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jueves, 1 de abril de 2010

La naturaleza y el camino de los vivos (cuento de terror)




El terror se refiere a un estado en alerta de la conciencia. Cuando el hombre penetra en ese estado, sus sentidos se agudizan de tal manera que puede ver y oír hasta la más sutil manifestación producida en la naturaleza y por la naturaleza de las cosas. No puedo determinar con exactitud cuáles fueron las causas que llevaron al protagonista de esta historia hasta tales extremos, sin embargo, puedo estar seguro de que a partir de entonces dejó de ser la misma persona.

Después de haber estado ingresado varios meses en el hospital, aquel chico decidió pasar unas semanas de descanso sólo en su casa del pueblo. Allí podría disfrutar de paseos solitarios a a la luz del atardecer y de angostas lecturas encerrado en su habitación. La naturaleza con toda su fuerza había dejado de sorprenderlo, sin embargo, aquel lugar cargado de nostalgia le atrapaba y atravesando su cuerpo, lo cargaba de novedad y descanso.

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El calor del mediodía le despertó de un sueño pesado y con gran esfuerzo se levantó de la cama. Lucía un sol espléndido y el calor se colaba desbordante entre las rendijas de su persiana. La luz era de tal intensidad que iluminaba toda la estancia. Acto seguido y sin detenerse en mirar el reloj, anduvo hasta llegar al baño donde se lavó la cara y las manos. Se pasó la mañana entera desayunando y leyendo el periódico en la cocina, esperando hasta la tarde para salir al patio. Antes de marcharse se detuvo media hora para observar cómo las golondrinas revoloteaban atrapando insectos. Cuando el sol hubo descendido lo suficiente, salió de casa y se puso a caminar en dirección al monte. Atravesó el río y desde el puente se puso a lanzar pequeña piedras al agua. Allí fuera todas las cosas parecían estar suspendidas en el aire, pasear por el campo le proporcionaba un material tan vasto y lleno de matices que nadie, ni siquiera él mismo, era capaz de comprender. Mientras andaba se cruzaba con muchos peregrinos caminando por aquellos senderos mientras él, andando en dirección contraria, les saludaba con un leve gesto de cabeza. No los despreciaba, sin embargo, en algún lugar había leído que aquellos hombres estaban muertos. Su paso era regular y su gesto indicaba una búsqueda incansable hacia su salvación. Seguramente sus reflexiones en torno a la vida y la muerte del cuerpo habían hecho que se sacrificaran en un camino de sufrimiento y alegría del alma. Peor camino era el de la vida. Aquel chico caminaba en otra dirección, parecía estar dirigiéndose hacia otro tipo de muerte. Lo que él buscaba era una posible razón de ser para el hombre. La vida para él sólo era un camino hasta la muerte. Pero de lo que era totalmente consciente es de que aquella cuestión, por muy importante que fuera, no podía destruir toda la importancia que la vida tenía. Lo más importante era vivir consciente. En su plenitud, el camino que ahora tomaba y la verdad que le era revelada se le aparecía en imágenes de muerte. La muerte que era dulce, le marcaba un sentido contrario al sentido de esos peregrinos que, como transportados en tumbas, esperaban poder encontrar al final de su camino la vida eterna.

Cuando por fin llegó hasta la carretera y se dirigía de vuelta a casa, fue cuando, atrapado por todas estas reflexiones y con la mirada puesta en el camino, encontró uno de los elementos que la naturaleza empezaba a mostrarle con horror. Aquello desprendía el olor de la muerte. A un lado de la carretera había un enorme jabalí atropellado, con la boca abierta y vacías las cuencas de sus ojos. Su cuerpo en descomposición, hinchado por el calor del verano, aumentaba su diámetro y su tamaño. Su robustez adquiría una forma horrible y el olor que se mezclaba con el aire, era un olor pesado y cargado de recuerdos. Aceleró el paso y contuvo la respiración, sin embargo, ese olor ya había logrado pegarse a su pelo y a sus manos. Casi no pasaban coches, cuando de repente, a lo lejos, apareció un enorme camión tomando una curva a toda velocidad. Fuera del arcén, esperó a que aquel enorme vehículo cruzara y siguió su camino.

Antes de llegar al pueblo el chico entró en el cementerio. Para acceder al recinto, primero había que atravesar un pequeño camino de piedras blancas limitado por dos enormes hileras de plataneros. Su corazón latía muy rápido y con muy poca fuerza. Contenida la respiración, atravesó los muros del cementerio y de repente se levantó un suave viento que hizo mecer levemente la hierba seca entre las tumbas. La temperatura era muy agradable y aquel chico no podía sentirse más feliz. La luz que ahora bañaba el cementerio era de un rosado maravilloso y su calor le protegía de todo lo malo que le pudiera ocurrir en ese momento. Su corazón empezó a latir con fuerza y todo su cuerpo se paralizó en aquel instante lleno de dulzura cuando de golpe, un estruendo horrible, como de un chasquido, le atravesó todo el cuerpo y le hizo perder la conciencia.

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Cuando se despertó ya era de noche y se encontraba tendido sobre la hierba. Tardó unos minutos en recuperarse y volver a sentir sus extremidades. Asustado y confuso corrió hacia el pueblo. Allí se encerró en su cuarto y nunca más volvió a pasear. Como mucho contemplaba el paisaje desde su ventana. Cuando sus familiares y amigos le preguntaban la razón por la cual ya no salía de su habitación, él siempre contestaba lo mismo:

- Prefiero ver el mundo desde aquí, la naturaleza me produce horror.


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