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lunes, 31 de octubre de 2011

La cometa que zarpa



La situación era temeraria le gustase o no. Cada vez que cogía el coche para desplazarse unos kilómetros fuera de casa pensaba lo mismo. Mentalmente no se consideraba apto para conducir. Tampoco consideraba aptos a los demás como solamente pueden serlo tripulantes de barco o pilotos de aviones. Todo el mundo se creía capaz de poner en peligro su vida y la de los demás por el simple hecho de haber superado una prueba ridícula. Su perseverancia y su dinero suponían que ya estaban preparados para todo. Y sin embargo pensaba que nadie estaba preparado para nada.

La decisión de coger el volante y de lanzarse a la carretera ya le suponía una batalla de autos de choque. Y por supuesto que le fastidiaba exponer a nadie a tremendo peligro. No acaba de ponerse el abrigo cuando su hermano pequeño le dijo:

- ¡Te acompaño!

La responsabilidad se la debía tanto que desconfiaba de sí mismo. No soportaba viajar acompañado. Le daba miedo estrellarse con su hermano de copiloto. No se le daba bien conducir y su mirada era la de un loco al volante. Aceleraba cuando no debía y frenaba en medio de las curvas.

En cambio su hermano le respetaba y confiaba en él.

Durante el viaje no dejaron de observar a los árboles. No se agitaban sus hojas y las pelucas de los viandantes tampoco se doblaban por el viento. Se suponía que lo necesitaban sin remedio para hacer volar su cometa.

Sin embargo nada dependía menos de ellos como aquel factor.

Aparcaron el coche en una explanada de tierra y empezaron a caminar por la carretera. Escalaron un pequeño montículo y llegaron hasta un enorme molino de viento que se elevaba majestuoso en medio de la montaña. Realmente no era el único. Era exactamente como todos. Estaba hecho del mismo material y fabricado con el mismo molde que todos los demás.

No había nada excepcional en ese molino.

Desplegaron su cometa de colores fosforitos como el cielo. Como todo lo que transcurre entre los tonos grises del cielo. Entre las nubes los colores de la cometa se fundirían en un espectro oscilante de matices violeta.

La velocidad del viento seguía siendo de cero metros por segundo. No conseguirían hacer volar su juguete nuevo. Tampoco les importaba. Significaba más el hecho de poder matar el tiempo sin objetivos concretos.

Eso lo hacían muy bien.

Mientras uno estiraba de un extremo del hilo el otro sujetaba la cometa con tensión y la soltaba de repente. Entonces uno de ellos y solo uno de ellos corría como si fuera el propio viento. No lo era pero por lo menos lo parecía. Sus piernas delgadas como palillos se deslizaban por la superficie de la tierra llena de agujeros de topos y de piedras. Había cristales y fósiles de todo tipo entre la hierba y el barro del fondo. No les preocupaba a ambos la posibilidad de estrellarse contra el suelo o contra el poste de alguno de aquellos estúpidos molinos.

Lo hacían todo sin pensar un instante que ya lo habían conseguido.

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