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jueves, 4 de junio de 2015

El elegido























Caminaba taciturno y lo único que necesitaba era llegar a casa y descansar. Mi día había sido agotador y ya no me quedaban fuerzas para nada. Mientras arrastraba los pies observaba el paisaje. El sol del atardecer se ocultaba entre los edificios y anunciaba el final o comienzo de algo. No me interesaba ni lo más mínimo desvelar de qué demonios se trataba. Con la mente abatida el sentido de las cosas pasaba de ser una cuestión trascendental a ser algo irrelevante. Solamente necesitaba tumbarme y cerrar los ojos. Necesitaba desconectar y olvidarme de todo. Mientras pensaba en todas esas cosas me crucé con un amigo que se dirigía hacia su casa en sentido contrario al mío. Intercambiamos cuatro frases estúpidas y cada cual seguimos nuestro camino. Sentía que ya no tenía nada que decir. Sentía que la ropa me pesaba más que de costumbre. También me dolían los ojos y la espalda. Me desplazaba torpe como un zombi, enfermo y estúpido. 

Una ligera ráfaga de aire sacudió mi rostro de pronto. 

Entonces pensé que sentir de vez en cuando las cosas podía ser agradable. Sentir que no estabas acabado del todo y que te afectaba vivir en el mundo. Lo peor era cuando todo se descontrolaba. Por lo menos una bandada de pájaros sobrevolaba mi cuerpo de ser humano, de ser humano en el mundo. Y me sentía bien por aquello. Mientras pensaba en todo esto pisé algo muy blandito colocado en medio de la acera. Sospechaba de qué se trataba y cuando me dispuse a observarlo con mis propios ojos mis sospechas se vieron confirmadas. Había pisado una caca de perro del tamaño de una manzana Golden pero un poco menos redonda. Y pensé que la vida era maravillosa. De todas las personas que podían haber pisado aquella caca había sido yo la persona designada. Había sido el elegido entre unos cuantos ciudadanos corrientes. Ya no debía temer a nada ni a nadie. Era yo la persona modelo, el ciudadano ejemplar que había sido propuesto para pisar la caca sagrada. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? ¿Por qué no miraba por dónde andaba? ¿Es que ya nadie se molestaba en recoger los excrementos de sus malditos chuchos? De repente todo el peso de mi cuerpo se trasladó de golpe y porrazo a mi entrecejo fruncido y tenso. 

Me picaba el pelo y me sentía lleno de ira. 

Levanté la vista intentando hallar un pedazo de tierra virgen donde poder liberarme de aquella protuberancia incómoda. Al otro lado de la carretera había un parque de arena dónde supuse que podría eliminar sin problemas hasta el último resto de caca. Me pesaban las cejas y latían las sienes con fuerza. Cada rostro, cada pedazo de ser humano que se cruzaba en mi camino debía ser eliminado. Odiaba hasta el último fragmento de aquellos cuerpos llenos de vida. Cuando por fin llegué hasta el maldito parque, mi odio disminuyó por unos instantes. Arrastré mi zapato con fuerza y comprobé que la cosa funcionaba. Cada vez quedaban menos restos, exceptuando unos profundos surcos del talón, llenos de un marrón viscoso mezclado con arena.

Un olor fétido flotaba en el aire y me revolvía el estómago.

Insistí de nuevo. Mi pie derecho se movía de un lado a otro con estrépito y arrastraba consigo montones de tierra. Andaba patizambo y furioso. Justo cuando pensaba que ya era suficiente, que ya no tenía sentido seguir arrastrando mi zapato sobre aquel parque, pisé otra caca, pero esta vez de tamaño descomunal. Era del tamaño de un pomelo pero un poco menos redonda. 

No me lo podía creer. 

Qué tipo de mala suerte se había plantado en mis narices aquella deliciosa tarde de primavera para quedarse y fastidiar. Qué clase de travieso designio se había descrito y grabado a fuego en una tabla de madera de roble para mí y los de mi especie. Tampoco se trataba de tomárselo como algo personal, pero aquello me hacía sentirme doblemente especial. Me sentía de nuevo el elegido para representar a una raza de seres superiores que probablemente nunca averiguarían la razón de su trasiego y paso por el mundo.

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