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martes, 24 de enero de 2012

Clases particulares



Todo el curso mirando su pupitre sin pensar en nada. Sentado en su clase y rodeado de gente. El profesor se movía de un lado a otro y gesticulaba de forma horrible. Sus ojos eran los ojos de un loco. Sus compañeros iban a lo suyo y el profesor no paraba de hablar y de arrastrar su tiza sobre la pizarra. El chico modulaba la línea de sus esquemas. Cambiaba de colores y sombreaba sus dibujos. Perfeccionaba la letra de sus apuntes modificando las eles y las uves. No entendía las razones por la cuales sus compañeros se esforzaban por aprender algo que para él no tenía ningún sentido.


E = V•T
M1•K1(t1-t) = M2•K2(t-t2

F = G•M•M/D2

W = "/T • VELOCIDAD ANGULAR
V = W•RADIO • VELOCIDAD LINEAL

W = "/T=2"/T=2"F
W = F•E•Cos


Nunca hacía los deberes y suspendía todos los exámenes. Su profesor le miraba directamente a los ojos y afinaba su vista moviendo las cejas. Unas cejas pesadas y llenas de canas. El chico evitaba su mirada y entonces observaba su peluca. Una peluca ondulada y peinada con la raya de lado. Evitaba sobre todo sus reproches y consejos en público. Quería pasar desapercibido y que le dejaran todos en paz. Aceptaba los resultados de sus exámenes sin molestar a nadie.

Era un alumno mediocre en casi todo lo que hacía. Y sin embargo en la física era un fracaso.

Cuando llegó el verano sus padres y profesores le advirtieron.

- Vas a tener que buscarte un profesor particular si quieres superar el curso.

Y así lo hizo. Un profesor de instituto jubilado le recibiría todos los martes y jueves por las tardes para impartirle clases particulares.

Pero seguía sin encontrar el sentido de las cosas obligatorias.




Las clases de física eran después de comer. Le costaba horrores levantarse de la mesa y salir a la calle. Sobre todo por el calor insoportable que hacía en verano. Se ocultaba y se protegía entre las sombras de los edificios. No había nadie por la calle. Estaba todo el mundo en sus casas con las persianas bajadas. Lo que realmente le apetecía era poder dormir hasta que se hiciera de noche. Pero eso era imposible. Tenía que darse prisa si no quería llegar tarde y derretirse en plena calle.

Presionó el botón de hierro oxidado del portero automático de la casa de su maestro. Subió las escaleras muy despacio hasta el segundo piso y llamó al timbre. Giraba la llave su profesor mientras esperaba impaciente su alumno.

- Pasa majo.

Entonces sacaba el chico los libros y se sentaba en la mesa del salón. Lo primero que hacía su profesor era bajar todas las persianas. El sol que antes iluminaba las paredes de gotelé desaparecía. Solamente se podían apreciar pequeños haces de luz intentando atravesar las persianas. Un terrible sol de agosto incidía en las fibras de las persianas. Y proyectaban sus ranuras líneas discontinuas en el suelo de parqué.

El olor a barniz y a madera flotaba en el aire.

Su profesor particular le resultaba un poco siniestro. Sus dedos eran afilados como agujas. Destacaba en su rostro una perilla hirsuta y perfectamente recortada. Era muy pequeño y encorvado. Tenía la cabeza muy grande y despejada. A pesar de su apariencia en el fondo era de formas muy bellas. Sus movimientos eran muy suaves y su voz clara y concisa. Cuando explicaba los ejercicios conseguía captar su atención. Poco a poco fue entendiendo mejor la física. Los ejemplos de su maestro resultaban reveladores. Terminaba los ejercicios casi sin esfuerzo. Los resultados coincidían con los de su profesor que le observaba y felicitaba.

Trabajaban ambos sin descanso. Avanzaban y transformaban lo complejo en algo sencillo. Fórmulas matemáticas básicas flotaban en el aire. Giraban los planetas alrededor del sol y lo hacían sin abandonar su órbita y velocidad. Escuchó de repente la voz de su profesor a lo lejos. Se alejó de su maestro y empezó el chico a caminar de nuevo por la calle.

El cielo era de color verde. Las farolas estaban rotas y por el suelo había un montón de basura electrónica.

Llegó a casa y se tumbó en la cama. Abrazó su almohada y cerró los ojos. Por fin había conseguido abandonarse a los placeres del sueño. Que maravillosa sensación recorría todo su cuerpo. El sistema solar y la mística de Neptuno. El sistema de anillos de Saturno. En las paredes talladas siete montañas heladas. Una espesa niebla rodeaba su cama. De repente le acosaron montones de gente. Le gritaron e intentaron que se despertase a toda costa. Le amenazaron con antorchas y con palos de hierro al rojo vivo.

Le gritaron muy fuerte y le preguntaron.

- ¿Estás dormido?

Su profesor particular le zarandeaba.

- ¿Es que no duermes bien por las noches?

No le quedaban fuerzas para contestar y entonces su profesor cerró los libros de golpe.

- Creo que por hoy ya hemos terminado.

Y se largó el chico para casa. No sin antes haberle encomendado su maestro la realización de un montón de tareas. Ahora sí que lo había conseguido.

Sabía lo que tenía que hacer.

Tumbarse en la cama y abandonarse a los placeres del sueño.


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