La verdad es
que no supieron encajarlo ni de cerca. Nunca llegaron a entender cuáles fueron
las verdaderas razones de su conducta y por qué aquella gélida noche de
Diciembre acabaron de golpe y porrazo con su relación.
El caso es
que recordarían aquella noche toda su vida.
Salieron
ambos de la discoteca a eso de las seis de la mañana. Estaban borrachos y
cansados de sí mismos. El chico vivía muy cerca sin embargo, a ella le tocaba
andar unos tres cuartos de hora si quería dormir en su casa. Decidió el chico
que iba a acompañarle un rato. Entre los dos habían calculado y localizado el
punto equidistante perfecto que les separaba de sus respectivas camas y era en
ese punto donde a menudo solían despedirse. Cuando llegaron a ese lugar, que no
era otra cosa que un portalón viejo de hierro, se derrumbaron exhaustos en la
repisa de mármol de la entrada y se acurrucaron el uno junto al otro.
-
¿Tienes frío? – Dijo él.
-
Un poco. – Contestó ella.
Y
allí siguieron hablando de su relación, de sus miserias y haciendo bromas al
respecto. Estaban borrachos y no decían nada que no se hubieran dicho antes,
pero esta vez las palabras del chico sonaban distintas.
-
Ya sabes que te quiero un
montón pero creo que necesito dejarlo por un tiempo, no sé si lo entiendes...
¿De
qué tiempo hablaba? ¿Tan borracho estaba? ¿O quizás se había enamorado de otra?
No merecía la pena pensarlo. Era su nuevo tono de voz, seco y helado como el de
una piedra el que golpeaba a la chica sin remedio. Eran sus frases como estacas
llenas de astillas las que iban directas al corazón. Los cigarrillos sucedían a
nuevos cigarrillos que secaban la boca y el alma. El humo se mezclaba con el
vaho que desprendía su discurso vacío y lleno de orgullo.
-
No soporto más esta
situación. Creo que me voy a volver loco.
-
Tranquilo – Dijo ella
mirándole a los ojos. - No le des más vueltas.
Pero
ella era consciente. Sabía que la estupidez de su novio era mucho más enérgica
y decidida de lo que podía ser su diminuto corazón lleno de miedo. Aquel
hombrecillo, racionalmente pintaba ser poderoso pero su corazón temblaba con la
idea de amar sin reservas. Era incapaz siquiera de asumir un esbozo de lo que
su novia sentía por él. Estaban acabados y ella lo sabía y por eso mismo no
hizo ni tampoco dijo nada. El chico estaba confuso y lloraba de repente, sus
lagrimas no eran de hielo como sus palabras.
Entonces
se abrazaron. Permanecieron así un buen rato hasta que de pronto, doblando la
esquina de la calle, apareció un coche de policía. Circulaba muy lento y emitía
por su megáfono horribles gritos distorsionados.
-
¡Feliiiiiz navidaaaaad!
¡Feliiiiz año nuevooo!
No
quisieron reparar en las razones por las cuales aquellos policías gritaban aquellas
extrañas consignas. Se levantaron y se fueron de allí en direcciones opuestas,
intentando olvidar todo lo que cada uno había visto y oído aquella noche.
...
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