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sábado, 28 de julio de 2012

Cuatro bosques azules y una cima de color amarillo


Salieron de casa sin rumbo fijo. Su intención era básicamente dar un paseo y tomar un poco el aire. Lo necesitaban después de cuatro horas seguidas jugando a la videoconsola. Disponían de un tiempo precioso e infinito. Empezaron caminando por la orilla del río y luego se desviaron por un sendero que ascendía hasta una desconocida y atractiva cumbre amarilla rodeada de bosques azules. Cruzaron un bosque y luego otros tres más. Muy cansados llegaron hasta una llanura de color oro. Poco a poco el cielo se cubría de nubes negras, entonces su amigo se detuvo preocupado.

-          ¡Parece que se acerca una tormenta! ¡Mejor será que nos demos la vuelta!

Cada vez soplaba más viento y sus pelucas se volvían locas en medio de la llanura.

-          ¡Subamos un poquito más! ¡Lleguemos hasta la cumbre! ¡El aire me sienta divinamente! ¡Me despeja la cabeza!

Y le sentaba muy bien a la chica que se retorcía y se mezclaba con el viento. Su amigo desconfiaba pero acabó haciéndole caso. Subieron un poco más y de pronto sintieron ambos aislados goterones de lluvia en su rostro. Goterones helados que de repente se multiplicaban por siete.

-          ¡Vámonos! – Dijo el chico. ¡Las tormentas de verano en la montaña son muy peligrosas!

Sin embargo la chica bailaba dando vueltas sin preocuparle siquiera el peligro. Disfrutaba de aquella ducha y de aquellas fragancias que desprendían el suelo de barro y los bosques de pinos azules. Sin previo aviso un relámpago iluminó lo que de repente se había convertido en una tarde oscura, casi nocturna. Y crepitó un trueno que hizo temblar la montaña.

-          ¡¡¡¡¡BRUUUUUUUUUUUM!!!!!....

Acto seguido se cogieron ambos de la mano y descendieron a toda velocidad. La lluvia era cada vez más intensa y los rayos y los truenos cada vez más numerosos. Se compaginaban ambos en sus zancadas que alcanzaban medio metro en el aire. Cruzaron los cuatro bosques y se deslizaron por senderos llenos de barro. Los rayos parecían querer alcanzarlos y separarlos para siempre. No lo lograrían entonces aquellos fenómenos atmosféricos.

Habían conseguido juntos superar la zona de peligro.

Cuando llegaron hasta la orilla del río se detuvieron. Jadeaban ambos de forma descontrolada pero lo habían conseguido. Se habían librado de milagro. Conocían perfectamente la historia de aquel hombre que había sido alcanzado tres veces seguidas por un mismo rayo. No había sido por suerte su caso. Ya no tenían nada que temer. Había dejado de llover. Un hueco de color azul turquesa apareció de repente en medio del cielo.

Justo encima de aquella cima de color amarillo.


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