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lunes, 10 de enero de 2011

Muñeco de nieve



Cada vez que entraba en aquella sala de borracheras y llena de gente se le olvidaban el espacio y el tiempo. La bebida no le sentaba muy bien pero la amistad le acompañaba a él y a su mejor amigo en el caso de que algo fallara. Habían entrado como flechas por la puerta y llevaban más de dos horas bailando como negros. La marea humana los empujaba de un lado a otro y ellos sólo sentían placer y conversaciones torcidas. Cuando encendieron las luces del garito se miraron a la cara y sin decir nada salieron de allí como ratas. Afuera estaba nevando sin parar y todo estaba blanco. No esperaban que nadie se molestara si se les ocurría lanzar bolas de nieve borrachas a la gente de alrededor. Su amigo le cogió del brazo y le advirtió del peligro que suponía tanto delirio a la hora de compartir sus juegos nocturnos con otros borrachos.

No les quedaba nada que hacer allí y decidieron ir a otro bar.


El viento soplaba con fuerza y arrastraba enormes copos de nieve. El camino resultaba extremo y avanzar abriendo huella por entre los coches constituía una hazaña para la cual ni él ni su mejor amigo estaban preparados. Cuando ya llevaban más de media hora andando el viento empezó a soplar aún con más fuerza. No estaban en condiciones de seguir y no parecía que la cosa fuese a mejorar. Decidieron darse la vuelta y entonces su amigo le dijo:

- ¿Tienes mechero? Quiero encenderme un cigarrillo.


No podía creer que lo intentara. Su amigo se quitó los guantes y se puso al resguardo del monumento de alguna ilustre figura de piedra. Intentaba sin éxito prender el extremo de su cigarrillo húmedo y doblado. Mientras se agachaba para crear una especie de refugio y chupar el filtro del pitillo, doblaba la espalda y flexionaba las piernas. Moriría allí congelado intentando encender su cigarrillo. Su cabeza y su gabardina estaban totalmente cubiertas de hielo.

Se había convertido en un muñeco de nieve borracho.


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