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lunes, 19 de diciembre de 2011

La grúa



Bajó de casa y se juntó con sus amigos y amigas. Habían quedado para dar vueltas a todas las manzanas del barrio. Se largaban de casa siempre que podían. Cada cual tenía sus razones. Miraban los coches y la hierba que crece sobre las aceras. Se adelantaban los unos a los otros y observaban el cielo.

Las nubes blancas y grises detenidas por el viento.

La luz del sol iluminaba la fachada de un centro de salud. Los reflejos de las ventanas de sus vecinos se proyectaban sobre la carretera. Los perros paseaban acompañados de sus dueños.

Y se podían contar las colillas del suelo.

Sus amigos se gritaban y empujaban. Llegaron por fin a un lugar concreto y se detuvieron. Todos los descampados del barrio habían desaparecido y en su lugar se habían construido edificios de apartamentos.

Saltaron la valla que rodeaba las obras. Huellas de neumáticos en el barro. Montañas de arena y de piedras. Sacos de yeso y cajas de clavos. Entonces les gustaba jugar con todo aquello. Se sentaron sobre un montón de tablas y empezaron a fumar. A los cinco minutos se puso a llover. Era una lluvia muy fina y agradable. De repente uno de los chicos se levantó y empezó a trepar por las escaleras de hierro de una enorme grúa.

No entendían las razones por la cuáles su amigo hacía ese tipo de cosas. De todas formas lo esperaron y observaron desde fuera.




No se mareaba ni tampoco tenía miedo de nada. Se había propuesto llegar hasta el final. Mientras avanzaba no pensaba en otra cosa. Llegar hasta el final. Se lo había propuesto por alguna extraña razón. Y aquella extraña razón le había empujado a lograr su objetivo costara lo que costara.

Y lo consiguió lograr a pesar de todo el esfuerzo.

Desde arriba se podía ver como el sol se ocultaba entre las montañas. Finas y suaves gotas de lluvia acariciaban su rostro. Los pájaros volaban por encima y por debajo de su cuerpo. Los tejados de los edificios eran como pistas de aterrizaje para helicópteros. Los coches y sus amigos parecían de juguete.

Se había convertido en el dueño y señor del mundo. Lo celebraba y levantaba los brazos. Y sin embargo desde allí no podía decidir ni cambiar nada.

Al fin y al cabo lograr objetivos no significaba tanto.

La grúa se movía y crujía por el viento. Sus manos heladas empezaban a perder sensibilidad. No le quedaba tiempo para buscar el sentido de sus acciones. Debería buscarlo en tierra firme como el resto de los mortales. El paisaje se había convertido en una pintura plana sin expresión. Como de juguete avanzaban desde lo lejos un coche de policía y una bicicleta. Un diminuto señor andaba por la calle con una microscópica barra de pan en la mano. Una mini señora de ochenta y siete años cruzaba el paso de peatones apoyada en su mini bastón. La música había cesado pero a pesar de todo ello no podía bajar. Necesitaba quedarse unos segundos más y encontrar por lo menos alguna respuesta. No existía para los seres humanos. No hallaba respuestas en aquella grúa ni tampoco las encontraba nadie desde la tierra. Sólo había un espacio de respuesta posible y estaba en algún lugar dentro de uno mismo.

Su corazón se arrugaba e intimidaba cada vez que lo pensaba. La grúa y su perspectiva eran solamente una excusa. Necesitaba fumarse mil pitillos con sus amigos. Charlar con todos y cada uno de ellos.

Eso era lo único que le preocupaba entonces.



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