Los amigos de sus hermanas le llamaban el angustiao. En parte porque era muy
sensible y lloraba por casi todo. Sus dos hermanas mayores se hacían cargo de
él y siempre que salían de casa tenían que hacerlo con su hermano pequeño de la
mano. En ocasiones, sus amigos se mofaban de él y le cantaban canciones. Acto
seguido el angustiao lloraba para su
deleite. Entonces le defendía su segunda madre. La hermana mayor que había
hecho de testigo y madrina en su bautizo. Entre todos protegían
maravillosamente al niño pero era su madrina la que sentía verdadera
responsabilidad por él entonces.
El angustiao era
su protegido.
Un buen día se largaron sus
hermanas y amigos hasta una presa cerca del río. Solían ir allí para fumar y
hablar de sus cosas. Como siempre cargaban con el angustiao y le vigilaban en todo momento. La presa estaba
separada unos quinientos metros de su pueblo. Y vigilaban todos al pequeño para
que no se saliese a la carretera. Él iba por detrás y observaba el paisaje.
Siempre observaba el paisaje y le alucinaban todas las formas de su alrededor.
Le brillaban los ojos continuamente con una especie de temblor dentro de sus
cuencas. Siempre estaban a punto de llorar sus ojos de besugo. Era flaco y se
cansaba en seguida. Su piel era blanca como la cal y sus hermanas tenían que
tener mucho cuidado cuando le daba el sol directamente.
En poco tiempo expuesto se
podía quemar y convertirse en un cangrejo llorón.
Llegaron por fin a la presa y
se sentaron en un muro de ladrillo cerca de la orilla. Mientras hablaban de sus
cosas, cantaban y vociferaban, el
angustiao se alejó sigiloso de todos ellos. Había observado el niño cerca
de la carretera, entre unos arbustos, una extraña mesa y un asiento de piedra.
Estaba escondido aquel merendero entre la hierba y casi no se veía. Sin embargo,
el angustiao había intuido que algo
interesante se ocultaba entre aquellos arbustos. Se acercó hasta allí y tocó la
mesa de piedra. Era una mesa preciosa con extraños adornos tallados en los
bordes. El asiento era también de piedra y con forma de cubo. Parecían aquellos
restos vestigios de ciudades milenarias. Pensó el niño que aquel merendero
tendría por lo menos unos dos mil cuatrocientos años. Seguramente había sido
utilizado por magos y hechiceros ancestrales para sus rituales.
Rituales que incluían pequeños
sacrificios humanos y maravillosas y crepitantes hogueras de colores.
El viento que soplaba por los
alrededores del merendero era muy extraño. Se movían la hierba y los arbustos
cercanos muy lentamente y sin emitir siquiera un leve murmullo. Y le afectaban
aquellos elementos de manera intensa. Era como si de repente su cuerpo se
trasladara a la época de sus antepasados y entonces las piedras le hablaran. De
hecho, le tradujeron todos los mensajes y secretos que debía revelar a su
generación. Le nombraron el encargado de transmitir todos sus enigmas resueltos.
Entonces su mensaje se conocería en todos los rincones del mundo. De manera
universal, estaba destinado a ofrecer todos los tesoros de aquellos hombres
supraterrenales al mundo y poder así transformar su presente.
Mientras tanto, sus hermanas y
amigos charlaban y fumaban mil pitillos. Cuando su madrina se dio cuenta de que
su hermano había desaparecido, muy alarmada, se levantó y avisó a los demás.
Entonces se pusieron todos a buscar al niño. La preocupación era general porque
de repente se dieron cuenta de que llevaba por lo menos una hora sin aparecer. A
los cinco minutos se lo encontraron de pie entre unos arbustos y mirando un
merendero de piedra. Lo encontraron de espaldas y como ausente. Le llamaban
desde lejos pero no contestaba. Cuando su hermana se acercó y le toco el brazo
se asustó porque su cuerpo estaba frío como el hielo. Su rostro estaba más
pálido que de costumbre y lloraban sus ojos de forma extraña y abundante. De
repente reaccionó el niño y miró a su hermana. Ésta le preguntó que por qué
lloraba y qué había estado haciendo tanto tiempo solo. El niño no le supo
contestar pero sus ojos expresaron de golpe un mensaje que su hermana supo
descifrar.
Acto seguido se fundieron ambos
en un abrazo.
…
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