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miércoles, 22 de octubre de 2014

Extrañas consignas

La verdad es que no supieron encajarlo ni de cerca. Nunca llegaron a entender cuáles fueron las verdaderas razones de su conducta y por qué aquella gélida noche de Diciembre acabaron de golpe y porrazo con su relación.

El caso es que recordarían aquella noche toda su vida.

Salieron ambos de la discoteca a eso de las seis de la mañana. Estaban borrachos y cansados de sí mismos. El chico vivía muy cerca sin embargo, a ella le tocaba andar unos tres cuartos de hora si quería dormir en su casa. Decidió el chico que iba a acompañarle un rato. Entre los dos habían calculado y localizado el punto equidistante perfecto que les separaba de sus respectivas camas y era en ese punto donde a menudo solían despedirse. Cuando llegaron a ese lugar, que no era otra cosa que un portalón viejo de hierro, se derrumbaron exhaustos en la repisa de mármol de la entrada y se acurrucaron el uno junto al otro.

-          ¿Tienes frío? – Dijo él.

-          Un poco. – Contestó ella.

Y allí siguieron hablando de su relación, de sus miserias y haciendo bromas al respecto. Estaban borrachos y no decían nada que no se hubieran dicho antes, pero esta vez las palabras del chico sonaban distintas.

-          Ya sabes que te quiero un montón pero creo que necesito dejarlo por un tiempo, no sé si lo entiendes...

¿De qué tiempo hablaba? ¿Tan borracho estaba? ¿O quizás se había enamorado de otra? No merecía la pena pensarlo. Era su nuevo tono de voz, seco y helado como el de una piedra el que golpeaba a la chica sin remedio. Eran sus frases como estacas llenas de astillas las que iban directas al corazón. Los cigarrillos sucedían a nuevos cigarrillos que secaban la boca y el alma. El humo se mezclaba con el vaho que desprendía su discurso vacío y lleno de orgullo.

-          No soporto más esta situación. Creo que me voy a volver loco.

-          Tranquilo – Dijo ella mirándole a los ojos. - No le des más vueltas.

Pero ella era consciente. Sabía que la estupidez de su novio era mucho más enérgica y decidida de lo que podía ser su diminuto corazón lleno de miedo. Aquel hombrecillo, racionalmente pintaba ser poderoso pero su corazón temblaba con la idea de amar sin reservas. Era incapaz siquiera de asumir un esbozo de lo que su novia sentía por él. Estaban acabados y ella lo sabía y por eso mismo no hizo ni tampoco dijo nada. El chico estaba confuso y lloraba de repente, sus lagrimas no eran de hielo como sus palabras.

Entonces se abrazaron. Permanecieron así un buen rato hasta que de pronto, doblando la esquina de la calle, apareció un coche de policía. Circulaba muy lento y emitía por su megáfono horribles gritos distorsionados.

-          ¡Feliiiiiz navidaaaaad! ¡Feliiiiz año nuevooo!

No quisieron reparar en las razones por las cuales aquellos policías gritaban aquellas extrañas consignas. Se levantaron y se fueron de allí en direcciones opuestas, intentando olvidar todo lo que cada uno había visto y oído aquella noche.



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