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jueves, 6 de mayo de 2010

¡Encantado!



Me levanté la mañana del Sábado bastante tarde después de haber soñado que levitaba a escasos centímetros del suelo. La elevación solamente se producía si yo era capaz de concentrarme totalmente, poner la mente en blanco y mantenerla así durante un rato. Sonó el teléfono mientras me zampaba unos sobaos y calentaba el café del día anterior. -¿Si? .contesté. Por el otro lado sonaba la voz de una chica: - Buenos días mamón, que tal te encuentras hoy? -Muy bien -contesté de nuevo. La voz de aquella chica me dijo con un tono muy suave, casi en un susurro, que si me apetecía dar un paseo matutino, que había salido el sol. Yo le dije que sí, pero que me diese el tiempo necesario para desayunar y cambiarme de ropa. Recogí mi habitación y estuve un rato barriendo las pelusas gigantes del suelo. Puse una lavadora, me lavé los dientes, me cambié de ropa y por lo tanto, todas las cosas que contenían los bolsillos de mi pantalón sucio fueron trasladadas al otro pantalón limpio. Pasados unos minutos bajaba corriendo las escaleras y cruzaba la calle en pos de mi amiga. Por la calle la gente hacía recados.

Pude observarla desde lejos, apoyada en un coche nuevo, un modelo rojo bastante elegante. Encontré su rostro un poco pálido, de un pardo amarillento y sus ojos cansados y brillantes. -Hoy he dormido fatal -me dijo. Acto seguido introduje mi mano en el bolsillo y con mucho cuidado extraje un suculento sobao envuelto en una bolsa de plástico y se lo ofrecí. -gracias – me dijo con una sonrisa tierna. -vamos hacia la zona del helipuerto, por allí hay un pequeño parque en medio de la nada con un estanque en el centro, es maravilloso la paz que una encuentra allí. -De acuerdo -dije. Entonces ella levantó su importante trasero de aquel flamante coche rojo y sonó un clac que nos hizo largarnos de allí a toda prisa.

De camino nos cruzamos con mucha gente paseando, algunos acompañados de sus perros y al parecer, todos volvían hacia sus casas para comer. Estábamos prácticamente solos cuando llegamos al parque. Las nubes eran de un blanco algodonado y el cielo de un azul espléndido. Nos sentamos en un banco justo en frente del estanque dejando atrás una vasta región de descampado. El lugar estaba rodeado de unas columnas de cemento armado imitando un estilo neo clásico, muy limpias, como recién construidas. El agua del estanque despedía un olor un poco raro sin llegar a ser desagradable. Nos acercamos al borde y desde allí pudimos observar basura en el fondo y un montón de carpas de movimientos lentos y aburridos. En la superficie del agua nadaban pequeños insectos remadores de un lado para otro, y daba la sensación de que lo hacían de una forma totalmente aleatoria. Mientras pensábamos en todo aquello mi amiga sacó el sobao de su bolsillo, lo abrió y lo hizo migas. Cuando se llenó la mano me ofreció unas cuantas y se las arrojamos a las carpas. - ¿Cuanto hace que nos conocemos? -me preguntó. -No lo sé – respondí – ¿unos trece años?. -Sí, más o menos. Seguimos arrojando comida a los peces durante un rato más y nos alejamos de allí. Por el camino de vuelta ella me preguntó -¿Haces algo esta noche?-No -contesté. Y entonces ella me propuso volver allí por la noche y yo le contesté: -¡Encantado!

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