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martes, 14 de febrero de 2012

Patinaje sobre hielo



Era viernes por la tarde y no estaban acostumbrados a que se hiciera de noche tan pronto. El invierno había llegado de repente y no se habían dado cuenta. Caminaban por la calle sin rumbo fijo.

Iluminaban unos pocos rayos de sol un edificio de nueve plantas. Destacaba su reflejo en medio de la monotonía de su barrio.

Se detuvieron y se colaron por una entrada secreta.

Uno de los chicos se quedó atrás. Cuando por fin consiguió entrar ya no había nadie. En unos pocos segundos ya se habían largado todos sus amigos. Habían subido las escaleras y le habían dejado solo. No le importaba. Ellos no tenían la culpa si les daba por caminar entre los coches y por el centro de la calzada. Necesitaban hacer esa clase de chorradas continuamente. Tampoco pasaba nada si desdeñaban las señales de PROHIBIDO EL PASO. ¿Qué significaba que unos cuantos alelados e inofensivos adolescentes se creyeran el centro del universo? No significaba nada. Simplemente se divertían. Pensaban como animales y trascendían muy poco sus acciones. Eran como siete cubitos de hielo sobre un charco. Igual que un puñado de hierba enterrado en la playa. Tallos de fresas unidos por un hilo y colgados de un pino.

En su estado no importaban a nadie. A caballo entre la infancia y la muerte.

Pensaba el chico en todo aquello mientras escuchaba los alaridos de sus amigos y amigas. Eran chillidos predecibles y aburridos. Llegó hasta el primer piso y se topó de repente con la silueta de su novia perdida en la oscuridad. Se tambaleaba y rozaba con las manos las paredes de yeso. Le ayudó el chico a encontrar la salida. Ambos se dieron la mano y subieron corriendo hasta el último piso.



La luna llena iluminaba una pista de hielo enorme. Se había formado en la azotea de aquel edificio de nueve plantas. La lluvia acumulada se había congelado creando una placa de hielo grueso y liso. El cielo estaba totalmente despejado. Giñaban los ojos las estrellas y brillaban con fuerza. A lo lejos se deslizaban sus amigos como por arte de magia. ¿Cómo lo conseguían? Ni siquiera imaginaba cómo podían trazar líneas rectas sin mover los pies. Caminaban de espaldas y con las manos unidas. Se arrastraban los unos a los otros. Se movían como pingüinos en un iceberg. Eran como fantasmas sobre un pantano luminoso.

Enredaban sus rodillas con bailes imposibles y giraban como tiovivos.

Y se acabó de reconciliar el chico con ellos. No eran aburridos ni tampoco predecibles. Simplemente eran sus amigos. Todo esto les unía mucho más y mejor. No necesitaban alquilar patines ni tampoco dar vueltas obligatorias en círculo. Cada cual trazaba su propia trayectoria. Se empujaban y caían al suelo entre carcajadas y tirones de cazadora. Se desprendían de sus bufandas y se mojaban los guantes de lana.

No había nadie que les dijera ni cuándo ni cómo hacer las cosas.

En el fondo tampoco estaban tan alelados. Realmente lo que buscaban era no importar a nadie. Y lo habían conseguido juntos. Se divertían y se abrazaban con solo mirarse a los ojos. En su mente se habían reconciliado los adolescentes ajenos al resto del mundo.

Rodeados de hielo.


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