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miércoles, 1 de febrero de 2012

En sus retinas todas las estrellas visibles



Aparcaron el coche en medio de la montaña. Resultaba muy extraño ver aquella mole de hierro rodeada de vacas. La verdad es que resultaba incluso gracioso. Prepararon sus mochilas y comenzaron el ascenso. Lo tenían todo calculado. Llegarían hasta la cima justamente cuando el sol se pusiera. Pasarían la noche al raso y descenderían al día siguiente.

Estaban decididos a dormir en la cumbre. Comieron algo y comenzaron su aventura.

El chico más delgado y urbanita iba el último. Sus amigos encabezaban la travesía y le esperaban y marcaban el ritmo. Miraban el mapa y se orientaban perfectamente. El chico miraba las nubes y los árboles. Se quedaba perplejo observando todo tipo de formas y colores a su alrededor.

El verano bañaba con miles de tonos de verde los bosques y los riachuelos.

Se paraban de vez en cuando para beber agua. Entonces se deleitaba el urbanita con una sensación extraña. No estaba acostumbrado el esmirriado y aprehensivo estúpido a tantas emociones juntas. Se sobaba su pelo grasiento y se cansaba y consumía cada vez más. Sus reflexiones se acumulaban como rebaños de ovejas en una despensa. Era la montaña la que no le dejaba pensar con claridad. Se le taponaban los oídos y escuchaba una especie de zumbido provocado por el flujo constante de la sangre. Le picaban los hombros y se le cargaba la espalda. Le lloraban los ojos y se le secaba la boca. De todas formas avanzaba y no se dejaba intimidar por aquellos síntomas que sufría por imaginación. No se quejaba ni tampoco decía nada. Se limitaba a observar a sus compañeros e intentaba no perderles de vista.

Atardecía poco a poco y los pájaros e insectos fueron sustituidos por otros animales mucho más oscuros y escurridizos.

Cuando llegaron hasta la cima casi no había luz. El sol se había ocultado detrás de las montañas y proyectaban sus rayos tonos violeta muy sutiles. Se acercaban nubes negras a toda velocidad y amenazaban con descargar toda su fuerza sobre la tierra. Se miraron preocupados y empezaron a temblar. El viento soplaba con fuerza y les empujaba hacia el abismo. Se introdujeron rápidamente en los sacos de dormir y rezaron para que la tormenta pasara de largo. No había escapatoria si se le antojaba a la indomable fuerza de la naturaleza manifestarse. Estaban expuestos e indefensos ante semejante poder. No había techos ni tampoco paredes de ladrillos. No había cocinas equipadas ni salones amueblados. No había ventanas ni tejados. Tampoco había invernaderos. Todas esas cosas habían sido sustituidas por piedras. Fragmentos de rocas e insignificantes florecillas. Tierra y ramas secas castigadas por el viento.

Extendieron sus esterillas y se acurrucaron todos juntos en los sacos de dormir. Alumbraban con su linterna las mochilas en busca de algo de comida.

Mientras tanto hablaban de su vida cotidiana. De sus compañeros y experiencias. Se refirieron sobre todo a las cosas que transformaba en humanos a los individuos. Lo mundano y abandonado pasaba a formar parte esencial de su presente más inmediato.

Poco a poco la conversación iba en declive y desaparecían las formas de alrededor. Sus amigos habían dejado de charlar y cerrado los ojos. Oscurecía sin remedio y ahora el chico reflexionaba consigo mismo dentro del saco.

Entonces cruzaban él y sus fantasmas el paso de la vigilia hacia un sueño reparador.

***

Cuando abrió los ojos no podía creer lo que estaba viendo. El universo se proyectaba como en una pantalla de cine. Las nubes negras habían desparecido. Las estrellas se multiplicaban por cientos de miles. La poesía desconocida y precisa se albergaba en cada estrella. Contenida en los colores y texturas de aquellos astros milenarios.

La temperatura dentro de su saco de dormir era perfecta. Disfrutaba de su calor corporal y solo sentía frío en la punta de su nariz. Escuchaba el viento suave y helado a través del valle. La luna llena iluminaba los picos de las montañas. Brillaban con intensidad los copos depositados durante miles de años en aquellos neveros.

Brillaban sus pupilas como nunca lo habían hecho.

No podía compartir sus experiencias con nadie salvo consigo mismo. La retórica estaba pasada de moda. Las palabras no eran las justas sino insuficientes. Era muy consciente de que todo aquello desaparecería si se quedaba dormido.

No le importaba en absoluto. Aportaban lo suficiente unos pocos segundos de aquella maravilla.

Cerró los ojos y se quedaron grabadas en sus retinas todas las estrellas visibles.

***

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