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miércoles, 19 de enero de 2011

El árbol desnudo



Verdad era que cada vez que empezaban a construir una cabaña se les antojaban imprescindibles toda clase de herramientas. Las tardes de verano eran demasiado largas para pasarlas sentados sin hacer nada.

Acabaron de enganchar unos plásticos de color negro sobre unas ramas y se marcharon hacia el pueblo.

Sus amigos le habían encargado coger un hacha de casa. Se comió la merienda e introdujo sigilosamente la herramienta dentro de una toalla. Cuando llegó hasta el lugar acordado todavía no había nadie. Desenvolvió el hacha y se sentó debajo de la copa de un frondoso árbol de hojas verdes y frescas. La sombra que proyectaba en el suelo le protegía del calor. Mientras esperaba clavaba el hacha en la hierba y el hierro oxidado se hundía certero en el barro mojado. De pronto uno de sus amigos apareció. Se sentó junto a él y observó detenidamente el hacha.

- ¿Esta afilada? – Preguntó.

- No mucho pero todavía corta. – Contestó él.


Se levantó y propinó un pesado e incisivo corte sobre el tronco del árbol.

- ¿Lo ves?

El golpe había separado la corteza del tronco y por debajo del corte empezaron a brotar pequeñas gotas de resina. Su amigo se levantó y propinó un nuevo golpe, ésta vez mucho más fuerte. El corte hizo saltar trozos de corteza en su cara.

Y se empezaba a sentir el olor a madera.

Un tercer golpe hizo que miraran a su alrededor. No había nadie y solo se escuchaba de fondo el sonido lejano de un cortacésped. Recogió el hacha y lo introdujo de nuevo en la toalla. Mientras, su amigo se tumbaba de nuevo en la hierba.

Sin pensarlo demasiado, el chico introdujo los dedos dentro de un corte y estiró hacia abajo arrancando un enorme pedazo de corteza. Luego otro más y así durante un rato. Su amigo le observaba desde abajo asombrado.

En menos de cinco minutos lo despellejaron vivo.

Y ya nunca volvió ser el mismo.

Ni siquiera proyectaba sombra. Sus ramas estaban secas y su tronco era mucho más delgado. El suelo de los alrededores estaba lleno de hojas marchitas y casi no había hierba. Las pocas hojas que se conservaban en la copa del árbol estaban amarillentas y con manchas rojas.

Y ya nadie se tumbaba allí debajo para resguardarse del calor, ni siquiera ellos mismos.

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