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viernes, 16 de diciembre de 2011

Un perro podrido y amarillo



Seguramente se trataba de un cachorro cuando lo vieron por primera vez. El caso es que un día apareció de la nada. Meneaba la cola cada vez que alguien se le acercaba y era muy cariñoso. Los más pequeños lo encontraron y lo convirtieron en su mascota. Entre todos decidieron cuidar de él. Vacunaron y bautizaron a su perro. Se inventaron la fecha de su nacimiento y le dieron de comer.

En verano deambulaba por el pueblo y se dejaba querer por todos.

Sin embargo en invierno pasaba muchas horas solo. Mendigaba por las calles vacías y por las noches se refugiaba donde podía. No tenía ni comida ni cobijo. Se había acostumbrado al afecto que le proporcionaban los niños y a veces lo pasaba realmente mal. Acompañaba a los seres humanos y su felicidad dependía de ellos.

Un buen día lo adoptaron y se lo llevaron a la capital. Algunos niños del pueblo se enfadaron mucho. No aceptaban que se lo llevaran sin más. Sin embargo, ya estaba decidido y el perro empezaría a formar una parte esencial de la familia M.




Sus ojos eran expresivos. Su olfato muy fino y su mirada inteligente. Siempre que lo iban a bañar se asustaba. Era consciente de todo. Cuando salía de la bañera empapado se hacía una bola perfecta y se acurrucaba en su toalla seca. Asomaba su cabecita de chorlito y temblaba de frío. Luego se revolcaba y retozaba en su alfombra.

Cuando viajaba en coche lo hacía sin molestar a nadie. Sólo pensaba en llegar para salir y estirar las piernas. Por el monte era odiado por perros y pastores. Se lo pasaba en grande asustando y desperdigando a las ovejas. Eso era algo incorregible que se supone su naturaleza desbordaba. También desbordaba su impulso sexual. Su debilidad eran los perros y perras de todas las razas. Desaparecía de repente y aparecía de nuevo a los tres días con la lengua fuera y con el pelo lleno de barro y de babas. No le importaba andar muchos kilómetros si finalmente conseguía realizar su objetivo.

Era divertido aunque no le gustara jugar a coger la pelota. Le gustaba perseguir a los coches. Se comía las sobras y le pirraban los higadillos de pollo. Odiaba el pan y los globos. No soportaba los petardos y se ponía muy nervioso cuando le apuntaban con algo. Era valiente y no se lo pensaba dos veces si tenía que enfrentarse con otro perro más grande y más fuerte que él.

Sus acciones no estaban determinadas por el egoísmo. Era un compañero inseparable y cariñoso.

Pasaron los años y el perro se adaptó perfectamente a su entorno. Su edad, como la de otros perros se multiplicaba por siete. Se estaba haciendo viejo pero mantenía su instinto y pasión por el sexo. Seguía haciendo lo mismo que cuando era joven. Seguía persiguiendo a los coches y asustando a las ovejas. Sólo había cambiado en algo. Sus dientes podridos habían perdido su fuerza. Su sistema digestivo trabajaba el doble y se puso enfermo. A partir de entonces sus dueños decidieron cambiar su dieta. Se habían acabado los huesos de pollo y los higadillos. Al chucho no le gustaba el pienso para perros y no soportaba que lo alimentaran como al resto de los chuchos.

Sin embargo confiaba en sus dueños y era consciente de que todo lo hacían por su bien.

Se había ganado el cariño de todos. Hasta el padre de aquella familia acabo aceptándolo y convirtiéndolo en su compañero inseparable. Todos lo querían como un miembro más de la familia y el chucho se dejaba querer. Se meaba en casa y de vez en cuando les obsequiaba con algún regalito que otro. También se tiraba pedos. Silenciosos pero letales. Le olía el aliento a rosas podridas mezcladas con queso de cabra. Sus ojos eran tortillas de legañas y se podía chupar la picha horas seguidas.

Se había ganado a pulso la etiqueta de perro podrido y amarillo.

Poco a poco sus ojos empezaron a palidecer. Se hacía mayor y mucho más viejo. No controlaba muy bien las distancias. Un problema grave supuso algo indetectable pero fulminante. Ya no se largaba de casa ni tampoco perseguía a los coches. Hacía cosas muy raras. A veces se quedaba mirando la pared durante horas. También buscaba lugares extraños para dormir. Se escondía en los lugares más oscuros y apartados de la casa. Parecía como si ya lo supiera todo. Era como si por primera vez necesitara su propio espacio.

Era como si reconociera la muerte cuando estaba cerca.





Una mañana lluviosa de Septiembre se lo llevaron a la perrera. No era justo que sufriera mucho más. El perro miraba hacia el suelo y esperaba las indicaciones de sus dueños. Se despidieron todos de aquel maravilloso animal. Le acariciaron el rostro y el pecho y el lomo. Lloraron algunos y sus lágrimas derramaron todo el amor del mundo.

Se subió al coche y ya nunca más lo volvieron a ver.

Entonces comprendieron que los más nobles podían ser aquellos que a veces despreciaban como inferiores. Se había ganado un espacio de honor en aquella familia y en los corazones de todo el pueblo. Su recuerdo quedaba vivo en la mente de todos y cada uno de sus amigos.

Insondable su mirada se quedaba impresa en el aire nocturno del valle de C.


1 comentario:

  1. Este es un mensaje maravilloso! Gracias por compartir tus conocimientos con nosotros! Espero leer más de su mensaje, que es muy informativa y útil para todos los lectores. Yo saludo a los escritores que te gusta para hacer un gran trabajo!
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