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sábado, 13 de agosto de 2011

Familia de madera



En una calle estrecha cerca de la carretera había una finca. La puerta de entrada era muy alta y de hierro oxidado. Sus habitantes nunca salían de casa. Se imaginaba dentro muñecos de madera pintada con traje y corbata leyendo el periódico. Muñecas también de madera con vestidos rosas y cocineras de postres. Niños de madera jugando en el jardín alrededor de una piscina de plástico.

Y todos ellos encerrados e incógnitos. Esperando no ser descubiertos por nada ni nadie.

Una calurosa tarde de verano se acercó a curiosear. Saltaba intentado ver algo por encima de la valla. Su corta estatura le permitía ver solamente el tejado y alguna que otra ventana cerrada. Se acercó un poco más y pegó su oído derecho contra el seto. De repente un silbido, un repentino chasquido se produjo a escasos centímetros. El chico se asustó y se alejó de la valla. Eran los aspersores que se habían conectado de pronto. Seguramente un programa de regado diario. Una especie de contador de segundos que activaba un mecanismo de motores. El caso es que tan repentino había sido el golpe que su corazón había saltado y producido alteraciones en el resto del cuerpo. Le temblaban las piernas y sentía un calor interior extraño recorriendo sus entrañas. Una emoción embargaba todo su ser porque justamente en aquel instante le invitaron a merendar.

Se lo había ganado por excepcional.

Conoció a todos y cada uno de sus miembros. Se enamoraron todos de él. Comprendieron que acababan de conocer a un chico muy especial y diferente del resto. Compartieron los niños sus juguetes y prepararon entre todos un estupendo pastel de chocolate y fresa. Acariciaron su cuerpo y besaron sus mejillas las niñas.

Por la noche recitaron maravillosos versos. Sus preciosas rimas destacaban por ser las más profundas e insondables de la tierra. El chico emocionado levantaba los brazos y gesticulaba sin control. En uno de sus aspavientos derribó la cabeza del padre que cayó de golpe contra el suelo.

Rodaba su cabeza de madera por el suelo del salón.

Un silencio insoportable se produjo entonces. Nadie comentaba nada ni tampoco nadie preparaba pasteles. La cabeza del padre sonreía a pesar de todo. Muy asustado salió corriendo de la finca y regresó con su familia.


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Media hora después observaba las estrellas desde la ventana de su cuarto. Sus reflexiones giraban en torno al hecho de conocer un poco mejor a sus nuevos amigos. Había decidido volver y mudarse definitivamente. Traspasar el umbral y observar el jardín lleno de flores. Balancearse en sus hamacas de forja pintadas de blanco. Entrar en la casa y tumbarse en la cama de todos los miembros de aquella familia de madera que tanto se ocultaba del resto. Jugar en su desván rodeado de objetos curiosos y llenos de polvo. Trabajar y restaurar los cuerpos de sus amigos con esmalte de colores. Reparar sus gestos y conseguir hacer felices a todos sin excepción.

Y poder compartir sus experiencias con ellos.

Reconocerían el sentido de sus reflexiones y escucharían embelesados sus palabras. Rodeado de su compañía y de sus abrazos de madera expulsaría al resto de los mortales lejos de la casa.

De la finca que no saldría jamás.

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1 comentario:

  1. "Nadie comentaba nada, tampoco nadie preparaba pasteles" tus textos están llenos de pinceladas de brutalidad. Tanto como tus collages sin pinceladas.
    Me sorprende lo mucho que distan nuestras respectivas creaciones. Mis cuadros rezuman animalidad, pero su génesis alberga un profundo amor hacia la pintura y sus materiales.
    Me alegro de haberte leído una vez más.
    Pilar Büren

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