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lunes, 5 de marzo de 2012

Tinieblas balá



No le gustaba la comida recalentada. Entonces lo que hacía era hincharse de pan. Se llenaba la bandeja de rodajas perfectamente cortadas. Estaba un poco seco pero no le importaba demasiado. Se imaginaba en la corteza dorada de aquellos trozos deliciosas obleas. Cuando hubo llenado su estómago lo suficiente salió del comedor en busca de su amigo y compañero de clase. Seguramente lo encontraría en el fondo del campo de beisbol donde normalmente pasaban muchas horas jugando con arena. Lejos de sus compañeros y profesores. Era su entorno particular y forma de salir de aquella cárcel. Allí podían dar rienda suelta a su imaginación sin que nadie les molestara.

Y en efecto, allí estaba su amigo haciendo montoncitos en el suelo. Lo adivinaba desde lejos. Reconocía sus movimientos y silueta en medio de la nada.

- Qué pasa B. ¿Sabes que no encuentro mi bolso? Creo que lo he perdido.

- Es la tercera vez que lo pierdes. Tu madre te va a castigar.

- Creo que me lo he dejado en el aula de informática. ¿Me acompañas luego a buscarlo?

- Claro.

Mientras hablaban, su amigo se entretenía dibujando líneas en el suelo con un palo. Él hacía lo mismo. Dibujaba círculos perfectos a su alrededor. Montañas y castillos de arena. Cinco minutos después se levantaron los dos y se colocaron justo en frente de la valla que separaba el campo de beisbol del exterior. Rodeaban su colegio un enorme campo de cereal y al fondo muchos edificios y fábricas. Entonces se acordaban ambos del verano. Miraban el campo y echaban de menos su pueblo. Recordaban las tardes de agosto cuando los días eran mucho más largos y divertidos. Cuando simplemente salían de casa y vivían toda clase de aventuras. Sin embargo, allí estaban. Encerrados en el colegio que sus padres habían decidido para ellos. Intentaban escapar por lo menos con su mente de aquella trampa.

Mientras, el viento soplaba muy suave creando suaves hondas sobre el campo de trigo verde. Los pájaros sobrevolaban la tierra que pisaban ellos sin remedio.

Se pusieron a dar saltos sobre la arena. El suelo temblaba bajos sus pies. La superficie estaba seca pero acumulaba en su interior litros de agua sucia. Saltaban y aparecía de pronto la lluvia. Se formaban charcos cristalinos y temblaba la tierra. Consiguieron cambiar la estructura molecular del suelo. Era extraño pero vibraba en ondas todo lo que pisaban. Descubrían alfombras de una masa viscosa. Transformaban los minerales en plastilina. Cambiaban de orden los elementos y estallaba una tormenta bajo sus pies. El mundo se había girado a base de golpes secos. La imaginación de ambos desbordaba y no paraban de saltar.

De repente se formó la niebla.

Una densa niebla que se pegaba en la suela de sus zapatos llenos de barro. Se colaba a través del suelo y no despegaba. No llegaba ni siquiera hasta sus rodillas. Se quedaba pegada en el suelo. Su cuerpo se impregnaba de magia y ya casi ni sentían su propio peso. Bautizaron aquel extraño fenómeno como tinieblas balá. No sabían ni siquiera de donde procedía el significado de aquellas dos palabras. Lo único que sabían era que formaban parte de una realidad mucho mejor y más divertida. Cada vez los saltos eran más fuertes y seguidos. La tierra empezaba a moverse de izquierda a derecha. Seguramente debajo les esperaba un mundo lleno de lava y plagado de seres y de rocas extrañas.

De repente todo despareció. Se esfumaron las tinieblas y las texturas. Desaparecieron los charcos de agua cristalina. Empezaron a sentirse de nuevo enfermos y pesados. La sirena sonaba con estrépito y desafinada. Anunciaba la llegada de los exámenes, de los test de inteligencia y de los deportes de competición. De las aburridas clases de flauta y de plástica. Donde solo se valoraban los modelos de conducta y adaptación. Donde solo hablaba el profesor y dictaba cuales eran las pautas de comportamiento general. La imaginación y la creatividad estaban prohibidas.

Y se apiñaban todos en la puerta de su colegio como rebaños de ovejas entrando al redil.

El sol se colaba a través de las ventanas y dibujaba en los pasillos de baldosa formas geométricas de luz amarilla. Cargaban todos con sus mochilas llenas de libros y de cuadernos.

Una realidad insoportable se respiraba en un ambiente cargado de nostalgia. Ajenos y unidos todos en el aula escuchaban con abnegado silencio la lección de sus maestros.

Y echaban de menos él y su amigo las tinieblas.

No se podían concentrar encerrados y sentados en sus pupitres. Solamente pensaban en derrotar a sus enemigos para lograr escapar de aquella mazmorra cuanto antes.


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