...

...

jueves, 21 de junio de 2012

Con las persianas bajadas


Salió de su casa pero no encontró a nadie en la plaza. Estaba desierto su pueblo.

Y los coches vibraban calentando como radiadores el ambiente. Una especie de masa cargada de radiaciones electromagnéticas flotaba y se propagaba en el aire. No llevaba consigo un termómetro, pero seguro que marcaría por lo menos una temperatura de unos cuarenta y cinco grados centígrados. Los rayos del sol incidían perpendicularmente sobre su pelo negro y cuando se tocaba la cabeza con las manos se quemaba las puntas de los dedos.

Había quedado con sus amigos después de comer pero supuso que ninguno de ellos aparecería por allí.

Se acercó frunciendo el ceño hasta una fuente de cemento construida hacía muy poco en medio de la plaza. Presionó el grifo de metal con un puñetazo y bebió muy rápidamente un trago de agua caliente.

Un montón de avispas deambulaban cerca de un charco que formaba la fuente. Revoloteaban y tocaban la superficie del agua del suelo. Algunas se chocaban contra sus piernas mientras millones de rayos ultravioletas se fundían con una masa de aire tórrido que golpeaba su cerebro.

Atravesó la plaza arrastrando los pies y se introdujo de nuevo en su salón.

Allí dentro todas las persianas estaban bajadas y cerradas las ventanas. Las paredes de piedra le aislaban del calor del verano. Flotaban en aquella oscuridad partículas de hielo. Era como si de repente le arrojaran un cubo de agua fría por encima. Su piel se impregnaba de aquellas partículas y la oscuridad reconfortaba su mente. Su pelo se relajaba y cambiaba de temperatura su cuerpo.

Sin pensarlo siquiera un instante se tumbó en el sofá.

De repente sintió cómo un baño de telas rodeaba sus piernas. Su rostro y sus brazos se revolcaban en una masa de hielo informe. La oscuridad le abrazaba y acariciaba su cuerpo. Reposaba dentro de una nevera y en medio de un desierto de fuego.

Flotaba en un colchón de nubes y debajo de una cascada de nieve.

Entonces decidió que nunca más saldría de casa. Esperaría tumbado en su sofá hasta que por lo menos el sol se ocultara detrás de las montañas.

En la oscuridad de su salón de piedra y con las persianas bajadas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario