...

...

jueves, 1 de abril de 2010

Un desagradable intruso




Llevaba casi setenta y dos horas seguidas sin parar y por fin, aquella tarde de agosto, dejó de llover. Su padre le propuso madrugar al día siguiente para ir al monte, cosa que no acababa de convencerlo del todo. Su carácter enfermizo le obligaba a quedarse en casa inmerso en la rutina de su habitación, sin embargo, compartía el gusto por el paseo y por la espiritualidad que éste ejercicio suponía. Tomaron el desayuno en silencio y continuaron casi sin hablar durante el viaje hasta su casa de campo, donde se cambiaron de ropa y de calzado.

-Toma esta chaqueta -dijo el padre.
-¿como? hace mucho calor, no hace falta. -respondió él
-¿como que no hace falta? Es necesario ir bien cubierto, sobre todo el cuello, para evitar que se te pegue algún parásito. Toma, ponte también este gorro. - dijo insistentemente.

Mientras el padre se dirigía hacia su colección de bastones y los miraba con detenimiento, él pensaba que la mejor de las palabras que podía definir a su padre era la prudencia, sin embargo, no era eso lo que admiraba de él.

Antes de llegar al bosque, debían pasar varios pueblos y subir un puerto de montaña con muchas curvas. El paisaje era maravilloso aunque harto conocido, nunca dejaba de sorprenderles. Suavemente se fueron adentrando en aquel paraje plagado de cielo y de tierra. Eso era lo que ofrecía la montaña, cielo y tierra, sin embargo le cargaba todo aquello. Le enfadaba su desconocimiento y la intrusión que la montaña le hacía sentir. No podía evitar cargar con todos la bajeza que forma parte de aquellos seres que alguna vez poblaron la tierra y que estúpidamente creyeron conquistarla. A parte de todo esto, el viaje en coche le mareaba y le producía un terrible malestar.

Abandonaron la carretera y comenzaron una pista de tierra hasta llegar a una pequeña explanada donde aparcaron el coche. Aquel día, especialmente luminoso, cambiaba completamente de atmósfera dentro del bosque. Rodeado de hayas, resultaba imposible adivinar que hora era. Un velo luminoso lo cubría todo y atrapados, sus sentidos se taponaban ligeramente. Atravesaron los bosques y cruzaron caminos llenos de huellas de neumáticos enormes, que, como huellas de dinosaurios, aparecían profundamente grabadas sobre el barro mojado. Su padre, recordaba cada piedra y cada tronco, pero en especial recordaba un Tejo mediano, un desagradable intruso que había decidido crecer lejos de sus semejantes. Su historia le fascinaba y su línea negra, en comparación con la de los otros árboles, destacaba. Un diminuto reguero de agua cristalina descendía por el barro y a través las hojas secas del suelo produciendo un fuerte olor a turba. Lo siguieron y descubrieron una fuente. Se trataba únicamente de un pequeño tubo de plástico que salía entre unas rocas. El padre bautizó aquella fuente y después de beber y rezar un ángelus, la consideró una bendición. Aquel momento le supuso algo mágico. Era su propio padre el que bautizaba aquella fuente, era su padre quien conocía y era amigo de aquel árbol. ¿podían en verdad ser los hombres hijos de la naturaleza?

Cuando por fin abandonaron el bosque, atravesaron montículos de fina hierba verde eléctrico iluminada por la luz del sol. Su resplandor bañaba perpendicularmente los miles de arándanos que por allí crecían. Su maravilloso sabor se podía comparar con una tarta y su calor con un beso.

Siguiendo el pequeño camino de cielo despejado se podía ver la cumbre del monte. Su pendiente sin llegar a ser extrema, era de un desnivel considerable. En la cima, el viento soplaba de una forma exagerada y decidieron sentarse un poco más abajo, en una zona más protegida. Mientras comían un bocadillo en silencio observaban pequeños surcos en la tierra.

-¿Son agujeros de topos? -preguntó él.
-No, creo que los jabalíes suben hasta aquí y meten sus hocicos en la tierra en busca de raíces. -respondió el padre.

De repente se produjo un silencio muy extraño. El viento había dejado de soplar completamente y decidieron volver. Mientras bajaban hacia el coche por el mismo camino, el color del bosque había cambiado y el padre, que iba detrás, rompiendo aquel silencio dijo:

-¡Quieto!

Suavemente y casi sin esfuerzo el padre logró desprender un pequeño parásito del cuello de su hijo mientras él, de una manera casi solemne, formaba parte de aquella naturaleza que tanto despreciaba.

...

No hay comentarios:

Publicar un comentario