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martes, 1 de mayo de 2012

La bocca della verità


Siempre a principios de Julio se instalaba la feria cerca de su casa. Llegaban los feriantes con sus camiones y caravanas y montaban todo el tinglado. Entonces él y sus amigos se dejaban caer por allí con todo su dinero. Sabían que se llenaba la feria de gente joven y en general de gente con ganas de pasarlo bien.

Aquel día recibió una llamada telefónica. Era su mejor amigo que le llamaba para quedar con él.

-          Ayer acabaron de montarlo todo y hoy funcionan la mayoría de las atracciones. ¿Quedamos allí hacia las seis?

-          Vale. Creo que tengo algo de dinero ahorrado. Nos vemos justo en la entrada. ¿Avisas tú a los demás?

-          Está bien. Yo les aviso. ¡Hasta luego!


Y colgó el teléfono. Lo primero que hizo fue vaciar su caja de caudales. Tenía dinero suficiente para entretenerse  por lo menos durante dos horas. No obstante mendigó un poco más de dinero a sus padres y éstos se lo dieron a regañadientes. No consideraban que tanto dinero gastado en la feria fuese dinero bien invertido. Una hora después salió de su casa directamente hacia donde había quedado con sus amigos.


Entre toda la emoción había olvidado mirar el reloj y llegó media hora antes. No le importaba esperar. Se apoyó en un árbol y se puso a observar a la gente. Un montón de niños acompañados de sus padres accedían al recinto de la feria. Lo hacían siempre con algo entre las manos. Un globo de helio, una manzana de caramelo o un empalagoso algodón de azúcar. Sonaban estrepitosas las sirenas de los autos de choque y bufaban los émbolos de la noria gigante. Crujían los hierros de aquellas oxidadas estructuras de acero.

Y decoraban el cielo cientos de metros de gallardetes de colores.

Sus amigos no llegaban. No sabía si quizás se habían olvidado de él. A unos pocos metros, en medio de la nada, estaba instalada la bocca della verità. Aquella horrible réplica de cartón piedra le ponía los pelos de punta. Escuchaba todo el rato una especie de susurro que salía de un pequeño altavoz, cerca de la boca de aquel horrible ser.

De repente, una ráfaga de viento hizo que un montón de papelitos rodearan la maquina en forma de remolino. Levantó aquella ráfaga un montón de hojas secas y de tierra. Un pequeño trocito de hoja se introdujo en su ojo derecho. Con mucho cuidado intentó sacarse el trocito. No podía hacerlo y su ojo lloraba cada vez más. Emborronaban sus lagrimas su visión y se distorsionaban todas las formas de su alrededor. Cuando por fin logró desprenderse de aquella incómoda partícula, se dio cuenta de que estaba justo en frente de la bocca della verità. Casi la podía tocar. Los ojos rojos de aquel rostro plano le observaban. Le observaba un rostro severo con cara de pocos amigos.

Y una voz susurraba irreconocibles frases de reclamo.

Los gallardetes se agitaban con fuerza en el cielo. Emitían un sonido insoportable mezclado con truenos. Un sonido que anunciaba una especie de tormenta de verano. Todo el mundo se largaba de nuevo hacia sus casas.

Y empezaban a precipitarse heladas gotas de lluvia sobre su rostro.

Sus amigos no llegaban y decidió que lo más prudente sería volver a su casa también, no sin antes haber gastado algo de dinero. Un montón de monedas le pesaban en los bolsillos. Sin pensarlo demasiado introdujo una moneda en la maquina. En una pantalla de ordenador se podían leer las siguientes palabras.

 Introduce tu mano en la bocca della verità y conocerás tu futuro.

Conocía todas las historias acerca de aquella escultura. Sabía que no aceptaba los mentirosos y que si algún embustero se atrevía a introducir la mano dentro se quedaría atrapado. No obstante la introdujo. Pero en cuanto apoyó la palma en la base de la boca sintió algo viscoso. No sabía lo que era pero estaba claro que daba asco. Por lo sentido supuso que algún gracioso había escupido allí dentro. Algún escéptico y saboteador que no tenía nada mejor que hacer que mancillarlo todo. Sacó rápidamente la mano del agujero y se limpió como pudo con un pañuelo de papel que llevaba en el bolsillo.

Lo peor de todo es que no sabía si aquel castigo se lo merecía él por embustero.


…      

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