vino a buscar mi mejor amigo.

-          Mi madre me ha vuelto a prohibir los bocadillos de nocilla tío… dice que no son buenos para mi salud.

-          ¿En serio? ¿Quieres un trozito? – le dije.

-          Claro… ¡Oye!, ¿Quieres ver algo increíble? – me dijo con la boca llena.

-          ¿De qué se trata? – pregunté.

-          Desde mi casa he visto un perrito atropellado en medio de la carretera general. Creo que todavía está vivo.

-          ¿Tú crees? Vamos a comprobarlo...


Y nos dirigimos ambos hacia carretera. Lo hicimos con sigilo y evitando cruzarnos con cualquier adulto. Sabíamos cómo llegar sin ver a ninguno, éramos unos expertos en el arte del escaqueo.

Por fin llegamos hasta allí. La carretera era de doble sentido. El arcén era muy estrecho y cuando pasaban los coches a toda velocidad  podías sentir su estela arrastrada por el aire. Nos gustaba el riesgo y también nos gustaba saludar a los conductores. A veces ellos nos respondían tocando el claxon o encendiendo las luces. Algunos lo hacían en forma de reproche pero otros lo hacían por diversión.

Era nuestro juego y a veces los adultos también participaban.

Cuando llevábamos cinco minutos andando, lo vimos de lejos. Nos acercamos corriendo y lo observamos de cerca. Era un perro mediano de color marrón. Estaba tumbado en el arcén y parecía dormir profundamente. Conservaba su largo pelaje intacto y muy sedoso. Por un momento creímos que estaba vivo porque se movía un poco. Supusimos por un instante que simplemente dormía la siesta pero sin embargo, no reaccionaba cuando lo tocábamos. Acto seguido mi amigo cogió un palo.

-          Vamos a quitarlo de aquí en medio. Igual todavía no está muerto y lo pueden volver a atropellar.

-          ¿Tú crees? Yo creo que sí que está muerto, ya no se mueve ni tampoco abre los ojos.

-          No me fío- dijo mi amigo. Voy a moverlo.


Y entonces lo hizo. Introdujo el palo por debajo del animal y empezó a moverlo hacia la cuneta. Un aire veraniego circulaba tórrido a nuestro alrededor. Lo hacía en suaves ráfagas muy efímeras. De repente un fuerte olor, un tufo de muerte se mezcló con las fragancias de todos los bosques del valle. La cosa no pintaba nada bien y yo empezaba a ponerme un poco nervioso. Introdujo mi amigo el palo de nuevo y levantó el cuerpo todavía más, dándole la vuelta por completo.

Entonces pudimos observar una imagen que no hemos podido borrar de nuestra mente jamás.

Aquel perro conservaba su pelaje por un lado, sin embargo, por el otro lado era un saco de larvas. Por lo visto se había reducido a la mitad y era una cuestión de tiempo que las cresas devoraran el resto. Movía las patas traseras y las patas delanteras debido al movimiento de los miles de gusanos que habitaban excitados su interior. La imagen nos produjo tal horror, que salimos espantados corriendo hacia el pueblo. No entendíamos nada. No sabíamos nada ni tampoco nos planteábamos las cosas. Éramos niños y aquella estampa de olor y muerte nos divertía y nos horrorizaba al mismo tiempo.

Aquella calurosa noche de verano pensamos en celebrar un entierro digno para el perro. No obstante, por alguna extraña razón nunca lo hicimos, nunca nos atrevimos a volver. La imagen de nuestro amigo se había grabado en nuestra mente a fuego y nunca fuimos capaces de borrarla definitivamente.

...

No hay comentarios:

Publicar un comentario