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jueves, 1 de abril de 2010

Un parque japonés




Un gran amigo mío, empleado de correos, me recomendó que siempre que me sintiese un poco bajo de moral le llamara. Resulta que a diferencia de mucha gente que conozco, él realmente sabía escuchar. Le llamé por teléfono y contestó su hermana. Mi amigo había salido de viaje hace dos días y estaría de vuelta para el viernes. Aún era martes y yo no podía esperar. Le propuse a ella salir a dar un paseo hasta el centro comercial y luego ir al cine. Aceptó. En media hora quedamos en la cafetería que había justamente debajo de su casa, una cafetería con una barra de mármol y cuatro mesas de mármol. Cuando apareció en la cafetería, yo apuraba un cigarrillo y estaba un poco mareado. Se presentó como si no la conociera. Le dije que hacía un par de meses que nos habían presentado en aquella misma cafetería y ella ni siquiera lo recordaba.

-¿quieres comer algo? -me propuso

-no gracias, acabo de desayunar -le contesté

Entonces ella torció el gesto sorprendida.. Fue hacia la barra muy lentamente y meneando las caderas como si adivinase que la observaba. Media hora después paseábamos en dirección al centro comercial. Ella caminaba por delante y me contaba lo mucho que quería a su hermano y cómo lo echaba de menos. Andaba hacia atrás y de vez en cuando se pasaba lo dedos por el flequillo recogiéndose el pelo por detrás de las orejas. Dejé de observarla y a mi izquierda pude ver un gran reloj de sol, una extraña escultura amarilla en medio de un parque. Le dije si quería sentarse un rato y contemplar aquel gran reloj de sol fumando un pitillo. Ella me contestó que sí pero que nunca fumaba.

-No hay problema -contesté.

Cuando llegamos hasta el centro del parque nos quedamos mirando el reloj de sol durante unos instantes e intentamos adivinar la hora, claro que era imposible porque el cielo estaba totalmente nublado y casi no había luz. Ella se miro el reloj de pulsera y dijo:

-Son la cuatro y media.

De pronto nos echamos a reír.

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