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martes, 19 de mayo de 2015

Ardillas



Me levanté muy temprano una fresca mañana de verano. Me proporcioné una estimulante ducha de agua fría y desayuné café con tostadas. Necesitaba empezar bien el día. Necesitaba la energía extra que te aporta madrugar. Y la conseguí. Después de la ducha y el café nada me podía detener. Mi cuerpo estaba lleno de vitalidad y mi cerebro trabajaba al cien por cien. Y es que existía una importante razón para necesitar todo aquello. Llevaba tres semanas pintando un enorme cuadro abstracto de miles de colores y de formas imposibles. Lo pintaba un poquito todos los días y aquella mañana había decidido acabarlo de una vez por todas. 

La cosa es que la noche anterior había estado dando algunos retoques de última hora al cuadro y había dejado todos los botes de pintura y todos los pinceles desperdigados por el suelo del patio. Normalmente solía recogerlo todo al final del día pero aquella noche se me había ido de las manos. Sabía que el cuadro tocaba su fin y necesitaba emplear todas mis energías en dar por finalizada una obra que ya empezaba a formar parte de mis más horribles pesadillas.

Cuando bajaba las escaleras que daban al patio las vi de repente. Mis ojos no daban crédito y tardé unos instantes en asumir que aquello estaba ocurriendo en realidad.

Alrededor de mi enorme cuadro había tres ardillas. Dos de ellas correteaban entre los botes de pintura. Lo hacían muy rápido y de vez en cuando pisaban mi paleta de colores al óleo aún frescos. El suelo del patio estaba lleno de huellas de colores y algunas también estampadas sobre el cuadro. La escena era divertida y no tenía desperdicio. Para evitar que ellas se dieran cuenta de mi presencia y se largaran corriendo, me quedé observando desde lejos, casi sin respirar.

Sentado en las escaleras las contemplaba sin perderme un solo detalle. 

Me daba la sensación de que aquellas ardillas disfrutaban jugando con mis pinturas. Estaban como locas saltando y manchándolo todo de colores pastel. Lo más increíble de todo no era solamente el juego que se traían entre manos aquellos dos traviesos animales. Lo más increíble de todo fue observar cómo una tercera ardilla vigilaba desde el centro del patio mi gran cuadro. La tercera ardilla no jugaba como lo hacían sus dos compañeras, parecía estar maquinando algún plan diabólico. De repente ocurrió la cosa más extraña e increíble del mundo. La tercera ardilla cogió un pincel lleno de pintura rosa mezclada con aguarrás y empezó a pintar sobre el cuadro sinuosas líneas abstractas. Lo hizo sobre una esquina libre del cuadro, esquina que yo había reservado para que respirara la composición. Aquella osada ardilla no tuvo ningún reparo en llenarla entera de pintura rosa. Era muy gracioso observarla con el pincel entre sus diminutas manos trazando líneas aleatorias. De vez en cuando se detenía y de nuevo reanudaba su fechoría. De pronto, un picor se apoderó de mí, justamente en el interior de mi nariz. 

No pude evitarlo y estornudé. 

Acto seguido las tres ardillas se largaron corriendo hacía el jardín. Me acerqué hasta mi cuadro para comprobar que todo aquello no había sido un sueño, que había sido real. El suelo del patio estaba lleno de huellas de colores. El bote de los pinceles estaba volcado y un enorme charco de aguarrás se precipitaba cuesta abajo hacia la hierba. La esquina inferior derecha del cuadro conservaba las líneas que había trazado la ardilla. ¿Había ocurrido de verdad? Aquellas líneas formaban algo que no entendía. Una especie de mensaje que no supe descifrar. A los pocos segundos escuché un ruido, como un chillido muy agudo. Me di la vuelta y allí estaba mi amiguita. Me observaba con sus diminutos y amenazantes ojos negros. Lo hacía desde lejos y oculta entre la briznas de hierba del jardín. Decidí ponerme a pintar como si ella no estuviera. A la media hora más o menos daba por finalizada la composición. Me gustaba el resultado. No necesitaba ni una sola pincelada más. Me giré de nuevo. Mi amiguita ya no estaba, se había largado. Pensé que quizás todo había sido un terrible sueño. Lo que realmente pasaba era que yo no podía terminar aquel cuadro. Necesitaba la pincelada maestra. Necesitaba el milagro que diera por finalizada una obra que ya empezaba a formar parte de mis pesadillas más abstractas.

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