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martes, 15 de junio de 2010

Inquilino Cheever



Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa sobre esta casa. Hoy mi propósito es conseguir a recordar algo. Por lo demás, no tengo muchos más intereses a parte de los que susurran al oído los fantasmas de todo escritor. De hecho, no creo que ni siquiera un alma se moleste en susurrarme nada al oído ya que que lo único que pretendo es escribir para recordar y no para invocar a los muertos. La contingencia del lenguaje y su retórica son en este caso en concreto las herramientas necesarias para que se produzca la alquimia. No pretendo colgarme la etiqueta de escritor para nada, toda para vosotros. Yo simplemente escribo porque tengo la suficiente inspiración y el tiempo necesario para hacerlo. Bueno, creo que si me conocierais ya sabríais a lo que me refiero así que allá voy.

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Sucedieron unas extrañas pesadillas. Se levantó de la cama, abrió las ventanas de par en par y se quedó un rato mirando el paisaje. Era muy temprano y el aire de la mañana se conservaba aún fresco. Bajó a la cocina para desayunar, acabó de hacer sus deberes y salió de casa. El pueblo entero parecía abandonado. Subió por el monte y llegó hasta el lugar donde tenían construida su cabaña. Allí tampoco había nadie. Se sentó, esperó un rato y como no llegaban sus amigos decidió subir un poco más arriba, hasta el pueblo más cercano.

Antes de entrar en el pueblo estaba aquella casa. Ésta en concreto le llamaba la atención por muchas razones. Una de ellas era porque estaba apartada de todas las demás. Su sola presencia destacaba en medio de la montaña. También destacaba por ser la única casa del pueblo de construcción moderna. Todas la demás casas era de construcción rústica y parecían ser mucho más viejas. Parecía muy sólida, pero si observabas su base, daba la sensación de que fuera a derrumbarse. Al fondo del jardín cruzaba un riachuelo que provenía de la montaña y bajaba hasta el río. Obviamente toda ésta propiedad estaba vallada e impedía el acceso de extraños en el interior.

El caso es que saber quienes eran los dueños de aquella extraña finca era imposible, ya que jamás pudo ver a nadie por allí. Ni siquiera había nunca un coche aparcado en su puerta. Parecía estar abandonada.

Llevaba tiempo llamando su atención y siempre había pasado de largo. Ese día decidió que ya era la hora de entrar a curiosear. De un salto superó la puerta de la entrada y aterrizó en un suelo de cemento en cuesta cerca de un pequeño cubierto. Dentro no había un coche, ni un perro, ni nada que pudiera hacerle cambiar de opinión y largarse de allí pitando. Solamente había un cubo de plástico azul, una manguera enrollada y unos cuantos productos de limpieza. Rodeó la casa hasta llegar a la parte de atrás, donde estaba aquel enorme jardín. Empezó a descender pero en medio de la cuesta decidió que no era lo más prudente seguir bajando y subió de nuevo. A un lado de la casa, justo debajo de un árbol, había un pequeño arcón de plástico. Se dirigió hasta allí y lo abrió. Dentro había un montón de juguetes, algunos un poco viejos y llenos de polvo pero la mayoría estaban bien. Sacó unas pistolas de agua y unas bolas de petanca de colores. Siguió sacando cosas y al fondo descubrió una caja con un montón de juegos. La abrió y sacó un pequeño ratón de plástico de color verde y se lo metió en el bolsillo. Miró a su alrededor. Estos momentos de pánico iban acompañados de suaves ráfagas de viento que amenazantes, le advertían de un peligro inminente. Su corazón empezó a latir con fuerza y respiraba con dificultad. De repente, una ráfaga de aire mucho más fuerte hizo que una de las contraventanas de la casa diese un golpe seco contra la fachada. Su corazón se paralizó de repente y sintió un pequeño mareo. Rápidamente introdujo todos los juguetes en el arcón y salió corriendo de allí.

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Todo esto ocurrió hace muchos años y es todo lo que recuerdo. Hace un año aproximadamente volví a aquella casa, esta vez acompañado de mi hermano pequeño. Todo sigue exactamente igual, no ha cambiado nada. Las contraventanas siguen cerradas y tampoco parece que haya nadie en su interior. Seguramente aún sigue allí, en medio del jardín, aquel pequeño arcón lleno de juguetes. No entramos dentro para comprobarlo pero sin embargo, soñamos despiertos imaginando ser sus propietarios. Su arquitectura nos fascinaba y pensamos lo felizmente aburridos que podríamos vivir allí. La terraza, el garaje y el color blanco sucio del cemento de las paredes aumentaban nuestro deseo de conocer algo más de aquella extraña casa. Dentro nos imaginábamos a un escritor encerrado en su habitación y escribiendo a maquina un montón de historias que no interesarían a nadie, ni siquiera a él mismo. Ésto nos hacía sentirnos bien y nos divertía.

Este verano volveré de nuevo por allí. Espero que no haya cambiado y siga igual que siempre. De todas formas, si he decidido hablar de ella hoy es simplemente por aburrimiento. Gracias por escucharme.

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