...

...

viernes, 19 de diciembre de 2014

¿Puedes levantarte?



Sospechaba que no iba a ser trabajo de mi vida y que tampoco ganaría mucho dinero con ello. Realmente me daban igual todas esas minucias. Quería probar, eso era todo. Podía elegir y eso me hacía considerarme un tipo con suerte. Estaba seguro de que si aceptaba el trabajo tenía todas las de perder. 

No era una cuestión de principios. Era simplemente que no valía para ello.

Podía ser un borracho, podía limpiar letrinas, podía bailar sin zapatos subido en un taburete y haciendo la pata coja, podía limpiar e incluso podía ensuciar, podía romperte el corazón y podía romperme el mío en mil pedazos y machacarlo… pero para lo que no servía, y de eso estaba seguro, era para ser un embaucador profesional.

Nunca se me había dado bien el papel de vendedor, aun así, acepté la prueba y entré muy decidido en aquellas oficinas.

- Hemos quedado mañana por la mañana en la plaza del vínculo. Allí te reunirás con varios de mis compañeros y ellos te explicarán lo que tienes que hacer. ¿De acuerdo?

- Muy bien. – Contesté.

Y quedamos en reunirnos al día siguiente. 

Las veinticuatro horas que transcurrieron después de aquella ridícula entrevista se me pasaron volando. Cuando me quise dar cuenta ya estaba estrechando la mano de un grotesco y aparente ser humano seguro de sí mismo con moreno de solárium.

- Buenos días T. ¡Buenos días a todos! ¡Nos espera un día de mucho trabajo así que a nuestros puestos! ¡A vender seguros!

Actuaba como un líder pero la verdad es que a mí no me infundía ningún respeto. Era más bien bajito y se notaba enseguida que fingía y que se ajustaba a un guion perfectamente trazado. Pero por lo visto, ése era el guion al que nos debíamos ajustar si queríamos prosperar en ése negocio. Aquel tipo conocía bien la técnica, eso estaba claro, pero a mí no me la pegaba. Lo que realmente me transmitía aquel tipejo era una infinita piedad, una especie de amor hacia lo menor. Una clase de rara complacencia que supuse le vendría bien proyectar en las personas para poder vender más seguros. Por algo estaba dirigiendo todo el equipo, por aquello, o porque simplemente era un capullo sin escrúpulos. 

Nunca lo pude averiguar. Nunca lo llegué a conocer a fondo. 

- Bueno, este es el plan. Hoy cada uno se encarga de un sector. Trabajaréis por parejas y lo haréis acompañando los nuevos a cada uno de nosotros, los veteranos. Probemos con un speech.

Y apuntó con su dedo firme hacia uno de nosotros, hacia uno de los nuevos. Aquel tipejo se jactaba humillando a los nuevos. La mayoría eran chavales que no sabían qué hacer con su vida, gente rechazada y mal tratada por una sociedad que no sabe delegar. Estaban allí de rebote y contratados por desaprensivos que solamente sabían mentir. Su nuevo trabajo les convertía en víctimas y verdugos de una sociedad aburrida y llena de prejuicios. En el fondo lo sabían y por eso estaban allí. 

Por eso y porque no les quedaba otra.

Una vez hubo humillado al nuevo con su ridículo speech, nos dirigimos todos por parejas hacia nuestros sectores. A mí me había tocado acompañar a una chica muy guapa que por lo visto era la mano derecha del eunuco de mi jefe. Llevaba un traje muy ajustado con minifalda y unas medias negras muy finas. No entendía como una chica como aquella, tan inteligente, tan brillante en sus gestos y sensual en su mirada, había podido acabar vendiendo seguros. Me la imaginaba como presidenta del gobierno o encima de un caballo de circo haciendo cabriolas, enfundada en un traje de lentejuelas muy sexi y rodeada de plumas.

Pero la realidad me demostraba que podía ser una profesional en lo suyo. Hablaba muy rápido y conseguía que la gente le abriera la puerta. Yo le miraba intentando aprender la mecánica, la manera de proceder, pero realmente no podía dejar de mirarle las piernas. Me aburría pensando en el trabajo y cualquier excusa era buena para dejar de hacerlo. 

Además a los cinco minutos ya había decidido no volver, sin embargo, preferí esperar un rato más, por si pasaba algo interesante. 

Yo seguía a mi compañera, hacía todo lo que ella me decía. Me llevaba ventaja y subía y bajaba las escaleras a toda velocidad, llamando a todos los timbres. De repente se apagó la luz y escuché un grito en el piso de arriba. Cuando llegué hasta donde estaba ella, me la encontré tirada en el suelo tocándose el tobillo con las manos y a punto de llorar.

- ¿Qué ha pasado?

- Me he tropezado. Es que de repente se ha ido la luz y no he visto bien el escalón.

- Déjame ver. – le cogí el tobillo con mi manos. - ¿Te duele?

- Un poco. Contestó ella mirándome directamente a los ojos.

Y de repente sentí un deseo irrefrenable de besarla. Allí sentados, en medio de las escaleras de aquel oscuro portal, tuve la tentación de abrazarla, pero no lo hice.

- ¿Puedes levantarte?

- Sí, creo que sí.

- Muy bien. Dije – oye, siento que no valgo para este trabajo. No me lo creo y tampoco siento que pueda hacerlo. No sé si lo entiendes…

- Sí claro, tú haz lo que quieras. Yo necesito este trabajo, además, llevo mucho tiempo formándome en esto como para dejarlo, pero si tú lo quieres dejar lo entiendo, estás a tiempo…

- Claro- contesté.

Y me fui de allí pitando. Mientras caminaba para casa dejé de pensar en ella. Dejé de pensar en las cosas que no entendía. Y sentí que hacía lo correcto. Las cosas estaban allí, en frente de mis narices y conseguir alcanzarlas dependía solamente de mí, o al menos eso creía entonces.






No hay comentarios:

Publicar un comentario