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martes, 17 de enero de 2012

Le bricoleur



Le habían explicado muy bien cómo aplicar el yeso. Sabía que tipo de materiales necesitaba y de cuánto tiempo disponía. Estaba dispuesto a reparar aquella gotera costara lo que costara. Empleaba su tiempo libre en arreglar poco a poco el desván de sus padres. Miraban él y su cuñado una mancha de humedad que había aparecido en el techo.

- Vas a tener que rascar antes de pintar.

- Está bien. – dijo él.

- De todas formas – afinaba su vista el experto. - Primero tienes que revisar el tejado y asegurarte de que la mancha de humedad no aparezca de nuevo. Observa el tejado.

Le señalaba el tejado desde la terraza.

- Hay un montón de tejas rotas y lo que pasa es que no canalizan bien el agua. Vas a tener que subirte y cambiar algunas.

- Está bien. ¿Dónde puedo comprar tejas nuevas?

- No hace falta. – sonreía su cuñado.





Al día siguiente subió al desván una escalera de aluminio muy ligera y un montón de bolsas de plástico para recoger los escombros. Se iba a subir al tejado y arreglar todo lo que pudiese. Llevaba lloviendo toda la semana pero por fin había salido el sol. Un sol de invierno que no calentaba pero que sentaba bien. Apoyó la escalera como pudo en el suelo de la terraza. El terreno no era muy firme y se tambaleaba la base. Se subió con mucho cuidado y se agarró a una rejilla de hierro oxidado. Le separaban muchos metros desde el suelo. Todas sus maniobras eran torpes y forzadas. Cuando se lo pensaba demasiado le temblaban las piernas. Se apoyó en una chimenea y pisó con fuerza una teja bien sujeta con cemento. Su cuñado le había recomendado.

- Siempre que camines por un tejado pisa bien dos tejas a la vez. De esta forma no se romperán.

Y así lo hizo. Andaba muy despacio por el tejado de su edificio de ocho plantas. Crujía el suelo bajo sus pies y de vez en cuando se resbalaba por la humedad y el musgo que crecía entre las tejas. Cuando llegó hasta un lugar seguro se sentó y respiró con tranquilidad.

Observaba su tejado con detenimiento.

Había una cuantas tejas mal colocadas y algunas estaban rotas. Entonces entendía perfectamente la razón de ser de todas aquellas goteras. Colocó bien todas las tejas movidas. Estaba de cuclillas y le temblaban las rodillas. Soplaba un viento helado que le quemaba la cara. Un montón de nubes negras se acercaban a toda velocidad. Cuando hubo terminado de colocar bien las tejas examinó cuáles de ellas estaban rotas y debían ser sustituidas por otras nuevas. Había cuatro de ellas destrozadas. Miro el tejado de su vecino.

Allí estaban todas aquellas preciosas tejas alineadas y perfectamente superpuestas unas encima de las otras.

Cogió la primera. Levantó la vieja y rota de su tejado y la sustituyó por la nueva de su vecino. Una preciosa teja intacta. Así poco a poco fue haciendo lo propio con todas las demás. De repente escuchó el sonido de una cerradura en el trastero de su vecino. Pensó que quizás alguien le había visto desde alguna ventana y había llamado. O quizás pasaba por allí y había escuchado ruidos en su tejado.

No daba crédito a su mala suerte. En qué pensaba cuando hacía las cosas. Seguramente no pensaba en nada y lo único que hacía era dejarse llevar. No pensaba nunca en las consecuencias de sus actos pero entonces no podía dejar de hacerlo.

Caminaba su vecino por el suelo de su desván y escuchaba sus pasos como si fueran golpes.

Estaba paralizado y muerto de miedo. Cualquier movimiento en falso y estaba perdido. Podía ser descubierto y entonces su vecino le denunciaría. O peor. Le esperaría en el pasillo del último piso escondido y cuando saliese le daría una paliza con un palo de madera. Se lo merecía por ladrón. Eso le pasaba por robar tejas a su vecino y pasar sus desgracias y sus goteras al prójimo.

De repente se puso a llover.

Que mala idea la de su cuñado le bricoleur. El caso es que ya lo había hecho. Ya no había marcha atrás. Su vecino seguía andando por el desván. Escuchaba sus pasos lentos y aleatorios. Respiraba el chico con dificultad. Derribaría su vecino la puerta de su desván y le pillaría en plena faena. Le robaría la escalera y entonces no le dejaría bajar. Se tendría que quedar allí empapado y esperando a la policía. O peor aun. Subiría por la escalera hasta el tejado y allí le atacaría con su palo de madera. Le empujaría su vecino desde el tejado hacia el abismo.

Con la excusa del robo desataría sus impulsos de asesino.

Pensaba en el fondo que todos tenían un impulso de asesino reprimido en su interior. Solo hacía falta verse amenazado para sacarlo y emplearlo a fondo. Mientras pensaba en todo ello escuchó de nuevo la cerradura de su vecino. El sol se ocultaba entre las nubes y cada vez llovía con más fuerza. El viento soplaba fuerte y helado.

Y se le acaba el tiempo.

Un golpe seco hizo temblar su corazón de sabandija. Escuchó de repente como cerraba la puerta su vecino y se marchaba. Lo que tenía que hacer estaba claro. Tenía que bajar de aquel tejado cuanto antes. Caminaba deprisa y haciendo mucho ruido. Cuando ya casi tocaba el suelo escuchó de nuevo un portazo mucho más intenso dentro de su trastero.

- ¡BLAM!

Sus extremidades dejaron de ser. No podía ver nada. Sus ojos llenos de lluvia le impedían ver nada. Ya no había escapatoria. Recibiría su merecido. Temblaba su cuerpo como gelatina y esperaba lo peor.

De repente se dio cuenta de lo que había pasado.

Se había dejado la puerta de su desván abierta y el fuerte viento la había empujado cerrándola de golpe. Su diminuto corazón latía como el de un colibrí. Recogió rápidamente la escalera y salió de allí asustado y mojado como una rata.


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